Más gobernabilidad, menos fuerza y apuesta tecnológica

    PORTADA (II) |

    Por Rubén Chorny

    Nada es como era en el mundo desde que el segundo 11 de septiembre de este siglo los propios aviones de línea estadounidenses, dirigidos por terroristas perforaban, en pleno centro de Manhattan, el símbolo del poder económico mundial representado por las Torres Gemelas.
    Estados Unidos logró constituir una alianza geopolítica para enfrentar la amenaza global con otrora enemigos como Rusia y China, y regímenes que subestimaba, como Sudán, Cuba o Irán. Algo así como una remake de 1815, 1945 o 1989.
    Una vez arrinconada Al-Qaeda y devastados Afganistán e Irak, el poder estadounidense pareció reverdecer, hasta que redobló la apuesta y fue por más: por “el eje del mal”, donde se incorporaba a Irán y Corea del Norte como apóstatas.
    Habían sido los últimos coletazos de una hegemonía que ya 10 años antes empezaba a tambalear, cuando colapsó la Unión Soviética, su contracara en la estructura del sistema de poder, y dejó sola a Washington en el trono mundial.
    Once años después del 11S, el petróleo vale cuatro veces más y la deuda estadounidense representa una amenaza peor aun que cualquier asechanza exterior estallada la burbuja financiera hace casi cinco años.
    Mercado intentó, pero no logró, que el experto en política internacional de la Universidad Di Tella, Juan Gabriel Totkatlian, participara en este debate. Sobre todo porque en 2008, en plena onda expansiva de la crisis subprime, escribiera para La Nación: “En el corto plazo, la hegemonía de Estados Unidos no será plenamente sustituida. No obstante, Washington se podría ver obligado a resignar su tentación imperial y su ambición hegemónica para convertirse en un disminuido primus inter pares. Habrá que ver si sus elites aceptan un aterrizaje suave (pero forzoso) de su enorme poderío internacional. Es bueno recordar que sus líderes se han asignado, tradicionalmente, un destino manifiesto especial, lo cual no facilita el manejo de un eventual declive, aunque sea menos drástico y dramático que el de otras grandes potencias en la historia”.
    Y agregaba que “en el largo plazo, el tránsito de la influencia y el poderío global hacia el mundo asiático adquirirá mayor intensidad y profundidad. Esa transición, como tantas otras en la política internacional, podría estar atravesada por múltiples fricciones, contradicciones y disputas”. Para advertir finalmente: “La última vez que viró el poder mundial –de su centro, en Gran Bretaña, a Estados Unidos–, la humanidad conoció dos grandes guerras mundiales que acompañaron ese movimiento económico, político y militar. Un escenario semejante en las próximas décadas, con nueve países que tienen más de 15.000 ojivas nucleares –equivalente en su capacidad destructiva a un millón de bombas como la lanzada en Hiroshima– sería catastrófico para la humanidad en su conjunto”.


    Eduardo Amadeo

    Un punto de inflexión
    Sin embargo, en estos cuatro años, Estados Unidos se fue retirando de Medio Oriente y se dedicó a reinventarse: orientó su industria manufacturera a la exportación e invirtió las energías en disputar otra vanguardia, la tecnológica.
    El director del Instituto de Planeamiento Estratégico, Jorge Castro, marca como nuevo punto de inflexión histórica, de una importancia similar o aún mayor al de 1991, la crisis global 2008/09 desatada a partir de la caída de Lehman Brothers.
    Muestra como resultado la sucesión de la hegemonía unipolar que ejerciera en la estructura del poder mundial a partir de 1991 “por una plataforma de gobernabilidad del sistema mundial, en la que comparte las decisiones estratégicas con un grupo de países emergentes, de los cuales los tres principales son China, India y Brasil”.
    Destaca que se manifiesta a través del Grupo de los 20, cuyo núcleo de decisiones pasa por el vínculo entre Estados Unidos y China, “que podríamos denominar el Grupo de los 2, con lo cual “el proceso de integración entre las dos superpotencias del sistema mundial es cada vez mayor”.
    El ex embajador en Estados Unidos y actual legislador del PJ, Eduardo Amadeo, pronostica en tal sentido que “habrá más equilibrios en el sistema de poder mundial, sobre todo en la medida en que haya liderazgos que sepan juntar a los nuevos actores y hacerlos funcionar en conjunto”. Vaticina que se manifestará en todas las instancias multilaterales de decisión (financiera, política, comercial, ambiental, etc.). Aunque también piensa en intentos de consolidar las viejas alianzas, como la de Estados Unidos con los líderes europeos, “y –sin duda– las alianzas de intereses estratégicos comunes con los países del área de influencia de China”.
    Otro ex embajador argentino, pero ante ONU, Emilio Cárdenas, sentencia que “el poder hegemónico de Estados Unidos ha comenzado evidentemente a decrecer y los estadounidenses lo saben bien, lo cual ya afecta su capacidad de liderar”.
    Por ello, afirma, “el mundo en rigor ya no es unipolar, sino multipolar, siempre en términos de poder. Otros Estados están en ascenso, los denominamos “potencias emergentes”, como son: China, India, Turquía, Brasil, Indonesia o Sudáfrica. Poco a poco, reclaman el espacio e influencia que creen les corresponde en el escenario internacional”.

