Hace
unas semanas, Ludwig Braun –jefe de la Cámara de Industria y
Comercio– recomendaba s sus miembros “no esperar mejores políticas
y aprovechar las oportunidades de inversión que brindará la
Europa de los 25 fuera de Alemania”. Poco después, Joseph Stiglitz
–Premio Nobel económico 2001– responsabilizaba a Berlín
y al FMI por trabar inversiones.
Braun logró sacar de las casillas al primer ministro Gerhard Schröder,
quien habló de “gestos antipatrióticos”. Pero, en
verdad, el sector privado ya había dejado de invertir.
Lo malo es que 2004 iba a ser un año de recuperación, luego
de tres de estancamiento. Hace cuatro meses, Wolfgang Clement –ministro
de Economía– pronosticaba que el producto bruto interno (PBI)
volvería crecer 1,5% a 2% anual. Pero no. El índice de confianza
elaborado por el Instituto de Investigaciones Económicas (privado)
registró en marzo el tercer retroceso seguido. Debido a la firmeza
del euro. En abril, la moneda perdió terreno, aunque el consumo siguió
débil.
“La reactivación peligra”, advertía Hans-Werner,
presidente de esa entidad, quien añadió: “El Banco Central
Europeo debiera rebajar las tasas referenciales en mayo”. También
Stiglitz censurada la rigidez del BCE y la comparaba con la del Fondo Monetario.
Desde el último recorte, junio de 2003, el BCE ha venido resistiendo
presiones y manteniendo en 2% ese nivel. Pero la persistente debilidad alemana
–esta economía representaba un tercio de la Unión Europea
antes de la ampliación– empieza a hacer mella en el emisor regional.
Una agenda
ilusoria
Hace quince meses, en otro clima, el canciller lanzaba la Agenda 2010,
un programa para forzar un repunte vía reformas laborales y en
acción social. Sindicatos, la izquierda y mucha gente las tacharon
de asalto al modelo económico tradicional (que data de 1864/71).
Emulando a sus contrapartes anglosajonas, empresarios y banqueros creían
que era un paso en la dirección correcta y exigieron reducir la
fuerza laboral, retribuciones y prestaciones a jubilados. Exactamente,
la receta que –en abril– propugnaba Anne Krueger, entonces titular
interina del FMI. Como en Italia y Francia, las reacción pública
amenaza la subsistencia del gobierno.
En realidad, el crecimiento viene perdiendo impulso desde los años
´60. En el informe 2003/4, el consejo de expertos económicos
–cinco conservadores que asesoran al gobierno– estimaba que
Alemania podría expandirse sin generar inflación a apenas
1,5% anual. Algunos analistas financieros hablan de 1% o menos.
Agenda 2010 es un programa ambicioso. Pero, si bien el envejecimiento
de la población, convenios colectivos inflexibles y un estado de
bienestar explican el deterioro de productividad en tres décadas,
son ajenos al inesperado, abrupto y persiste retroceso desde 2001.
La causa esencial es la caída de inversiones privadas. En 2001-3,
se deterioraron 4,2, 6,7 y 1,7%, respectivamente. Ello equivale a -12,1%
en el trienio, margen desmedido para una economía industrial madura.
También el consumo se debilitó; +1,5m -0,9 y 0,1% en igual
lapso. Como contrapartida, la tasa de ahorro interno subió de 9,8
a 12,4%. Esto no es un ciclo negativo común y, en tanto la economía
global comenzaba a repuntar luego de 2001, la alemana siguió floja.
En 2002, era la última por crecimiento en la Unión Europea.
Varios expertos comienza a notar paralelos con el proceso japonés
en 1991/2002.
Bancos
atrasados
Tras la reunificación (1990), hubo un veloz aumento de inversiones,
apoyado en la construcción y los subsidios al sector oriental.
La sobreoferta de viviendas nuevas frenó los valores inmobiliarios
y la actividad, que cedió 5,8% en 2202 y 3,6% en 2003.
Quizá median también razones estructurales en esa sobreinversión
privada, inclusive ineficiencia del sector financiero, que ha tenido un
papel tan relevante como soslayado en la reciente declinación.
Muchas áreas sufrieron astringencia crediticia en 2002-3, en particular
pequeñas y medianas empresas, bases de la economía germana.
