-¿El miedo al sida ha conducido a la práctica del sexo seguro?
-El miedo remitió un poco, porque las cosas se naturalizan. En cuanto al sexo seguro, hay una fortísima resistencia a usar preservativo por parte de los varones, sobre todo entre los que tienen 50 años o más. Y no sólo por aquello de que “no se siente tanto con esto”, sino también por una especie de sensación subjetiva de que hay una impotentización producida por el preservativo. El cambio viene por parte de los jóvenes, que de alguna manera ingresaron a la sexualidad con este fantasma terrorífico: hay lo que se llama una erotización del uso del preservativo, hacer de ello una fiesta, un juego.
-Más allá de la prevención del sida y del miedo, el espacio que se ganó desde la década del ´60 en el ámbito de la sexualidad ¿está efectivamente ampliado?
–Sin duda está ganado. Si algo fuerte ocurrió en estos treinta años es que la dimensión del placer en lo sexual ganó terreno ampliamente en relación con el sexo como sinónimo de reproducción, que es la narrativa de la Iglesia o de los espíritus más conservadores. Sólo que el momento de mayor placer está cruzado por la muerte. No podemos desestimar ese hecho, que en determinadas narrativas conservadoras también volvió a impulsar la idea de la monogamia, que en cierto modo había quedado un poco desestimada, o demodé, en el sentido de que el objetivo fundamental era la consecución de placer.
-¿Qué papel cumplió la píldora anticonceptiva en el tan meneado cambio en el papel de las mujeres?
-Con la irrupción de la píldora, que liberó la dimensión placentera de la sexualidad, sobrevino paralelamente una revolución erótica en las mujeres. Esto fue verdaderamente importante, porque de ser un objeto de la sexualidad de otro, las mujeres pasaron a ser sujetos plenos en busca de su propia sexualidad. Ahora el hombre se encuentra con una mujer que es su par, sexual, político. Es un sujeto, no un objeto, dice que sí, dice que no.
-¿En qué otros aspectos se modificó la relación entre hombres y mujeres?
–Históricamente las mujeres estuvieron como encargadas de los afectos, de los cuidados y de los vínculos. Pero esto es una construcción social. No hay nada particular en la mujer, salvo las tetas para amamantar a su descendencia, que las haga más aptas para esa función; sin embargo esa construcción, que es histórica y social, es percibida como natural. Tenemos que volver a darnos cuenta de que lo que creemos que son esencias, son en realidad construcciones históricas, distintas según los tiempos. No obstante, el formato que armó la modernidad es que las mujeres son del adentro y los hombres del afuera. Las mujeres son las que reproducen hijos, familia, y los hombres son los que producen bienes y traen el dinero. Hoy las mujeres acceden a espacios tradicionalmente valorados, la universidad, la empresa, el trabajo, la calle, los lugares de decisión. En cambio los hombres deberíamos acceder a los espacios que están menos valorados, como criar un bebé, como hacer las cosas de la casa, como ingresar un poco más al mundo de lo doméstico.
-Suele decirse que estos cambios producen problemas de identidad en hombres y mujeres.
-El psicoanálisis plantea que estamos constituidos bisexualmente. Por otro lado la embriología mostró claramente que el varón es potencialmente mujer, y después hay un cambio hormonal como al tercer mes, que hace que se revierta esta tendencia a producir una hembra, y se produce un macho. Por otro lado, la que nos crió siempre fue una mujer, el primer apego, este primer cuerpo, este primer olor. La masculinidad es una tarea de diferenciación permanente, una definición por la negativa. El escenario de la sexualidad contemporánea viene cambiando desde hace unos diez años. Es mucho más importante la masculinidad como tema para los varones que la femineidad para las mujeres, ya que todo el desarrollo del varón, como decíamos, es un desarrollo por oposición. Esta es una conformación de la identidad muy restrictiva, homofóbica, es decir de fobia a todo lo que sea contacto con otros hombres en la medida en que esto lo transformaría a uno en un homosexual.
-¿Hay una nueva dimensión de la posibilidad de placer a través del juego, de la búsqueda?
-Me parece que hay como un cierto aflojamiento con respecto a ciertas prácticas. Antes, que una pareja se pegara, era considerado como absolutamente perverso. Hoy día, no sé si es por la cantidad de canales eróticos o por la pornografía, hay una legitimación algo mayor de estas prácticas, que no necesariamente quedan tan rápido del lado de la patología.
-En una sociedad tan competitiva, ¿las presiones laborales afectan la sexualidad?
-A partir un poco de la revolución sexual, la sexualidad pasó a ser casi una identidad. Sucede con otros temas, como por ejemplo el hombre que se enorgullece de tener dos trabajos. Se le da al trabajo el papel de una identidad: “soy ingeniero”, se dice, cuando en realidad se trabaja de ingeniero. Se erotizan otras cosas, como cuánto se gana. Pero no estoy tan seguro de que exista una relación directa entre mayor presión laboral y menos sexo.
-Se puede vivir sin trabajo pero no sin sexualidad…
-Un síntoma aparece en los llamados matrimonios no consumados, aquellos que no han consumado el coito. Se vuelve paradójico en una época de permisividad total, que aparezcan estos personajes que no desean tener eso que está permitido. La transgresión de una pareja que no desea, es no desear. Ahí están fuera de la norma y se hacen originales. No obstante, las parejas que no desean tienen restricciones en otros ámbitos de la vida.
-Porque existe una visión generalizada de que si en una pareja el sexo no se da, no hay posibilidad de afrontar otra construcción…
-Porque se naturaliza al sexo, y el sexo en realidad, como todas las funciones humanas, está atravesado por los discursos, por las ideologías, por los ideales de una cultura, por lo que hay que hacer, por el ámbito socioeconómico. Nada es menos natural que lo sexual. Ponemos nuestros cuerpos en funcionamiento, pero éstos hablan y tienen una historia, una novela personal.
-Lo que representó en los ´60 la pastilla anticonceptiva para la liberación de las mujeres, ¿tiene algún paralelo en los ´90 con la aparición del Viagra?
-La pastilla liberó del fantasma de un embarazo en cada coito. Siguiendo esta analogía se podría decir que la pastilla del Viagra libera un poco el tormento y la persecución del varón por saber si estará erecto. Pero no dejaría de mencionar al mismo tiempo que con todo lo útil que puede ser el Viagra para muchas situaciones, hay una zona en la que ese medicamento reafirma los valores más tradicionales, esto es que la erección y el coito son indispensables para la sexualidad. No resuelve el tormento de “cómo voy a estar esta noche”, sino que lo deposita en una pastillita, y así no revoluciona la posición sexual de ambos, que sería en realidad el hecho de la búsqueda, el juego de la fiesta del erotismo.