Para un porteño conocer Ushuaia es un poco como caerse del planisferio: la sensación implacable de estar en el fin del mundo. Es que, en definitiva, se trata de la última frontera, el último punto de civilización antes de precipitarse hacia el espacio infinito: un fragmento de tierra, pegada al continente con cinta Scotch, del que hay que agarrarse fuerte.
Quienes viven en Ushuaia, entonces, no son ciudadanos comunes. Trabajan en la industria, muchos de ellos, pero tienen poco en común con el operario de planta que viaja todos los días hasta el tercer cordón del Conurbano Bonaerense; se dedican al turismo de Parques Nacionales pero no de la misma manera que el que hace lo mismo en la ciudad entrerriana de Colón. Son, en definitiva, los encargados pro tempore de proteger la última frontera argentina. Fría, áspera, bella.
Un viaje turbulento
Los vuelos a Ushuaia se toman temprano, “para aprovechar el día”. La línea aérea Lan posee un vuelo diario a $2.510 (ida y vuelta) que sale desde el Aeroparque Jorge Newbery y promete depositar a los pasajeros, sanos y salvos, en la pista helada de la ciudad más austral del mundo. El vuelo, que dura casi cuatro horas, es ideal para dormir las horas arrebatadas por la madrugada en el aeropuerto aunque pueden llegar a ponerse bastante turbulentas. Un grupo de periodistas, invitados por la aerolínea, se debaten entre dormir o agarrarse fuerte de sus asientos. No son pocos quienes llevan revistas o libros para pasar las horas: llegar a Ushuaia lleva casi tanto tiempo como a Brasil.
Aterrizar parece imposible, por el frío y la niebla, pero también por las toneladas arriba del discreto avión de Lan, pero se logra con facilidad. Al llegar impacta el frío por sobre todas las cosas: golpea en la cara con la fuerza de un boxeador.
Los porteños, acostumbrados a inviernos de 15 grados, no logran entender cómo sus camperas de moda no alcanzan a cubrirlos del frío. En el centro de la ciudad descubrirán, luego, que las mejores casas de ropa deportiva de invierno tienen en la arteria principal, la calle San Martín, outlets y tiendas gigantes con ropa térmica a precios que parecerían gangas en los shoppings de Buenos Aires. Mantenerse caliente es un imperativo cuando los inviernos pueden alcanzar los helados –20o.
Pensado para el placer
Y sin embargo, en la tundra que es la Patagonia argentina, hay islotes diseñados para el total disfrute. Del frío del aeropuerto al calor de Los Cauquenes Resort & Spa hay solo unos kilómetros, firmemente recorridos por una camioneta del hotel a pesar de la nieve que se avista a los costados de la ruta. Mientras que en Buenos Aires el sol radiante de un otoño que no se decide a golpear con fuerza obliga a los oficinistas a almorzar en plazas para procurarse algo de calor, en Ushuaia el frío es implacable y las personas buscan refugios.
Las casas con techos de chapa protegen de la nieve, el gas subvencionado por el Estado permite que las estufas cobren verdadero protagonismo y los autos, más baratos y potentes, son una compra obligada para quienes habitan la ciudad (la sal, que permite circular sin nieve, carcome la chapa de los autos y los destruye; no duran más de dos años).
En Los Cauquenes el calor del lobby, con vista al canal de Beagle, abraza a quienes tiritan en la entrada. Todo en su estructura está pensado para dar calor de hogar: la estructura de madera y piedra, las alfombras tupidas, la cordialidad de los empleados, la propuesta del té con scons, mini tortas y mermeladas, y los tratamientos en el spa.
Sobre esto último vale una nota especial. Si es cierto que las personas llegan a Ushuaia buscando el placer de experiencias únicas, el spa de Los Cauquenes bien vale una recorrida. Los tratamientos faciales van de lo simple –una exfoliación– a lo extravagante –hojas de oro y caviar–y los masajes relajantes y descontracturantes pueden durar desde 25 minutos hasta la hora completa, con piedras calientes o bajo la atenta mano de sus masajistas profesionales. El costo extra (desde $200 a $1.000) no importa demasiado cuando se está tan relajado.
