¿RSE frente a ética empresarial?

    DOSSIER |

    Por Joseph M. Lozano (*)

    Hay que reconocer que el enfoque RSE resulta mucho más cercano a la lógica managerial, y probablemente es lo que está en el origen de su éxito. Su punto de partida parece a primera vista mucho más concreto y objetivable, tanto de cara a la gestión empresarial como de cara a debatir casos en el aula. Se trata, en definitiva, de atender al impacto y/o a las consecuencias sociales y ambientales de las actuaciones empresariales. Una pregunta de la que ninguna empresa se puede escapar, puesto que si algo hacen las empresas es actuar, y si algo tienen las acciones es consecuencias. El punto de partida es tan incontrovertible, que las discusiones se han situado en el alcance y la legitimidad de las exigencias de responsabilidad, pero no en el hecho de la responsabilidad como tal. Frente a ello, la ética empresarial parece responder inevitablemente un enfoque normativo-deductivo. De hecho, se habla sintomáticamente de éticas “aplicadas”, cuyo supuesto parece ser la preexistencia de un discurso axiológico normativo previo a la realidad a la que quiere aplicarse, y que debería someterse a él.
    Lo cual, a fin de cuentas, hace aparecer a la ética como algo ajeno y añadido a la dinámica empresarial. Sin embargo, quizás ya ha llegado la hora de preguntarse qué hemos perdido con la práctica desaparición de cualquier referencia a la ética empresarial y su sustitución por términos como RSE, empresa y sociedad, valores o liderazgo. Porque me temo que en este hecho se juegan cuestiones mucho más sustantivas de lo que estamos dispuestos a reconocer.
    Por otra parte hay que aceptar también que la RSE ha lidiado mal con la cuestión de los valores, y siempre ha parecido partir del supuesto de que la responsabilidad (stakeholders mediante) era algo evidente por sí misma, sin atendar excesivamente a los marcos axiológicos, a los condicionantes sociológicos y a los propósitos y motivaciones que son los que permiten, al fin y al cabo, calificar a una actuación como un ejercicio de responsabilidad. Y, además, la RSE ha estado sometida a un conflicto interminable de interpretaciones.
    Entre otras razones porque arrastra una imprecisión terminológica, debida a la diversidad de usos que la palabra “social” permite cubrir. Lo que ha conllevado que bajo la etiqueta RSE se hayan propuesto sin ningún rubor discursos y prácticas contradictorios entre sí. Y tarde o temprano se pondrá de manifiesto que la diversidad de aproximaciones requiere la construcción de un marco de referencia que permita, si no dirimir, al menos razonar sobre ellas.

    Déficit de clarificación
    Entre otras razones, porque la RSE no es un discurso autosuficiente, que se pueda sostener sobre sí mismo. La RSE tiene como marca de fábrica un déficit de clarificación axiológica, y una de sus mayores aportaciones (poner el foco en la organización considerada en sí misma, y no de manera subordinada a un discurso ideológico o a la moral personal) algún día debará conectarse con una de sus mayores limitaciones (la ausencia de un modelo antropológico y de un modelo de sociedad sobre los que apoyarse y articularse).
    Curiosamente, sin embargo, en los últimos años el discurso sobre la responsabilidad ha vuelto a abordar cuestiones de carácter más personal cuando se ha caído en la cuenta de que no es posible tener empresas responsables sin personas que lo sean. Este abordaje se ha producido mediante la conexión entre liderazgo y responsabilidad: liderazgo responsable.
    Por cierto: la invasión abrumadora del “liderazgo” como clave de bóveda o adjetivo de todo tipo de propuestas en las escuelas de negocios sería digna de un estudio específico. Solo analizar cómo y por qué la palabra “liderazgo” ha pasado a tener un lugar preponderante no solo en las misiones de las escuelas de negocios sino incluso en sus eslogans nos ayudaría a entender un poco más la época en la que estamos viviendo: una época en la que probablemente compensamos las incertidumbres que nos abruman con una demanda de liderazgo, en el fondo a la espera insensata y casi mesiánica de los líderes que nos sacarán de los callejones sin salida en los que nos encontramos.

