Según una definición, el arte imita a la vida. Pero Pepe ex Pepito Cibrián decidió hace 30 años invertir los términos, y con su propia historia personal escribió la de la comedia musical argentina. “Cuando empecé mi carrera, a los 18 años, quería ser actor pero tuve la sensación de que nunca iba a ser famoso, de que, con suerte, sería uno más. Y juro que no me gusta ser uno más. Cuando siendo muy chico me crucé con la versión de Mi bella dama que hiciera mi padre, un clic interior me empezó a llevar por el camino de la comedia musical. Ni bien debuté con Aquí no podemos hacerlo, tomé la decisión de que si no me iba bien, me retiraba. Pondría el restaurante más divertido o la librería más popular pero algo exitoso iba a hacer”.
La vocación de Pepe Cibrián y la historia de la comedia musical venían desde antes pero se encontraron, como raras paralelas que se cruzan, en el fracaso: “A la primera función de Aquí… no fue nadie y siguió tan mal que pensamos que íbamos a bajar de cartel. A las 20, en ese mismo teatro, El zoo de cristal, con Oscar Martínez y Luisina Brando, llenaba todos los días, y nosotros, a función seguida, no llevábamos a nadie. Por supuesto, tampoco habían salido críticas aunque los críticos habían ido. A las dos semanas se publicaron en el diario La Opinión dos páginas con opiniones enfrentadas, una firmada por Aníbal Vinelli y otra por Daniel López. Al día siguiente llenamos, y fue un éxito. Por supuesto, no puse el restaurante”.
Los dos hijos varones de Ana María Campoy y Pepe Cibrián evitaron la profesión de actor, sólo por seguir el camino del éxito. Roberto, el menor, es hoy un consagrado hombre de negocios de Internet, y Pepe, a los 52 años, sigue escribiendo la historia de la comedia musical argentina que comenzó un día de 1971, cuando Universexus subió a escena.
-¿Contra qué molinos de viento tuvo que enfrentarse en la prehistoria de su carrera?
-Yo he hecho todo a contrapelo en este maravilloso país y creo que mi única gran habilidad es haber sido un laburador cabeza dura que supo adaptarse a todo lo que no tenía: no tenía plata, ni teatro, ni actores, ni público. Es decir, no tenía nada de acuerdo con los parámetros de los musicales que se veían en el mundo. Eran tantos los obstáculos que ni siquiera me hubiera animado a soñar con el Luna Park o con que algún día trabajaría con Chita Rivera. Lo más difícil en aquella época era lograr hacer algo en un teatro céntrico, de esos a los que sólo llegaban los consagrados como Antonio Gasalla, Enrique Pinti, Carlos Perciavalle o Edda Díaz, pero no yo. Había que pelear por lugares chiquitos como el IFT o conseguir el ABC, una salita para 40 personas que cuando se llenaba con 10 ya era un milagro. Y esperar el primer día en que fuera un crítico. Era una época muy fascinante.
-¿Cuándo cambió esa situación?
-Para mí, desde Drácula. Yo me pasé muchos años luchando contra un género desvalorizado y desconocido, empujando a los productores y al público, imponiendo una disciplina desconocida hasta ese momento para actores y músicos, insistiendo y logrando éxitos como Aquí no podemos hacerlo o Calígula, que me dieron una pequeña trascendencia pero no la masividad de un Drácula.
-¿Cómo llegó el musical al auge actual?
