DOSSIER |
Ilustración: Matías San Juan
Lo que caracteriza a este momento del siglo es una diferente percepción del futuro. Ya no hay, como hace 100 años una casi ilimitada confianza en el progreso y el bienestar de la especie humana (aunque los millones de víctimas de esa centuria dan testimonio en contrario de lo inocente de esa visión).
Lo que predomina hoy, tanto en las zonas más prósperas, pacíficas y democráticas del planeta, como en las asoladas por la violencia, la tiranía y la pobreza, es el reino de la incertidumbre sistemática.
Las tres grandes fuerzas sobre las que cabalga el cambio –el incesante avance tecnológico y científico, la dinámica de la economía capitalista y la política de masas– comienzan a mostrar su lado oscuro, con aspectos negativos desconocidos o ignorados.
Sobre la ciencia y la tecnología hay dos reflexiones insoslayables. La primera es que la humanidad ha disminuido la confianza o la esperanza que ponía en ellas. La segunda es que cambió la visión interna: los mismos científicos ya no creen en la explicación final y definitiva de sus logros destinados a mejorar el destino del hombre.
También hay dos consideraciones imprescindibles con respecto al capitalismo. Una es que, a pesar del fracaso y hundimiento del comunismo, es difícil asegurar que el capitalismo ha triunfado plenamente (hay crisis de crecimiento, de empleo y de desigualdad en la distribución del ingreso). La otra es que la globalización implica que en la batalla por el reparto del poder económico mundial, los estados nacionales han quedado prácticamente excluidos; y que la fuente transformadora son los miles de empresas transnacionales en operaciones.
Por último, con relación a la política, más allá del espejismo de una marcha inalterable hacia modelos de democracia liberal parlamentaria en todo el mundo, lo cierto es que la tendencia igualadora en los beneficios económicos ha retrocedido en forma alarmante en las últimas décadas. Las nuevas energías políticas liberadas –tanto en el centro como en la periferia, para usar la vieja denominación– van en contra de salidas constructivas a las tensiones que emergen, violentas e imprevistas.
Cuando se trata de indagar qué forma tomará el futuro, es fácil recordar que todos los intentos por imaginar lo que vendrá suelen resumirse en fracasos. Sin embargo, la necesidad del ser humano de trascender los estrechos límites temporales de la existencia ejerce una irresistible fascinación sobre la tarea de predecir.
En verdad, los principales Gobiernos y empresas del mundo contratan o incluyen servicios prospectivos de todo tipo, en el primer caso para desarrollar políticas de Estado, estrategias macroeconómicas, militares, programas de desarrollo regional, etc. y en el segundo, para lanzar nuevos productos al mercado, introducir innovaciones, implementar expansiones de largo aliento, realizar especulaciones financieras de corto plazo, etc.
Por eso, porque más vale prender un fósforo que despotricar en la oscuridad, uno de los ejes de esta edición aniversario es este emprendimiento conjunto con CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento), que al igual que en años anteriores para la misma celebración, aborda un tema central para nuestro país: a lo largo de una docena de ensayos, “las urgencias del largo plazo” como atinadamente lo define el director ejecutivo, Fernando Straface, buscan perfilar las políticas públicas que requiere el país.
CIPPEC es figura repetida en el listado de los mejores think tanks de América latina, según el informe anual de Foreign Policy, que distingue a las mejores cinco usinas de ideas de América latina y el Caribe.
Terminar con la agenda de crisis
Urgencia del largo plazo
Parece una contradicción, pero no lo es. Una visión de largo plazo se torna urgente si nuestro país aspira seriamente a consolidar un camino de desarrollo sostenible. El próximo orden global es más incierto, pero al mismo tiempo hay condiciones propicias para insertarnos con éxito en la economía mundial.
“Necesitamos despejar de nuestra economía la agenda de crisis que en los últimos meses domina la escena y potenciar los temas del desarrollo”. Esa es la tesis de Fernando Straface que dirigió el trabajo colectivo que se desarrolla en las páginas siguientes.
“En los últimos nueve años la Argentina creció a una tasa promedio superior a 6% anual, siendo el período de “aceleración del crecimiento” más importante desde 1880. Otros países de la región también crecieron y en algunos casos –Brasil, México, Chile. Colombia y Perú– superaron a la Argentina en la recepción de inversión extranjera directa (Cepal, 2012). Fueron buenos años para Latinoamérica, que en varios países sentaron las bases de un camino de desarrollo que progresivamente va sacando de la pobreza a millones de latinoamericanos”.