    Liderazgo responsable
    Entre la diversidad de aproximaciones al liderazgo (solo comparable en su diversidad quizás a la de la RSE) el liderazgo responsable emerge ante el progresivo reconocimiento de que para comprender al liderazgo deberíamos ir más allá de la mera descripción, y centrar el enfoque en la calificación. También –en el límite– desde una clave de lectura ética.
    El liderazgo responsable parte del supuesto de que no cualquier tipo de liderazgo es deseable, y para definir este tipo de liderazgo apela a parámetros eminentemente cualitativos, en el marco de un enfoque relacional. Así, el líder debe cuidar de los valores compartidos en las comunidades en las que actúa, servir a los demás y ofrecer inspiración y perspectiva sobre el futuro deseado. Para ello debe devenir arquitecto de estructuras y procesos, agente de cambio transformador, dar apoyo a sus seguidores y crear sentido y significación. Con independencia de si es posible concentrar en una persona este ramillete de virtudes y capacidades, parece obvio que un perfil tan orientado a lo cualitativo tarde o temprano deberá preguntarse en qué consiste la calidad humana última del sujeto sobre la que pueder sostenerse todas estas cualidades. Parecería, pues, que el siguiente paso a dar sería un enfoque que pusiera el acento en la persona como tal, en la calidad de su arraigo en sus valores fundamentales, en la calidad de la conexión con sus más íntimas aspiraciones y en la calidad de sus compromisos con horizontes que vayan más allá de su propias gratificaciones.
    Por lo que yo sé, estos temas siempre se han consideración propios de la ética…

    (*) Joseph M. Lozano es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de ESADE, e investigador senior en RSE del Instituto de Innovación Social. 

    Premios y certificaciones

    No todo lo que brilla es oro

    Con el angelito en un hombro y el diablito en el otro, la voluntad de las empresas de implementar prácticas responsables está siendo zarandeada. Por una parte, los de la vida fácil le dicen que no se preocupe, que no hay que hacer grandes esfuerzos. Se pueden ganar premios y certificaciones de que es una empresa responsable con facilidad.

    Por Antonio Vives (*)

    Por otra parte, los de la vida dura les dicen que no tomen esa ruta fácil, que tarde o temprano serán descubiertos y sufrirán por esos momentos de gozo temporal.
    Con los premios y las certificaciones genéricas se han encontrado el hambre con las ganas de comer. Instituciones supuestamente promotoras de responsabilidad empresarial crean y otorgan premios con gran facilidad. Ambos, los otorgantes y los premiados, ganan “prestigio”, digamos más bien que publicidad relativamente barata.
    Unos pueden organizar conferencias anuales para la entrega de los premios; algunos hasta llegan a cobrar por participar u ofrecen cursos y asesoría sobre como completar los cuestionarios; otros otorgan la licencia para usar logos que reconocen a la empresa como responsables. Muchos son otorgados por instituciones en las que las empresas deben ser miembros, con pago de cuota. Los premiados presumen de haber ganado un premio y lo anuncian en sus sitios web y en sus informes de sostenibilidad. Es un “gana-gana”. Todos contentos.
    Esto no tendría nada de malo, si en efecto los otorgantes hubieran comprobado que las empresas son (totalmente) responsables como dicen. Lamentablemente, para economizar, los premios se basan en cuestionarios completados por las empresas, o mejor dicho, por consultores especializados. En realidad quien gana el premio no es la empresa, es quien completó el cuestionario.
    Habiendo analizado muchas respuestas a cuestionarios he podido constatar que casi lo único que diferencia a las empresas es cómo lo dicen. La gran mayoría dice todo lo que se espera que digan. Dice que tiene códigos de ética y de conducta, pero no dice si los aplica, cuántos casos se han presentado y cómo se han resuelto; dice que tiene procedimientos para protección de medio ambiente, pero no si lo hace o cómo lo hace. Ninguna habla de multas o problemas: ¡los cuestionarios no lo preguntan!
    Y no hablemos de los premios donde vota el público, como en el caso de algunos reportes de sostenibilidad, donde vota un público que no ha leído los informes y donde la inmensa mayoría vota por las empresas de su país, sin considerar los de otros países.
    Pero, ¿a alguna empresa le han retirado un premio por mostrar irresponsabilidad? ¿Quién se atreve?
    Problemas semejantes tienen las certificaciones o acreditaciones de tipo genérico otorgadas por Gobiernos como propone el proyecto de ley de Economía Sostenible en España y el proyecto de ley de Responsabilidad Social Empresarial de la Comunidad Autónoma de Extremadura. Sin entrar en detalles de si los Gobiernos tienen la capacidad de certificar empresas, hay que preguntarse qué pasa si las demás comunidades deciden imitar estas “iniciativas”. ¿Serán mejores las empresas certificadas por una comunidad que otra? ¿Habrá que certificarse en todas las comunidades autónomas? No hay que preocuparse, si se aprueban estas leyes, pronto saldrá alguna institución que hará un ranking de las certificaciones de las comunidades autónomas o las de los Gobiernos.
    Éramos muchos (algunos dicen que éramos pocos) y parió la abuela

