Las dos caras: lo externo y lo interno


    Matías San Juan

    El escenario es muy diferente al de hace pocos años. La crisis global (y “La Gran Recesión”) de 2008 y 2009 no terminó. Solamente dio una tregua para recomenzar luego con mayor intensidad. Golpea muy fuerte a Europa y a Japón, algo menos a Estados Unidos, y se hace sentir sobre las economías emergentes.
    En el plano local, atrás quedó el tiempo de los superávits gemelos, hay una evidente pérdida de competitividad, el peso está apreciado (y hace soñar a muchos con una devaluación), las inversiones por el suelo y la infraestructura en estado calamitoso. Los nuevos ingredientes aportan más tensión: los controles de cambio y restricciones a las importaciones.
    Como telón de fondo –y es la discusión que realmente importa– está la sombra del plan estratégico 2020 de desarrollo industrial, la viabilidad de sus supuestos y las tendencias que se perfilan sobre cómo debería ser la industria argentina en una década (y más allá).
    En la pasada edición de septiembre de Mercado –mes en el que se celebra precisamente el Día de la Industria– la nota de portada se ocupó de este debate. Fue una visión completa del tema, aunque las opiniones requeridas debieron ser condensadas.
    Precisamente valorando la riqueza de esos testimonios incluimos ahora la versión completa de tres de esas entrevistas a expertos con pensamiento diferente y enriquecedor.

    Restricciones y oportunidades

    “La empresa privada es central en
    cualquier estrategia de desarrollo”

    La economía argentina aguarda con políticas activas dirigidas al consumo interno que el repunte brasileño le arrime nuevos aires para 2013. El desafío, según Bernardo Kosacoff, será generar un fuerte y amplio proceso de participación pública y privada para tornar más competitivas las exportaciones de manufacturas. “La generación de riqueza industrial se da en el ámbito de la empresa, que es uno de los elementos centrales de cualquier estrategia de desarrollo”, recomendó.

    Por Rubén Chorny


    Bernardo Kosacoff
    Foto: Gabriel Reig

    Primero desaceleró Estados Unidos, luego Europa, en menor medida Brasil y lo mismo China: la economía mundial viene echando a rodar un nuevo paradigma en las relaciones comerciales, que ya toca la puerta de los países emergentes, los que gracias a haber sido segregados de la comunidad financiera internacional, se mantenían en la tangente de la crisis.
    La balanza comercial argentina empezó a recibir los coletazos de estos reacomodamientos y el Gobierno decidió afrontarlos con políticas activas hacia el mercado interno, y restrictivas al egreso de divisas, lo cual obliga a las industrias a rever sus planes de producción.
    Pero aparecen perspectivas de repunte en el principal socio comercial, que es Brasil, y 2013 asoma como hito de una nueva etapa de crecimiento, aunque más moderado que en ciclos anteriores, en tasas y superávits.
    Profesor de la escuela de negocios de la Universidad Torcuato Di Tella y de la UBA, a Bernardo Kosacoff no le inquietan las limitaciones que contextualizan el proceso en ciernes.
    “Se ha avanzado notablemente en términos cuantitativos y, si bien queda mucho por hacer en dinámica de cambio estructural, la Argentina lleva largas décadas de tratar de manejar la economía asociada a la retención externa y a la escasez de divisas”, comenta en una charla propuesta por la revista Mercado.

    –¿A qué se refiere con cambio estructural?
    –En el ciclo evolutivo anterior habíamos obtenido una mejora de la calidad de la presencia de las filiales de empresas transnacionales en términos de generación de conocimiento, valor agregado y empleo, con una mayor integración a las cadenas globales de valor de sus corporaciones. Además, se rompió la preferencia de actividades de ensamblado en detrimento de las que fortalecen los entramados productivos con mayor proceso de integración manufacturera.

    –¿Se impondrá corregir variables macroeconómicas o habría caminos más administrativos de política económica?
    –Una evaluación adecuada de los regímenes de promoción podría ayudar a modificar este rasgo estructural en sectores claves del entramado manufacturero. Y lo que se requiere es precisamente muy buena sintonía fina, porque la base para salir hacia adelante es generar más exportaciones, para lo cual lo primero que hay que hacer es desarrollar las capacidades competitivas domésticas y, en este plano, cada una de las empresas tiene que concentrar sus esfuerzos en tratar de diferenciar mejor sus actividades, en ser más eficiente, en tener mejor gestión de calidad, en desarrollar proveedores especializados y justamente salir al mundo tratando de encontrar la generación de ventajas competitivas dinámicas que permitan exportar aquellas cosas que en las cuales tienen bienes diferenciados en un mundo cada vez más competitivo.

