Para verse mejor

    Inés terminó a media mañana de ejercitar sus músculos en el minigimnasio de su casa. Hace poco más de dos semanas se hizo su primer lifting y su plan de rejuvenecimiento incluye ahora un almuerzo liviano, rico en minerales y vitaminas. En realidad, fue culpa del oftalmólogo que decidiera, por fin, entregarse a las virtudes de la cirugía estética. La operación de cataratas le devolvió la vista y las ganas de verse mejor. Todavía recuerda esa tarde en que poco después de su cumpleaños número 95 exclamó frente al espejo: “¡Yo no puedo morirme con estas arrugas!”. La historia de Inés, contada por un prestigioso cirujano plástico argentino, podría resumir en una sola persona el deseo generalizado de consagrarse a la belleza del cuerpo y a la eterna juventud.


    Si bien a fines de los ´60 empezaron a practicarse operaciones que tenían como único objetivo la mejora de la imagen estética ­las primeras prótesis mamarias se colocaron en la Argentina alrededor de 1968­ la democratización de la cirugía llegaría recién a partir de la década de los ´90. La disminución de los costos de internación, el avance de las técnicas quirúrgicas y, ante todo, la competencia médica cada vez más fuerte, contribuyeron en pocos años a bajar ostensiblemente el precio de las intervenciones y a aumentar la demanda. A principios de los años ´80 un rejuvenecimiento facial podía costar hasta US$ 30.000. Hoy el lifting ronda los US$ 4.000.


    Según datos extraoficiales, el negocio de las cirugías estéticas movería actualmente alrededor de US$ 200 millones por año. “Hace unos años era una elite la que se operaba. Ahora nos visita mucha gente de clase media que juntó sus ahorros y que puede acceder a una cirugía a bajo costo. No se pueden cobrar los precios abusivos de antes solamente porque el paciente es privado”, explica Jorge Pedro, titular de la división de cirugía plástica del Hospital de Clínicas. Son varios los hospitales públicos que ofrecen la posibilidad de acceder a una estética con sólo pagar un bono para la cooperadora o un arancel muy bajo. El único requisito es tener paciencia, porque a veces hay lista de espera de uno o dos años.


    No todo lo que brilla es oro


    Claro que, junto a la masificación de las cirugías y la pérdida del miedo al bisturí, aparecieron algunas controversias. Las clínicas privadas especializadas en estética empezaron a reproducirse como hongos, y cayeron en la tentación de tratar al paciente como a un cliente más del mercado cosmético. Las promesas mágicas se derrumbaron ante las denuncias por mala praxis, y se empezaron a cuestionar los efectos colaterales de los implantes corporales.


    “Muchas mujeres todavía creen que esto es como ir a la peluquería. Este es un tratamiento quirúrgico ­asegura Pedro­. La desmitificación de las cirugías tiene que ir de la mano de un trabajo médico serio. Hay que operar en sanatorios y no en clínicas, que no tienen el equipamiento necesario para cualquier urgencia.”


    A pesar de las advertencias, la obsesión de algunas mujeres por emular las siluetas anoréxicas de las modelos o copiar las curvas perfectas y el rostro inmortal de vedettes y estrellas del espectáculo creció hasta convertirse en una moda de largo plazo.


    Pero el deseo no es exclusivamente femenino. Los hombres se animaron en los últimos años ­aunque ellos todavía lo ocultan­ a complementar la habitual cirugía de nariz con el implante capilar, la lipoaspiración del bajo abdomen ­el problemático salvavidas­, la eliminación de las bolsas de los ojos y, con gran éxito, el achicamiento o la puesta en su lugar de los pechos. Pedro desliza que, en general, los hombres que piden un rejuvenecimiento facial tienen a su lado parejas más jóvenes.


    Paradójicamente, la adoración por la apariencia vino acompañada, en el nuevo siglo, por la acumulación de varios males urbanos que pusieron en jaque la integridad del cuerpo y su ideal de belleza: la obesidad, el estrés laboral, la hipertensión, las cardiopatías, la diabetes.


    Según Alberto Cormillot, director del Instituto Argentino de Nutrición, el colesterol alto afectaría a 44% de los argentinos de entre 40 y 60 años, la obesidad a 40% y la presión alta y la diabetes a 17%.


    “En los últimos 30 años aumentó considerablemente el consumo de grasas ­asegura Cormillot­. Las familias dejaron de cocinar y de comer en el hogar. Y este hábito es perjudicial desde el punto de vista nutritivo. La comida casera tiene 30% de grasa, mientras la que se pide por delivery suele alcanzar a 40%. Yo creo, además, que al igual que las tabacaleras, los fast food van a tener que hacer frente a varios juicios por ser uno de los principales causantes de la epidemia de obesidad.”


    Sanos pero, sobre todo, lindos


    A pesar de la tendencia a fomentar una alimentación para la salud, Cormillot asegura que los argentinos todavía están preocupados, únicamente, por sacarse de encima los kilos de más que empeoran su imagen. Ayudados ahora por los personal trainers, complementan los fierros del gimnasio con la dieta mágica de turno, ya sea la de la sopa de repollo, la de la luna o la de los astronautas.


    La difusión del spa, siglas italianas de Salute Per l´Acqua (salud por el agua), ha sido en esta última década otro de los intentos de crear un reducto exclusivo para librarse en pocos días de los malos tratos de la ciudad y recuperar el sentimiento de bienestar. Con la idea original de aprovechar los poderes curativos del agua, los actuales spa urbanos o turísticos diseñaron poco a poco diferentes programas semanales o diarios de desintoxicación alimenticia, masajes, técnicas de relajación y actividad física.


    “Uno ha perdido las costumbres sanas. La mala alimentación, el sedentarismo, el descanso inadecuado hacen que uno se sature y se enferme. Y la enfermedad no se traduce sólo en un problema coronario, significa también contractura de espalda, dificultad para concentrarse o dolor de cabeza”, explica Vivian Sanz, directora médica del spa de mar Torres de Manantiales, especializado en talasoterapia, es decir en el uso terapéutico del agua de mar.


    Si bien en un principio se ofrecían principalmente rutinas de reducción de peso y relajación física, en Torres de Manantiales se llevan a cabo, desde hace un tiempo, distintas actividades relacionadas con la meditación y el bienestar espiritual. “Hoy en día es necesario estimular el hemisferio derecho del cerebro, aquel que está ligado con las emociones”, señala Sanz. Según la directora médica, detrás del concepto de spa se esconde el deseo de encontrar el momento adecuado para disfrutar del cuidado del cuerpo. Es que detrás del culto a la belleza y las apariencias, una gran mayoría busca un poco de mimos.