¿Modelo de qué?

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    Por Javier Rodríguez Petersen

    La estrategia de fijación de precios de acuerdo al consumidor señala, por ejemplo, que, cuando se vende un auto usado, por el mismo modelo por el que un comprador pagará poco porque necesita amortiguadores y un service completo (y quizás hasta ya tiene otro auto), otro estará dispuesto a pagar mucho más porque está bien de pintura y tiene tapizado de cuero (y es justo el auto que él quería). Con “el modelo” económico argentino pasa lo mismo: está claro que ya no es un 0 kilómetro, pero mientras unos creen que el motor recalienta y podría quemarse en cualquier momento otros están convencidos de que solo hace falta un cambio de aceite.
    “El modelo”, subrayan quienes lo elogian, permitió, entre otras cosas, una década de crecimiento casi sin interrupciones, una notoria reducción del desempleo y la pobreza (frente a los meses inmediatamente previos) y una baja fuerte en la relación deuda/PBI. Pero los que lo cuestionan llenan espacios en el “debe”, sobre todo en cuanto al último lustro en el que, apuntan, se frenó la mejora en los índices sociales y se esfumaron varios de los pilares que sustentaban el crecimiento, al margen de las tensiones intrínsecas vinculadas, por ejemplo, a la prociclicidad de las políticas económicas, el intríngulis energético y el gasto creciente de unos subsidios de estructura inequitativa.
    La verdad es que ni siquiera está del todo claro qué es “el modelo”. Y aunque entre los economistas hay un núcleo de coincidencias en cuanto a algunas características, no todos creen que esos fundamentals sean realmente su corazón.

    Punto 1: definir el modelo
    “Los pilares del modelo que hasta hace algunos años el propio Gobierno exaltaba eran el tipo de cambio competitivo, los superávits gemelos y la baja inflación; a este último punto nunca lo defendió explícitamente, pero era parte indisoluble del modelo”, dice Jorge Remes Lenicov, quien fecha el nacimiento del modelo a principios de 2002, cuando él era ministro de Economía del entonces presidente Eduardo Duhalde.
    “Este esquema dio lugar al crecimiento acelerado que posibilitó la creación de empleo, la recomposición salarial y la mejora en la distribución del ingreso”, elogia y aunque reconoce que ayudaron “los muy buenos términos del intercambio”, destaca que la Argentina también los tuvo en otras oportunidades en las que creció muy poco.
    “Estos pilares –continúa Remes Lenicov– fueron mantenidos y profundizados durante la presidencia de Néstor Kirchner, a excepción de la inflación que comenzó a tener dos dígitos en 2005 y desde ese año comenzó a crecer lentamente. Posteriormente, los restantes pilares también se fueron derrumbando. Se creó más dinero del necesario, el sector público nacional y provincial comenzó a gastar por sobre sus ingresos pasando de una situación superavitaria a otra deficitaria, y el retraso cambiario y la desacertada política energética convirtieron el superávit de la cuenta corriente en déficit”.
    Luciano Cohan, economista de Elypsis, coincide en que “el modelo puede parecer erosionado si se entiende como tal un conjunto de resultados u objetivos, como el balance comercial y fiscal, el crecimiento o la inflación”. Pero agrega, con ironía, que “si se lo analiza desde las herramientas utilizadas, sus pilares se mantienen intactos”. “Un patrón común durante la última década fue la sobreutilización permanente de recursos fiscales. Esta línea permite incluir en una sola explicación desde la temprana suba de las contribuciones sociales en 2006 o los derechos de exportaciones en 2007, hasta la estatización de las AFJP e YPF, el uso de reservas para pago de deudas o la reforma de la carta orgánica del Banco Central para relajar las restricciones al uso de la emisión como financiación del gasto, pasando por el ajuste del mínimo no imponible por debajo de la inflación, la prohibición de imputar la exposición a la inflación en los balances de las firmas o la reciente batería de medidas para regular la compra de dólares”. Una visión ácida sobre la genética del modelo.
    Con otra mirada, Ricardo Delgado, de Analytica, dice que “el modelo puede definirse desde un Gobierno que tiene como meta la inclusión social y la creación de trabajo” y que, para lograrlos, “utilizó, en sus primeros tiempos, las herramientas del superávit fiscal primario, el tipo de cambio alto y la cuenta corriente superavitaria para financiarse”. Y evalúa que “los objetivos iniciales se lograron”: bajaron la desocupación y la pobreza, hubo creación neta de empleo y se hizo más equitativa la pirámide de ingresos.
    Para el economista Eduardo Curia, en tanto, lo que hubo en el último lustro fue un “deslizamiento modélico” desde lo que él llama un “modelo competitivo productivo” basado en “un dólar real alto, desendeudamiento, superávit fiscal y comercial-corriente externos, acumulación de reservas, inflación tolerable y una puja distributiva no desbordada”. “Paulatinamente –explica–, el tipo de cambio pasó de ariete dinámico a ser la principal ancla de inflación, debilitándose en la faz real; se debilitó la variable fiscal, tornándose muy procíclica en la expansión; se desencuadró la puja de ingresos; la política monetaria se adaptó a estos resortes, surgiendo por ende una inflación efectiva alta y la expansión de la actividad y la demanda interna se fueron desenganchando de los superávit externos. Resortes residuales ayudaron a la persistencia del crecimiento, pero en 2011 la situación se hizo más tensa; signo de esto fue la seria problemática del sector externo, que instigó también un nuevo capítulo de salida de capitales y la caída de las reservas internacionales, instalándose una nítida estrechez relativa de divisas”.


