Ideas y debates |
Matías San Juan
Por Rubén Chorny
Los extremos demográficos se tocaron en menos de un año: Dánica Camacho, la habitante número 7.000 millones del planeta, nacía en Filipinas, mientras en España, a los 111 años, acaba de morir el hombre más longevo de Europa, Francisco Fernández Fernández.
Podrían haber sido, globalmente hablando, tatarabuelo y nieta.
Pero este choque de generaciones tan opuestas explotó sobre la cabeza de 1.800 millones de jóvenes entre 10 y 24 años (la cuarta parte de la población mundial) que desde hoy hasta que se retiren de la actividad laboral cargarán con el sambenito de desentrañar la “ecuación del millón”: cómo se las arreglarán con tantas “personas de cierta edad” que, una vez atravesada la barrera de la jubilación, albergan la expectativa de seguir envejeciendo otros 15 años más promedio demandando cuidados y atención.
¿Habrá seguridad social que resista? ¿Medicina que aguante? ¿Tolerancia familiar que acompañe? ¿Cómo conseguir que los que vivan más, vivan mejor y dejen vivir al resto?
Las proyecciones demográficas, para quienes se pongan a pensarlo, tienen en 2050 la próxima recalada. Habrá para entonces 2.300 millones de habitantes más en el mundo, aunque la mayor parte nacerá en Asia, África y América latina y la mayor tasa de envejecimiento se está dando en Europa.
La Argentina navega con los fluctuantes números de su economía por la mitad de semejante océano demográfico. Quizá los que actualmente más tendrían que preocuparse sobre su suerte para la tercera edad en 2050 serían los de la clase 1985, pero su atención está volcada más bien a encaminar la vida profesional o laboral y, en muchos casos, constituir familia.
¿Cuáles serían las luces y sombras al acecho?
• Si para el momento de retirarse habrá 11 millones de habitantes más que ahora en el territorio nacional, sin contar corrientes inmigratorias.
• Si serán entonces 10 millones de jubilados a ser mantenidos.
• Si habrá tres y medio activos en condiciones de aportar por cada pensión.
• Si la productividad de la economía para entonces podrá superar a la de los últimos 20 años, cuando la masa salarial aumentó 50%, el PBI 89% y el empleo subió al 70% y aun así al régimen previsional y de salud no alcanza.
Jorge Colina
La depresión y el pesimismo
William Faulkner describió, aunque en un borrador de novela que no le alcanzó la vida para terminar, el regresivo timing de las prioridades existenciales: “Con el tiempo te haces viejo y ves la muerte. Entonces te das cuenta de que nada, ni el poder, ni la gloria, ni la riqueza, ni el placer, ni tampoco, siquiera, verse libre del sufrimiento, tiene tanto valor como el simple acto de respirar, el simple hecho de estar vivo, incluso con todo el pesar del recuerdo y el dolor de poseer un cuerpo irremediablemente gastado; simplemente saber que estás vivo”.
Gambeteando visiones tan fatalistas y más pendientes de asociar una larga a una sana vida aparece una cada vez más numerosa legión de cruzados contra el tabaquismo, el sedentarismo, la obesidad, el consumo de alcohol, estrés, que no solo aspiran a cruzar el cordón de la tercera edad en buenas condiciones, sino a durar más en plenitud. La reciente multitudinaria asistencia a respirar paz con Ravi Shankar, en Palermo, registró tanta elocuencia.
Entre la depresión y el optimismo, en el aquí y ahora de nuestro país ya se bosqueja el paisaje del envejecimiento poblacional. Niños hasta 14 años representan 25%; de 15 a 64 años 64% y de 65 años para arriba, 11%. Por cada 7,36 muertes diarias nacen 17,34 bebés cada 1.000 habitantes.
Constituyen estos los aprestos estadísticos de los que deberían estar tomando debida nota los que hoy transitan por los 50 años (la clase 1960), máxime cuando se recorta en el horizonte no muy lejano de 2025, según calcula la socióloga top en estas lides, Susana Torrado, un nuevo aumento de la población argentina, que llegará a 47.160.000 almas, dentro de la que habrá ¡122,3% más de mayores de 65 años!
