Maravillosa promesa del shale y tight gas

    Opinión |


    Un estremecimiento recorre todos los ámbitos energéticos mundiales. La percepción es que estamos a las puertas de una verdadera revolución en materia de producción de gas natural, que puede solucionar problemas de energía por décadas. No solo las naciones industrializadas podrán seguir con sus niveles de consumo. Los países emergentes podrán enfrentar los desafíos del crecimiento.
    El año pasado, cuando YPF (entonces de Repsol) confirmó el hallazgo de un yacimiento de gas en la provincia de Neuquén que puede extender de seis a 16 años las reservas de gas en el país, cundió el entusiasmo en los sectores privados y también en el Gobierno.
    La perforación de cuatro pozos de tight gas, que tienen cada uno una producción inicial diaria de 100.000 m³ de gas, sumado a los resultados de las pruebas de larga duración, permitieron a YPF anunciar el descubrimiento de un volumen estimado de 4,5 TCF (billones de pies cúbicos) de gas no convencional en el sur de Loma La Lata.
    También, con una inversión cercana a US$ 10 millones, YPF inició en la provincia de Neuquén los trabajos de perforación del primer pozo de shale gas en la Argentina.
    Para acceder a potenciales recursos de shale gas, y tras la perforación del pozo, se debe fracturar la roca arcillosa por medio de la inyección de agua y arena a altas presiones hacia el interior del pozo. Esta operación genera multitud de microfracturas asociadas que permiten fluir al gas hacia la superficie.
    Estados Unidos encabeza la producción comercial de shale gas a escala mundial, que comenzó a fines de los años 80. Canadá inició su producción en 2005, en tanto China comenzó las actividades de perforación el año pasado.
    Existen tres grandes fuentes de gas no convencional: el “tight gas” o gas de arenas compactas, el “shale gas” o gas de esquisto y el “coal bed methane”, metano proveniente del manto de carbón.
    Actualmente, la producción estadounidense de gas no convencional representa 46% del total de gas que extrae ese país y la fiebre de perforaciones le ha permitido incorporar reservas de gas no convencional cercanas a los 1.200 trillones de pies cúbicos (TCF), suficientes para cubrir la demanda de consumo de esta nación por medio siglo.
    El método de extracción, también conocido como de fractura hidráulica (hydraulic fracturing), se originó en Estados Unidos. Junto con “la perforación horizontal”, la fractura hidráulica multiplica la capacidad de los productores para acceder a fuentes de energía que antes estaban vedadas.
    Eso sí, estos procesos demandan inversiones importantes –superiores a las tradicionales– y obligan al uso intenso de otro recurso natural vital, el agua. Lo que hace que suscite críticas de importancia.
    Pero los resultados están a la vista. La producción de shale gas (de esquistos betuminosos) pasó en Estados Unidos de 0,30 billones de pies cúbicos en 2000, a 4,8 billones en 2010, 23% de la producción gas del país.
    Si se suman las reservas de este tipo de gas estimadas en 273 billones de pies cúbicos, más las reservas comprobadas de gas de 273 billones, Estados Unidos tiene asegurado su consumo por los próximos 40 años, a las actuales tasas de consumo.

    Tercera reserva mundial
    La primer reserva mundial de shale gas es la de China, la segunda es la de Estados Unidos, y la tercera la de la Argentina , con 774 billones de pies cúbicos (luego siguen México, Sudáfrica y Canadá).
    Las previsiones son que el consumo de gas aumente 2% anual desde ahora a 2035, lo que permitirá reemplazar otras fuentes de energía y de combustibles (al margen, sus emisiones son más ecológicas, menos contaminantes).
    Lo inquietante y todavía no solucionado es la gigantesca cantidad de agua que requiere su extracción y el uso de químicos en cantidad.
    Con los recientes descubrimientos en Neuquén, Argentina, se llegó a calcular que esos pozos de gas tendrían un valor de US$ 250.000 millones en poco más de 10 años. Sin embargo, se sabe que la inversión –y la tecnología– para extraerlo son de gran volumen, aunque nadie se anima a arriesgar cifras.
    Hay quienes creen que la expropiación de YPF tuvo este escenario en vista. Aun si así fuera, es difícil imaginar de dónde vendría la inversión. Obviamente no del Estado argentino y menos aún ahora de YPF (que deberá ayudar a pagar la factura energética de las importaciones que demanda el país).
    La empresa líder en exploración y extracción en Estados Unidos es Exxon. Hay quienes suponen que esta empresa (a pesar de que su filial Esso se acaba de desvincular de sus activos en el país al vendérselos a Panamerican Energy) podría ser “el tapado”. Quien se haga cargo de esta explotación, aportando el capital y la tecnología. Otros insisten con la “conexión china”. Por ahora, en el actual escenario, todo parece más imaginativa especulación que posibilidad viable.