    –¿La alta dependencia del mercado interno no juega de factor limitante para buscar soluciones de adentro hacia afuera?
    –Es fundamental la idea de asociar la fortaleza del mercado doméstico con una estrategia exportadora para la cual todos sabemos que donde hoy tenemos las mayores dificultades es en el mundo de las exportaciones industriales. Los procesos competitivos se generan a través del largo capital social de la propia historia evolutiva, que capitalizó rutinas y aprendizajes que son el punto de partida para seguir desarrollando nuevas capacidades. Lo que hoy necesita la industria argentina es aprovechar plenamente los avances que se han logrado y saber que tenemos que avanzar en un camino muy complejo, difícil, pero que es el único sustentable en el largo plazo.

    Antes y después
    –Para saber adónde nos encuentran parados las nuevas condiciones que plantean las relaciones económicas internacionales, ¿cuál sería el inventario que trazaría?

    –En un artículo que escribimos con Diego Coats para la edición de junio de la revista Plan Fénix, señalábamos que en los últimos 10 años se ha observado: el PIB industrial se incrementó 110% con relación al piso de la crisis, la inversión en equipos durables creció en forma sostenida y se crearon más de 450.000 empleos formales con un salario nominal promedio que pasó de $1.087 en 2002 a casi $6.500 en 2011, aumentando sustancialmente el poder adquisitivo de los trabajadores.
    La mejora en el mercado interno se dio junto con un incremento de las exportaciones de manufacturas de origen industrial (MOI) y agropecuario (MOA) de 284% y 244%, respectivamente, entre los años mencionados.

    –¿Qué sectores destaca en este comportamiento?
    –Durante los últimos dos lustros diversas ramas industriales registraron una destacada reactivación: metalmecánica, los astilleros, la aeronavegación y determinadas producciones de la industria plástica, bebidas, textiles, química, gráfica, entre otras. A esto también se ha sumado el impulso a sectores no tradicionales como la electrónica, energías alternativas y/o renovables, software y biotecnología; así como la creciente agregación de valor e inserción internacional de producciones regionales como el limón, la vitivinicultura, la madera, la producción avícola, los biocombustibles y otros. La recuperación de los astilleros a partir del nuevo esquema de precios relativos y la sanción del Decreto 1010/ 2004, junto a otras medidas como la reapertura de la carrera de ingeniería naval, de la tecnicatura en construcciones navales y el otorgamiento de líneas de financiamiento a través de SEPyME y Banco Nación, permitieron que el sector multiplicara por tres su actividad respecto de 2003 y por cuatro sus exportaciones. Esto se dio en el marco de la puesta en marcha de los grandes astilleros tradicionales, pero también proliferaron las fábricas de embarcaciones livianas.
    Otro ejemplo que dio impulso a transformaciones en la matriz productiva es el proyecto de televisión digital, a partir de la creación del Sistema Argentino de TV Digital Terrestre (SATVD-T) y la adopción de la norma japonesa-brasileña, que ha permitido desarrollar capacidades propias (nacionales y regionales) frente a lo que hubiese sido la simple importación de paquetes tecnológicos de manera integral.
    En el plano nuclear, la extensa tradición y experiencia argentina durante décadas, que luego de haberse diezmado hacia fines de los años 80 y los 90, recobró impulso. Con la reactivación del “Plan Nuclear Argentino” en 2006 y la promulgación de la Ley 26.566 se definió la terminación de Atucha II, reactivar el desarrollo del reactor integrado de diseño argentino (CAREM), la extensión de la Central Nuclear Embalse junto con una nueva planta de producción de agua pesada y enriquecimiento de uranio. En todos los casos, se ha determinado que la mayor parte de insumo, piezas y equipos necesarios sean provistos por la industria nacional.

    –¿Qué conclusiones diferentes a las de otras etapas de la economía argentina saca después de esta enumeración?
    –Podemos sintetizarlas en que ha habido una nueva reivindicación en términos de la importancia de la generación de valor agregado o manufacturero como un componente central de las fuentes de crecimiento de la Argentina. Y lo que se observa de 2002 en adelante es no solo una recuperación del nivel de actividad industrial, sino la vuelta a la creación de empleo, de aumento del proceso de inversión, de las exportaciones, y en este sentido, la industria no solo actuó en términos de ser uno de los actores fundamentales en este nuevo proceso de actividad económica, sino que también de sostén del resto de las cadenas agroindustriales y de los proveedores de servicios. En ese sentido uno puede ver que hubo un pleno aprovechamiento de toda la larga historia evolutiva que tuvo el sector manufacturero y que sobre todo en etapas de mayor crisis de la convertibilidad entre el 98 y 2001, tenía condiciones muy adversas para desarrollar sus capacidades productivas.

