Un proceso continuo y gradual

    DOSSIER |

    Por Sebastián Bigorito (*)

    Toda la atención está puesta sobre Río+20 y la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sustentable, pero antes de analizar sus resultados es conveniente pasar unas diapositivas mentales acerca de cómo estamos a escala planetaria en términos de sustentabilidad.
    Por la degradación de algunos ecosistemas están en riesgo: alimentos silvestres, leña, recursos genéticos, bioquímicos, agua dulce, regulación de la calidad del aire, del clima local y regional, regulación de la erosión, purificación de agua, control de pestes, polinización, control de desastres naturales.
    Una cuarta parte de los peces de importancia comercial están siendo sobreexplotados. Entre 10-30% de los mamíferos, aves y anfibios están bajo amenaza de extinción
    Por eso se llama a este período el “antroposeno” (desde que las actividades humanas han tenido un impacto global significativo sobre los ecosistemas terrestres) puesto que ha sido la mano del hombre la que generó este cambio sin precedentes.
    Debemos recordar sin embargo, que esta actuación del hombre ha traído innumerables avances tecnológicos y científicos que han permitido que muchos indicadores relacionados con el progreso de la humanidad hayan pegado saltos extraordinarios. Veamos la evolución de la expectativa de vida como un ejemplo:
    • en 1800 no había país que superara los 40 años.
    • en 1950 los países beneficiados por la revolución industrial se encontraban entre 50 y 75 años.
    • en 1960 casi ningún país quedaba bajo el umbral de los 50 años de vida, y había muchos por encima de los 75 años de esperanza del vida al nacer.
    Pero claro, hay matices y grises que en un mundo sustentable son hoy intolerables para la gobernabilidad de todo sistema, ya sea económico y social, como también ambiental.
    • Aproximadamente 1.000 millones de habitantes viven con poco más de US$ 1 por día.
    • 26.000 niños menores de 5 años mueren cada día como consecuencia de enfermedades que se pueden evitar. Esto es, 18 niños cada minuto.


    Sebastián Bigorito

    El vaso medio lleno
    A pesar de grandes déficits, materias pendientes y también para muchos, un escaso nivel de avance concreto, nadie puede sin embargo dejar de reconocer que hoy en día la sustentabilidad, entendida como la interrelación entre los aspectos económicos, sociales y ambientales, es parte de las agendas, tanto públicas como privadas.
    Sumemos ahora –con la misma arbitrariedad que antes– algunos indicadores más a la foto actual. Por ejemplo:
    • A escala mundial son más de 40.000 los informes de sustentabilidad generados por empresas en todo el mundo –en el país son casi 300– cuando en el año 1992 eran menos de 100.
    • Son más de 8.700 los miembros corporativos del Pacto Global de Naciones Unidas, iniciativa de las Naciones Unidas para promover 10 principios universales en materia de derechos humanos, laborales, ambientales y de transparencia en el sector empresarial –mientras que en 1999, año de su lanzamiento, no había ninguno.
    • Que el Dow Jones tiene un subíndice de sustentabilidad donde cotizan solamente aquellas empresas que cumplen con criterios de sustentabilidad en su gestión y que ya representan una capitalización de más de US$ 6.000 millones en ese índice.
    • Que llegan a US$ 30.000 millones los valores administrados por más de 250 “Fondos Éticamente Responsables”  (mientras que en 2005 eran solo 50).
    • Que las 250 compañías globales más importantes del mundo se agremian en un consejo empresarial exclusivamente dedicado a liderar el cambio en el mundo empresarial y que hoy siembra 60 capítulos nacionales en todo el planeta – WBCSD.
    No solamente la agenda de sustentabilidad está creciendo, sino que además, el mundo se encamina desde hace rato hacia un futuro sustentable.

