“El mejor régimen monetario es el que no se nota”

    – ¿Cuáles son los efectos, favorables y negativos, que puede generar la introducción del euro en el régimen de convertibilidad?


    – La idea parece tener varios aspectos. Uno es que la determinación del tipo de cambio sea más simétrica con respecto a los flujos del comercio y las inversiones en la Argentina. En segundo lugar, se intenta dar una perspectiva a más largo plazo sobre el futuro del régimen monetario, descartando opciones como devaluación o dolarización. Por lo tanto, se pone un marco de referencia más permanente. Hay cuestiones de transición y de adaptación, porque el nuevo régimen tiene una fecha de inicio incierta. Y la paridad fija con el dólar está muy arraigada. Imaginemos una economía donde se hizo la transición y la gente se adaptó al nuevo régimen. Tal vez habría un cambio en la paridad del peso, más fluctuante frente al dólar y menos en relación con el euro, en promedio con respecto al flujo del comercio. Habría un sistema financiero con algunas variaciones en términos de la denominación de los contratos y con una economía cuyos temas reales ­solvencia fiscal, competitividad y empleo­ seguirían así. Mi impresión es que el cambio del régimen monetario puede modificar muy poco la determinación de las variables reales, que seguirán planteadas del mismo modo.


    – Si el objetivo es desalentar las expectativas de una devaluación o dolarización y las cuestiones fundamentales de la economía no cambian, ¿estas medidas alcanzan para el largo plazo?


    – Es indudable que el crecimiento, el aumento del superávit comercial para atender los servicios de la deuda y la solvencia fiscal, tienen connotación real en términos de política económica. Las señales que dio la política económica es que se dedicaría a la competitividad y a los temas fiscales. Obviamente, nadie espera solucionar problemas de la economía real con un cambio monetario. Puede ser un complemento. Para usar una metáfora, un sistema monetario es como un árbitro de fútbol: cuanto menos se note, mejor, porque se opera en el régimen sin preocupaciones sobre su funcionamiento.


    – Uno de los beneficios buscados sería desenganchar la economía argentina de la recesión norteamericana por la vía cambiaria. Ahora bien, si Estados Unidos vuelve rápidamente al camino del crecimiento, el dólar se revaluará. ¿Qué pasará con la Argentina?


    – Proyectar el tipo de cambio es muy complejo. Pero, ¿qué pasa con un tipo de cambio fluctuante? El nuevo sistema permite que el peso fluctúe con el dólar y se mueva menos con respecto al euro. Si se toman los precios de exportación e importación desde 1993 y se ponen en términos de la canasta ­mitad euro, mitad dólar­, la variabilidad de los precios de exportación no cambia mucho en pesos. Pero la de los precios de importación, baja. Es decir que tendría algún efecto estabilizador con respecto a la volatilidad de precios internacionales. Esto ayuda a hacer menos incierto el panorama y a disminuir la transmisión de inflación o deflación internacional a la economía argentina. Aquí el problema es que el dólar se aprecia y todo es más barato en esa moneda. Esto se atenuaría en la medida que la fluctuación del conjunto de precios sea menor. Y los problemas de competitividad deben ser atacados con otros instrumentos, como políticas fiscales o aranceles.


    – Si el objetivo es buscar mayor simetría entre el comercio exterior argentino y el esquema cambiario, ¿por qué no introducir el real?


    – Lo que se busca es un sistema que no esté atado exclusivamente al dólar pero que mantenga la estabilidad. Desde el punto de vista comercial, está claro que Brasil nos importa y no se lo puede ignorar. Pero es posible que introducir una canasta con el real hubiera tenido efectos negativos.


    – En el largo plazo, ¿esto no aleja a la Argentina del proyecto de moneda regional común?


    – Es el tema a plantear: el futuro real y macroeconómico del Mercosur es un asunto abierto. Pero estaba bien claro que cualquier noción de cooperación monetaria con Brasil no era para el corto plazo. Y que algún tipo de coordinación monetaria era algo imaginable entre dos economías exitosas: una Argentina recuperada y una economía brasileña con control en sus metas inflacionarias y en crecimiento. Un Mercosur así podría imaginarse sin rupturas. Si se piensa en un régimen monetario común, es en el largo plazo y entre dos economías exitosas.


    – Con la nueva política monetaria, ¿qué podría pasar con los contratos en dólares acordados con las empresas privatizadas?


    – Dentro de la transición puede imaginarse una reformulación según la canasta de monedas. Lo cual es sensato, dado que el peso y los salarios están ligados a la canasta, lo que menos variará es la canasta.


    – En los últimos diez años, en la Argentina casi no hubo ocasión de diseñar una política económica, porque el uso de la mayoría de los instrumentos estaba vedado por la existencia de reglas muy precisas. ¿Cavallo está buscando un retorno a la discrecionalidad?


    – Es difícil concebir un régimen sin reglas con algún grado de credibilidad importante en la Argentina. Este tipo de reglas fijó ciertas variables, como el tipo de cambio, cuando el dólar y el real fluctuaban. Ese grado de libertad que se había dejado de lado por razones muy comprensibles, faltaba. La Argentina no pudo porque no quiso y porque no podía utilizar el instrumento cambiario para absorber un shock. Entonces, el ajuste a un shock requiere algún grado de flexibilidad en algún instrumento de política económica o de variables endógenas del sistema. Si todo se fija en reglas, no hay respuesta a un shock. El arte es encontrar dónde son esenciales las reglas.


    – Entre las expectativas negativas, ¿no es más importante la posibilidad de que la Argentina no pueda honrar la deuda externa que una eventual devaluación?


    – Hay dos cuestiones. Una, referida al tipo de cambio. Y la otra, al riesgo país, que refleja dudas. Establecer una perspectiva de expansión en actividades transables, que permitan generar las divisas para atender los servicios de la deuda y sostener un nivel de demanda interna suficiente que, a su vez, genere la recaudación fiscal que hace falta, es el problema básico y está planteado. La apuesta del gobierno es que la Argentina tiene un camino de salida.


    – ¿Hay una salida fuera de la reprogramación de la deuda?


    – Hay un aspecto de solvencia y otro de liquidez. La reprogramación pura, esencialmente, es un rollover para resolver un tema de liquidez. La otra cuestión es proyectar una visión de mediano o largo plazo, que toma importancia en la Argentina, porque es la única manera de saber en qué mundo estamos parados. Por ejemplo, las exportaciones argentinas ¿podrán crecer 10% anual en los próximos cinco años? Si se dice que sí, hay un sendero posible donde las condiciones de solvencia empiezan a parecer más factibles, en cuyo caso se puede anunciar a los mercados que nuestros bonos no son los de un país insolvente. Si hay señales de recuperación en sectores transables, la refinanciación voluntaria es posible. Si esa señal no aparece, el problema no es reprogramar, sino la capacidad de repago a largo plazo.