    –¿Hay algún hito especial?
    –Uno de los logros más importantes en términos cuantitativos fue la transformación en las terminales automotrices, cuya producción se ha duplicado y con mejoras notables en este mismo sector, donde hay un núcleo autopartista muy eficiente y moderno, aunque aún es una de las asignaturas pendientes. Porque a diferencia de lo que sucedía en el modelo de sustitución de importaciones, cuando un auto se fabricaba en la Argentina con 25% de componentes nacionales, sabemos que ahora el grado de integración nacional es cercano a 30%. Y esto determina que cuantos más autos se venden, más autopartes se requieren importar para poder fabricarlos y eso determina un buen desempeño en términos de la exportación de autos terminados, donde la Argentina tiene sobre todo una porción significativa del mercado brasileño, pero tiene balances comerciales negativos en la medida en que requiere de fuertes componentes de la industria autopartista.
    Lo mismo sucede con algunas otras industrias que han tenido una fuerte expansión, y quizá lo más significativo es lo que sucede con la electrónica, que en la medida en que los grados de integración nacional son muy pequeños, cuantos más productos finales se vendan, lo que va a suceder es que las importaciones aumenten en forma significativa. Pero cuando uno mira los volúmenes de producción en algunas actividades, por ejemplo las ventas de electrodomésticos, que se multiplicaron casi por cinco en esta etapa, esto habla de un piso industrial muy distinto del que teníamos anteriormente.

    –La industria es sinónimo de empleo o sea que su desarrollo aumenta las posibilidades de trabajo, ¿pero qué sucedió con la competitividad?
    –Definitivamente se privilegió la creación de empleos, a lo cual estuvo asociado haber duplicado los mercados domésticos del sector manufacturero. La industria fue nuevamente un factor muy importante en la recuperación del mercado de trabajo: cuando terminó la convertibilidad había un nivel de de­so­cu­pa­ción de 20% y 15% de gente que tenía trabajo por menos horas de las que quería o estaba sobrecalificado. Sin duda, la competitividad que tiene que tener un país para lograr desarrollo y al mismo tiempo dar equidad en la generación de empleos formales impone en el largo plazo que la mejora de la eficiencia no se asegure mediante salarios bajos, sino con mano de obra calificada.

    –¿En qué consiste la eficiencia de la que habla?
    –En transitar del actual patrón argentino de especialización a uno de desarrollo industrial que tenga mayor grado de integración nacional, pero al mismo tiempo una mayor participación de la generación de bienes con más valor agregado, diferenciación, mayor capacidad de desarrollo de procesos tecnológicos endógenos y con un requerimiento permanente de la calificación de los recursos humanos.

    –¿Ve que se orienten las políticas activas en esa dirección?
    Software y biotecnología fueron dos de los sectores en los que hubo medidas específicas por parte del Gobierno como para fomentar el desarrollo de las capacidades empresariales, la creación de una nueva concepción empresarial, y al mismo tiempo no solo absorber el mercado doméstico, sino también asociarla inmediatamente a la salida exportadora. Esto demuestra que acciones políticas bien evaluadas permiten ingresar en estas áreas más complejas en los que se requieren fuertes procesos de cooperación pública-privada.
    Se avanzó también hacia esa dirección en el campo de algunos productos farmacéuticos, máquinas herramientas, instrumentos de precisión, máquinas para la industria del gas, lo cual se puede ver con bastante facilidad en aquellos núcleos que han tenido buen desempeño exportador. Como sabemos, existen alrededor de un millar de nuevas empresas medianas y pequeñas con participación creciente en la exportación de bienes manufacturados, quizá todavía con un refugio en el mercado brasileño, en donde existen mejores posibilidades de colocación de estos productos. Esto tiene una mirada positiva porque demuestra que el país tiene capacidad de avanzar hacia un nicho de especialización más complejo, lo que al mismo tiempo nos coloca frente a un enorme desafío, porque este núcleo sofisticado ocupa apenas 10% de la estructura industrial argentina, y queda un largo camino para avanzar.

    Replanteo hacia el futuro
    –¿Cuáles son los márgenes de desarrollo de especializaciones que avizora tras el nuevo mundo que sobrevendrá a la crisis occidental?

    –Tenemos posibilidades en muchos planos: disponemos de materias primas y recursos naturales absolutamente espectaculares, que en muchos casos les incorporamos poco valor agregado; en esta línea, sabemos que exportamos el mejor aluminio y la mejor chapa del mundo, pero podríamos estar exportando más máquinas herramientas, metalmecánicas… Sabemos que tenemos la mejor producción y los mejores bienes que salen de la industria petroquímica, pero también sabemos que aún queda mucho por avanzar en especialidades químicas, plásticos y demás, si bien las curtiembres han mejorado notablemente, y hacen productos semimanufacturados con la mejor calidad internacional, aún no hemos resuelto la capacidad para producir ropa de cuero con alto diseño, y lo mismo con los zapatos. En el gran sector que ha tenido este cambio tan espectacular, que son los productos de la cadena agroindustrial, cuando uno mira el patrón de especialización seguimos siendo básicamente exportadores de insumos agropecuarios, más que de alimentos diferenciados de la góndola.

