Volver a pensar

    El enigmático progreso
    de los argentinos

    Por
    Mariano Grondona

    En 1971,
    el empuje y la creatividad de Julián Delgado y los tres cofundadores
    de la revista ­Sekiguchi, Borrini y Sarmiento­ coincidió
    con una nueva etapa en mi vida profesional. Poco tiempo antes había
    dejado mi columna en la revista Primera Plana, de donde veníamos
    con Julián Delgado y el equipo fundador de MERCADO. Cuando Julián
    me ofreció escribir en su nueva revista una columna similar a la
    de Primera Plana, acepté con entusiasmo.

    El país
    estaba ingresando en una de las décadas más negras de su
    historia. Habiéndose inclinado cada vez más por una dictadura
    vitalicia a la manera de Francisco Franco, en vez de una dictadura fundacional
    a la manera de Charles De Gaulle en la que otros pensábamos, Juan
    Carlos Onganía corría hacia su fin después del Cordobazo.
    Comenzaban tiempos turbulentos. El asesinato de Pedro Eugenio Aramburu
    y la aparición de Montoneros. La expansión de la violencia.
    La débil y caótica presidencia de Héctor Cámpora.
    El retorno triunfal pero fugaz del moribundo Juan Perón. La oscura
    influencia de José López Rega. La caída de Isabel
    Perón y la inauguración del septenato militar que la sucedería
    en medio de la represión indiscriminada hasta sucumbir en la guerra
    de Malvinas.

    El propio
    Julián sería una de las víctimas del clima de violencia
    de esa época, que también me llevó a otros periodistas
    amigos, entre ellos Rafael Perrota y Horacio Agulia.

    Ahora que
    revivo esa década terrible, me pregunto: ¿hoy estamos, acaso,
    peor? Y si no lo estamos, si hemos progresado desde entonces, ¿de
    dónde viene el pesimismo que embarga a los argentinos?

    De
    cero a tres

    Cuando un
    país cae en la violencia generalizada, vuelve al cero del caos
    originario. Este fue el pozo en el cual cayó la Argentina durante
    los años setenta. Cuando recupera sus instituciones pero es incapaz
    de tener una moneda en torno de la cual organizar su vida económica,
    un país sube del cero al uno. Esta fue la situación de la
    Argentina durante los años ochenta. Ya tenía instituciones
    democráticas. Todavía no tenía las bases mínimas
    del progreso económico y social. Pero, porque tenía instituciones
    firmes gracias a que había cesado el odio entre peronistas y antiperonistas,
    su crisis económica no se tradujo, como tantas otras veces, en
    inestabilidad política.

    En los años
    noventa la Argentina recuperó, además de la estabilidad
    política, la estabilidad monetaria. Su nota subió del cero
    al dos. Después de sesenta años de estancamiento, la economía
    volvió a crecer impetuosamente 6 % anual. Su nota, como país,
    subió del cero al tres. Si hoy la evaluara un observador imparcial,
    diría que en los treinta años de MERCADO, después
    de descender a los infiernos de la violencia, la inestabilidad política,
    la hiperinflación y el estancamiento económico, la Argentina
    está renaciendo de sus cenizas. Pero, disintiendo de ese hipotético
    observador, los argentinos vivimos presos del desaliento. ¿Cómo
    explicar este contraste?

    Cuatro
    y después

    Supongamos
    que un alumno, al dar examen, empieza tan mal que se expone al cero. Después,
    levanta el rendimiento. Al final, los profesores le ponen un tres. ¿Quedará
    contento por eso? Pero supongamos que los profesores, en vez de cerrar
    el examen con tres, le dan un tiempo más al alumno para levantar
    su nota. En su horizonte aparece la posibilidad del cuatro.

    La Argentina,
    que está renaciendo de los años setenta tiene todavía
    un tres porque, para alcanzar el cuatro, le falta atravesar un tramo donde
    la esperan tres tareas que aún no ha realizado. La primera, bajar
    el gasto público que se va en burocracia, partidismo y corrupción
    no sólo para equilibrar el Presupuesto y no seguir endeudándose
    sino también para que sea posible la segunda tarea: la creación
    no deficitaria de un blindaje social que, si se asienta entre nosotros,
    permitirá la tercera y decisiva tarea: la adquisición de
    la competitividad internacional, único camino para el crecimiento
    sostenido de nuestra economía. Ella no será posible sin
    una revolución empresarial, con cierre y creación de empresas
    y con pérdida y creación de empleos en gran escala, algo
    políticamente inviable sin blindaje social.