-Hay varios factores, como el hecho de que exista un Alejandro Romay, que construye teatros y al que no le cuesta nada perder plata porque la tiene. Produce musicales o lo que sea y si necesita 32 actores, contrata a 66 y les paga el día antes de la fecha de cobro. Es un señor de una seriedad absoluta, con el que se puede estar o no de acuerdo pero de quien no se puede decir que haya dependido de tal o cual gobierno o de algún favor especial. Tito Lectoure es igual, hace todo a pulmón: él saca sus dineritos de sus cuentas para poner en sus obras y no importa el momento político ni nada. Ellos se suman a una circunstancia actual, que ojalá dure mucho tiempo, que es la del dólar barato. Ahora, las empresas pueden cobrar una entrada a US$ 30 o 40, pero cuando yo estrené Drácula, en enero del ´92, una entrada costaba US$ 1. Yo y mi chica, una obra protagonizada por Víctor Laplace en el ´87, llenaba el Astral todos los días y, a pesar de eso, la empresa mexicana que la producía se tuvo que ir porque no alcanzaba a cubrir los gastos. Sin embargo, no creo que esto tenga un futuro demasiado largo, desgraciadamente. Ojalá Romay y Lectoure vivan muchos años porque seguramente gracias a ellos seguirá habiendo musicales, pero este género es muy costoso así como ellos lo hacen. Yo creo que Romay, aun llenando todo el año pasado con Mi bella dama, ha perdido plata. Con El jorobado de París, Lectoure invirtió tanto dinero que no sé cuántas entradas deberían haberse vendido sólo para recuperarlo. Pero ellos lo hacen porque les produce placer y ojalá puedan seguir dándose el gusto.
-Dicen que lo más difícil de encontrar para los musicales son esos actores que canten, bailen, atrapen y reúnan tantos otros requisitos. ¿Qué encontró cuando empezó y qué fue dejando en este largo camino?
-Cuando empecé había una generación de actores muy entrenados para la comedia musical: Alfredo Barbieri, Gogó Andreu, toda gente del varieté, como Dringue Farías, que compuso un antológico padre de Elisa Doolittle (Mi bella dama). Pero esa generación y su continuidad se perdió porque también se perdió el teatro de revista. Después, conmigo trabajaron Ana María Cores, Cecilia Rosetto, Patricia Etchegoyen, Divina Gloria, César Pierry, Ana Acosta y otros tantos que no tuvieron, tal vez, la oportunidad de llegar a ser famosos. En estos años me he encontrado con gente fantástica y creo que esto ha ocurrido porque he tenido buen ojo, no solamente para ver el talento sino un algo más que hace que la convivencia resulte tranquila y agradable. Por eso me pasan cosas como volver a trabajar ahora con Juan Rodó después de diez años y encontrarme con ese mismo chico ingenuo, simpático y divertidísimo que, como siempre, ayuda a poner las luces o el escenario sin creerse jamás el protagónico. No subo a mi barco a marineros que no se banquen la idea de que habrá que pasar tormentas, y tal vez por eso yo me divierto tanto con mi gente. Y también, por esto, cuando vino el director de Cats a ver Drácula, me preguntó: “Pepe, ¿dónde conseguís esta sangre?” Y le contesté que es este país, que tiene algo mágico.
-¿Quiénes son sus herederos?
-Muchas veces me pregunté por qué no hay otros Pepe, incluso mejores, y pienso que no ha surgido gente que haya querido remar. Muchas veces me dicen que yo ya estoy acostumbrado al éxito y no es verdad, estoy más acostumbrado al fracaso: uno siente el fracaso como no siente 60 puntos de rating. Es muy difícil este género pero ahora, aquellos que lo intentan y no lo consiguen, creo que se equivocan porque piensan que lo primero es hacer un Luna Park. Yo me pasé muchos años de mi vida no sólo sin pisar el Luna Park sino ni siquiera la calle Corrientes.
-¿Qué va a hacer los próximos 30 años?
-Me imagino haciendo un teatro de menos producción, abriendo espacios no ortodoxos o volviendo a ellos, enseñando. A veces pienso en irme a otro lugar, pero trabajé toda mi vida sólo para tener alguna fama, ir por la calle y que la gente me reconozca por mi trabajo y me diga cosas que me conmueven el alma, que me griten bravo. No hay nada que me guste más que eso. Este es mi país y aquí es donde me conocen.
|