“El crecimiento estuvo acompañado de una agenda social que mejoró la vida de millones de argentinos. El gasto total del sector público es el máximo histórico y alcanza casi 40% del Producto Bruto Interno (PBI), similar al de la mayoría de los países desarrollados. La inversión educativa superó en los últimos años 6% del PBI, una marca histórica y entre las más altas del mundo. La Asignación Universal Por Hijo, que garantiza un ingreso a casi dos millones de hogares, inició el camino para establecer un piso de protección social. Por su parte, el sistema de previsión social alcanza una cobertura de más de 90%”.
“Pero los logros de equidad no serán sustentables si la Argentina no profundiza un rumbo de desarrollo. Muchas de los desafíos estructurales del país siguen pendientes. La desigualdad recorre buena parte de los logros alcanzados en los últimos años y el cortoplacismo arriesga su continuidad. La inflación, la pérdida de competitividad y la falta de una estrategia de inserción global que potencie las oportunidades que el mundo nos brinda atentan contra la posibilidad de sostener el crecimiento y lograr mayor inclusión social”.
Según Straface, “la presión impositiva que sostiene 40% de gasto estatal sobre el PBI se asienta en un sistema tributario regresivo y en muchos casos distorsivo para la actividad económica. Esto explica que todavía más de un tercio de la actividad laboral en el país todavía se realice de manera informal. Por su parte, la situación fiscal de la provincia de Buenos Aires vuelve a poner en evidencia las desigualdades del rígido sistema de coparticipación de impuestos. No es menor: la matriz de distribución afecta lo que las provincias invierten en servicios básicos, como la salud y la educación”.
“El impacto es patente en la educación: la Argentina tiene las tasas de escolarización más altas de América latina, pero con profundas desigualdades y una amplia dispersión de sus resultados de calidad. La salud tampoco es igual para todos: la ausencia de un modelo de salud reproduce y potencia las inequidades en recursos e infraestructura entre las provincias.
Inflación e inversión
“Por su parte, la creciente inflación inhibe la inversión en sectores de alto valor agregado, esenciales para incrementar la calidad del empleo y la distribución del ingreso. Además, erosiona el impacto de las políticas de protección social. Negarla no tiene efecto”.
“El tipo de cambio ya no es factor de competividad y la capacidad instalada no resiste mayor ampliación sin un shock de inversión, hoy restringida por las altas tasas de interés y la incertidumbre sobre los grados de libertad para producir y exportar. Restringir el comercio exterior deteriora, en el mediano plazo, el pilar productivo del modelo”.
“Las restricciones a la compra del dólar, apuesta para frenar la salida de capitales, pierden de vista la posibilidad de generar incentivos para el ahorro y la inversión. También las medidas que restringen el comercio exterior deterioran a mediano plazo el pilar productivo del modelo”.
“La corrupción es un impuesto a la equidad que, a través del desvío de fondos públicos priva a millones de ciudadanos de mejores servicios de transporte, salud, seguridad y justicia. Además, mientras no se consolide un sistema de justicia independiente, con verdadera capacidad de aplicación de sus sentencias y celeridad en su funcionamiento, los actores públicos y privados seguirán forzando las reglas de juego hasta el límite en donde comienzan a subvertirlas”.
“En la Argentina, las políticas públicas están signadas por la excepcionalidad, la baja capacidad del sistema político de deliberar a través de las instituciones y la consiguiente incapacidad de capitalizar logros y garantizar su intertemporalidad. El estilo volátil atenta contra la continuidad y evidencia la fragilidad de las políticas”.
“Por eso, pensar y consensuar políticas estratégicas de largo plazo es urgente, hoy más que nunca. CIPPEC presenta en esta edición algunas de las propuestas condensadas en 100 políticas para potenciar el desarrollo, una iniciativa que aporta evidencia para enriquecer esta discusión y acerca a todos a un país mejor. La necesidad de consolidar los avances determina la urgencia. La oportunidad que brinda el contexto internacional y las ventajas relativas de la Argentina determinan la posibilidad de hacerlo”.