Cambio de manos

    A fines del siglo XIX la referencia cartográfica de Buenos Aires era una gran chimenea, casi sobre la Plaza San Martín, que pertenecía a la cervecería Bieckert. La fábrica Bagley, del inventor de la Hesperidina, quedaba unas 30 cuadras más hacia el sur. Y los barcos que llegaban al puerto, además de granos y carnes, cargaban planchas de acero del grupo Tornquist. Por su potencialidad la Argentina era considerada como un diamante, como una auténtica joya.


    Hacia 1908 la provincia de Buenos Aires tenía 300.000 agricultores. Era el inicio de la inmigración. Y la provincia era la más importante productora de cereales, con colonias que le daban un verdadero impulso a la actividad, como la de los ruso-alemanes de Olavarría, los dinamarqueses de Tandil, los suizos de Baradero, los franceses de Pigüé y la colonia judía del barón Hirsch, en Carlos Casares, a la que se debe el primer girasol. La chacra familiar había dejado lugar a la explotación empresarial con peones incluidos.


    Así, el dueño de la tierra se urbaniza y se expande a la actividad industrial.


    Manuel Bejarano y Emilio Daireaux describieron la esencia de aquel espíritu empresarial argentino: “Todos desean enriquecerse en el menor tiempo posible. No se cuida de hacer bien, sino de hacer mucho”.


    Esa lógica estaba ligada a satisfacer la gran demanda de productos que requería el mercado mundial. La consigna a principios del siglo XX era producir al menor costo y extraer de la tierra el máximo provecho.


    El mismo espíritu se mantuvo en otras circunstancias, como en la etapa de sustitución de importaciones, que marcó a la Argentina desde los años ´50 hasta casi los ´80. En aquellos años, los grupos empresariales, con una estrategia de acumulación de capital gracias a un mercado interno protegido, se diversificaron desde la industria a los servicios.


    Para algunos historiadores como Hilda Sábato, hay un despropósito en esa excesiva diversificación. Pruebas al canto: el escaso grado de especialización de muchos grupos hizo que se encontraran en una posición de debilidad cuando Domingo Cavallo abrió de golpe la economía, en 1991.


    Pero esa apertura de la economía estuvo acompañada a lo largo de la década de inversiones extranjeras que rozaron niveles estelares. El fenómeno se interrumpió en 1999 y en el 2000, dos años malos marcados por una de las recesiones más nefastas que se recuerden y con grupos tradicionales como Soldati en convocatoria de acreedores o Socma, de la familia Macri, mudando sus negocios a Brasil.


    Según un relevamiento de los investigadores Daniel Chudnovsky y Andrés López, la Argentina recibió abundantes flujos de inversión extranjera en distintos momentos de su historia, y en particular a fines de los años ´50 y comienzos de los ´60, cuando estaba comenzando la etapa de la industrialización por sustitución de importaciones.


    Entre 1959 y 1963, a valores actualizados, la inversión extranjera llegó a US$ 464 millones anuales en promedio. Esa cifra es apenas un grano de arena si se compara con los años ´90, cuando el promedio anual alcanzó más de US$ 6.760 millones.


    En los años ´50 y ´60 las inversiones se orientaron hacia el sector manufacturero. En los ´90 los servicios jugaron un papel mucho más destacado, pari passu con la pérdida de peso del sector industrial en la economía local. Y emerge un nuevo fenómeno: en la última década del siglo predominan las inversiones asociadas a la compra de empresas existentes, incluyendo la privatización de empresas públicas.


    Así, un círculo comienza a cerrarse: el industrial nacional vende su empresa y regresa a la más primitiva explotación agropecuaria: es el caso, entre tantos otros, de las familias Reyes Terrabusi, que vendieron la fábrica de galletitas a Nabisco, el de la familia Guil, que deja supermercados Norte en manos del Exxel Group, o los Garber, los ex dueños de Musimundo, hoy también controlado por el Exxel.


    El cambio de manos de las empresas alcanzó en esos años un ritmo espectacular. Si en 1963 las empresas de capital extranjero aportaban 46% del valor agregado y 36% del empleo, en 1997 esas cifras llegaban a 79 y 61% respectivamente. A su vez, la participación de las multinacionales en las ventas de las 100 mayores firmas pasó de 43% en 1974 a 61% en 1998.


    Para Chudnovsky y López “el avance de las multis en los ´90 las sindica como claras ganadoras dentro del proceso de reestructuración de la economía argentina a partir del Plan de Convertibilidad ­que permitió alcanzar la estabilidad de precios­ y de un profundo programa pro-mercado, que cambió drásticamente las reglas de juego vigentes en la economía local”.