    La ISO 26000
    Y ahora se nos une a la fiesta la ISO 26000, o mejor dicho, sus hijos. La ISO 26000, que no es certificable, no excluye que las autoridades normativas nacionales (generalmente instituciones normativas de los estándares certificables de la ISO) emitan normas certificables. En el alcance dice que “Esta norma internacional no pretende impedir el desarrollo de normas nacionales que sean mas específicas, más estrictas o de diferente tipo” La ISO no debió meterse en normalizaciones cualitativas y subjetivas, pero lo hizo y sacó una buena guía, para guiar (valga la cacofonía) el diseño e implementación de prácticas responsables. La ISO 26000 es el producto de un largo proceso consultivo, razonablemente inclusivo, con la participación de expertos internacionales. Pero no pudo cerrar la puerta a certificaciones nacionales. Es de esperar que, siendo su negocio, las instituciones nacionales vayan más allá y saquen normas certificables. La tentación será grande y ya me imagino una carrera a ver quién saca la primera norma nacional certificable en base a la ISO 26000. Y habrá que ver qué tanta fidelidad mantienen con el original.
    Ya existen normas genéricas certificables emitidas por algunas de estas instituciones (en México, Colombia), pero no basadas en la ISO 26000 y no usan mucho. Pero, poder usar el nombre ISO 26000 en la norma certificable, tentará a las empresas a pedirlas y consultores a darlas. No nos dejes caer en la tentación…
    Es que la responsabilidad total no existe. Existen prácticas responsables y algunos tienen muchas. El que esté libre de culpa que tire la primera piedra.
    Lo que las prácticas responsables necesitan son certificaciones de prácticas específicas hechas por instituciones acreditadas, independientes, no por consultores no certificados (¿quién certifica a los certificadores?).
    Instituciones, que se dediquen exclusivamente a estas tareas, que comprueben sobre el terreno las prácticas, que auditen los procesos y otorgan certificaciones con fecha de caducidad, que deben renovarse.
    Hay muy buenos ejemplos de estas certificaciones específicas, aunque también pueden tener su problemas: Comercio Justo (verifica precios pagados a productores), Social Accountability (verifica condiciones laborales), WRAP (condiciones laborares en textiles), ICTI (sobre la fabricación de juguetes), Trabajo Infantil (certificaciones por industria: ropa, alfombras, cacao, etc.), Forest Stewarship Council (explotación sostenible de bosques), la etiqueta PEAC en Brasil sobre ausencia de mano de obra infantil, promovida por Fundación Abrinq, entre muchas otras certificaciones. El uso de estas etiquetas sí tiene valor… aunque no siempre el consumidor las valora.
    También algunos índices de sostenibilidad de bolsas de valores hacen alguna verificación de la información de las empresas, pero tampoco es muy detallada, dependen más del “castigo” que representa ser excluidas del índice De lo que hay que estar orgulloso y reportar en el sitio web y en el informe de sostenibilidad es cuántas certificaciones tienen, quién las otorgó, desde cuándo las tienen. No cuántos premios logró cosechar, no cuántos reconocimientos recibió de las instituciones a las cuales hizo una donación o es miembro.
    Ojalá oyeran al angelito y no al diablito

