La revista MERCADO ha sido un atento medio durante los últimos 30 años de la vida nacional.
El hecho me impone el deber de sobrevolar esas tres décadas, durante una de las cuales he presidido los destinos del país.
La década de los ´70 estaba cargada de ideologías. A izquierda y a derecha se enarbolaban ideologías múltiples, y si bien muchas de ellas estaban guiadas por sanas utopías, la violencia las sobrepasó y asistimos a un enfrentamiento civil sin precedentes, que culminó en el terrorismo de los ´70 y el terrorismo de Estado del proceso militar.
La cultura de la muerte se imponía de nuevo para demorar, una vez más, el progreso argentino.
Lo más temible de la década del ´80 fue la pérdida: pérdida de vidas humanas, y pérdida de posibilidades de crecimiento. Hacia la salida democrática de 1983, el país estaba estancado interiormente y exteriormente aislado.
Si bien el gobierno del doctor Raúl Alfonsín significó mucho en términos de reconstrucción democrática, no pudo mejorar la situación argentina en ninguno de los dos frentes más sensibles: la economía se derrumbó y las relaciones internacionales no mejoraron.
Hacia 1989 el país sufría del aislamiento y la licuación de la moneda, sin estabilidad monetaria ni fiscal, sin recursos genuinos, con una enorme corrupción institucional y sin reservas.
Durante la última década del siglo XX, que ha coincidido con mis diez años de gobierno, logramos la estabilidad monetaria y la recuperación de la confianza internacional. Pero el mundo se sumergió en una gran crisis económica y financiera que recuerda a la Gran Depresión de los años ´30.
Las crisis reiteradas del Brasil, México, Rusia y Japón, la debilidad del euro frente al dólar, el recalentamiento de la expansiva economía estadounidense y la desocupación creciente en el mundo próspero especialmente en el sudeste asiático, en Europa y en América latina nos hacen pensar en una nueva gran depresión.
Entiendo que la gran crisis no vendrá: ya estamos en ella, y precisamente por ser sus protagonistas no advertimos su verdadera dimensión.
La dinámica propia de la crisis no nos permite advertir que es, precisamente, una crisis.
Los programas de salvataje financiero internacionales expresan la debilidad de muchas economías nacionales que no pueden resolver sus conflictos.
La globalización mundializó los problemas. Y acaso el más grave de ellos sea la situación de desesperanza y falta de proyectos colectivos que estimulen a los pueblos a hallar soluciones sensatas.
La Argentina vive la misma situación de recesión y desempleo que se registra en todo el mundo, con un agravante: el gobierno nacional adoptó medidas de ajuste fiscal que golpean sobre las clases bajas y medias, y, por lo tanto, desestimulan el consumo y producen temor al crédito.
La incertidumbre mezclada con la reducción de los ingresos por el ajuste fiscal produce una baja en el consumo y en la productividad de las empresas, desestimando el empleo.
Siempre hay salidas y esperanzas no exploradas.
Están ensayándose recetas muy viejas y se inauguran ideas no nuevas. Es hora de que el Gobierno recupere iniciativa y encuentre políticas tributarias razonables que no ahoguen a las clases bajas.
La política fiscal y las necesidades dinerarias del Estado no deben afectar a las economías escasas de los sectores con menos capacidad de consumo.
El aumento irrazonable de impuestos y las nuevas imposiciones no hacen más que generar caos generalizado.
Debe insistirse en la disminución de las tasas de interés, la participación de los trabajadores en el aumento de la producción y la consiguiente participación en las ganancias, y el impulso de políticas exportadoras agresivas.
El Estado debe intentar agrandar el mercado con el objeto de expandir las inversiones, y ofrecer políticas razonables que no espanten la inversión productiva, en vez de mirar pasivamente cómo las industrias abandonan el país. A la vez deben ser defendidos los trabajadores y las empresas que les proveen empleos.
Un ejemplo clásico es la política Kennedy-Johnson, que impuso una reducción impositiva de 20% para las personas físicas y de 10% para las empresas, produciendo un rápido aumento de la producción y el empleo. El desempleo bajó a la mitad en cinco años.
La inercia del Gobierno en repetir soluciones distorsivas produce confusión y desesperación social. Se requiere advertir que el mundo ha cambiado y que debe cambiarse con él.
En una economía dinámica como la actual son precisos cambios valientes y profundos en lugar de meras reparaciones transitorias para sanear la cuenta corriente del Estado a costa de la gente.
La economía sigue a la política. Sin un fuerte liderazgo político es imposible la recuperación económica.
Yo he visto la Argentina desesperada de 1989. Y esa desolación pasó. No faltan alternativas: falta en el Gobierno imaginación para intentarlas en un mundo complejo que no admite errores ni tardanzas ni debilidades.
Carlos Saúl Menem fue Presidente de la Nación 1989-1999. Presidente del Movimiento Nacional Justicialista.