    El contexto internacional de los ´90 es también distinto del pasado. En la última década se ha acentuado el fenómeno de la globalización, uno de cuyos elementos más distintivos es el notable incremento de los flujos de capital que van de un lado a otro. Los montos son siderales: alrededor de 500.000 millones al año en el mundo.


    La Argentina de los ´90 ya no era el diamante de principios del siglo XX. Pero contaba con una enorme ventaja. Desde comienzos de la década, el país alentó el ingreso de capitales mediante una de las legislaciones más liberales del mundo para las inversiones extranjeras y un régimen impositivo que subsidió el endeudamiento. Un Estado que batió el récord mundial y privatizó casi todas sus empresas en cuatro años, y una clase empresarial local que mayoritariamente se declaró impotente ante el avance de la globalización y también vendió las suyas, allanaron el camino para la extranjerización de la economía argentina a una escala sin precedentes.


    La bienvenida al capital internacional se inició en 1989, cuando el gobierno de Carlos Menem modificó la ley de inversiones extranjeras y dejó de preguntar para qué venía el dinero y cuál era su origen. Se eliminó la exigencia de registrar las nuevas inversiones del exterior. Y a las empresas multinacionales se les permitió invertir en la Argentina en igualdad de condiciones que las locales, pero con algunos privilegios: los pliegos de privatización de las empresas estatales contenían cláusulas que requerían específicamente que la operación técnica de las compañías quedara en manos de las grandes empresas extranjeras.


    En este ambiente tan favorable, las empresas extranjeras estuvieron entre las que más se beneficiaron con el fuerte crecimiento de la economía que se produjo durante los primeros años de la convertibilidad, que adicionalmente les garantizaba que sus inversiones en dólares iban a mantener su valor en esa misma moneda. Durante esa década hubo un espectacular negocio con la tasa de interés. Con un tipo de cambio atado al dólar y una baja tasa de interés internacional, en el piso de 3% anual, se podían prometer buenos réditos a los inversores.


    El tratamiento impositivo de las inversiones también estimuló el fenomenal traspaso de empresas en la Argentina. Los empresarios que venden sus compañías en el país no están sujetos al pago de ningún impuesto. La mayoría de los países aplican un tributo a las ganancias de capital en estos casos. Pero la Argentina había abolido el suyo ya en 1982. Chile, en cambio, aplica un impuesto a las ganancias de capital de 15%. Y México, uno de 25%.


    Del lado de los compradores también existe un fuerte incentivo fiscal para la toma de las empresas. Las firmas multinacionales que adquieren compañías en el exterior pueden descontar parte de la inversión de los impuestos que pagan en sus países de origen. Y en el caso de los fondos de inversión apalancados, como el Exxel Group, funcionan con el siguiente mecanismo: adquieren las empresas con un crédito puente, y una vez compradas hipotecan sus bienes para cancelar el préstamo con el que fueron adquiridas. Y esas empresas dejan de pagar el impuesto a las ganancias gracias a que las leyes impositivas permiten deducir los pagos de intereses del cálculo del impuesto a las ganancias.


    Y hay todavía otro imán para las inversiones extranjeras: la libre remesa de utilidades. Hacia fines del 2000, las remesas de utilidades de las firmas multinacionales a sus casas matrices habían adquirido una magnitud tal que, con un total de US$ 8.000 millones, constituían un rubro significativo en el balance de pagos externos del país. A eso se añade que las multis se inclinan más a importar de sus propias filiales que a obtener los insumos en el país, con lo que también se complica la balanza comercial.


    Pero todos estos mecanismos no sólo alentaron el ingreso de las multinacionales a la Argentina. Alentaron también el de los fondos de inversión. Los casos más resonantes son el Exxel Group, el tercero en el ranking de la revista MERCADO por su nivel de facturación (casi 4.000 millones en el 2000), y Hicks Muse Tate & Furst, que pisa fuerte en medios de comunicación.


    Estos fondos, con grandes espaldas financieras, compitieron con las multinacionales en la compra de empresas locales. Los fondos de inversión introdujeron en la Argentina una nueva manera de hacer negocios que rompe con el paradigma tradicional. Con ellos nacen los intermediarios de empresas que imprimen otro ritmo al funcionamiento de la compañía, porque el mejor negocio del fondo es vender caro la compañía que compró barato.


