El Massachusetts Institute of Technology (MIT) dice, en un extenso trabajo que se condensa aquí, que en primer lugar son muchos los factores –además de la tecnología– que complican el panorama laboral.
La forma en que Hod Lipson describe su Creative Machines Lab refleja claramente sus ambiciones: “Estamos interesados en robots que puedan crear y sean creativos”. Lipson, ingeniero académico en la Cornell University, es uno de los más grandes expertos mundiales en inteligencia artificial y robótica.
Sus proyectos de investigación permiten vislumbrar las posibilidades de las máquinas y la automatización. Sus colegas en la universidad de Cornell están construyendo robots que pueden trabajar como baristas y ayudantes de cocina. Unos años atrás, Lipson hizo la demostración de un algoritmo que explicaba datos experimentales formulando nuevas leyes científicas, que eran consistentes con otras que ya se sabía que eran ciertas. Dicho de otra forma: había automatizado el descubrimiento científico.
Su visión del futuro es una en la que las máquinas y el software poseen habilidades absolutamente impensables hasta hace muy poco. Pero ahora está comenzando a preocuparse por otra cosa, también impensable años atrás. ¿Es posible imaginar que los avances en automatización y digitalización provoquen una revolución social al eliminar el medio de vida de mucha gente, aunque produzcan gran riqueza para otros?
El temor de que el avance de las tecnologías destruya puestos de trabajo se remonta por lo menos a principios del siglo 19, durante la Revolución Industrial en Inglaterra. En 1821, el economista británico David Ricardo le temía a la “sustitución de trabajo humano por máquinas” y en 1930, en el mismo corazón de la Gran Depresión, John Maynard Keynes advertía sobre “el desempleo tecnológico” provocado por “nuestro descubrimiento de medios de economizar el uso del trabajo. Se apresuraba a aclarar, también, que “esto es solo una fase temporal de desajuste”.
Aumento de la inequidad
Ahora, una vez más, en Estados Unidos, Europa y gran parte del mundo se señala a la tecnología como la gran responsable de aumentar la inequidad en los ingresos. Un informe reciente de la OCDE sentencia que la brecha entre ricos y pobres ha llegado a niveles récord en muchos de sus 34 miembros, motivado esto en gran medida por una caída en el poder adquisitivo para el 40% más pobre de la población.
Sólo 68% de los hombres entre 30 y 45 años con el secundario completo tenían empleo a tiempo completo en 2013 según un informe reciente de la Brookings Institution, un grupo norteamericano que estudia políticas públicas. El sueldo del trabajador tipo no crece junto con el crecimiento de la economía desde hace varias décadas.
Es muy difícil determinar los factores que inciden en la creación de empleo y en la remuneración, y es especialmente difícil aislar el impacto específico de la tecnología y diferenciarlo, digamos, de la globalización, del crecimiento económico, del acceso a la educación y de las políticas impositivas. Pero los avances en tecnología ofrecen una explicación plausible, aunque parcial para la declinación de la clase media.
Una visión que predomina entre los economistas es que sencillamente hay mucha gente que no tiene la capacitación y la educación que se requieren para el creciente número de empleos bien pagos que exigen habilidades tecnológicas muy desarrolladas. Simultáneamente, las tecnologías de software y digitales han desplazado muchos tipos de empleos que implican tareas rutinarias como las de contaduría, nómina y trabajo administrativo, obligando a muchos de esos trabajadores a aceptar empleos con menor remuneración o a abandonar la fuerza laboral. A eso debe sumársele la creciente automatización de la manufactura, que ha eliminado muchos empleos de la clase media en las últimas décadas.
Estas son tendencias de largo plazo que comenzaron muchos años atrás y explican la polarización del empleo, o sea, la desaparición de empleos que requieren habilidades medias aunque aumente la demanda de trabajos manuales mal pagos por un lado y de trabajo altamente calificado por el otro. La última recesión aceleró la destrucción de muchos trabajos relativamente bien pagos que requieren tareas repetitivas que se pueden automatizar.
Todo esto es ya suficientemente malo, pero hay otro temor todavía más importante y es qué es lo que va a pasar en otros sectores de la fuerza laboral cuando la tecnología se adueñe de cada vez más trabajos que durante mucho tiempo se consideraban un camino seguro para tener una vida de clase media. Estamos en los comienzos de una transformación económica que es única en la historia, maravillosa por lo que podría hacer en materia de mejor medicina, servicios y productos, pero devastadora para aquellos que no están en condiciones de cosechar los beneficios financieros.
¿Los robots harán el reemplazo?
Nadie puede contestar esta pregunta. Muchos economistas no alcanzan a ver pruebas suficientemente convincentes de que los avances en tecnología serán responsables de una caída neta en el número de empleos, o de que lo que estamos viviendo sea diferente de otras transiciones donde la tecnología destruyó algunos empleos pero con el tiempo mejoraron las oportunidades de empleo. No obstante esto, en los últimos años aparecieron una cantidad de libros que afirman que los recientes avances en inteligencia artificial y la automatización son intrínsecamente diferentes de otras revoluciones tecnológicas por lo que presagian para el futuro del empleo.
Martin Ford es uno de los que creen que esta vez es diferente. En su nuevo libro, Rise of the Robots: Technology and the Threat of a Jobless Future, da numerosos ejemplos de nuevas tecnologías, como los autos sin conductor y la impresión en 3D, que según él terminarán reemplazando a muchos trabajadores.
