Lo que genera un sentimiento regulador en gobiernos y sociedades. El punto en debate, sin embargo, es: ¿la regulación será efectiva o siempre se quedará corta en garantizar esos objetivos? Además del intenso debate en buena parte del mundo entre “reguladores” y partidarios de libre servicios en la Web, hay otra polémica dentro de los que favorecen algún grado de supervisión. En esencia, la discusión es cuál es el grado o intensidad de regulación que hay que aplicar y si en verdad no hace más daño que el bien que se pretende.
Por otra parte sorprende el crecimiento constante de las Big Tech. La teoría convencional dice que las empresas crecen hasta que llega un punto es que el nivel de aumento en facturación y ganancias, comienza a decaer porcentualmente. Pero esa ley no se cumple, hasta ahora, con los gigantes tecnológicos. El crecimiento parece no tener límites. Al contrario, algunas de ellas parecen que han cobrado impulso y aceleran su marcha. Buenos ejemplos son los resultados recientes de Alphabet (Google) y Amazon Web Services. Incluso Facebook, en el ojo de la tormenta después del escándalo de Cambridge Analytics, acaba de tener el mayor crecimiento en más de un año (aunque cayó estrepitosamente el valor de sus acciones).
Para muchos analistas la verdadera explicación para este veloz ritmo de crecimiento, está en inversiones en nuevos mercados, pero también en el poder de las plataformas de firmas que dominan sus mercados.
Esta inquietud comienza a ser percibida entre los que utilizan estas herramientas. Quedó claro que peligra la privacidad (usarlas es gratis en apariencia; se cobran vendiendo datos de las personas). Pero hay otras incertidumbres: la inteligencia artificial y la robotización ponen en peligro los empleos. O peor, pueden llegar a esclavizar a los humanos, o desatar guerras de una crueldad y mortalidad difíciles de imaginar. Las redes sociales producen un nuevo desencanto: uno está totalmente conectado, y al mismo tiempo, aislado y en soledad. El sentimiento pesimista está avanzando más rápido que el optimista.
Esa es la percepción imperante hoy. Aunque sería bueno recordar que la experiencia histórica apunta a que la tecnología ha sido una fuerza positiva.
Lo nuevo, el techlash
Lo que se insinúa con fuerza, es un retroceso, un rechazo a las que parecían ser omnipotentes firmas high tech de Silicon Valley e inmediaciones. El techlash es una palabreja acuñada por The Economist, para explicar cómo estos gigantes comienzan –en un lento proceso que puede acelerarse– a perder su autoridad.
La rebelión en este caso, no es contra un gobierno. Es contra poderosas organizaciones que supuestamente oprimen a sus usuarios y consumidores. De un lado, la adicción tecnológica mantiene el vínculo; pero del otro, la percepción de la falta de libertad induce a resistir. Es un proceso que lentamente se infiltra en la conciencia social, y es una batalla de incierto resultado.
¿Cómo se manifiesta esa nueva animosidad? Apareció un sentimiento o una creencia de que algunas empresas han crecido tanto que ocupan un lugar demasiado dominante. Por otro lado, cada vez más gente se preocupa por saber si la inteligencia artificial, big data o analytics, no son instrumentos muy poco transparentes y responsables. Si en el siglo 19 era “el hombre frente a la máquina”, ahora enfrenta al individuo con el algoritmo, la plataforma, y finalmente la empresa.
¿Qué es lo que comienzan a percibir las personas sobre su relación con estos gigantes de la Red? Sienten que, inadvertidamente, están entregando una cantidad gran de información valiosa, que es privada. En algunos casos, pueden ser opiniones políticas, datos sobre su estado de salud, o preferencias de consumo y uso en todo tipo de productos o servicios.
En este contexto se produjo la revelación sobre los 87 millones de datos de usuarios que Cambridge Analytics tomó de Facebook, y el debate se potenció y no cesa. Y de paso, aumentó el temor sobre la enorme influencia de estos actores sobre comportamientos de la sociedad y la política.
En cuanto a la IA y robótica, surge nítido el temor de que en algún momento puedan comenzar a operar fuera del control humano. En suma, ¿pueden ser un peligro para toda la humanidad?
En verdad, la primera inquietud en magnitud, es sobre los robots y la desaparición de empleos. Los optimistas dicen que la robótica destruirá empleos, pero que también creará otros. Con lo cual el balance estaría bastante equilibrado. Los pesimistas no comparten este punto de vista. Piensan que nunca antes peligraron tantos empleos.
Nuevamente: ahora es el hombre contra el algoritmo.