    Ricardo Delgado

    Punto 2: datos de coyuntura
    En su informe de junio, el Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF) advierte que en el primer cuatrimestre, según estimaciones privadas, la industria local cayó 0,2% y también se debilitó la construcción. Y dice que eso, junto a un cuadro complicado para el campo (primero sequía y después exceso de lluvias), deja a la actividad global sostenida en soledad “por los sectores productores de servicios”.
    La desaceleración/estancamiento es apuntada por las estadísticas oficiales del Indec. En abril, el Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) creció 0,6% interanual y se contrajo 1,3% con respecto a marzo. Entre enero y mayo, el Estimador Mensual Industrial (EMI) cayó 0,5% en términos desestacionalizados frente a los cinco primeros meses de 2011. En el mismo período, la construcción cayó 0,8% (con un bajón interanual de 8,8% en mayo). En cuanto a los servicios, en conjunto y durante los cinco meses, aumentaron todavía 7,5% (un ritmo importante, pero mucho menor al de más de 11% que tuvieron durante todo el año pasado; con otro dato a resaltar: en los últimos meses se contrajo el transporte de cargas, un indicador neto de actividad económica).
    En la convención anual que los acopiadores realizaron a mediados de mayo en Paraná, Entre Ríos, el economista Javier González Fraga pronosticó que viene “un año difícil”, con una inflación probablemente superior a 25%, un crecimiento del PBI de apenas 1% y una diferencia sostenida entre el dólar oficial y el paralelo. Además, aventuró que “China e India seguirán creciendo pero a tasas más bajas” y que la situación externa todavía favorable a la Argentina “no va a durar mucho más de 15 a 18 meses”.
    Curia resume: “El contexto es de una desaceleración perceptible y generalizada, en la que, si bien influyen aspectos de orden internacional, también hay factores domésticos de demanda y de oferta. Aun con esa desaceleración, la inflación efectiva se muestra persistente. Una de las resultantes es la continuidad preocupante del proceso de apreciación cambiaria real. Y, a la postre, se instala cierta incertidumbre que no es benéfica para el proceso de inversión general, que luce resentido”.