Para adaptarnos a ese “futuro sin empleo” que presagia, él recomienda un ingreso básico garantizado como parte de la respuesta. O sea, su receta es dar a la gente una cantidad modesta de dinero. La idea no es nueva. Algo parecido había propuesto en los años 60 el economista conservador Milton Friedman –lo que él llamaba impuesto al ingreso negativo– como una forma de reemplazar a la creciente burocracia del Estado. En definitiva se trata de un ingreso mínimo para asegurar un piso para todos los que no logren encontrar los medios para sostenerse. Una política pública que avaló Richard Nixon en 1972.
La idea pasó de moda en los años 80 pero ha vuelto ahora como una forma de ayudar a todos los que se les están cerrando los mercados laborales. Se habla de una forma de brindar una red de protección con mínima participación del gobierno que suplementaría a otros programas para ayudar a los pobres. Es un debate que no termina y tiene muchas propuestas alternativas.
¿A quién pertenecen los robots?
Los efectos de la automatización y la tecnología digital sobre el empleo actual, dice David Rotman en el ensayo publicado por el MIT, suelen ser minimizados por los que recuerdan transiciones tecnológicas anteriores. Pero eso es ignorar el sufrimiento y disloque que se vivió durante esos periodos. Los salarios en Inglaterra se estancaron o cayeron durante casi 40 años después del comienzo de la Revolución Industrial, y la miseria de los obreros de fábrica está bien documentada en la literatura y escritos políticos del momento.
Los que están inventando las tecnologías pueden tener un importante papel en suavizar los efectos negativos. Lipson, el investigador de IA, dice textualmente: “Nuestra forma de pensar es como ingenieros y siempre fuimos tras la automatización. Queríamos que las máquinas hicieran la mayor cantidad de trabajos posible para aumentar la productividad, para resolver problemas de ingeniería en la fábrica, etc. Nunca se nos ocurrió pensar que eso no fuera algo bueno. Pero la solución no está en impedir que avance la innovación. Ahora tenemos que innovar en un problema nuevo y es descubrir la forma de mantener a la gente involucrada aun cuando la Inteligencia Artificial hace la mayoría de las cosas mejor que el ser humano. No sé cuál es la solución, pero es un nuevo desafío para los ingenieros”.
Amplias oportunidades de crear empleos podrían provenir de las tan necesitadas inversiones en educación, infraestructura para la vejez e investigación en áreas como biotecnología y energía. Como bien advierte Martin Ford, nos aguarda una gran tormenta si el cambio climático se vuelve más severo en un momento en que el desempleo tecnológico impone más presión económica. Que eso ocurra o no dependerá en gran medida de qué tecnologías inventamos y decidimos adoptar.
No hay duda de que por lo menos en el corto plazo el mejor bastión contra la débil creación de empleo es el crecimiento económico, ya sea que se logre mediante empresas innovadoras de servicio intensivo como Apple Store y Uber o mediante inversiones en reconstruir los sistemas de infraestructura y educación. Es posible que ese crecimiento consiga aplacar los temores de que los robots nos quiten nuestros empleos.
Andrew McAfee, coautor con su colega del MIT Erik Brynjolfsson del libro “The Second Machine Age”, fue una de las figuras más prominentes en describir la posibilidad de una “economía sci-fi” en la que la proliferación de máquinas inteligentes elimina la necesidad de muchos empleos. Esa transformación, dice, traería inmensos beneficios económicos y sociales pero también significaría una economía de “trabajos livianos”. Pero eso no ocurrirá hasta dentro de muchas décadas Mientras tanto, él recomienda políticas pro-crecimiento “para que demuestren que me equivoco”. “El genio del capitalismo es que la gente encuentra cosas para hacer. Démosle la oportunidad de que funcione”.
Pocos dueños
Uno de los aspectos preocupantes de los avances tecnológicos de la actualidad, según explican los autores de The Second Machine Age, es que en términos financieros, unas pocas personas se han beneficiado desproporcionadamente. Con solo observar lo que ocurre en Silicon Valley se ve que la tecnología es a la vez un motor dinámico de crecimiento económico y un perverso motor de inequidad.
La tecnología será mala si solo favorece a un segmento de la población y buena si favorece a la sociedad toda.
Las políticas públicas podrían ayudar a redistribuir la riqueza o, como el ingreso básico garantizado, brindar una red de protección para los que están cerca del fondo, dice J. Licklider, uno de los creadores de la actual era tecnológica. Para él, la mejor respuesta a los peligros económicos que plantean las tecnologías digitales es permitir que más gente acceda a la “amplificación de la inteligencia” para que puedan beneficiarse de la riqueza que crea la tecnología. Eso significará dar un acceso más justo a educación de calidad y programas de capacitación para la gente durante toda su carrera.
También significa, según Richard Freenab, economista especializado en trabajo en Harvard, que mucha más gente tiene que ser “dueña de los robots”. Él habla no solo de máquinas en las fábricas sino de las tecnologías digitales de automatización. Algunos mecanismos ya existen en los programas de participación de ganancias y los planes que reparten acciones entre los empleados. Pero se pueden vislumbrar otros programas posibles, dice.
Aquellos que sean dueños del capital se beneficiarán cuando la inteligencia artificial inevitablemente reemplace muchos empleos. Si las recompensas de las nuevas tecnologías van principalmente a los más ricos, como ha sido la tendencia hasta ahora, entonces las predicciones de la anti-utopía se harán realidad. Pero las máquinas son herramientas, y si la propiedad de esas máquinas es compartida entre muchos la mayoría de la gente podría usarlas para aumentar su productividad y acrecentar sus ingresos y su ocio. Si eso ocurre, una sociedad cada vez más rica podría restaurar el sueño de la clase media que desde hace mucho tiempo ha dado impulso a la ambición tecnológica y el crecimiento económico.