    –Parecería ser que es más cómodo pensar en explotar la riqueza natural antes que aprovecharla con inteligencia…
    –El país tiene una capacidad espectacular en recursos naturales, insumos básicos y algunos segmentos de producción manufacturera, que solo lo tienen 10 sobre 200 países en desarrollo en el mundo.
    Pero al mismo tiempo este es el desafío hacia adelante, lo cual requiere de una fuerte cooperación pública-privada, la creación de una nueva base emprendedora, la generación de las externalidades vinculadas al esquema de infraestructura para que se puedan dar las condiciones de competitividad sistémica, la profundización y desarrollo de todos los mercados de capitales, la mejor articulación de las universidades y del sistema nacional de innovación con el aparato productivo, o la calificación permanentemente de los recursos humanos.
    Se trata de un ejercicio colectivo de largo plazo, lo que en definitiva es pensar en el modelo de desarrollo de la Argentina y, sobre todo, romper con los falsos dilemas que nos acercan al pasado. Porque justamente las nuevas producciones de la sociedad de conocimiento requieren de grandes empresas para tener economías de escala y de Pyme para las economías de especialización.

    –¿La innovación depende prioritariamente del impulso estatal?
    –La innovación necesita de fuertes políticas públicas, pero al mismo tiempo de mercados que tengan inyección de competencia para que se dé, además de una fuerte articulación entre la industria, las actividades primarias y los servicios para recomponer las cadenas productivas e integrarse en un modelo industrial cuyo desafío, hoy en día, es que se desarrolle en una economía abierta, en donde la Argentina tiene una larga historia evolutiva y muchas chances de seguir avanzando.

    –¿Contempla el plan 2020 los requisitos para cumplir con ese desafío?
    –Para desarrollar nuevas ventajas competitivas, la Argentina debe asumir una estrategia clara al respecto. El Gobierno se propuso un conjunto de metas y objetivos muy ambiciosos en su Plan Estratégico Agroindustrial (PEA), en el Plan Industrial 2020 y la Estrategia en Ciencia y Tecnología. Es un primer avance, donde se ponen las metas y se trata de evaluar cuáles son los sectores nacionales.
    Pero ahora requiere de la construcción institucional, de poner los mecanismos de financiamiento y de articular este plan industrial con las otras metas que tiene el Gobierno con la cadena agroindustrial, con el plan de ciencia y tecnología, con los programas de inversión pública, y con el propio programa de consistencia macroeconómica, y el de inversiones del sector público, para disponer precisamente de mucha mayor articulación al interior del sector público, o para el desarrollo de una estrategia de mediano y largo plazo. Pero al mismo tiempo para darle la construcción de institucionalidad a estas metas, ponerles los instrumentos, el financiamiento y sobre todo generar un fuerte y amplio proceso de participación pública y privada, porque en definitiva la generación de riqueza industrial se da en el ámbito de la empresa, que es uno de los elementos centrales de cualquier estrategia de desarrollo.

    El peso de la innovación

    Alinear la política industrial
    y la científica-tecnológica

    Luis Dambra, profesor en la escuela de negocios de la Universidad Austral, cree que haría falta innovar para aumentar el PBI a partir de exportaciones de alto valor agregado. Recomienda eliminar las trabas al comercio exterior y abandonar la política de sustitución de importaciones para tornar más competitiva internacionalmente a la producción nacional.

    Por Rubén Chorny


    Luis Dambra

    En una charla con Mercado, criticó la política industrial y la energética.

    –¿Cuáles son los puntos fuertes y los débiles del modelo de industrialización que aplica el gobierno de CFK?
    –El punto fuerte podríamos concentrarlo en que el Gobierno tiene una visión industrialista, contrariamente a lo que paso en los años 90 con Menem, y desea aumentar el PBI generado por la industria en un valor desafiante. Pero lo negativo del plan es que el crecimiento se plantea a partir de darle mucho peso a la sustitución de importaciones. Esto puede ser válido a corto plazo, pero a mediano plazo las consecuencias son nefastas: pérdida de competitividad de toda la economía. Tendremos productos de baja calidad, poca innovación y alto costo, es una receta vieja y que ya ha sido probada y nunca da resultados positivos.