Pero aun si el huésped no quiere darse un gusto personal, el área “libre” del spa que cuenta con una pileta in-and out, un sauna seco y un jacuzzi potente bien podrían relajar los músculos después de una jornada agobiante de esquí en el Cerro Castor o una fría tarde de compras en el freeshop de la Calle San Martín, donde se puede adquirir tecnología a precios más baratos y chocolates de la tradicional Laguna Negra.
La propuesta de Los Cauquenes, en la voz de Karina Catelani, gerente de Recepción del hotel, tiene que ver con envolver los sentidos y ofrece, como diferencial, una vista única de la playa del Canal de Beagle al ubicarse el hotel en la bahía Cauquén. La propuesta inicial, idea de Cristian Zaefferer, su actual CEO, fue crear un hotel, pequeño pero lujoso, pensado para el turista internacional que visita la Patagonia. Tal vez haya sido la persona indicada para hacerlo: su experiencia en la construcción hotelera del Sheraton Pilar y el Four Seasons de Carmelo funcionaron como aval.
La propuesta del chef
Vale la pena decirlo: no todos en el sector de turismo actúan con la profesionalidad y la atención al detalle del staff de Los Cauquenes al punto de alcanzar al aeropuerto el cargador del celular de un periodista especializado. Esta idea, estar en el detalle, hacer de lo cotidiano algo extraordinario, actúa como driver en todos los sectores del hotel.
La propuesta gastronómica del Head Chef del hotel, Mariano Ezequiel Cacchioti, va de la mano con lo mejor que puede degustarse en Ushuaia. El turismo gastronómico ha ganado fuerza y la frase “¿qué se come de rico acá?” resulta fundamental.
A esta pregunta, bien vale la respuesta de Cacchioti que, con experiencia en el Alvear Palace y el Faena Hotel, trata con respeto a la materia prima local. La merluza negra con papas hervidas, la centolla al natural, los ñoquis al ragú de cordero y las especialidades de chocolate son platos deliciosos que maridan bien con la propuesta de vinos del restaurante del hotel, el lujoso “Reinamora”.
Pero inclusive lejos de Los Cauquenes, Ushuaia cuenta con todo el encanto rústico de la Patagonia. Las casas de té, todas de madera, recuerdan la inmigración galesa que se dio tierra adentro. El chocolate caliente le da fuerza a los huesos en el duro invierno pero los blends de té, como el de té negro y dulce de leche o el verde con manzana y canela, también calientan el cuerpo. La posibilidad de comer rico y bien aparece en cada esquina.
Lugares para recorrer
Salir del hotel hacia el mundo exterior para recorrer la ciudad parece imposible. El principio, como cuentan los cordobeses del hotel –”Ushuaia es la ciudad cordobesa más austral del mundo”, bromean– es abrigarse en capas. De nada vale un sweater abrigado: es un ecosistema perfectamente construido de remeras y buzos térmicos, camperas con plumas y gorros de lana. Pero a pesar de la protección cuesta salir del capullo de un hotel pensado para que el huésped encuentre allí todo lo que necesita y, cuando nos llevan a conocer al aeroclub, desde el que se puede despegar para conocer la ciudad en helicóptero, hay protestas. Al lado del agua, la pista del Aeroclub Ushuaia promete a los turistas de alta gama la experiencia ideal de cruzar mares y montañas.
Desde allí al puerto hay solo unos minutos por la Avenida Maipú y luego hay que embarcarse para recorrer el canal de Beagle por agua. Lobos marinos, pingüinos y aves de todos los colores se pasean, felices, por el faro Les Éclaireurs (“Los iluminadores”, en francés) a quien llaman, erróneamente, “el faro del fin del mundo”. La sensación es esa, sin embargo: estar en el último pedazo de tierra antes de caer al espacio exterior, como si no se hubiese descubierto nunca que el mundo, en realidad, no es cuadrado.