    Eduardo Curia

    Punto 3: pilares erosionados
    Si el modelo tenía en su núcleo un tipo de cambio real competitivo, los superávit fiscal y de balanza de pagos y una inflación moderada que permitiera un proceso redistributivo a través de una puja contenida, entonces el modelo parece estar en problemas bastante serios.
    En el acumulado de enero a mayo, la balanza comercial mostró un fuerte superávit, pero a costa de los controles extraordinarios que redujeron tanto las importaciones como las exportaciones (y, aun así, el superávit de mayo fue menor al de hace un año). La balanza de cuenta corriente registró en el primer trimestre un déficit de US$ 552 millones (menor al de un año atrás), luego de que 2011 terminara con un déficit anual que fue mínimo (US$ 5 millones) pero que rompió la serie superavitaria. En el año móvil que va de mayo a abril, según datos de la Secretaría de Hacienda, el Estado nacional registró un déficit fiscal de $37.000 millones. Eso sí, el IPC creció en mayo, con respecto a mayo de 2011, apenas 9,9% (Indec)… o un robusto 23,85% (según el promedio de las estimaciones privadas que difunden legisladores opositores en el Congreso).
    Remes Lenicov apunta que, ante el desequilibrio del sector público, “el Gobierno se financia con reservas y la caja jubilatoria”, y advierte que ese uso de los fondos de la Anses “tendrá efectos muy negativos a futuro”. Pide atender, además, a la pérdida de dinamismo de las exportaciones industriales: “El tipo de cambio está retrasado. Desde el punto de vista global, podría pasar desapercibido por los excelentes términos del intercambio (los mejores en la historia) que permiten tener superávit comercial. Pero la industria tiene problemas para exportar a la vez que aumentan las importaciones y el turismo hacia el exterior porque se han abaratado. Se está perdiendo competitividad”.
    En ese marco, según Cohan, “el Gobierno ha avanzado en un particular ‘ajuste heterodoxo’ para evitar un mayor deterioro del saldo de dólares”; desde Elypsis prevén que ese ajuste “será exitoso en sus propios objetivos (ni el resultado de cuenta corriente ni el nivel de reservas a fin de año sería mucho menor al de 2011) a costa de un fuerte deterioro en el nivel de actividad”.
    Dentro de ese “ajuste heterodoxo”, Cohan incluye la reforma del Banco Central y otras medidas que permitieron al Gobierno prácticamente abortar el recorte de subsidios que, casi obligado, había encarado desde principios de este año. Certeramente, Curia describe lo que ocurrió en este punto como “un movimiento de diástole-sístole” por el que una decisión lógica que “arrancó con fuerza” terminó frenada, probablemente ante el análisis de “las implicancias en distintos frentes”.

    Punto 4: inflación
    Tal como señala el ex ministro de Economía de Duhalde, la inflación se aceleró desde la segunda mitad del mandato de Néstor Kirchner. En la última década, después de un año con una inflación de 25% (2002, en medio de la crisis), los precios minoristas crecieron a un ritmo anual promedio de 9% hasta 2005. Luego tuvieron dos años a un promedio de casi 10%. Pero después el ritmo se aceleró a entre 20% y 25% anual, según los cálculos de los analistas privados (para el Indec, siguieron a un ritmo de 10%).
    Sobre este tema, la opinión de Remes Lenicov es lapidaria: “Con este nivel inflacionario, será muy difícil aumentar el salario real, mejorar la distribución del ingreso y reducir la pobreza, todo lo cual desalienta el consumo. Además, se retrasa el tipo de cambio y se pierde competitividad. Por otra parte, genera tal distorsión en los precios relativos que no solo no alienta sino que más bien demora las inversiones de largo plazo, cuando precisamente se observa que es insuficiente la inversión para acrecentar y modernizar la capacidad productiva y la infraestructura. En ese contexto, el Estado ya no puede compensar la pérdida de dinamismo del consumo, la inversión y las exportaciones porque tiene déficit, redujo la disponibilidad de las distintas ‘cajas’ que le permitieron financiarse y las provincias tienen muy serios problemas”.
    Delgado concede que “la inflación está erosionando la competitividad vía tipo de cambio desde 2007”. Pero dice también que nota “cierta preocupación por administrar los precios relativos con más cautela que en 2010 y 2011” (por ejemplo, en las paritarias), se muestra convencido de que el ritmo del IPC no se va a acelerar y concluye: “Lo interesante es que la inflación –alta, sin dudas– no se espiralizó, como algunos vienen proyectando desde hace años. Eso significa que los fundamentals están más débiles pero todavía existen”. En su análisis, devaluación e inflación terminarían este año en porcentajes similares, lo cual truncaría la apreciación del peso (aunque sin depreciarlo).
    Curia disiente notablemente. “En tanto la inflación efectiva precios-costos muestra persistencia-inercia en niveles aún altos, con la actual política de ‘minidevaluación’, por llamarla de algún modo, se perfilaría la acentuación de la apreciación cambiaria. Para aspirar a una reducción del ritmo de ajuste de las variables nominales, era requerible, como lo expresé en su momento, un esquema antiinflacionario específico, que pusiera más acento en la perspectiva de la inflación esperada”.