    Cuando la
    Argentina complete estas tareas, alcanzará un cuatro. A partir
    de ese aprobado, recién entonces iniciará la marcha hacia
    el cinco, el seis y más allá: hacia el desarrollo económico
    y social. Recién con el cuatro, los argentinos empezarán
    a ver una luz en el fondo del túnel de su larga transición.
    Se sentirán mejor. Recién entonces su estado de ánimo
    empezará a acercarse al juicio positivo que podría ofrecerles
    desde ahora un observador imparcial.

    Martínez de Hoz debe
    renunciar

    Por
    Juan Carlos de Pablo

    “No estoy
    dinamitando el Proceso de Reorganización Nacional, ni llevando
    al extremo mi sentido del humor, y mucho menos en busca de un incomprendido,
    maldecido y al mismo tiempo codiciado cargo público… Dadas las
    características del Proceso no sería difícil de imaginar
    que durante el último trimestre de 1980 y el primero de 1981 existiese
    una colaboración muy estrecha entre Martínez de Hoz y su
    sucesor… Pero esto tiene claros costos administrativos, anímicos
    para los participantes, y nada despreciables costos de interpretación
    por parte del sector privado… Existe una alternativa mejor: que cuando
    en octubre de 1980 la Junta Militar designe al nuevo presidente de la
    Nación, éste dé a conocer su ministro de economía,
    y en ese mismo instante Martínez de Hoz presente su renuncia, de
    modo que inmediatamente comience a actuar con plenos poderes el ministro
    de economía del próximo presidente”, escribí en MERCADO
    el 21 de agosto de 1980 (titulé la nota: “Martínez de Hoz
    debe renunciar”, pero el editor, prudente, prefirió titular: “¿Debe
    renunciar Martínez de Hoz?”).

    “A principios
    de diciembre de 1980, a pedido mío, el presidente Videla convocó
    a una reunión con el presidente electo Viola en Olivos. Propuse
    que estableciéramos un programa de transición… Viola pidió
    unos días para pensar la cuestión y luego contestó
    que Videla podía tomar las medidas que le pareciese oportuno hasta
    el 31 de marzo de 1981, pero que él no deseaba comprometerse con
    una política de transición, sino asumir el gobierno y adoptar
    una política propia recién entonces… Entonces le propuse
    a Videla que aceptase mi renuncia, y se designara a una persona sugerida
    por Viola… Videla no quiso aceptar mi renuncia. Tampoco fue aceptado
    que Videla dejara de ser presidente el 31 de diciembre de 1980”, contó
    Martínez de Hoz en Quince años después (Emecé,
    1991).

    Estuve relacionado
    con MERCADO desde el propio nacimiento de la revista (en la tapa de su
    número uno apareció José María Dagnino Pastore,
    entonces ministro de Economía, con el cual yo colaboraba), fui
    columnista frecuente, junto con Armando P. Ribas y Lorenzo J. Sigaut,
    durante sus dos primeros años de existencia, y regular ­alternando
    con Carlos S. Brignone­ a partir de 1976. Por eso recibí (y
    acepté) con mucha alegría la invitación a participar
    en el número 1.000 (todo un logro, en esta Argentina tan turbulenta).

    Del más
    de centenar de colaboraciones elegí reflexionar sobre la columna
    que acabo de citar, porque en el momento en que la escribí no estaba
    tan claro como ahora que como tomamos decisiones sobre la base de lo que
    creemos que va a pasar, en el plano económico las nuevas autoridades
    mandan desde el momento en que son electas, y no desde aquel en
    que ocupan formalmente sus cargos. Lo que ocurrió en nuestro país
    entre octubre de 1980 y marzo de 1981, conocido como la “transición
    Videla-Viola”, documentó este punto, así como el costo de
    ignorarlo, pero en el momento en que se publicó constituía
    una audacia de mi parte.

    Por eso
    me reconfortó leer las memorias de Martínez de Hoz, que
    también cito en estas líneas (¡qué bueno sería
    que más titulares de la cartera económica escribieran su
    versión de lo que les tocó vivir!). La renuncia anticipada
    no sólo no era una estupidez, sino que él buscó concretarla,
    aunque no pudo.

    Estimados
    amigos de MERCADO, para los próximos 1.000 números…¡ánimo!

