Devolver la esperanza

    El número 1.000 de la revista MERCADO es una oportunidad para reflexionar sobre la evolución de la sociedad argentina en los últimos 30 años. Y también un motivo para tomar conciencia de los desafíos que nos aguardan en el futuro. Como presidente de la Nación quiero asociarme a la celebración de este acontecimiento aportando mi visión retrospectiva y prospectiva del país que me toca gobernar. Lo hago con optimismo, porque creo que nuestra sociedad ha hecho grandes progresos, aunque todavía falte mucho por realizar.


    En estas tres décadas fuimos testigos de cambios extraordinarios y profundos, que han transformado la vida de los argentinos radicalmente. Parte de ellos se vinculan con aspectos específicos de nuestra historia como nación, otros atañen al plano mundial en que nuestro país está inserto.


    La Argentina de hace 30 años era un país que llegaba, tal vez inadvertidamente, al fin de un ciclo histórico. La ausencia de instituciones democráticas, la lucha fratricida, el retraso tecnológico, la creciente inflación y una concepción autárquica e intervencionista de la vida económica parecían situarnos en el lugar de las naciones inviables, con problemas estructurales crónicos de difícil solución. Destacados observadores se preguntaban, por aquellos años, qué había sido de la “gran República del Sur”, una tierra plena de promesas, recursos y oportunidades. La Argentina experimentaba una prematura decadencia después de haber sido una de las naciones más pujantes del mundo a principios de siglo. Nuestro país no encontraba el rumbo, había extraviado su horizonte.


    Duras lecciones históricas, que incluyeron la pérdida de una guerra y una larga secuencia de turbulencias políticas y económicas, nos obligaron a tomar conciencia de nuestros errores y desenfoques. Paralelamente, los cambios ocurridos en el plano internacional fueron una señal inequívoca de que la Argentina se encontraba ante una de las últimas oportunidades de incorporarse a un mundo nuevo, signado por la transformación tecnológica, el pluralismo político y la interdependencia económica. Esta conjunción de factores impulsó finalmente a nuestro país hacia el camino de la modernización institucional y la integración al mundo global.


    La recuperación de la democracia, al principio de los ochenta, fue el punto de inflexión. Los argentinos entendimos que sin instituciones fuertes y plurales es imposible la convivencia y el progreso. En pocos años fuimos capaces de poner en funcionamiento las instituciones políticas, hacer respetar los derechos humanos, restablecer el valor de la moneda, abrir la economía al mundo y prestar en forma más eficiente los servicios públicos. Se trató de logros del conjunto de la sociedad, por encima de adscripciones partidarias o sectoriales. Los argentinos, después de muchos desencuentros y dilaciones, fuimos “a las cosas”, para usar la conocida expresión de Ortega.


    Pero la historia de una nación joven no se detiene: el nuevo milenio nos enfrenta a renovados desafíos y dilemas. Como dije, se hizo mucho, pero queda aún mucho por hacer. Hoy la Argentina es un país más moderno e integrado que hace 30 años, pero a la vez muestra desequilibrios e injusticias que no podemos admitir. La desocupación y el estancamiento golpean con inusitada intensidad a las familias argentinas.


    En estas difíciles circunstancias accedí a la Presidencia. Dos largos años de recesión, serios desajustes fiscales, alto nivel de desempleo y un apremiante cronograma de vencimientos externos configuraron un contexto complejo que condicionó severamente el primer año de mi gobierno. A ello se sumaron condiciones internacionales adversas como la baja de los precios internacionales de los productos primarios, la suba de las tasas de interés en los grandes centros y la devaluación de la moneda europea frente al dólar.


    A pesar de las dificultades y los imprevistos logramos durante el primer año aumentar las exportaciones, mejorar la recaudación impositiva y fortalecer el ahorro público. Invertimos en educación y estamos trabajando fuerte en áreas sensibles como salud y desarrollo social para paliar la situación de los más necesitados. A la seriedad de nuestro programa de gobierno respondió la comunidad económica internacional con una importante ayuda financiera, conocida como blindaje. Ello llevó calma a los mercados, y generó una significativa baja en las tasas de interés, permitiendo superar la crisis de financiamiento externo que padecimos. Pero el blindaje, que nadie se confunda, no es un fin en sí mismo, sino una condición necesaria para atraer inversiones y atender al desarrollo social y económico de nuestro país.


    Como ocurre después de las tormentas, el horizonte empieza a despejarse. La Argentina se apresta a retomar el camino del crecimiento. Las condiciones internacionales adversas comienzan a revertirse y es razonable esperar un incremento del flujo de capitales e inversiones dirigido a nuestro país. Estamos ante una oportunidad única si sabemos aprovecharla. Es preciso que los dirigentes escuchemos a nuestros conciudadanos: los argentinos demandan vocación de servicio, no politiquería; los argentinos quieren empresarios responsables que arriesguen, compitan y den trabajo; los argentinos exigen seriedad y austeridad, sueñan con una clase dirigente a la altura de sus merecimientos y su cultura.


    Por mi parte, comprometo el esfuerzo propio y el de mi gobierno para alcanzar las metas de mayor justicia y crecimiento. Estos logros serán la justificación de mi gestión. No tengo otra apetencia ni cabe otra posibilidad. Llamo a la clase política y a los dirigentes económicos a estar a la altura de sus responsabilidades. Al rememorar 30 años de vida argentina, pienso, finalmente, en nuestros jóvenes, que no conocieron la inflación pero experimentan el desempleo; que disfrutan el pluralismo pero carecen de oportunidades; los que, muchas veces, ante la frustración, piensan en emigrar. A estos ciudadanos del siglo XXI tenemos la obligación de devolverles la esperanza, para que tomen la posta y continúen construyendo un país mejor en el futuro.