Por otra parte, mientras los bancos en el resto de la UE descargaban incobrables
de los balances durante los ´90, los alemanes casi no lo hicieron.
El auge de bancas de inversión y la burbuja bursátil en
esa década elevaron la exposición del negocio financiero.
Paralelamente, Alemania siguió siendo el país más
bancarizado de la UE: 2.590 unidades a fin de 2002. Justamente cuando
el terrorismo masivo y los desastres naturales requerían dar más
crédito, los bancos mayores se lanzaron a restringirlo –porque
sus pesadas estructuras reducían márgenes–, con lo
cual agravaron problemas.
Al derrumbarse la bolsa en 2001, también cayeron los préstamos
bancarios: 10% en 2002 y algo más en 2003, según el Bundesbank.
Ahora, las entidades parecen haber superado lo peor y la astringencia
podría ceder, pero con lentitud. Lo malo es que Fráncfort
–como Londres– sigue fomentando burbujas bursátiles sin
sustento real.
La sequía resultó tan pronunciada porque, en ese momento,
la burbuja bursátil global se desinflaba. Lejos de amortiguar localmente
el trauma –como creían sus defensores–, el sistema bancario
aumentó la volatilidad alemana.
Otros
agravantes
Pero hubo agravantes macroeconómicos. Como señalaban Stiglitz
y otros, existe en Alemania la tendencia a no ver en la apresurada reunificación
de 1990/1, la unión monetaria europea y el pacto de estabilidad
fiscal (de “crecimiento” nunca lo fue) posibles causas de problemas.
Por el contrario, los tres factores exacerbaron dificultades y, desde
ahora, la ampliación de la UE podría ser el cuarto.
Existen evidencias, por cierto, de que la UE y el euro han afectado tasas
de cambio e intereses reales. La teoría de un “euro inicialmente
caro”no encajaba en los superávit corrientes alemanes respecto
del resto de la UE y el mundo.
Por otro lado, existen escasas pruebas de que haya tenido mucho efecto
el pacto de estabilidad, al imponer procedimientos tan estrictos para
limitar el gasto fiscal en la Eurozona. ¿Por qué? Porque,
en Alemania, la constitución ya prescribía normas bastante
duras.
Pero el alza de tipos de interés reales sí fue factor relevante,
porque era absoluta, o sea no relativa a otros países de la UE.
Un banco central sólo controla tasas nominales, por lo general
cortoplacistas. Pero, en determinado nivel nominal, una brusca caída
de expectativas inflacionarias puede elevar los tipos reales. Dado que
Berlín exhibe una de las menores tasas de inflación en la
UE, también tiene uno de los mayores tipos reales de interés.
Ese problema se complica por el hecho de que el BCE restrinja a 2% anual
la tasa máxima. Irónicamente, el “establishment”
banquero germano presionó tenazmente en favor de ese límite.
Un tercer factor fue la reacción del gobierno al achique económico.
A principios de 2001, mientras la economía aún crecía
razonablemente, Berlín dispuso rebajas tributarias equivalente
a € 23.000 millones. A mediados de ese año, ya el retroceso
calaba, Schröder anunció una política de “manos
afuera”; eufemismo por no hacer nada. Tras la inesperada reelección
(tercer trimestre de 2002), se continuó todavía sin un plan
económico claro. Recién en marzo de 2003 apareció
la Agenda 2010; pero ya el estancamiento pasaba a suave recesión.
Ergo, el programa fracasó. Confundió a consumidores e inversores
que intentaban calcular los efectos en sus ingresos disponibles. Como
el gobierno podía hacer cambios ulteriores, el público reaccionó
a las incertidumbres como los japoneses –ahorrando más–,
no como los norteamericanos (endeudándose para seguir gastando).
Como Stiglitz hoy, hace algunos años otro Nobel –el extinto
Franco Modigliani– recomendaba a Alemania “no hacer reformas
laborales ni jubilatorias hasta que la reactivación sea un hecho”.
Entretanto, existían otras reformas útiles y factibles.
Por ejemplo, crear un mercado para capitales de riesgo. Esto no se ha
hecho, quizá porque a los fundamentalistas del FMI y el BCE no
les gusta
|