    “Se avanzó muy poco
    en la reforma del Estado”

    Por Domingo
    Cavallo

    -En
    una entrevista que le hizo MERCADO en 1983, dijo que para reactivar la
    economía era necesaria “una solución política” generada
    por un gobierno que fuera “capaz de gobernar por consenso”. ¿Sigue
    pensando que para salir de la crisis hace falta el consenso político?

    -Sí,
    el consenso es importante para el establecimiento de reglas de juego en
    la economía. Se necesita que no sólo el gobierno tome buenas
    decisiones políticas, sino que el sector privado, enmarcado en
    esas reglas de juego, invierta de manera productiva y contribuya al crecimiento
    económico.

    -En
    aquel momento planteaba que había que “reconstruir las instituciones
    económicas básicas”. ¿Cree que se logró?

    -Sin dudas.
    Desde 1992 contamos con un presupuesto aprobado por el Congreso, antes
    de que se inicie el año calendario respectivo, y tenemos una ley
    de administración financiera y un régimen de control de
    la ejecución presupuestaria ejemplares. Este es un logro de la
    democracia argentina.

    -¿Cuál
    es su evaluación del Presupuesto 2001?

    -Buena,
    en términos de nivel absoluto de gastos. Tiene aspectos criticables
    en cuanto a las prioridades, pero es mejor que el del año pasado.
    Lo que falta ajustar son los presupuestos de las provincias. Por eso,
    es muy relevante el Pacto Federal Fiscal, que compromete a los gobiernos
    provinciales a controlar el nivel de gasto en los próximos cinco
    años.

    -A
    comienzos de la democracia advertía que las inversiones del Estado
    debían destinarse a actividades que aumentaran el ingreso de la
    población y el empleo. ¿Cómo cree que deberían
    reorientarse ahora?

    -Hoy casi
    no hay inversiones financiadas por dinero público porque se privatizaron
    las actividades que requieren fuertes inversiones, por lo que el Estado
    debería atender la infraestructura vial y de transporte, así
    como la relacionada con la educación y la salud.

    -También
    proponía reasignar los recursos al gasto social. ¿Cree que
    esto se concretó?

    -Sí,
    a partir de 1991. Al privatizarse las empresas públicas se dejó
    de financiar el déficit que tenían y las inversiones quedaron
    en manos del sector privado, por lo que se dispuso de muchos más
    recursos para el gasto social. El problema es que la eficiencia en su
    ejecución es todavía muy baja, básicamente por responsabilidad
    de los gobiernos locales. Porque casi todos los recursos para la educación,
    la salud, la Justicia y la seguridad se transfieren desde el Presupuesto
    nacional, o por coparticipación, hacia las provincias.

    -Entonces,
    ¿los fondos están pero no llegan?

    -Así
    es. Se avanzó muy poco en la reforma del Estado y en la focalización
    de los servicios sociales hacia los más necesitados, fundamentalmente
    por responsabilidad de los gobiernos provinciales.

    -En
    su opinión, ¿todavía está pendiente una reforma
    impositiva?

    -Sí,
    porque si bien se avanzó mucho a partir de 1991 con la creación
    de una mejor estructura tributaria y la eliminación de impuestos
    distorsivos, desde fines de 1996 se crearon nuevos gravámenes.
    Afortunadamente, para obtener el blindaje financiero el Gobierno empezó
    a bajar algunos de ellos. Pero hay que eliminar todos los impuestos distorsivos
    y avanzar hacia un sistema que no grave ni la mano de obra ni la inversión.
    También es prioritario combatir la evasión con una simplificación
    impositiva y con métodos más sencillos de administración
    tributaria.

    -¿Sigue
    considerando la reducción del IVA como una alternativa?

    -Sí,
    pero primero habría que generalizar la base de ese impuesto, eliminarlo
    de los bienes de capital y cerrar las vías de evasión.

    -Respecto
    de la deuda externa, en 1983 sugería una renegociación integral
    con los acreedores, a largo plazo. ¿Cómo ve el tema hoy?

    En
    los años ´91 y ´92 ya renegociamos la deuda en el contexto del
    Plan Brady, a plazos muy largos. Hoy no tenemos un problema de stock
    de deuda pero sí un nivel de tasa de interés muy elevado
    por la desconfianza que hubo y que todavía sigue existiendo respecto
    de la economía argentina.

    -¿La
    solución pasa entonces por la baja de la tasa de interés?

    -Sí.
    Hay que manejar bien la economía para que vuelva la confianza.
    Cuando el país pague entre 200 y 300 puntos básicos por
    arriba de la tasa de Estados Unidos, la deuda dejará de ser un
    problema.