    –¿Dónde ubicaría el desvío que describe?
    –El plan debería haberse centrado en aumentar el PBI en forma desafiante, como se propuso, pero a partir de aumentar las exportaciones de mayor valor agregado, basándose en la innovación. Por esa razón, en mi opinión, otra debilidad es que el plan es generado por el Ministerio de Industria debería ser un plan conjunto con el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Donde se alineara gran parte del esfuerzo científico tecnológico con la industria para desarrollar industrias más complejas de mayor valor agregado.
    El plan actual menciona la innovación pero muy tangencialmente, se necesita aumentar y alinear los fondos que administra el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva a las necesidades de desarrollar una industria de mayor valor agregado. Convengamos que el ministerio en cuestión está administrando alrededor de 0,49% del PBI, cuando Brasil ya está en 1% y Chile en 0,7%; sin ciencia y tecnología intensiva el plan 2020 es solo un golpe de efecto.

    –¿Cómo afecta la crisis internacional y los realineamientos regionales? ¿Brasil seguirá imponiendo la agenda hasta 2020?
    –Brasil por su volumen seguirá imponiendo la agenda; es por ello que en lugar de cerrarnos con la sustitución de importaciones, debemos desarrollar un grupo de industrias que exporten al mundo, para atemperar la dependencia de Brasil.

    –De persistir el control de cambios y de importaciones más allá de este año, ¿obligará a replantear el modelo de desarrollo industrial en curso, por ejemplo modificando los precios relativos?
    –De persistir los controles, el sector industrial se verá seriamente afectado; es probable que muchas industrias que no quieren perder competitividad decidan trasladar su centro de gravedad a otros puntos geográficos de Latinoamérica; por otro lado, las que no puedan hacerlo y no quieran entrarán en una lucha de precios que será cruel, alimentando el proceso inflacionario.

    –El déficit del balance comercial energético y del automotriz ¿son consecuencia o resultado indeseado de la política industrial aplicada?
    –Absolutamente son consecuencia de una pésima política energética y política industrial.

    –La política de sustitución de importaciones está dirigida principalmente a proteger industrias que dependen de la política arancelaria oficial para generar empleos. ¿Tiene límites o en algún momento tendrán que pasar por el filtro de la competencia internacional?
    –A largo plazo no se puede sostener una sociedad protegiendo in eternum a la industria. Si en un tiempo prudencial no demuestran ser competitivas no podemos sostenerlas de por vida; debemos concentrarnos en las industrias que demuestran ser innovadoras y competitivas y desde ya no agredirlas con una catarata de controles y regulaciones que hacen imposible invertir y desarrollarse.

    –¿Por qué el balance comercial de las manufacturas sigue siendo cada vez más deficitario, cuando se viene de un crecimiento industrial sostenido y la producción primaria o semielaborada multiplicó por tres su valor en el mismo lapso?
    –Los costos internos siguen subiendo, por la presión tributaria récord, por la inflación alta que desencadena la justa recomposición salarial subiendo los costos laborales y a ello se agrega el atraso del valor del dólar, lo que hace encarecer nuestra producción. Es la combinación ideal para tener la tormenta perfecta, que alimenta la pérdida de competitividad; entonces no podemos exportar.

    –Las asociaciones de capitales privados con el Estado en industrias básicas, como la petrolera, o la energética, o en proyectos biotecnológicos, ¿apuntan a conformar una economía mixta o responden únicamente a una política de intervención estatal en la economía?
    –Ideológicamente al Gobierno no lo veo trabajando en una economía mixta, cuando se quiere ser tan controlador… se termina manejando una red industrial discrecional que espanta las inversiones.

    –¿Habrá un giro hacia industrias con tecnología de vanguardia, como software, aplicaciones, biotecnología, energías alternativas, etc.?
    –Es difícil que eso ocurra por la falta de alineación del plan 2020 con el esfuerzo de los planes de ciencia, tecnología e innovación.

    –La incorporación de tecnología en la industria se viene ejecutando en general mediante consorcios mixtos o subsidios estatales, ¿alentará este proceso un ciclo de inversiones privadas genuinas que lo consoliden o seguirán dependiendo de la gran caja sojera?
    –Lamentablemente las condiciones están dadas para seguir dependiendo de la soja

    –El desarrollo de la agroindustria exportadora se basa en la incorporación de valor agregado en origen que a la vez dinamice las economías regionales, ¿está el país en condiciones de aprovechar las ventajas competitivas en todos los rubros o seguirán reservadas solo a aceites, vinos y dulces, por ejemplo?
    –Deberíamos incorporar más valor agregado y ampliar la oferta al exterior, pero con el grado de cierre de la economía, el atraso del dólar, los costos internos crecientes y el bajo presupuesto de ciencia tecnología e innovación es difícil que suceda en forma extensiva. Solo ocurre cuando hay algunos empresarios con visión de largo plazo que se arriesgan a pesar de la tormenta perfecta que ha armado el Gobierno con sus políticas.