    (*) Antonio Vives es profesor consultor de Stanford University sobre los premios y certificaciones en RSE. Esta columna de opinión del blog “Mirada crítica a la responsabilidad social” fue publicado en 2010. Pero por su notoria vigencia lo reproducimos, tomado de esa fuente.

    Desigualdad de ingresos

    La RSE y su papel en la cohesión social

    Los datos de Eurostat, la oficina estadística de la UE, muestran que la desigualdad de ingresos entre los españoles ha llegado a su punto más alto desde el año 1995 –el año de comienzo de registro– solo por delante de Letonia, Rumania, Lituania, y que 21,8% de la población está en riesgo de exclusión social.

    Por Helena Ancos

    Junto a ello, nos encontramos con un amplio abanico de grupos vulnerables (jóvenes, parados de larga duración y mayores de 50 años, mujeres, inmigrantes), lo que, unido a la crisis de crédito y a la asfixia del gasto social, augura duros reajustes.
    Uno de los grandes retos a los que tendrá que hacer frente en los próximos años la RSE en España es el del papel a jugar en la cohesión social.
    Evidentemente no todos los ingredientes de la desigualdad son achacables a la reducción de empleo o de ingresos. Los datos de la exclusión social registran también la posesión de una vivienda o los beneficios sociales, o mejor dicho, la carencia de ellos.
    Sin embargo, es interesante constatar que la desigualdad de ingresos y el nivel de ingresos de un país no son sinónimos. Esto quiere decir que aunque nuestra economía esté necesitada de crecimiento, hay economías como Malta o Turquía con menor nivel de ingresos, donde la desigualdad es menor. Es decir, el crecimiento no ha de ser el Norte que nos haga perder una visión periférica de dónde nos encontramos y cómo vamos avanzando.
    ¿Qué quiero decir con ello? Que en este panorama darwiniano la capacidad de adaptación al cambio será el factor clave, y van a ser necesarias estrategias bottom-up y top-down, y el concierto y el esfuerzo de todos. La acción colectiva, más que nunca, también será el eje del futuro desarrollo de la RSE.
    Una de las prioridades será crear empleo y mayor cohesión social. Junto a la reforma laboral, el sector público no puede retraerse a pesar de los tan anunciados recortes, y habrán de hacerse esfuerzos regulatorios para consolidar formas organizativas de empresas sociales y marcos legales que permitan mayor flexibilidad para adecuarlas a un mercado de trabajo y de competencia en muchas ocasiones hostil, y el necesario apalancamiento para su despegue y en casos particulares de acompañamiento a la reinserción y al trabajo con grupos vulnerables.

