En agosto de 1977 los directores y propietarios de MERCADO eran los prestigiosos periodistas Julián Delgado, Mario Sekiguchi, Rafael Sarmiento y Alberto Borrini. Ellos solicitaron a Mercados y Tendencias la realización de un estudio de opinión pública, que aparecería en el número aniversario de la revista. Por entonces, la Editorial Coyuntura, que publicaba MERCADO, realizaba la más importante reunión social del mundo de los negocios, que se llevaba a cabo en los salones del Plaza Hotel en agosto o septiembre de cada año y convocaba a destacados empresarios, periodistas, dirigentes políticos y personalidades del mundo de la cultura.
El estudio requerido estaba inspirado en una investigación que solía realizar la revista estadounidense US News & World Report, y que sustancialmente evaluaba a través de un sondeo quiénes eran, a juicio de la población, las personas e instituciones con mayor capacidad de influir en las decisiones trascendentes para el país.
En el caso de la Argentina, el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 había abolido las instituciones establecidas por la Constitución Nacional y en el vértice del poder imperaba la Junta de Comandantes, integrada por las máximas autoridades del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. El jefe de ese organismo, con su correspondiente gabinete de ministros, ejercía la presidencia de la Nación.
La representación simbólica de la estructura de poder se plasmaba en las actas institucionales del llamado Proceso de Reorganización Nacional. Pero la realidad no operaba como un espejo. El poder estaba en disputa y ciertos funcionarios civiles del gobierno eran percibidos por la gente como más poderosos e influyentes que los líderes militares. Se advertía también que a pocos meses de iniciada la gestión existía ya una intensa aunque solapada disputa por la ocupación de los principales espacios de decisión, de la que participaban cada una de las Fuerzas Armadas y sus respectivos equipos civiles.
Finalizada la investigación, analizados sus resultados y preparado el informe final con las principales conclusiones, un día de semana a eso de las 11 de la mañana, tomé contacto telefónico con la dirección de la revista. Conversamos sobre los resultados más salientes del trabajo, fui consultado acerca de si había ofrecido alguna dificultad destacable, a lo que respondí que no, y añadí que los entrevistados habían manifestado su deseo de mantener el anonimato, lo que era propio de una investigación de mercado, donde interesa lo que una persona representa y no quién es. Por otra parte, se trataba de sentimientos y sensaciones muy comprensibles si se consideran las circunstancias de la época.
Consulté, a mi vez, si querían que preparásemos algunos gráficos de los principales cuadros, a los efectos de tornar más atractiva la presentación de la información. Se me respondió que sí y, entre otras cosas, acordamos el envío de los cuadros estadísticos y el anticipo del informe final, para que la redacción pudiese encarar su elaboración periodística.
No habían transcurrido dos horas desde que se produjo el envío, cuando recibimos un llamado. Era uno de los directores de la publicación, quien con tono preocupado nos invitó a acudir con urgencia a una reunión en la editorial. Allí estuvieron Sarmiento, Borrini, de a ratos los otros directores, y por Mercados y Tendencias, Fermín Alfonso y el que suscribe. Se nos comunicó, entonces, que se había recibido una llamada efectuada desde la Secretaría de Información Pública de la Presidencia de la Nación por un oficial de la Armada, en la que se señalaba que en nuestra investigación se estaba informando de un resultado inadmisible.
El comentario aludía a un ranking que medía la capacidad de influir que los consultados le atribuían a un listado de personalidades de la época y que era encabezado por Jorge Rafael Videla, mientras que el entonces ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, ocupaba el segundo lugar y el comandante en Jefe de la Armada, Emilio Massera, el tercero. Se ponía así en evidencia la estrecha visión de quienes detentaban el poder, incapaces de aceptar que la percepción pública estableciera un orden en el cual un civil estuviese por encima de un jefe militar.
La inquietud que se había generado entre los periodistas estaba relacionada con las posibles consecuencias que se derivarían de la publicación del material. Se nos preguntó si era posible que se hubiese cometido algún error y se nos solicitó que volviéramos a verificar el trabajo, a efectos de tener la máxima seguridad de que el resultado fuese el correcto. Nos despedimos con el compromiso de repetir el control y de mantenernos en contacto.
De regreso a la oficina conversamos en el taxi sobre lo ocurrido y arribamos a la conclusión de que teníamos los teléfonos intervenidos, ya que no existía otra explicación sobre lo sucedido. Durante el viaje decidimos también que, además de chequear las respuestas a la pregunta correspondiente, pondríamos a buen recaudo los cuestionarios, puesto que eran la base material de la información que debíamos proteger, tanto como la identidad de las personas cuyo anonimato nos habíamos comprometido a garantizar. Como es sabido, el nombre, la dirección y los demás datos constan en los cabezales de cada uno de los cuestionarios.
Al cabo de un par de horas llegó a nuestra mesa de trabajo el informe con el nuevo procesamiento requerido, en el que se repetían los resultados. Ese mismo día se produjo un nuevo encuentro con los directores de MERCADO, en el que se dialogó acerca de los escenarios posibles. Nuestro punto de vista era claro: sólo íbamos a firmar lo que surgía de la investigación. La posición de los responsables de la revista fue coincidente: la preparación del número seguiría adelante y el sondeo se publicaría sin recortes de ninguna naturaleza. Así fue.
Veinte días después, durante la fiesta en el Plaza Hotel, en cuya entrada se les entregaba a los invitados VIP un ejemplar de MERCADO, con la presencia de los integrantes de la Junta y de los miembros civiles del gobierno, y mientras se compartían saludos y canapés, cruzamos miradas con Borrini y Sarmiento. Con alivio, experimentamos la sensación de que el incidente no había pasado a mayores.