    –¿De dónde viene y hacia dónde va el valor agregado industrial de las exportaciones argentinas?
    –El futuro es incierto, pero bastante negativo si se sigue este camino súper regulatorio y controlador.

    –¿Qué oportunidades ofrecen al modelo nacional de desarrollo industrial las persistentes altas cotizaciones internacionales de las materias primas, como granos, petróleo y minería?
    –El mundo ofrece innumerables oportunidades, pero nuestra visión regulatoria y de corto plazo las hace perder.

    –¿Cómo imagina a la industria manufacturera argentina en 2020?
    –Si se siguen aplicando las políticas actuales y si la creatividad del Gobierno sigue generando políticas alineadas con el sesgo actual, creo que tendremos un retroceso de la industria manufacturera y, lejos de generar ocupación como pretende el Gobierno con el plan 2020, tendremos mayor desocupación.

    Un nuevo punto de partida

    “Volverá el crecimiento
    pero sin tasas chinas”

    El director de Analytica, Ricardo Delgado, pasó algunos años en Italia estudiando la integración de las cadenas productivas regionales y cree que es el momento de profundizar el modelo de crecimiento con matriz diversificada estimulando con financiamiento los proyectos de inversión, aunque para ello sea necesario dar señales a la baja para la inflación.

    Por Rubén Chorny


    Ricardo Delgado

    En una extensa entrevista concedida a Mercado, el economista describió el proceso de crecimiento iniciado en este milenio y destacó en ese contexto el comportamiento de la industria, que llegó a un nuevo punto de partida desde la reconstrucción de las ramas productivas destruidas en el final de la convertibilidad.

    –¿Hasta qué punto ha repercutido en la Argentina la situación internacional?
    –La estructura productiva argentina, consecuencia de los 90 pero también de decisiones tomadas en los 80, es altamente dependiente en cuanto a la provisión de componentes importados. El proceso de sustitución de importaciones se está dando pero de manera muy lenta: no es fácil desarrollar proveedores de la noche a la mañana.
    El caso italiano es el que más he estudiado en cuanto al desarrollo de proveedores locales, de cadenas de valor, y llevó muchos años de consistencia de políticas. La crisis que se desató en 2008 y 2009 a escala global creo que no ha terminado sino que está abriendo capítulos (empezó en Estados Unidos, ahora sigue en Europa, por supuesto en formas diferentes, y va a ser largo el proceso de desapalancamiento, sobre todo en el sector privado, en particular de las familias, pero también de las empresas). Está dejando como dato central, sobre todo para las economías emergentes, una tasa de desempleo muy alta, históricamente mucho más alta que la que vaya a tener en los próximos años, porque posiblemente presionará sobre los salarios de estos bloques en el largo plazo, lo cual tornará más competitivas las exportaciones de los países desarrollados frente al mundo emergente, que es el mundo que, obviamente, con tropiezos, con sobresaltos, está sosteniendo su aumento de producto en estos años.
    ¿Qué ocurrirá con el aumento del desempleo y sus efectos productivos en el mundo emergente? Y ahí debería ser canalizada buena parte de las políticas públicas que se decidan en más.

    –¿Cómo afecta actualmente al país la ola de desempleo que menciona?
    –La industria en los últimos seis meses ya ha dejado de crear puestos de trabajo formales: hubo reducciones importantes de horas extras, algo de aumento de suspensiones y muy poco, pero algo hay, de despidos.
    Esa dinámica de creación de empleo industrial se torna cada vez más dificultosa dado el actual contexto internacional, en el que el empleo tiende a ser cada vez más escaso. En Estados Unidos, que no es el que peor la está pasando, desde la salida de la gran recesión de la que todavía se sienten coletazos, como también en Europa. Por cada puesto de trabajo que se crea hay cuatro que no. Y es un dato que hay que ir a la década del 30 para encontrar algo parecido en términos de problemática laboral.
    En la Argentina, la demanda laboral, después de tocar un pico en 2008, se desplomó fuertemente durante la crisis y, como se recuperó el producto, en lugar de regresar a niveles previos, creció algo, pero muy poco, y se estabilizó en esos niveles. O sea hoy tenemos una economía más productiva en términos de generación de bienes, porque se producen más bienes y servicios con la misma cantidad de gente, lo que hace que la posibilidad de absorber mano de obra en la industria en particular se haga cada vez más difícil.