    Mayor inclusión
    Pero al mismo tiempo, para el resto de empresas sin ese ADN social, ¿puede la RSE promover a corto plazo y en la actual coyuntura económica una mayor inclusión?
    La cohesión social necesita de la RSE pero también las empresas necesitan de la cohesión social. Una base social inclusiva conforma el sustrato de la demanda de productos y servicios empresariales, generando el círculo virtuoso de las economías de escala y de alcance que nutren la productividad y el crecimiento empresarial. Además, el aumento de la exclusión social provoca la desafección ciudadana con sus instituciones, y mina por tanto, también la legitimidad de las empresas, mucho más allá de lo que nos digan los informes de reputación. En la tarea de deconstruir lo que tenemos para crear algo mejor, hemos de ser conscientes de que a pesar de las dificultades, no podemos avanzar a múltiples velocidades sin el riesgo de perder los logros de la responsabilidad social.
    Sin duda en estos momentos donde más pueden incidir las empresas a favor de la cohesión social es en dos aspectos:
    • Mercado de trabajo:
    La creación de empleo que venga de la mano de la flexibilización del mercado laboral y de la contratación, evitando dualismos, ha de reflejarse en la contención en los salarios pero también un reparto más equitativo entre todas las categorías laborales. El liderazgo y el compromiso del empresario contribuirán además a la fidelización y productividad de sus trabajadores cuando se sienten partícipes de una causa común y cuando los costes de la crisis se reparten proporcionalmente entre todos.
    Por otro lado, la mejora del acceso al empleo de los grupos más vulnerables (jóvenes, discapacitados, mujeres, parados larga duración, inmigrantes) en una nueva interpretación del contrato social, que debe aprovecharse por la empresa en favor de una mayor inclusión a través del instrumento de la gestión por competencias.
    • Innovación:
    En primer lugar, innovar en productos y servicios para grupos de ingresos bajos y medios. El lema ha de ser no ya el flight to quality sino el universal service. Y en segundo lugar, el fomento de la innovación social, iniciativas transformadoras que dan respuesta a los retos de nuestra sociedad. No hay nada más incentivador de la innovación que las situaciones de crisis.
    Y en ambos aspectos, las empresas pueden cubrir el vacío de la retirada del Estado del bienestar y de algunas políticas públicas.
    Hay que salir de la crisis y desterrar pesimismos, derrotismos y malos augurios. Entre otras cosas porque el oráculo no vaticinó una crisis de este calado. O para los agoreros, aunque solo sea por aquello de que “si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo” (S. Covey).

    (*) Helena Ancos Franco es coordinadora del Programa de Trabajo de Responsabilidad Social Empresarial del Instituto Complutense de Estudios Internacionales.

    Entre la salud pública y maximizar ganancias

    La responsabilidad social en laboratorios farmacéuticos

    En la década pasada, se las atacaba por no ofrecer tratamientos contra el HIV /SIDA a las naciones pobres de África, donde se encuentran dos tercios de todos los casos. Hoy el sector ha hecho ajustes en precios y en acceso a las drogas. Atender las necesidades de los países pobres se está convirtiendo en una parte permanente de la agenda de los grandes laboratorios.

    Pero crear nuevas medicinas para países pobres donde no les pueden pagar los precios que resultan del alto costo de desarrollarlos es, todavía, un desafío enorme. Entre los muchos problemas hay dos principales: cómo decidir qué tratamientos investigar y cómo manejar las operaciones y pruebas clínicas en el mundo en desarrollo.
    Para quienes fabrican medicamentos, atender a las naciones pobres en África, Asia y América latina significa encontrar un equilibrio entre cubrir necesidades de salud pública y maximizar ganancias. Para que las guíe en la conducción de sus negocios, las farmacéuticas tienen códigos de ética y de Responsabilidad Social Empresaria.
    “No es lo mismo vender medias de nylon que remedios. Hay una obligación especial”, dice Arthur Caplan, director del Centro de Bioética de la Universidad de Pennsylvania. “Cuando los laboratorios ponen las ganancias a corto plazo por delante de la responsabilidad social, pagan el precio en mala publicidad y reacción de los reguladores”, agrega.
    Los esfuerzos por encontrar curas para las regiones más pobres del planeta van desde nuevas investigaciones hasta donaciones a los grandes laboratorios. Por ejemplo, en 2010 la Organización Mundial de la Salud selló una alianza con seis firmas que se comprometieron a donar medicamentos para enfermedades tropicales desatendidas (eufemismo para enfermedades como la lepra y el dengue, comunes en países con pobreza, hacinamiento y falta de higiene y buena alimentación).
    Para este tipo de programas hace falta el concurso del sector público y privado. Ese tipo de sociedades fomentan la responsabilidad social en países en desarrollo con barreras políticas y económicas a los mercados farmacéuticos, opina Guy David, profesor de administración sanitaria en la escuela de negocios Wharton.
    Pero las donaciones no eliminan la necesidad de producir nuevas drogas para las enfermedades que afligen al mundo en desarrollo, dice David. “El rol más importante que tienen las farmacéuticas frente a la sociedad es el descubrimiento de nuevas drogas y vacunas”, dice.
    Uno de los esfuerzos vanguardistas que combinan descubrimiento de drogas con responsabilidad social es el de BIO Ventures for Global Health (una ONG con sede en San Francisco), que está respaldado por Fundación Bill y Melinda Gates.
    Algunos laboratorios tienen iniciativas propias. GlaxoSmithKline comparte más de 800 patentes con otras empresas que trabajan para encontrar tratamientos para enfermedades tropicales. La compañía bajó los precios de más de una docena de drogas a 25% del valor que tienen en el mundo desarrollado. Esos tratamientos atienden enfermedades como asma, malaria y hepatitis B.
    Sin embargo, “aun en el caso de que los laboratorios aúnen esfuerzos para curar enfermedades tropicales desatendidas, los pacientes podrían tener que esperar entre 10 y 15 años hasta que aparezcan las drogas”, dice Stephen M. Sammut, catedrático de Wharton en administración sanitaria. “Estos no son problemas biológicos triviales,” dice sobre el desafío de desarrollar tratamientos. “Hay una razón para explicar por qué no hay buenas vacunas o curas para algunas de esas enfermedades. Y esa razón va mucho más allá del hecho que los clientes son pobres”.