    El vaso medio vacío
    Veamos un poco de futuro:
    En el año 2050 de seguir produciendo –y consumiendo–  de la forma que lo venimos haciendo, los 9.000 millones de habitantes para aquel año van a precisar 2,3 planetas para hacerse de agua, alimentos, energía, fibra y poder disponer de sus residuos.
    Lo que indica que este vaso medio lleno se compensa con el vaso medio vacío y parece indicar que: a) o todo esto no es suficiente,  b) o vamos por el camino incorrecto, b) o las acciones van por la escalera y la realidad va por el ascensor.
    Pareciera haber algo de cierto en cada afirmación; una combinación de falta de escala en las acciones, direcciones incorrectas y poca velocidad, que seguramente tiene su raíz en que, al ser un tema percibido como de largo plazo, no se logra generar un sentido de “urgencia” y siempre existe un hecho de la coyuntura que termina eclipsando la agenda de sustentabilidad (conflictos bélicos, terrorismo, crisis financieras, entre otros).
    Todas estas acciones enumeradas que solo representan la superficie visible de lo que se viene avanzando –o intentando avanzar– en materia de sustentabilidad no surgieron por casualidad y tampoco son producto de la concientización individual. Son en realidad el producto de algo superior e intencionado.
    Este listado positivo de acciones –y también el negativo con sus grandes asuntos pendientes– son parte de una “agenda de sustentabilidad” que se genera  dentro del sistema de las Naciones Unidas, con punto de partida en 1992 y que se ha transformado en un proceso continuo y gradual hasta la fecha.
    Nos referimos a las sucesivas “Cumbres de Río”.
    El proceso se puede visualizar así: la vía de un tren cuya estación de cabecera es Río 92, que no detiene su marcha, y que cuando pareció debilitar su andar, llegó a tiempo la segunda estación para recargar sus fuerzas, Río+10, emprendiendo nuevamente el incesante camino. Ha bajado y subido mucha gente a este tren que ahora llegó a su tercera parada, Río+20 con un montón de expectativas, ímpetu y ganas.

    La saga de Río
    La Cumbre de Río 92 tuvo la particularidad de que, a diferencia de otras cumbres de las Naciones Unidas, involucró  formalmente ya no solamente a los Gobiernos, sino a las ONG y por supuesto a los empresarios. Esto fue una rotura  del  molde en las diplomáticas reuniones de Naciones Unidas.
    El clima de época a principios de los 90 –caída del muro de Berlín– mostraba a los mercados como instrumento indiscutible; ergo el rol de la empresa como actor económico era también inobjetable.
    El perfil era de una reunión eminentemente “medioambiental”, y de cómo las actividades productivas debían respetar el cuidado del ambiente, mejorando su gestión ambiental en sus procesos productivos.
    El objetivo era demostrar que la contaminación es en cierta forma, una señal de ineficiencia, toda vez que hay algún recurso –natural–  que se está utilizando mal, y que su corrección tendría beneficios al ambiente, pero también por ser medidas costo-efectivas, beneficios económicos y reducción de costos para las empresas.
    Conceptualmente la preocupación de la Cumbre de Río 92, –especialmente de las ONG ambientalistas– la contaminación de los procesos productivos, tuvo una respuesta adecuada con este concepto de eco-eficiencia.
    Si bien Río 92 fue la primera cumbre, en muchos aspectos fue un punto de llegada, puesto que años previos las negociaciones internacionales en cambio climático y diversidad biológica se habían empantanado, y por eso encontraron en esta reunión un gran trampolín para sortear el laberinto. En esa misma cumbre se lanzan las dos Convenciones Internacionales –cambio climático y biodiversidad– generando luego de ello sus agendas paralelas y más independientes de los humores globales.
    Pero el producto más importante de Río 92, fue sin duda la aceptación, también negociada duramente antes de la cumbre, de los famosos Principios de Río, que constituyen hasta el día de hoy, los pilares tanto de las políticas públicas como también del derecho ambiental internacional.

