Con las Experiencias de 1967 y 1968 en el Centro de Artes Visuales del Instituto Torcuato di Tella, se cierran las puertas de un ciclo y se inicia otro momento diferente: es el conceptualismo, que el Grupo Cayc Jacques Bedel, Luis Benedit, Víctor Grippo, Leopoldo Maler, Alfredo Portillos, Clorindo Testa, y el autor de este texto desarrolla y afianza a partir de 1971.
El conceptualismo supuso una revisión del arte y de sus funciones, hasta el punto que, superada ya la etapa “clásica” de la tendencia, a mediados de la década de los ´70, penetrará en la conciencia estética de nuestro tiempo como elemento indisociable de la creación, en la centuria. Por el neoconceptualismo incursionaron también en los ´70, David Lamelas, Lea Lublin, Marta Minujín y Oscar Bony.
Otros artistas, como Roberto Elía, Alfredo Prior, Armando Rearte y Horacio Zabala también participaron en esta tendencia, durante esa década. A partir de los ´80, el neoconceptualismo, que no desecha el objeto de arte y se vale nuevamente de la pintura, reelabora muchas de las propuestas de la tendencia original, empezando por la identificación obra-pensamiento, y siguiendo con las investigaciones lingüísticas, la indagación de los medios masivos, la cultura popular, los significados históricos, las teorías de la representación y las ideologías.
Algunos de los artistas jóvenes más significativos de los ´90 son Marta Ares, Manuel Esnoz, Sebastián Gordín, Miguel Harte, Jorge Macchi, Juan Paparella, Marcelo Pombo, Silvia Rivas.
El conceptualismo inauguró el discurso artístico que ejemplificó las contradicciones de la modernidad y desarrolló, a la vez, nuevos caminos para la indagación sobre el arte y sus funciones. Es evidente que, desde entonces, todo arte es ineludiblemente posconceptual.
La huella, entre otros, se encuentra en la mayoría de las obras de la post-escultura y de la pospintura de los ´80. Es probable que en esos años haya comenzado a gestarse una nueva actitud artística que hoy más allá de diferencias formales evidentes se manifiesta plenamente en los ´90, con el afianzamiento de la diversidad, la emergencia del “otro” y el eclecticismo, propio de la sociedad massmediática.
En la última década del siglo siguen operando el arte del concepto, el minimalismo y el pop. La alianza del arte y la tecnología ha continuado avanzando con el arte digital, el videoarte y el infoarte, unidos en experiencias comunes. Las performances persisten y las instalaciones se multiplican.
Cesantes las vanguardias y su obsesión por lo nuevo y por la ruptura con la ruptura en que había terminado la modernidad, los artistas recobran los estilos históricos y sus expresiones estéticas son dominadas por los neos de la posmodernidad.
Lo que se ha categorizado como Cultura de lo Surreal, es decir una cultura de lo precolombino y onírico que deposita su confianza en el poder realizador de la imaginación, estuvo representada en los ´70 por artistas como Eduardo Audivert, Silvina Benguria, Liliana Porter, Emilio Renart y, en la década posterior, por Ernesto Bertani, Juan Doffo, Hernán Dompé, Eduardo Médici, Héctor Médici, Osvaldo Monzo.
En los ´90, Sergio Bazán, Dino Bruzzone, Marina De Caro, María Finocchietti, Víctor Florido, Silvia Gai, Daniel García, Santiago García Sáenz, Jorge Garnica, Eduardo Hoffmann, Luis Lindner, Fabián Marcacchio, Andrea Ostera, Paula Socolovsky, Santiago Spinosa, Román Vitali.
En cuanto a la neoabstracción de los ´90, se vio enriquecida con los aportes de Ernesto Ballesteros, Fabián Burgos, Fernando Cánovas, Marcela Gásperi, Gumier Maier, Graciela Hasper, Magdalena Jitrik, Fabio Kacero, Juan Lecuona, Roberto Scafidi, Pablo Siquier.
La Figuración Crítica, que asoma a finales de la década de los ´70, con la Posfiguración, estuvo integrada por Jorge Alvaro, Diana Dowek, Elsa Soibelman y los escultores Norberto Gómez y Alberto Heredia. También participaron artistas como Carlos Gorriarena y Pablo Suárez. Esta tendencia se consolida en los ´80, con la Nueva Imagen Argentina: Remo Bianchedi, Ana Eckell, Fernando Fazzolari y Gustavo López Armentía, entre otros.
El retorno a la pintura se realiza a través de una figuración que no sólo es otra, como señalaba Luis Felipe Noé en 1961: es ya, también una figuración crítica, investigadora del conocimiento, de la realidad y, al mismo tiempo, en términos estéticos, recodificadora de los lenguajes internacionales en función de un testimonio regionalista, de índole social. Al pensar y teorizar acerca de la Posfiguración, señalamos en 1979: “A diferencia del Pop Art, el discurso posfigurativo acude a la descripción de la realidad como un medio no como un fin”; “no sustrae al individuo de sus planteos sino que lo incluye”.
La Figuración Crítica se fortalece en los ´90 con la obra de jóvenes artistas, como Carolina Antoniadis, Enrique Burone Risso, Marta Cali, Andrés Compagnucci, Nicola Costantino, Martín Di Girolamo, Diego Gravinese, Gabriel Mirocznyk, Marcela Mouján, Karina Peisajovich, Marcia Schvartz, Marcelo Torreta, entre otros.
La situación del mundo, vista desde la sociedad argentina y desde una perspectiva regionalista, es el tema coincidente de pintores y escultores.
Pero no sólo están en discusión ese mundo y esa realidad: consumismo, pérdida de identidad urbana, dominio de los medios de comunicación y la publicidad, masificación regimentada, aniquilamiento del espacio público, soledad y violencia.
Una nueva ola de pintores se suma en los ´90, a aquella vuelta a la pintura iniciada por la generación anterior, pero es preciso anotar que aportan variantes y códigos propios. Ante todo, un desconfinamiento del arte mismo, que traspone límites y géneros; además, el uso de técnicas y materiales vinculados con otras vías de comunicación, como la publicidad, y otros ámbitos sociales; la cita del mundo de las imágenes electrónicas, del tubo de rayos catódicos y las computadoras; la continua referencia satírica a las modalidades y emblemas del consumo de masas; y por último, un sutil espíritu lúdico, que suele cubrir con su manto amargas reflexiones acerca de la actualidad.
El desplazamiento hacia nuevas formas y maneras, que sustentan la idea del cambio incesante de paradigmas, de la fugacidad de las realizaciones estéticas, lo que no supone tomar distancia de los presupuestos básicos del arte como agente social, ni del artista como intérprete de su tiempo. En verdad, se trata de una ruptura más con los viejos dogmas acerca de la unidad y la perdurabilidad de la obra.
La década de los ´90 ha visto crecer y afirmarse a la exploración electrónica y/o digital, en distintas modalidades. Los artistas han logrado un nuevo y enriquecedor acercamiento con el espectador, un diálogo interactivo que convierte al destinatario en participante esencial.
No hay artista casi que no esté familiarizado con las posibilidades ilimitadas de la computadora, tanto como sistema de ayuda para la creación tradicional, y la difusión de las obras así realizadas, como en funciones de sistema creativo autónomo, abierto a la producción de imágenes singulares, exclusivas, independientes.