    Alternativas baratas
    Otro camino para llevar medicamentos al mundo en desarrollo permitiría a los países producir genéricos baratos que serían alternativas a los tratamientos patentados obtenidas mediante un proceso de licencias obligatorias. Según los acuerdos de ese tipo los genéricos circulan fuera de los grandes mercados donde rigen las patentes.
    Entre los países que han logrado así acceso a drogas figuran Brasil y Tailandia, que tienen licencias para la producción Stocrin, el medicamento de Merck para tratar el SIDA /HIV. Tailandia también tiene licencia para producir versiones de Plavix, la droga anticancerígena de Sanofi-Aventis, Novartis y Roche.
    Paralelamente, los laboratorios están comenzando a llevar sus operaciones de investigación y producción a países emergentes como China e India, que ofrecen bajos costos entre otras ventajas. Allí los científicos pueden reu­nir fácilmente pacientes para pruebas clínicas en las regiones más densamente pobladas y acelerar el proceso de desarrollo. Además, muchas de esas pruebas necesitan pacientes que no hayan usado previamente otra medicación que pudiera interferir con los resultados, y esos sujetos se encuentran más frecuentemente en países en desarrollo.
    Pero probar drogas en países pobres puede originar problemas de corte ético, según observadores del sector. Algunos laboratorios “van a los países en desarrollo bajo la bandera de hacer el bien, pero en realidad realizan experimentos peligrosos con gente pobre”, dice Arnold J. Rosoff, profesor en Wharton de sistemas sanitarios.

    Mejorar la imagen
    Últimamente se han tomado medidas para mejorar las relaciones con países anfitriones de pruebas clínicas. Por ejemplo, en ocho países africanos Novartis y Sanofi-Aventis están ofreciendo a muy bajo precio medicamentos para la malaria. Es un programa piloto auspiciado por el Global Fund to Fight Aids, Tuberculosis and Malaria.
    La principal tarea para los laboratorios que operan en países en desarrollo es combatir las enfermedades desatendidas y dar acceso barato a la salud, dicen quienes abogan por responsabilidad social en materia de salud global. Esto requiere poner a disposición de la gente remedios con programas que pongan las necesidades de salud pública antes que las ganancias de corto plazo.
    Esos programas pueden suavizar las relaciones con los países anfitriones y fomentar el crecimiento de los mercados en el largo plazo. Atender las necesidades de los países pobres se está convirtiendo en una parte permanente de la agenda de los grandes laboratorios remata Rossof. Sea que las empresas lo hagan “para mostrar en la vidriera o como medida defensiva” estos esfuerzos van a continuar. Y una vez que tengamos suficiente número de personas bien motivadas, tendremos un ambiente donde prevalezcan los motivos adecuados y no solo el deseo de mostrar una linda vidriera”, remata.