El aire es frío y golpea cuando hay viento en la cara, roja, de los turistas que se animan al paseo de más de cinco horas. El agua es tranquila aunque por momentos moja la borda y hay que buscar refugio adentro. La buena noticia, para quienes decidan embarcarse, es que viene con servicio de almuerzo y la centolla empanada puede compensar algún que otro mareo.
Recorrer la isla Bridge a pie es una buena idea para conocer algo de la fauna y flora local. Los paisajes, de veras, quitan el aliento. A pesar de estar siempre acompañados por otros como uno, un capitán y un asistente, invade el sentimiento de soledad y pequeñez frente a lo inmenso de las montañas cordilleranas, bajas en esa parte del mundo, pero no menos impactantes. El Parque Nacional Tierra del Fuego también es una buena idea para conocer de cerca plantas y animales salvajes.
Pero no todo en Ushuaia es paisajes. Es de parada obligada la “Prisión del fin del mundo”, el ex penal de la ciudad. Pasaron por allí personalidades del crimen local como Cayetano Santos Godino, el famoso Petiso Orejudo. Apodada “la Siberia Argentina” también fue refugio de personalidades como el anarquista Simón Radowitzky. Recorriendo las celdas con paredes de hormigón se intuye fácilmente por qué el penal de Ushuaia dejó de funcionar durante el Gobierno de Perón: era una bóveda fría que consumía a los reclusos que, ladrillo a ladrillo, construyeron el castillo de su propia soledad.
Tierra de nadie
Como los reclusos, los ciudadanos de Tierra del Fuego viven en tierra prestada. El porcentaje de fueguinos autóctonos es muy bajo aunque luego de la primera oleada migratoria, en los 80, ha aumentado el arraigo. Su estatus de provincia, que logró recién en 1992 con elección de autoridades y una Constitución propia, también influyó a la hora de contar el relato de su crecimiento poblacional. Lo cierto es que hoy la primera generación de fueguinos post-impulso industrial roza los 20 años y, junto con sus pares de otras décadas nacidos en territorio nacional, suman 20% de la población. El resto pertenece a provincias del norte argentino, en su mayoría, Córdoba, Buenos Aires y la región patagónica según la información recolectada en 2010.
No sorprende que Marcelo Sinchi, nuestro guía turístico, haga hincapié sobre el Plan Arraigo Sur, implementado por el Gobierno de Fabiana Ríos a través del Instituto Provincial de la Vivienda comandado por José Luis del Giudice. A través de esta iniciativa se insta a los fueguinos profesionales a regresar a su tierra facilitándoles viviendas. Hubo, hasta el momento, 520 inscriptos para los 280 lotes urbanizados en el margen sur de la ciudad de Ushuaia. Como los primeros colonos en otros lares, a los fueguinos originarios o por elección les toca, hoy, la difícil tarea de poblar el sur.
A pesar de ser una ciudad con actividad turística importante –especialmente luego de la erupción del volcán Peyehue que inundó otros destinos patagónicos de ceniza, obligando al turismo de esquí a reconsiderar el Cerro Castor de la ciudad como opción en invierno– su fuerte sigue siendo la industria.
En este sentido, la ley 19.640 para la promoción económica general de Tierra del Fuego ha instado a muchas empresas, especialmente del sector tecnología, a producir localmente aumentando la demanda de trabajo en plantas. No es un dato menor, entonces, que, según el Indec, vivan en Ushuaia, mayoritariamente hombres que dependen que las condiciones actuales perduren en el tiempo para asegurar su permanencia. La pregunta: “¿cómo podés vivir tan lejos, con tanto frío?” encuentra en los buenos sueldos y en una mejor calidad de vida una respuesta contundente.
Más allá de las condiciones económicas, para quienes visitamos Ushuaia es claro por qué cada vez más gente migra hacia esas tierras, por qué es creciente la necesidad de quedarse: el paisaje helado, la vida dura de ciudad industrial, se compensa con el fuego original de una provincia encaprichada con hacerse grande.
Fotos: Secretaría de Turismo de Ushuaia ©Andrés Camacho.