    El rol de los emergentes
    Siguiendo su aserto de que el orden mundial se ha transformado en los últimos cuatro años, Castro subraya que “el eje del crecimiento económico en general, del proceso de acumulación global, no está más en los países avanzados, ni en Estados Unidos, Europa o Japón, sino que está en los países emergentes, sobre todo en los tres principales: China, India y Brasil. Y que, como así continuará siendo en los próximos 10/20/30 años, hacen un esfuerzo para adecuarse a las nuevas condiciones globales de acomodación”.
    Explica que “el cálculo que hace las Naciones Unidas es que en los próximos 10 años la clase media global surgirá, prácticamente en su totalidad en forma exclusiva, de los países emergentes y 75% del crecimiento de la clase media global va a tener lugar nada más que en dos de ellos: China e India. En Brasil ya ha ocurrido lo fundamental, que es la incorporación al mercado, de la producción al consumo, de unas 30 millones de personas, que en los últimos 10 años han pasado de los sectores pobres de la economía del país a esta clase media que es denominada en Brasil como “clase C”.
    A Amadeo le parece difícil, sin embargo, pensar en una pérdida significativa de la importancia de Estados Unidos en las decisiones internacionales; entre otras cosas, “por su peso militar, que no se ha de reducir significativamente; pero también por el peso de su capacidad tecnológica y la presencia del dólar”.
    Cárdenas rescata de Estados Unidos la preminencia relativa que aún mantiene. Y respecto al multilateralismo, cree que ha redescubierto sus numerosas ventajas ante la nueva realidad: “Recurre, una vez más, a él, particularmente para enfrentar las amenazas colectivas o comunes, como son: el crimen organizado, el narcotráfico o el terrorismo”, enumera.
    Recuerda que la economía estadounidense es aún la más grande –y la más dinámica– de todas, y que su poder “blando” es todavía fuerte, por lo que su influencia cultural resulta enorme.

    Emilio Cárdenas

    Otra revolución tecnológica
    Vuelve a detenerse Castro en la nueva revolución tecnológica que ha aparecido en estos últimos cuatro años en Estados Unidos, “lo que nuevamente lo convierte en la frontera del sistema en lo que se refiere a la capacidad de innovación y al cambio tecnológico. También su papel mundial hay que darlo por asegurado en los próximos 10/20 años, en la medida en que, precisamente, profundiza estos rasgos propios, esenciales, característicos del crecimiento de Estados Unidos.”.
    Amadeo pondera asimismo “el aumento notable de la productividad de la economía estadounidense, lo cual a su juicio desmiente la idea de una declinación irreversible (lo que es diferente que aceptar un mundo más equilibrado). Lo mismo parece decir el nuevo ciclo de energía barata en el que está entrando su economía gracias al gas no convencional”.
    Y ensaya: “Si estuviésemos equivocados y efectivamente Estados Unidos cayese en su poder, creo que habría mayor inestabilidad ante la falta de un actor de última instancia que ninguna otra potencia podría ocupar. Su desafío –redondea– es aumentar su capacidad de diálogo e inclusión con otros actores para mantener el rol central a pesar de tener –objetivamente– menos poder”.
    Aclara Cárdenas que los estadounidenses, sin embargo, todavía exportan más servicios y bienes, sumados, que ningún otro país. Y que no están demasiado lejos de China, como la principal potencia industrial del mundo.
    “Su economía es aún más grande que la china y, como se apunta desde la doctrina, no tienen algunos de los problemas realmente serios que los chinos todavía deben resolver, como la intranquilidad doméstica por la falta de libertades esenciales; o la carencia de viviendas para algunos; o la corrupción generalizada; o una población que envejece rápidamente; o una tendencia demasiado alta al ahorro; o una falta de capacidad relativa de innovación”, desgrana.
    En tal sentido, afirma Amadeo que China “ha tenido un enorme éxito con su sistema dual, de economía y política con decisiones centralizadas y administración de la apertura. Es un modelo que fue difícil de entender para Occidente, que prefirió aplaudir la perestroika rusa (que terminó en un enorme fracaso)”.
    Opina que “seguirá administrando con criterio político su modelo, sobre todo si el proceso de incorporación de mano de obra rural al crecimiento se mantiene con éxito. No hay ninguna señal de fisuras en la estructura de poder china, más allá de las expresiones de deseos del conservadurismo estadounidense”.