    Jorge Remes Lenicov

    Punto 5: fuga
    Convencido de que “el problema central de corto plazo es cómo evitar la fuga de capitales, sabiendo que las crisis siempre derivan de la percepción social de que el Banco Central no tiene los dólares suficientes para pagar importaciones, deuda y financiar el atesoramiento”, Delgado sostiene que “era insostenible” otro año en el que se fugaran US$ 23.000 millones, como ocurrió en 2011. Y argumenta a favor de “la represión cambiaria” que “genera ruido e incertidumbre, pero reduce sensiblemente la fuga y permite ordenar la distribución de divisas hacia importaciones y deuda”.
    El director de Analytica se refiere a la serie de normativas y restricciones de hecho con las que el Gobierno intentó frenar el drenaje de dólares. Entre las normativas, está la que obliga a los exportadores a liquidar divisas en un plazo de 15 días, que tuvo que ser revisada por impracticable en muchos casos. O la de que los ahorristas requieran autorización de la AFIP para la compra de dólares. Entre las restricciones de facto, está la no autorización –o el “análisis” interminable por parte de la AFIP– de buena parte de los pedidos de compras de dólares. “Es obvio que es una medida transitoria”, matiza Delgado.

    Punto 6: ¿un nuevo modelo?
    Dados estos síntomas y desajustes, la primera pregunta es qué puede pasar en los próximos meses. La segunda, qué habría que hacer. (A la primera, ante los acopiadores, González Fraga respondió: “Aguantar, estirar, es la política. Aguantar 11 meses más sin hacer grandes cambios”; se refería, claro, a la actitud que espera del Gobierno).
    En líneas generales, Remes Lenicov, Curia, Delgado y Cohan creen que el Gobierno todavía tiene cierto margen para actuar sobre la economía antes de que los problemas lleguen a un punto de no retorno. Pero claramente difieren en cuán grande es ese margen, en sus pronósticos sobre qué va a pasar y en cuanto a qué es lo que se debería hacer.
    Por ejemplo, Cohan señala como negativo que el Gobierno no vea “el déficit en pesos y a su financiamiento con emisión como algo problemático” y proyecta como “más probable” la implementación de “medidas fiscales expansivas de dudoso impacto real que busquen compensar el deterioro de imagen de los últimos meses, como los recientes anuncios de créditos hipotecarios o para jubilados, que otras que busquen reequilibrar las cuentas fiscales”. No cree que haya una “crisis de importancia” en el corto plazo. Pero sí anticipa que las actuales políticas podrían impulsar “un período de mayor volatilidad económica con episodios transitorios de mayor crecimiento y sorpresas inflacionarias en un contexto de desequilibrios macroeconómicos crecientes”.
    Casi en espejo, Delgado coincide en que “vienen tiempos de estimular demanda con menos herramientas”, pero prevé que los planes de la Anses –viviendas y créditos–“tendrán un rol contracíclico importante” en el marco de un “margen político amplio”. Y aunque dice que “cambios son necesarios”, resalta que no hay que pensar en “ajustes al estilo Rodrigazo o fin de convertibilidad”. ¿Qué cambios?, responde: “Corregir el sector externo es central: normalizar importaciones, estimular exportaciones, generar incentivos para la inversión extranjera. Corregir la política fiscal, en este contexto externo, probablemente lleve algún tiempo. La oportunidad para bajar la inflación a15%, digamos, en 2013 está abierta sin ajustes ni soluciones drásticas”.
    Curia es de los que temen que “aceche una trayectoria de tipo ‘serrucho’, con altibajos” dado un contexto que, según él, hace difícil consolidar una base sólida de recuperación que quiebre “la onda declinante”. Dice que, “grosso modo, lo sensato sería retomar lo más posible los componentes de la matriz del modelo competitivo productivo, con el debido aggiornamiento”, aunque reconoce que, hoy, eso supone “una operatoria compleja y no exenta de costos”. “Aún tenemos márgenes para actuar, pero no son dilatados. Quizás es momento de una convocatoria a la sinergia entre autoridades y dirigentes empresarios y gremiales para no dejar pasar la oportunidad”.
    “Para que el crecimiento sea sostenible y permita distribuir sus frutos –concluye Remes Lenicov–, la macroeconomía tiene que estar equilibrada; si hay crecientes desequilibrios en todas las áreas, los resultados no serán positivos, como muestra la experiencia mundial y la de nuestro país en el pasado. El Gobierno sigue sin reconocer que lentamente se fueron perdiendo los pilares fundamentales y que la inflación es superior a la que el Indec nos informa. Tal negación explica que se siga actuando sobre las consecuencias y no sobre las causas. Por eso ni la inflación ni los déficits gemelos preocupan y se utilizan el tipo de cambio y las tarifas como ‘anclas’ para intentar frenar la inflación, y el control cambiario y de las importaciones para ‘recuperar’ dólares. Esta estrategia ya se probó en varias oportunidades en nuestro país, pero siempre terminó mal. Todavía se está a tiempo para cambiar de política, no estamos como en 2001. Pero hay que sincerar la situación y dejar de lado la improvisación y el cortoplacismo”.