    Pero si los llamados empresarios tradicionales, como Roberto Rocca, tienen su día ocupado en pensar adónde va Techint, Juan Navarro, del Exxel, lo ocupa en imaginar la próxima compra. Para él, el mejor negocio es el próximo. Decididamente los fondos de inversión no son capitanes de industria. Rocca o Macri tienen la visión del empresario y un discurso acerca de qué deben hacer en el largo plazo y qué debe hacer el gobierno en ciertas áreas. Ellos han construido su poder con el Estado y con el poder político.


    Entre 1993 y 2000, el Exxel Group compró empresas por un valor total de US$ 4.500 millones en la Argentina. Fue el segundo inversor después de Repsol, que compró YPF en US$ 15.000 millones en 1999.


    Durante ese período la suerte de los grandes grupos económicos nacionales fue dispar. Los Soldati, que aprovecharon como pocos la participación en las privatizaciones, solicitaron su propio concurso de acreedores agobiados por una deuda de US$ 700 millones a mediados del 2000. Hubo otros más preocupados por crecer afuera que adentro, como Macri, que luego de ceder Sevel a sus dueños originales (Fiat y Peugeot), fue desprendiéndose de participaciones para expandirse en Brasil. A ese grupo, que supo ser el mayor empleador de la Argentina, sólo le quedan hoy Autopistas del Sol y el Correo, un negocio del que se está batiendo en retirada.


    Bunge y Born siguió el mismo camino luego de vender todas sus compañías en la Argentina y mantener bajo control únicamente la exportadora de granos y aceites. Lo curioso es que Bunge, la primera multinacional argentina, fue en sí misma el símbolo de la diversificación: abarcó desde la producción de tomates hasta la de la lata para el envase. Hoy factura en el mundo cerca de US$ 10.500 millones, pero su operación en la Argentina sólo representa US$ 500 millones.


    Los grupos Pescarmona, Bemberg, los laboratorios Bagó y Arcor dividen sus intereses afuera y adentro del país. Loma Negra, con el monopolio del cemento y ventas por casi 400 millones al año, tuvo que enfrentarse en su propio territorio a la competencia de los suizos de Holderbank. Algo parecido le ocurrió a Pascual Mastellone, de La Serenísima, quien para no perder todo decidió vender una parte a la francesa Danone.


    Techint y Perez Companc optaron por la especialización. El holding de la familia Rocca se concentró en el acero, se expandió a México, Italia y Venezuela, y logró dominar con 33% el mercado mundial de los tubos de acero sin costura. Perez Companc vendió primero su nave insignia, el Banco Río, al español Santander, y puso sus fichas en el petróleo y la alimentación, luego de la compra de Molinos, en enero de 1998, a Bunge y Born.


    En Booz Allen & Hamilton resaltan que la década del ´90 representó para muchos ejecutivos argentinos un nuevo modelo de cultura empresarial al estilo estadounidense, que despreciaba los vínculos familiares y el amiguismo, tan típico en las organizaciones argentinas, y ponía la eficiencia por encima de todo. Muchos comenzaron a imitarlos y a utilizar el nuevo vocabulario que introdujeron en la jerga de los negocios, como creación de valor, vectores de crecimiento, consolidation plays.


    Igual, el proceso muestra a las empresas nacionales con una fuerte pérdida de protagonismo, aunque sigan reuniendo la mayor parte de la producción, el empleo y las exportaciones. Y a su vez, las empresas públicas han prácticamente desaparecido de escena.

    Fusiones y adquisiciones
    realizadas por empresas transnacionales

    (Por país/región de residencia del vendedor. 1991-1999)
      Promedio
    anual ´91-´94
    Promedio
    anual ´95-´99
    Acumulado
    1991-1999
      US$ millones % US$ millones % US$ millones %
      92.542 100,0 394.044 100,0 2.340.388 100,0
    Países desarrollados 80.641 87,1 335.555 85,2 2.000.340 85,5
    Países en desarrollo 10.417 11,3 52.109 13,2 302.211 12,9
    América latina
    y el Caribe
    5.696 6,2 34.267 8,7 194.121 8,3
    Mercosur 1.488 1,6 14.063 3,6 76.268 3,3
    Argentina 1.146 1,2 7.939 2,0 44.278 1,9
    Brasil 331 0,4 11.827 3,0 60.456 2,6
    Uruguay 45 0,0 11 0,0 100 0,0
    Paraguay 3 0,0 11 0,0
    Fuente: elaboración
    basada en datos de la Unctad.