    Río + 10. Segunda parada
    Aunque se realizara en Johannesburg en 2002, se la llamó y se la llama Río + 10, contó con un clima de época que distaba bastante del exitismo de los 90.
    Se dice que la elección de Johannesburg tuvo motivo en que Río de Janeiro podía haber sido presa de “contra-cumbres” teniendo en cuenta su cercanía en tiempo y espacio con el Primer Foro Social Mundial que surgió como reacción a la agenda de la WEF.
    El surgimiento de movimientos contra la globalización en la ronda de la OMC en Seattle influyó fuertemente en el estado de ánimo del momento. Ya no eran los mercados un instrumento inobjetable, y consecuentemente las empresas eran centro de críticas que iban un poco más allá del tema ambiental – contaminación, como estaba limitado 10 años antes.
    El perfil de la cumbre ya no era eminentemente “ambiental”, sino que apareció en la agenda de manera contundente, la “lucha contra la pobreza” como un eje que aspiraba competir con el eje fundacional del cuidado del ambiente.
    Un subproducto nada despreciable fue la formalización de una realidad que el mismo secretario general de las Naciones Unidas se encargó de repetir como mantra: Ningún objetivo de sustentabilidad va a cumplirse totalmente si Gobiernos, empresa y sociedad civil trabajan separados.
    Río + 10 igualmente no tuvo resultados “in situ” tan marcados como su predecesor, porque claro, el avance de la agenda entre ambas cumbres fue continuo y desdibujó los productos del epicentro que se habían exhibido en vidrieras previas.
    Pero un buen análisis muestra que muchas iniciativas lanzadas antes fueron hechas pensando en llegar a Río + 10 para usar su enorme plataforma de relanzamiento y visibilidad.
    Tal es así que podemos atribuir  a su efecto, la creación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio que las Naciones Unidas relanzaron en esa oportunidad, con claras metas para 2015, en indicadores de desarrollo social, con un nivel de aceptación universal y de alto valor de referencia para las políticas públicas en materia social.
    Fue entonces una cumbre donde lo ambiental encontró  una compañía –para muchos incómoda– de aspectos sociales y comunitarios, y que desde el sector privado se le dio respuesta –parcial e incompleta, pero oportuna y adecuada– a través de las agendas y acciones de Responsabilidad Social Empresarial (RSE).