Directora de la cátedra de Demografía Social de la UBA, de la que Torrado es titular emérita, Mabel Ariño interpreta que si para 2015 la esperanza de vida al nacer estará en 74,2 años para los varones y 81,7 para las mujeres, es porque ha existido una asociación positiva entre esa prolongación de vida y el PBI por habitante: “El mayor ingreso podría considerarse causa de la mejor salud, que se alcanza por mejor educación, nutrición, vivienda, sanidad y demanda por servicios de salud”, esgrime.
El encuadre económico del intríngulis que se presenta de ahora en más lo brinda Jorge Colina, de IDESA: “Las características de la población activa en la Argentina en 2030/50 indican que habrá menos jóvenes que trabajadores que aporten al sistema previsional y más jubilados para asistir. Entrará en tensión la temporalidad de las necesidades sociales”, sostiene.
Cuenta que en Europa se establecieron regulaciones para nivelar unas y otras necesidades: en Holanda, por ejemplo, se institucionalizó dentro del sistema de salud la inclusión de la residencia especializada en el cuidado de largo plazo de los ancianos.
Admite no obstante Colina que “las soluciones en América latina suelen forjarse a partir de las crisis, y que después del Plan Bonex de 1992, en la Argentina se empezaron a capitalizar los ahorros durante 15 años, luego vino de nuevo la estatización y vuelta a reparto en 2008, cuando abre otro ciclo que nos lleva hacia una nueva crisis”.
Antes de que la sangre llegue al río, el actuario Carlos Grushka, economista y demógrafo, le abre un crédito al crecimiento de la clase activa por el lado de los ingresos más que por las edades, como sucedía cuando la tasa de fecundidad no había bajado.
Pero Colina no confía demasiado en la productividad que pudiera generar la economía nacional para aplicarla a la atención del envejecimiento poblacional, y ve deficiente la formación educativa para conseguirla por el lado del trabajo.
Carlos Grushka
El cuidado descuidado
Zarebski cuestiona específicamente que no se destine más presupuesto a la atención de la salud de esta franja poblacional, ni tampoco a los programas educativos: “Al tiempo que se incrementa el porcentaje de personas mayores de 80 años y crece de manera exponencial la demanda de cuidados, disminuye la posibilidad real de atenderlos dentro del contexto familiar, debido a la caída de la fecundidad (menos hijas e hijos por cada persona mayor) y a la progresiva incorporación de las mujeres al mundo del trabajo. En un futuro muchas menos mujeres tendrán que cuidar a muchos más ancianos”, manifiesta.
En todo caso, aparte de pensiones y salud, Colina plantea otro el gran conflicto en ciernes: que el envejecimiento poblacional haga envejecer a las ciudades y así entren en tensión con las necesidades de los jóvenes. “Se contraponen la necesidad de la sobriedad, la tranquilidad, la atención a las discapacidades, con el bullicio, la agitación y la dinámica, propias de otras etapas de la vida”, apunta.
En este juego de luces y contraluces se detiene Grushka: “Los logros en el mundo se identifican con grupos y preferencias, y por eso se van planteando las disyuntivas: sanos contra enfermos, viejos versus jóvenes, pobres versus ricos, y otros serían: negros contra blancos, unos religiosos contra otros”, ensaya.
Pero aplica finalmente el yin y yan que campea en su dialéctica demográfica: ni Nostradamus ni Hurtington, en la Argentina estas dicotomías aún no están tan marcadas.
Cara y contracara políticas |
Proyecciones previsionales suma cero Uno de los autores, junto con Fabio Bertranou, Oscar Cetrángolo y Luis Casanova, de “Encrucijadas en la Seguridad Social Argentina: reformas, cobertura y desafíos para el sistema de pensiones”, dic. 2011, editado por CEPAL y OIT, Carlos Grushka, llega a la conclusión de que los desafíos demográficos por venir no pueden dirimirse según las proyecciones estadísticas, sean optimistas o pesimistas. |
Gasto público: algo habrá que hacer En el bunker céntrico del Instituto para el Desarrollo Social (IDESA), cuyo staff comparte con Osvaldo Giordano y Alejandra Torres, Jorge Colina vaticina entre gráficos y cuadros estadísticos que “las primeras consecuencias del envejecimiento de la población recaerán sobre el gasto público, ya que aumentará el número de jubilados para cobrar, siendo que actualmente ocupan la mitad de las erogaciones del Estado nacional. También repercutirán en una mayor exigencia presupuestaria para la salud, que insume 10% del PIB, y las instituciones no están diseñadas para dar una mayor cobertura previsional”. |
Curarse en salud |