    El futuro a partir de la nueva YPF

    Si la expropiación, estatización o “recuperación hidrocarburífera”, como se la prefiera llamar es una decisión acertada –más allá de la maraña de juicios cruzados que sobrevenga–, deberá juzgarse de este modo: ¿soluciona la crisis energética en la que estamos inmersos?
    Es probable que el Gobierno nacional, apremiado por ahorrar dólares demore todo cuanto pueda el pago de cualquier indemnización. Pero aun así, subsiste el problema de fondo: ¿quién hará las inversiones imprescindibles para recuperar el autoabastecimiento energético que hemos perdido en los últimos años?
    Más aún, si se advierte –como lo refleja la estadística disponible que es inatacable– que YPF representa solamente una tercera parte del petróleo y del gas que se produce en el país, y aunque la nueva conducción encontrara los dólares del Banco Central o de las retenciones a la soja para hacer las inversiones imprescindibles ahora mismo, subsiste otro problema central: ¿quién hará las inversiones correspondientes al otro 66% para retornar a niveles de reservas y de producción satisfactorios?
    Es difícil suponer que después de este show de fuerza, las otras empresas estén dispuestas a invertir un solo dólar en este escurridizo escenario. Pero si no lo hacen, ¿seguirán el mismo camino de YPF? Lo que obliga a retornar a la pregunta original: ¿quién entonces hará las inversiones requeridas?
    Tampoco hay que perder de vista que estas inversiones son de lenta maduración. Tal vez cinco años después de efectuadas se adviertan con nitidez sus beneficios. Entre tanto la situación puede empeorar, y la factura energética para importar petróleo y gas que este año se calcula en US$ 10.000 millones, puede incrementarse sustancialmente en el actual escenario global de precios.
    Según el Poder Ejecutivo, toda la culpa es de la codicia de Repsol quien no hizo las inversiones adecuadas en tiempo y forma. De modo que si escasea energía y se reduce nuestro crecimiento es culpa de la empresa española (que también tiene lo suyo en el pasivo). Lo mismo si no nos alcanzan los dólares que debemos pagar por las importaciones energéticas.
    Lejos de ser la verdad. El argumento simplista puede ganar espacio momentáneo envuelto en la ola emocional de una YPF argentina. Y no hay que subestimar este sentimiento. La mayoría de los argentinos cree, desde siempre, que la empresa líder en este campo nunca debió dejar de ser propiedad del Estado nacional.
    Pero la fragilidad de la memoria colectiva –con la que cuenta el Gobierno a su favor en este momento– se le puede volver en contra en pocos meses más. Si De Vido y Kicillof no logran restablecer la normalidad energética –y todo indica que no lo lograrán– en pocos meses serán ellos y otros funcionarios nacionales quienes estarán en la picota.

    Un ejercicio de memoria
    La historia de este proceso es la del fracaso del Estado argentino y de su poder regulatorio. A principios de la década de los 90, los gobernantes de entonces con Carlos Menem a la cabeza, creyeron que lo mejor era que YPF siguiera siendo propiedad del Estado pero con una estructura jurídica acorde con la una empresa privada y con el nivel de profesionalización que se necesitaba.
    La conducción de José Estenssoro logró avances notables (la empresa significaba entonces 50% del mercado interno), pero en especial el despliegue internacional de YPF que se convirtió en importante actor regional.
    Algunos años después, el tandem Menem-Cavallo llegó a la conclusión de que el Estado central debía sacarse de encima algunas cuantas cosas, como la inversión en educación y jubilaciones que se pasaron a las provincias.
    Pero también la oleada privatizadora llegó a la YPF de capital estatal, pero que actuaba ya como sociedad anónima. Los más entusiastas en vender en aquel momento fueron los gobernadores de las provincias petroleras. Nadie hizo más lobby en esa dirección que el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, cuya provincia recibió como parte de pago de la venta US$ 600 millones que fueron depositados en el exterior y que dieron origen a una controversia que todavía persiste sobre su manejo y aplicación.
    Años después, ya como Presidente, Kirchner avanzó en otra “nacionalización”. Logró que Repsol cediera una cuota accionaria importante a empresarios argentinos. La familia Eskenazi, vieja amiga de los Kirchner, se hizo así de 25% de las acciones –en etapas– pagaderas con préstamos (algunos todavía se deben) y dividendos futuros –que ahora se cuestionan– de la empresa.
    A cambio, el Estado olvidó otra vez su poder regulatorio. La política de energía barata para subsidiar el transporte y los servicios públicos se tradujo luego en una pesada estructura que ahora no se sabe como desmontar. Bajos precios reconocidos a los productores significaron poca inversión y ordeñe feroz de los yacimientos.
    Así fue como se evaporaron las reservas que no fueron reemplazadas con nuevas inversiones en exploración y se permitió girar dividendos que ahora se consideran excesivos, sin que mediara la menor queja gubernamental.
    Esa desastrosa política llegó al final de su camino, y Repsol (que tiene su buena parte de culpa en este proceso) se convierte en el pato exclusivo de la boda.
    Los mismos que ayudaron decisivamente a privatizarla hace dos décadas son los que instalaron “un capitalismo de amigos” durante la década pasada, y ahora se abocan a una expropiación selectiva (únicamente acciones de la hispana Repsol).