    Río + 20 ¿tercera parada? ¿O fin del viaje?
    Sin duda, los títulos de los diarios, en el mundo, al finalizar la cumbre van a hablar de fracaso. Se podrá confirmar que los Gobiernos no llegaron a ningún acuerdo significativo, y que la declaración de Río resultó descafeinada.
    Crisis económica y financiera global, desocupación en países de la OCDE, el desastre de Fukushima, la “primavera árabe” son astros que se han alineado para interferir sin duda alguna sobre esta tercera Cumbre sobre Desarrollo Sostenible.
    Los dos temas centrales de la Cumbre de Río + 20 suenan lejanos para quienes deben tomar decisiones políticas:
    a) Economía verde en un contexto del desarrollo sustentable y lucha contra la pobreza.
    b) Gobernanza global para la sustentabilidad.
    Los países en desarrollo, con un G77 más China, se reafirman en que la “economía verde” es, o puede ser, un concepto tan amplio que termine generando obstáculos al comercio internacional, si lo “verde” pasa a ser condición de los mercados globales.
    Por eso se recuerda y se insiste en que la economía verde debe comprender también, la inclusión y el empleo, caso contrario, solo será un privilegio de aquellos países en donde lo social hace rato ha dejado de ser un problema, y la pobreza está fuera de sus agendas domésticas.
    Los países desarrollados en cambio (¿quién es desarrollado hoy?) ven que si no se eleva la barra para todos, y se empiezan a equiparar las responsabilidades sin importar el nivel de desarrollo de los países, deberán soportar una carga de responsabilidad que creen injusta, incluso en contra de las medidas de austeridad de muchos países de Europa.
    Una vieja lucha entre “contaminadores del pasado vs contaminadores del futuro” se reaviva en una coyuntura donde el proteccionismo es urbi et orbi, y el nacionalismo de los recursos naturales un nuevo reclamo de Latinoamérica.
    Al fin y al cabo, el desafío de la sustentabilidad es hacer converger el crecimiento económico con el cuidado del planeta, para evitar los “trade-off” que se generan cuando se prioriza una agenda por sobre la otra.
    Hoy, a diferencia de 1992 y de 2002, no queda más margen para ocultar la ineficacia de llevar ambas agendas –ambiental y social– por senderos paralelos.
    Con este panorama, se podrá pensar con toda razón que el fracaso anticipado de Río + 20 está cantado. Pero hay una trampa en este relato.
    Intencionalmente he mostrado a las cumbres de Río como meros acontecimientos, como si se tratase de una feria de las naciones en donde el día posterior a su clausura una puede ciertamente hacer un balance de si estuvo bien o estuvo mal. Y eso es un error común en todos los que seguimos agendas internacionales.
    Poco importa la declaración final de Río, o el descafeinado compromiso de los Gobiernos, puesto que el impacto que han tenido en el pasado sobre la “verdadera”  agenda de sustentabilidad ha sido siempre marginal.
    La cumbre propiamente dicha dura solo dos días, donde los Gobiernos terminan de negociar el documento final, y los jefes de Estado tienen unos pocos minutos para hablar ante el mundo.
    Sin embargo, hay un mínimo de 20.000 personas que han asistido a Río + 20, pero no necesariamente a la Cumbre de los Gobiernos. Y no van precisamente a escuchar.
    Cientos de eventos paralelos, organizados por prestigiosas ONG globales, organismos intergubernamentales, universidades, organizaciones empresariales, representantes del mundo del trabajo, asociaciones de consumidores, foros de la comunidad científica, entre otros, se congregan para mostrar sus avances, sus propuestas y sus compromisos.
    Esto es gracias a –o culpa de– aquel Río 92 que invitó de manera irreversible a otros actores sociales, en aquel momento a observar, luego a opinar y diría hoy, a impulsar la agenda de sustentabilidad.
    Por eso Río + 20 puede ser visto como acontecimiento y esperar otra decepción, o bien pasar de la mirada miope del corto plazo, al superador enfoque “reunión-proceso” donde poco importa lo que sucede en el epicentro, y donde poco impacta lo que los Gobiernos acuerden o dejen de acordar.
    El verdadero “clima político” de Río lo generan esos eventos paralelos y las organizaciones con sus propuestas.
    Por eso Río + 20 visto como proceso –y no como acontecimiento– es otro umbral que inaugura lo que podemos llamar la “tercera década” de la sustentabilidad, y donde se fijan tendencias, y se vuelven a priorizar los diferentes temas de la agenda.
    Para el sector empresarial, el impacto de esta cumbre sobre la agenda de los negocios será mucho más contundente que las anteriores. Ya no es una cumbre ambiental –1992– o una socio-ambiental –2002. Esta es una cumbre de “desarrollo a secas” donde temas que eran emergentes pasan a ser parte del menú de la agenda de sustentabilidad corporativa.
    Energía y clima, custodia de la cadena de valor, mercados inclusivos, nuevos patrones de consumo, derechos humanos y empresa, alianzas estratégicas, permiso social para operar, huella de carbono y agua, requerimientos crediticios y compras gubernamentales con criterios sustentables, reporte corporativo son solo algunos de los temas que todo CEO y la alta gerencia seguro tienen en el radar, pero quizás no se percibe que, de acuerdo al sector y actividad, estos temas pueden cambiar en sus tendencias, en sus formas, en sus tiempos, y todo por culpa de Río.

    (*) Sebastián Bigorito es director ejecutivo de CEADS (Consejo Empresario Argentino para el Desarrollo Sostenible) capítulo local del World Business Council for Sustainable Development (WBCSD).