Brecha ideológica en la comunidad tecnológica
Hace apenas una década, los bancos, los grandes gigantes de la economía de ese entonces, sufrieron una crisis devastadora de la que no han logrado recuperarse del todo. Entre tanto, discretamente, durante estos años transcurridos, la tecnología y sus firmas estrellas, repensaron el mundo tal como estaba planteado.
Así, se convirtieron en la fuerza dominante. El futuro parece estar en manos de las big tech.
Durante el año pasado se vendieron 1.500 millones de smartphones. La tecnología mobile y los servicios vinculados tuvieron una facturación, a escala global, de US$ 3, 6 billones (en español, millones de millones), equivalente a 4,5% del PBI mundial. La sexta parte del crecimiento total en el comercio en 2017, se debió solamente al negocio de los smartphones.
Los esfuerzos de Donald Trump han permitido comprender a todos las dificultades en que se encuentra la globalización, a la que se hace responsable del cierre de fábricas y pérdidas de empleo en los países occidentales. Sin embargo nada se dice de la tecnología que es un factor más influyente en el comercio global. La globalización persiste en el campo tecnológico. De hecho, es la tecnología la que cambia la forma en que se desenvuelve el planeta. A ritmo vertiginoso.
Un dato más: si Apple, Amazon y Google fueran países estudiados por el FMI, aparecerían en las posiciones 17°, 19° y 20° entre las naciones, antes que Suiza, Arabia Saudita y Suecia. Con el mismo criterio, Facebook estaría en la posición 26°, justo detrás de Bélgica.
Es que son titanes de dimensiones nunca vistas. Facebook tiene 2.000 millones de usuarios. Google representa 90% de todas las búsquedas que se hacen en Europa. Apple tiene 250 millones de suscriptores a todos los servicios.
Para aportar soluciones en este escenario, habrá que ser imaginativo y aportar muchas nuevas ideas.
Dos visiones antagónicas
La visión de la copa medio llena o medio vacía. Para algunos integrantes de la propia comunidad tech, no hay duda que sólo se puede tener optimismo ante el incesante avance tecnológico y por los benéficos efectos que tendrá. Para el otro grupo, hay que estar preparados para una catástrofe que se avecina.
Con los primeros se identifica Mark Zuckerberg de Facebook. La tecnología es intrínsecamente buena. Si aparecen problemas éticos o sociales, habrá que lidiar con ellos, en la medida de lo posible sin ninguna fastidiosa regulación en el medio.
El adalid de los segundos, es Elon Musk de Tesla y SpaceX, quien recomienda la máxima prudencia al trabajar con tecnologías como inteligencia artificial que pueden superar a los humanos y convertirse en sus amos. Además, rechazan el modelo de constante vigilancia del usuario que se desprende del corazón de empresas como Facebook.
Los dos bandos ven el costado positivo de la tecnología y creen con convicción en que el futuro depende de un progreso rápido.
Las discrepancias que se insinuaban se hicieron patentes con el escándalo desatado por Cambridge Analytics que capturó y usó en su provecho millones de datos almacenados y supuestamente con la privacidad garantizada por Facebook.
Musk, en medio del escándalo, suprimió las cuentas de Tesla y Space X en Facebook, que tenían cinco millones de seguidores (pero sigue en Instagram –propiedad de Facebook– con 7 millones de seguidores).
En verdad, el debate entre ambos personajes sobre la seguridad de utilizar inteligencia artificial, ya se conocía antes de este estallido. Musk trabaja con IA, a la que denomina “el riesgo fundamental para la existencia de la civilización humana”. Ese enfoque, a juicio de Zuckerberg, es típico de los detractores.
Ambos líderes en este áspero y cruento debate con sus visiones sobre la recompensa o los riesgos que trae la tecnología, expresan la identidad de sus respectivas empresas.
La meta del fundador de Facebook es entregar los frutos de la tecnología digital a la mayor cantidad de gente en el menor tiempo posible. Musk, en cambio, tal vez porque un error en las áreas donde opera puede generar catástrofes, no se concentra en “todo lo más rápido que se pueda”. Aunque es cierto que ha tenido que tomar riesgos que incluyen la vida humana, como los posibles en accidentes de tránsito de sus vehículos.
Obviamente, en el campo de Zuckerberg está también Larry Page, el co-fundador de Google.
Los que coinciden con Musk, como Bill Gates o el fallecido científico Stephen Hawkins, no creen que siempre y todo el aporte tecnológico se definitivamente bueno.
La verdadera polémica que campea sobre todas estas diferencias es: ¿realmente quién está en control? ¿Son los seres humanos los que rigen sobre la tecnología? ¿O es a la inversa? Esta es la cuestión de fondo.