    –¿Están bien las medidas anticíclicas con las que el Gobierno combate las presiones contra el empleo?
    –Las medidas correctivas que aplicó el Gobierno en el 2009 estuvieron bien en términos de equilibrios en el mercado laboral. Cuando cayó la actividad económica, hubo una recesión ese año expresada en 0,8% de crecimiento que dio el Indec para ese año, y el Gobierno implementó los Repro, que son planes de asistencia a las Pyme con situaciones de crisis, que subsidiaron con aportes no reintegrables, 50% del salario de los trabajadores durante el período que durara la declaración de crisis, lo cual llegó a abarcar a 150.000 trabajadores, de los que hoy quedan unos 30.000 dentro del programa.
    Esa línea de políticas directas de subsidios al salario es interesante; por supuesto que tiene una carga fiscal. Algo así viene haciendo Brasil con la industria desde el año pasado, cuando lanza un plan piloto de exoneración de cargas salariales, patronales y personales, que empezó con cuatro sectores: textil y vestimenta, muebles, calzado y telecomunicaciones, y ahora se extendió a 15. En Brasil no hay ahora cargas sociales patronales para 15 sectores, muchos de ellos competidores de la Argentina en términos de comercio bilateral. A cambio de eso, se les pide porcentaje (que va de 1 a 1,5%) de la facturación de la empresa a fin de compensar parte de ese costo fiscal.
    Son medidas que aliviarían en parte la estructura productiva local y permitirían generar situaciones de rentabilidad, que se han perdido y mucho sobre los sectores Pyme.

    –¿Pueden alterar los empleos las restricciones a la importación?
    –Si las medidas cambiarias y comerciales se eternizan serían nocivas. Si fueron pensadas para el corto plazo, de alguna manera comunicadas y explicitadas por el Gobierno, deberían tener efectos poco reales en el mediano y largo plazo.
    Está asumido por todos que este año las medidas de control de cambios seguirán existiendo, pero también es cierto que por el lado de las importaciones empezaron a haber flexibilizaciones, lo cual reconocen clientes del estudio que provienen de sectores productivos a diferencia de dos o tres meses atrás. Fue ese segundo semestre del año el peor en términos productivos y económicos.
    Ahora existe la certeza en el sector industrial de que va a contar con el insumo, con la parte importada, pagando al precio oficial como viene sucediendo hasta ahora.
    Claro que las filiales de empresas extranjeras tienen el componente adicional de que no pueden rendir utilidades a sus casas matrices, sino que tienen que pedir autorización al Banco Central. Si la situación internacional no se desequilibra, si la soja sigue en estos niveles, si la cosecha del año que viene, como todo parece indicar, mejora, estas restricciones, hoy muy fuertes en el mercado de cambios en particular, van a empezar a descomprimirse.

    Tasas achinadas
    –¿Retomará el país la senda del crecimiento que traía hasta antes de la crisis mundial?

    –Vamos hacia una etapa en la que el crecimiento va a ser mucho más bajo del que traíamos en las épocas doradas de las tasas chinas, pero no vamos a entrar en zona de riesgo. Se sentirán los efectos de la recuperación que se espera de Brasil en cuanto empiece a dar señales a partir del último trimestre de este año.   
    Las inversiones van a salir de la propia generación de recursos internos, de los pesos que los argentinos vayan de alguna manera acumulando. Hay una situación paradójica: una fuerte liquidez en pesos ante la veda para comprar dólares, y esto en algunas empresas, sobre todo medianas, que ven ahora un horizonte más calmo, empieza a generar la pregunta de qué hacer con los pesos y decidir entonces invertir.
    Es un efecto paradojal. Pero juegan también a favor los mecanismos de créditos subsidiados, como el del Bicentenario, el famoso 5% que los bancos tienen que ofrecer a las Pyme, fondeos de Anses destinados a Pyme, que están a mano y funcionan. Si bien estas inversiones privadas no van a generar un boom, sí van a revertir este proceso de caída que se ha dado en el primer semestre.

    –¿Entonces estarían dadas las condiciones para una segunda etapa de despegue, aunque más moderada?
    –Hoy estamos en una realidad donde hay una cantidad de condicionamientos que no existían en los primeros años de la década. Básicamente casi no hay ya capacidad ociosa, ni elevado desempleo y los salarios en dólares llegaron a un punto que hasta empiezan a hacer crujir las estructuras de costos en varios sectores, lo cual abre una etapa diferente en términos de crecimiento desde el sector productivo.

    –¿Está preparada la industria para encarar este desafío?
    –La recuperación industrial ha sido muy significativa y durante cuatro o cinco años, desde 2000, ha sido el sector más dinámico de la economía, tanto en la generación de empleo como de aporte al producto bruto en la oferta. El sector agropecuario, agroindustrial si se prefiere, viene un poco después a dinamizar fuertemente.