    Después de las elecciones
    Cárdenas opina que “Estados Unidos debe ordenar urgentemente su economía y revitalizar su poder. El esfuerzo previsiblemente comenzará a fin de año, luego de las próximas elecciones presidenciales”.
    Pero al mismo tiempo se esperanza en que encuentre fórmulas para convivir constructivamente con China, su más claro rival en lo que a predominio universal se trata. “Para ello, como bien señala Brzezinski, es fundamental poder reconciliar genuinamente a China y Japón, lo que no es simple, pero tampoco imposible. Y ayudar a China a avanzar en el plano del respeto de las libertades civiles y políticas y de los derechos humanos, sin estigmatizarla y encender así, aún más, su creciente nacionalismo”, exhorta.
    Respecto de China, indica que debe superar el “relato” hostil a Occidente que hasta hoy predica. Y estar dispuesta a construir y preservar los equilibrios regionales que la paz siempre requiere. No solo con Japón. También con India y Vietnam.
    Además de considerar necesario unificar a Occidente, tarea que es particularmente compleja por el hecho de que Europa está en muy serias dificultades, enfatiza que “hay que trabajar con Rusia, no contra Rusia, cuya democratización debe finalmente poder materializarse, después de años de postergaciones y ciclos de gran autoritarismo”.
    Y señala que, “pese a todo, el mundo que viene será uno con muchos actores centrales, en lugar de uno solo. Distinto, entonces”.
    En lo que Amadeo insiste en que Estados Unidos representa un reaseguro frente al avance chino, que puede ser desbordante. Sin que se puedan proyectar linealmente las experiencias del pasado, sin embargo, esos países bien conocen las ambiciones de China (“el centro del mundo”) y los conflictos –muchas veces brutales– que han tenido con ella. Por eso, ese anillo del Pacífico es un reaseguro también para que se sostenga el peso mundial de Estados Unidos.

    –Todavía Estados Unidos sigue gastando más en sus fuerzas armadas que el resto de todas las otras potencias combinadas. ¿Es esto un síntoma de decadencia o reafirma que seguirá siendo potencia de primer orden por mucho tiempo?
    –Aún el gasto militar de estadounidense es mayor, en sí mismo, a la suma de los gastos militares del resto de los países del mundo, sobre todo a lo que se refiere al gasto militar en los sectores estratégicos en el mundo actual, que se vinculan con la industria satelital, por un lado, y la capacidad para desplegar fuerzas convencionales a cualquier parte del mundo en un plazo de 72 horas. En este sentido, Estados Unidos es una categoría aparte. Lo que ocurre es que en un sistema mundial cada vez más integrado, sobre todo entre los países emergentes y Estados Unidos, entre China y Estados Unidos, el poderío militar ya no es el eje del poder –responde Jorge Castro.
    Y agrega: “Hay una reducción muy significativa en el gasto militar y defensa etadounidense en estos próximos 10 años de más de US$ 400.000 millones. Esto está ya establecido y lo está ejecutando el Gobierno de Barack Obama”, lo cual pronostica que “es probable que todavía se acentúe y se aumente esta reducción del gasto militar de Estados Unidos, colocando el acento esencialmente a lo que se refiere a los vínculos estratégicos con Asia, que es la nueva prioridad de Washington. Que por otra parte, no está más en el Medio Oriente: Estados Unidos ha cerrado el ciclo de guerras en esa zona, tanto Irak como Afganistán y Libia, por un lado; y por el otro va a colocar el acento no tanto en las fuerzas convencionales, sino en el gasto de defensa que tiene un carácter estratégico de avanzada, sobre todo lo que se refiere a inteligencia satelital y manejo de elementos autónomos desde el punto de vista tecnológico, como aviones autopropulsados sin conducción humana”, completa.