    Un modelo sin más energía

    Uno de los puntos en los que las políticas económicas de los últimos años mostraron un fracaso evidente es el tema energético. Los analistas del sector venían advirtiendo desde hace más de un lustro sobre la sobreexplotación de los pozos existentes, el acortamiento del horizonte de reservas y un conjunto de señales que ahuyentaban la inversión genuina. La misma sobreexplotación permitió invisibilizar temporalmente los problemas. Pero el país pasó del autoabastecimiento a la dependencia de energía importada, en una solución que tiene un alto costo en divisas y autonomía.
    “En todos estos años hemos estado sobreexplotando yacimientos que estaban en producción sin reponer adecuadamente las reservas probadas. Este patrón de explotación con mínima exploración para descubrir nuevas reservas fue promovido por la política energética vigente en estos años de administración K. Con intervención discrecional, precios administrados por retenciones o controles y sin planes de largo plazo, el sector quedó entrampado en el corto plazo. Se dedicó a extraer la renta de lo que ya explotaba y a reponer reservas en otras geologías. Cayeron las reservas locales, declinó la producción y, con demanda en aumento constante, hubo que salir a importar cantidades crecientes de gas natural, de derivados petroleros y aun de electricidad”, lamenta el ex secretario de Energía Daniel Montamat.
    “Para acompañar un crecimiento del producto de entre 4 y 5% por año, –sostiene– la inversión total en energía (petróleo gas y electricidad) en los próximos años es de alrededor de tres puntos del producto. Más de US$ 10.000 millones por año. Esos recursos no pueden salir del presupuesto”.

     

    Competitividad y jubilaciones

    En una columna que publicó en febrero en el diario La Nación, Orlando Ferreres presentaba un listado de problemas económicos a solucionar y planteaba –palabras más, palabras menos– que era también una oportunidad para pensar profundamente sobre algunos desequilibrios.
    Con respecto a la matriz exportadora, por ejemplo, afirmaba provocadoramente que era momento de pensar en “qué hacer con las actividades que no son competitivas sin la mano salvadora del Estado”.
    Y proponía, también, un replanteo profundo del sistema jubilatorio, dado que los jubilados que no aportaron son hoy casi tantos como los que aportaron, “con lo cual solo se les puede pagar la mitad a los que aportaron” y los fondos de la Anses se usan también para otros destinos. “¿Es bueno sacarle a un jubilado que aportó para darle a otro que no aportó? ¿Es mejor un subsidio a la vejez para los que no aportaron que se financie directamente del IVA o rentas generales, en lugar de una jubilación, que sale del dinero de otro jubilado? Este año no va alcanzar el dinero o estará muy justo (…). Es un año para pensar en alguna solución”.