    –¿Especialización o diversificación?
    –Con ciertas restricciones, la especialización absoluta genera muchos costos en términos de asignación de recursos, de equilibrio macroeconómico. Cuando las economías dependen de muy pocos productos son muy vulnerables a los shocks, tanto de oferta como de demanda. Por eso lo más sano es lo que tenemos, una matriz más diversificada. Y creo que va a seguir.
    Además del sector agropecuario y agroindustrial, donde las ventajas son bastante obvias, hay otros donde el Estado tiene que empezar a focalizar la cuestión del financiamiento, como los nuevos vinculados con la tecnología, genética animal, software, es decir, que absorben recursos calificados importantes, donde haría falta mayor impulso crediticio.
    Es un poco lo que hace Brasil; también hay que mirar la experiencia que hizo en los últimos 15/20 años, donde a las líneas más generales, más habituales de financiamiento productivo son las que otorgan los bancos privados, pero básicamente el BBDS con líneas para sectores puntuales que permiten, de alguna manera, sobre todo ser competitivos en un mundo donde el real es una moneda muy fuerte. Y la competitividad en Brasil vía precios está hoy muy cuestionada.

    El piso en el año 2000
    –¿Y cómo evalúa en ese contexto el grado de competitividad alcanzado en la Argentina?

    –Para entender un poco lo que ha pasado en estos nueve años después del estallido de la convertibilidad hay que ver de dónde venimos: de una realidad productiva muy compleja en la Argentina, donde de alguna manera se habían desarticulado gran parte de las ramas productivas, sobre todo con mayor grado de integración local, consecuencia de las políticas que se siguieron en los años 90.
    En término de resultados implicó una caída muy grande de la producción y el empleo industrial. Hay que partir de ese piso, para no entrar en la discusión de los 90, porque ya pasaron muchos años, si bien los péndulos económicos tocaron las realidades del sector productivo local.

    –¿Partir de este piso implicaría la necesidad de rever las metas del plan 2020?
    –La meta de 2020 es ambiciosa pero tiene un grado importante de realismo. Hace mucho que vengo pensando –para no entrar en estos falsos dilemas– la industria argentina sin devaluación, que en algunos casos puede ser cierto, y para evitar esas fluctuaciones, habría que saltar el laberinto por arriba, como decía Borges, y empezar a pensar en el financiamiento como un motor, un driver importante de la competitividad del sector industrial. Ahí es donde el Gobierno debería hacer un esfuerzo muy grande seleccionando, mirando proyectos, apoyando desde ese lugar.

    –Proyectos significan inversión, y esta requiere plazos más largos. ¿Cómo se sale de la agenda del día a día para ponderar perspectivas?
    –Es fundamental que el Gobierno empiece a dar algunas señales más generales, más macro desde el punto de vista económico, que tiene que ver básicamente con empezar a pensar en cómo hacer para que la inflación empiece a bajar. No de manera drástica, sino gradual, sin ajustes fiscales, sin recetas ortodoxas, ni bajar salarios, ni mega-devaluaciones, ni planes de estabilización que generen violentas transferencias de ingresos, pero sí me temo que sea difícil pensar en financiamientos de largo plazo de estos sectores y de toda la economía en general con una tasa de inflación que hoy está ubicada por encima del 20%.
    Cuando se miran los números fiscales o de crecimiento de gasto o los agregados monetarios se la ve e igual se la nota todos los días. Si bien la inflación, como dato atractivo interesante, no espiralizó. Y como ya van varios momentos de estos últimos años que sigue estando estable en esos niveles, va comiendo la productividad, además de generar problemas macro.

    –Pero la inflación no es nueva en la Argentina, muchas generaciones han crecido en el marco de la inestabilidad. ¿Por qué se le da hoy tanto dramatismo?
    –En la época del 60 había estos niveles de inflación, que se la llamaba latina. Las correcciones no deberían ser demasiado costosas, son políticamente beneficiosas todas las estabilizaciones de estos niveles de inflación. Si se fuera a correctas mediciones de precios de la manera que se quiera, dejar el índice actual y armar uno nacional se puede hacer perfectamente y la gente va a empezar a coordinar sus expectativas con ese parámetro en tanto esté bien medido, porque hay una cuestión muy importante: la inflación en la Argentina tiene una carga de expectativas muy fuerte, es un componente muy importante, diría casi el principal, y si se percibiera que se toman medidas contra la inflación y hay preocupación, de alguna manera va a coordinar sus expectativas a la baja.
    Por supuesto hay que agregarle cierta moderación fiscal y monetaria, con algún acuerdo a dos años, o algo parecido, de precios y salarios, con compromisos de trabajadores y empresarios, un esquema que puede hacerse secuencialmente, no es necesario alquilar el teatro Coliseo para anuncios. Y la inflación puede ir convergiendo a una tasa de 5/6 puntos menos el año que viene.