    El gasto militar
    “Que Estados Unidos siga gastando más en sus fuerzas armadas que el resto de todas las otras potencias combinadas confirma que tiene conciencia de la importancia de su influencia militar; y que no está dispuesta a perderla –advierte Amadeo–. Seguramente habrá más cambios en volumen y nivel de gasto –por obvias razones de capacidad fiscal, pero ningún país se acerca a Estados Unidos. Además, necesita ponerle límites a Rusia y aún a China, que avanzan en su capacidad militar. Los conflictos en el Medio Oriente, vitales para el abastecimiento petrolero americano, confirman que no pueden reducir su capacidad de intervención”.
    “Por el momento, Estados Unidos invierte en gastos militares más que todos los demás Estados, combinados. Y tiene una capacidad profesional de acción única. Mayor que la de cualquier otra potencia –indica Cárdenas–. Cada estadounidense gasta en impuestos algo así como US$ 2.000 que se destinan a sufragar gastos militares. Los británicos destinan la mitad de ese importe; los alemanes, la cuarta parte; y los japoneses apenas US$ 340 por año. Pero los estadounidenses están sumidos claramente en algunos problemas fiscales alarmantes. Por ello, la calificación de sus bonos soberanos ha sido reducida por Standard & Poors. Por primera vez en la historia.
    Prosigue el ex embajador en ONU que de ahí que, para ellos, sea necesario empezar a ser prudentes, porque en una crisis extendida, si el comercio se ve seriamente afectado y la estabilidad se quiebra, los procesos se pueden acelerar y la decadencia de Estados Unidos también. Explica: “En los años que van desde 2001 a 2009, los estadounidenses han duplicado su deuda federal. En términos de su PBI, desde 32% a 67%. Un salto importante, con duras consecuencias. Y como si ello fuera poco, también sus estados y municipalidades están sobreendeudados. Y ocurre que el dinero es poder. De allí que la debilidad financiera suponga inevitablemente pérdida de influencia. Por esas mismas circunstancias, la fortaleza de las reservas chinas se traduce en una creciente capacidad de influencia exterior”.

    El escenario del Pacífico
    –En el Pacífico se dibuja una nueva gran estrategia de Estados Unidos: el “offshore balancing”, o “búsqueda de alianzas con países extranjeros”. ¿Es viable la estrategia mediante la cual una gran potencia usa potencias regionales amigas para que vigilen e impidan el posible ascenso de potencias hostiles?
    –Estados Unidos ha intentado usar potencias regionales amigas (el offshore balancing) en el pasado, en especial con Japón, Taiwán y Corea, para que vigilen e impidan el posible ascenso de potencias hostiles –reconoce el ex representante diplomático en Washington y actual legislador del PJ, Eduardo Amadeo.
    Añade: “Es una estrategia que se ha usado desde el fondo de la historia y no tiene por qué no funcionar. Obviamente, todo depende de la capacidad de Estados Unidos de servir como actor de última instancia. Pero es también una estrategia que va en el interés de los países aliados de Estados Unidos, que no quieren ser desbordados por el avance chino. Aun pueden pensarse alianzas puntuales con Rusia, que también quiere mantener su peso en la región frente a China. Y esto sucede no solo en el Pacífico, sino también en otros lugares donde la estrategia china de búsqueda de recursos naturales y mercados (África) genera miedos”.
    Una conclusión que parece recortarse de las opiniones recogidas por Mercado la resume así Jorge Castro: “El poder en el mundo, incluido el militar, está cada vez más integrado y se basa actualmente en una revolución tecnológica: se asimila al incremento de la producción, la productividad y esencialmente al cambio tecnológico”.

