“El país agropecuario está desapareciendo”

    “Hay un chiste que circulaba en mi profesión hace treinta años y creo que puede ayudar a contrastar épocas. Un señor con dinero quiere asegurar el destino de sus tres hijos. A uno le financia la carrera de abogado, al otro la de ingeniería y al tercero, que es medio bruto, le compra un campo”. Horacio Giberti se ríe en su semipiso a la calle del porteño barrio de Caballito. Después escucha las preguntas con solemnidad y las responde como un profesor severo. Vuelve a la anécdota. “Verdaderamente era así, no se necesitaban muchas luces para manejar un campo”. El ingeniero agrónomo Giberti dice que nunca tuvo tierra más que en los zapatos, que ni siquiera se le ocurrió tener su explotación, pero que ha vivido toda la vida de analizar la geografía económica argentina. A los ochenta y tres años su retiro es activo porque continúa formándose, leyendo y opinando. Fue director del Inta (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) durante el gobierno de Arturo Frondizi y secretario de Agricultura en el período de José Ber Gelbard. Horacio Giberti, casado, con hijos, nietos y mucha experiencia, dialoga con MERCADO.


    -O sea que la clave para entender los últimos años fue la revolución de la técnica.


    Exactamente, el cambio más revolucionario que ha experimentado el campo ha sido el tecnológico. Antes, los censos en los campos se hacían preguntando a los chacareros si sabían leer y escribir. Hoy se les pregunta si tienen el secundario terminado.


    -Usted fue durante treinta años corresponsal de The review of the River Plate. Si hoy tuviera que darles a sus lectores británicos un panorama del campo argentino, ¿qué les diría?


    Que tenemos dos países agropecuarios y que la Argentina no es el país más privilegiado del mundo. Tres cuartas partes de la Argentina son áridas y poco aptas para la producción agropecuaria. La otra cuarta parte es la región pampeana y de ella vive el resto del país. Les diría que una política racional debe tender a la redistribución y que la región pampeana debe aportar para que el resto del país se pueda desarrollar. Diría también que el proceso de achicar la mano de obra en el campo es un proceso lógico pero que aquí se ha vuelto patológico porque no mide las consecuencias sociales.


    -Las entidades ruralistas están en pie de guerra ahora, tal vez como nunca.


    Cuando se produjo la desregulación todas las entidades aplaudieron alborozadas la libertad de comercio, y ahora piden que se regule. Pero claro, la gente está muy endeudada, con problemas de productividad y con muchos costos fijos que hacen de la explotación agropecuaria una inversión de riesgo. Cuando yo empecé mi carrera agronómica los costos de producción eran bolsa e hilo. Ahora una cosecha con rinde bajo pone a cualquiera que no tenga resto financiero al borde de no poder cumplir con su deuda. Antes, una mala cosecha podía postergar un pago al almacenero; actualmente se le debe a un banco. Por eso también aumentó la concentración de la explotación.


    -Con el consiguiente engorde de los índices de desocupación.


    Pero no sólo. Es un tipo de explotación que no compra ni vende en el lugar. Hablemos de ciudades como Pergamino o Chacabuco. Las compras las hace la Casa Central que, como las hace en volumen, le sale más barato. Entonces no mueve el comercio local. Como ocupa poca gente, esa poca gente consume poco y, además, son peones de menor poder adquisitivo, porque los más calificados son movilizados por la gran empresa. Pergamino había llegado a generar empresas como Annan de Pergamino que era de proyección nacional y hoy hay vigilantes patrullando las calles.


    -Dado que el país está fuera de la carrera tecnológica y tiene mala competitividad industrial, ¿es imaginable que el campo, pese a todo, pueda volver a traccionar al resto de la economía?


    No, ni remotamente. Hay, además, un proceso agudo de interconexión de los sectores económicos. El sector agropecuario ocupa 6% de la población económicamente activa. Por otra parte, cada vez se tiende más a no exportar el producto primario y eso requiere industrialización. En una lata de tomate valen más la lata y el valor agregado que el tomate. Si no tenemos eso regalamos toda la ventaja competitiva del sector pampeano. De qué vale producir trigo muy barato si lo encarecemos terriblemente cuando queremos producir cosas con él. No es posible mantener una población económicamente activa con una base agropecuaria. Además, esto ya se sabe desde la época de (Raúl) Prebisch: los precios agropecuarios tienden a bajar y el resto de los precios de la economía a subir.


    -Ese bache se corrige aumentando la productividad, y en ese sentido es grande el favor que prestan las semillas transgénicas. ¿Qué opina de su utilización?


    Creo que a la técnica hay que recibirla con alborozo pero entendiendo que puede tener graves consecuencias. El chacarero, entre morirse de hambre y ganar plata, no tiene que pensarlo mucho; además, él no consume esa soja transgénica que produce. La produce a menor costo, y eso lo vuelve muy competitivo. El que no la usa queda fuera del mercado. Mientras los chacareros hacen su negocio, el Estado debería estudiar los eventuales efectos cancerígenos acumulativos por vía de sus instituciones científicas, y celebrar acuerdos internacionales para limitar su explotación.


    -¿Y qué pasa con las explotaciones agrícolas de la zona no pampeana, donde hay que domesticar la naturaleza?


    Hay gente en la zona no pampeana que no sabe dónde termina su campo. Esa gente no ha pensado en el menor adelanto tecnológico porque cómo va a invertir dinero en algo cuyos límites no conoce. Tienen que salir a competir y demostrar eficiencia o morirse de hambre. Por eso se necesita que el Inta vuelva a ser lo que era. Ahora se está produciendo un modelo de pampeanización, que consiste en que grandes empresas adquieren grandes extensiones y producen con el modelo pampeano. Esas áreas no pampeanas producían con más mano de obra, pero la pampeanización hace que se produzca trigo, que demanda menos trabajo y que a la gran explotación le resulta cómodo.


    -Igual que el caso del poroto en Salta.


    Ese es un caso extremo y grave. Empieza a haber empresas que compran grandes extensiones de tierra semiárida. Compran 5.000 hectáreas a precios ínfimos y van desmontando y sembrando poroto de a 300 hectáreas por año. A los diez años multiplicaron varias veces el capital con el que se iniciaron, pero dejan un desierto detrás que no se recupera ni en 100 años. Desde el punto de vista social es un desastre y está ocurriendo. Este gran adelanto del poroto no significó ningún adelanto para los agricultores salteños. Están igual o peor.


    -¿Cuáles diría que han sido los cambios fundamentales en el campo en los últimos 30 años?


    Hubo un retroceso en las áreas no pampeanas y un aumento en las áreas pampeanas de producción. Un gran cambio en la forma de producción y un profundo cambio en la estructura social. El país agropecuario, midiéndolo por los indicadores sociales y no por los volúmenes generales ni por los niveles de producción, está desapareciendo. Hay un cambio técnico que hace pensar que el viejo chacarero rutinario no tiene cabida, y que un ingeniero agrónomo, en cambio, tiene un lugar que no tenía 30 años atrás. Un chacarero ya no puede decir: “Yo lo sé porque lo hice toda la vida”.