    El Partido Comunista empuña el timón

    El elemento fundamental que ha llevado a 30 años de crecimiento de la economía china, la tasa más alta durante el período de la historia más prolongado del capitalismo, 9,8% anual promedio en tres décadas, es el resultado fundamentalmente de la política del Partido Comunista chino, asegura el analista internacional Jorge Castro.
    Desde 1991, la prioridad estratégica del sistema político chino, encabezado por el Partido Comunista, ha sido atraer la inversión de las empresas transnacionales, por un lado y, por el otro, hacer ingresar al país en la Organización Mundial de Comercio, lo cual logró 10 años después, en 2001.
    Desde entonces, indica Castro, el crecimiento de la economía china se transforma en un momento del despliegue del proceso de globalización del capitalismo, a partir de la inversión extranjera directa de las empresas transnacionales. Así, se ubica en la primera posición de las exportaciones mundiales, con más de 60% del total.
    Respecto del cambio del sistema político chino, hay que tomar en cuenta que ha habido y hay un cambio extraordinario, pero a partir de sí mismo. La modificación de las reglas de juego, con una creciente importancia de provincias y grandes ciudades, por un lado, más la incorporación de la clase media intelectual y del mundo del empresariado, sobre todo el más avanzado, al sistema de decisiones. Esto es demostrativo de una gran flexibilidad, que pone el acento en adelantarse a los acontecimientos, no ser arrastrados por ellos. El sistema político chino, y China como país, cambia a partir de sí mismo y, en este sentido, no hay que pensar que el crecimiento económico de China implica de ninguna manera una occidentalización del sistema político.
    El dato fundamental a tomar en cuenta es que en los últimos cuatro años, más de 80% del crecimiento de la economía mundial es obra de los países emergentes, encabezados por China, pero de ninguna manera limitado solo a ella. El cálculo que hay que hacer es que los países emergentes representan más de 4.000 millones de personas en el sistema mundial, por un lado. Y, por el otro, que el crecimiento de la población mundial de acá a 2050, se estima que va a pasar de los 7.000 millones de habitantes actual a 9.000 millones de habitantes. Mas de 90% / 95% de este crecimiento de la población mundial va a ocurrir en los países emergentes. Esto significa que el fenómeno del crecimiento chino es nada más que la manifestación, el aspecto de vanguardia del crecimiento de los países emergentes. En este sentido, hay que tener en cuenta que el crecimiento de los países emergentes está encabezado por el surgimiento y desarrollo en gran escala de una clase media global.

     

    El dólar sigue vivito y coleando

    El ex embajador argentino en Estados Unidos, Eduardo Amadeo, supedita el uso de las monedas a las alianzas, la confianza y el peso en el financiamiento internacional. “No me imagino a China desplazando al dólar en las transacciones financieras europeas. Pero todo depende de si Estados Unidos puede sostener su recuperación económica, si su actual ventaja en términos de productividad se asienta y si vuelve a darle dinamismo a su comercio”, condiciona.
    Cárdenas advierte en tal sentido que, sin llegar a dramatizar el dato, “hasta ahora, los estadounidenses gastan algo así como 5% de su PBI en atender el servicio de la deuda y al ser –ellos mismos– emisores del dólar, tienen una ventaja inusual en lo que tiene que ver con el valor de su moneda, que además es la internacional desde que, al menos todavía, el “renminbi” chino aún no es convertible. China tiene control de cambios. Hasta que ello quede atrás, esa moneda no será internacional”.
    Reseña que en los últimos dos años, sin embargo, algunas grandes empresas chinas han sido autorizadas a pagar sus deudas en el exterior en “renminbis”, lo que ha comenzado a crear un pequeño espacio operativo para una moneda que previsiblemente competirá con el dólar. En el mercado de Hong Kong es ya posible comprar bonos expresados en moneda china (los dim sun) y hasta acciones emitidas en esa moneda.
    Sospecha que “en rigor, China planea crear una zona especial de convertibilidad en Shenzhen, curiosamente la misma ciudad en la que se experimentaron con éxito las reformas capitalistas que llevaron al país a un proceso de crecimiento inédito. Casi milagroso”.