Por Florencia Pulla
Josefina Jolly no quiso esperar. Había empezado ese año –el 2014– con ganas de dibujar recetas que preparaba su amiga, Sofia Wiñazki, en su nueva Moleskine, ese cuaderno fetiche de periodistas e ilustradores que, aseguran, era el predilecto de Picasso y Hemingway. Siguió dibujando otras recetas: una sopa de zanahoria bien fácil; licuados Aptos para Todo Público. Cuando las empezó a subir a sus redes sociales, amigos y extraños coincidieron: ahí había un libro.
Lo que no había era plata: las editoriales patearon el proyecto. “El año que viene”; “Cuando nos estabilicemos, hablamos”. Convencida de que entre sus dibujos había contenido original, nació Cocinar y Dibujar que –gracias a la ayuda del crowdfunding– llevó a Jolly de ejecutiva de cuentas de una aerolínea a ilustradora full-time para marcas como Hileret, Knorr y también la Revista Oh La La.
El mismo éxito que alcanzó Jolly quiere lograr Dúo Microcentro, la dupla de Federico Ruffa y Victoria “Vicu” Villanueva, que lanzan canciones en clave de humor en redes sociales y que ahora pretenden sacar – “con una ayudita de mis amigos”– un disco para acompañar sus populares presentaciones en vivo. Transitan, como Jolly, el mismo camino barrancoso de los artistas independientes cuyo deseo es producir sin las ataduras de la financiación tradicional que, en nuestro país al menos, no sale del chaleco de fuerza de los préstamos personales a tasas delirantes. No tienen el apoyo de un sello ni de una editorial pero, sí, estiman, el popular: es la única manera de financiar un proyecto sin demasiados “pero”.
No hay más éxito que ese en el mundo del crowdfunding, la financiación alternativa que en Argentina ha pateado el tablero de los productos culturales y que, en el mundo, funciona como una manera práctica para que el consumidor 2.0 financie y apoye proyectos de todo tipo –electrónicos, de innovación aplicada, de consumo masivo– para que, finalmente, vean la luz.
Se calcula que en el país lograron el éxito más de 1.500 proyectos en la plataforma más relevante de crowdfunding, Idea.me y, si se suman otras, esa cifra podría duplicarse.
Si todavía no crece más, estima Sebastián Di Lullo, flamante CEO de Idea.me, es porque los proyectos argentinos buscan financiación –incluso cuando hablamos de crowdfunding– en otros mercados más maduros, que tengan especialmente aceitado los mecanismos de pago electrónicos que utilizan estas plataformas.
“Proyectos hay. Pero muchos deciden subir sus ideas a Kickstarter (otra plataforma de financiamiento colectivo pero en Estados Unidos), porque no ven un mercado dispuesto a financiarlas. Y, sí, quizás, lo vean en el resto del mundo. El desafío de plataformas locales como la nuestra es captar eso. Ampliando nuestra base de colaboradores, en principio, pero también difundiendo lo mejor que tiene el crowdfunding. A escala masiva y también en universidades”.
No son pocas las barreras para que el crowdfunding penetre en ese segmento de la sociedad dispuesto a pagar por los productos que ama. Pero tienen a favor un aliado impensado: a la generación Y que, como nativos digitales, tienen un concepto diferente de la propiedad, ligado a las reglas –y libertades– de Internet.
Un modelo de comunidad
Si se la busca no hay una fecha para el nacimiento del crowdfunding. Es, como toda tendencia, el resultado de una serie de circunstancias. Pero es claro que no se podría haber dado en ninguna otra época: es, porque depende de una plataforma que funciona en Internet, un producto de nuestros tiempos. Pero más allá de sus condiciones materiales, hay detrás del crowdfunding cierto ethos anarquista que se respira en otras comunidades nacidas en Internet, como la del software libre: que se puede crear sin que se necesite de las grandes corporaciones; que las comunidades que nacen en Internet apoyan a los suyos.
Algo de eso pensó una de las primeras artistas que se decidió por el crowdfunding, Amanda Palmer, que utilizó la plataforma Kickstarter para salir de las limitaciones de su sello discográfico, llevándole su idea a la comunidad de Internet. Sobre el valor de romper con el financiamiento tradicional –y todo lo que ello implica– escribió en su libro “El arte de pedir”, que muchos usan de inspiración para lograr poner en práctica sus propias campañas en plataformas locales.
De hecho, Dúo Microcentro lo hizo. “Amanda Palmer hizo justamente eso y lo explica muy bien en su libro; la experiencia traumática de irse de una discografía que la financiaba pero le ponía muchas barreras creativas y la felicidad de entregarse de lleno a su público y ser financiada por ellos”, explica “Vicu” Villanueva, la mitad de Dúo Microcentro. “Personalmente, me entusiasma pensar que el público pueda pagar directamente por el arte que consume, sin intermediarios. Creo que más aún en la era de Internet, donde todos están como locos inventando formas de obligar a la gente a pagar por la música, el crowdfunding invita a pedir en vez de obligar. Descubrimos que la gente muchas veces quiere pagar por lo que le gusta y que está muy bien que los artistas venzan la barrera de la vergüenza y, sin rodeos, hagan valer lo que hacen. No queremos ser parte de la cultura del artista culposo, que pide permiso y perdón todo el tiempo, sino de los que abiertamente dicen “Necesito esta cantidad de plata para hacer mi disco, ayudame””.
Para Di Lullo los proyectos “persiguen un fin social porque son las ideas y sueños de la gente”. “Cada proyecto pone a prueba el compromiso de la comunidad. Cuando se hace una campaña la clave está en interesar al círculo cercano para demostrar cierto involucramiento pero hay que ir más allá y en eso es clave cómo se comunica; el impacto que se quiere lograr. Ayudamos a hacer posible eso; ser el nexo entre las ideas y la gente que tiene el dinero para apoyarlo es de las cosas más interesantes de la plataforma”.
Piensa en la misma línea Sebastián Mesples, co-fundador de Nobleza Obliga, un portal de financiamiento colectivo pero no para privados sino para causas solidarias. Allí se pone verdaderamente a prueba la fibra ética de la comunidad aportante: no es la realización de un proyecto artístico o un prototipo tecnológico sino que se trata de la vida de las personas.
“El financiamiento colectivo está presente desde siempre en los proyectos solidarios. Todos conocemos, por ejemplo, grandes donaciones colectivas que rompieron paradigmas y fueron exitosos pero también otras que terminaron mal, con donaciones que terminaban en las manos de políticos para usar para fines electorales. Creo que el crowdfunding le agrega mucha transparencia al asunto; aportamos información sobre qué se está haciendo con el dinero. Pero además el crowdfunding permite que el promotor de una causa –que puede ser una ONG o un particular– se conecten con su comunidad para financiar un proyecto concreto. Así toda la comunidad se involucra en la resolución de los problemas, desde su propio rol, donando lo que se pueda. Nuestra idea es no poner más barreras, sino ayudar a desarmarlas, en la vocación natural que tienen los argentinos por ayudar”.
No sin las herramientas adecuadas
Está claro. En el crowdfunding no existe financiación sin una comunidad; sin tener las herramientas para convencer a un público cada vez más amplio de que la idea vale la pena. Para eso se usan muchos recursos: desde orientación que ofrecen las diferentes plataformas hasta el propio conocimiento, adquirido a priori, sobre redes sociales y campañas de viralización.
El pitch de venta tiene que estar muy afinado, entonces, para conectar y que el público guste y done. Las redes sociales cumplen un rol fundamental en este sentido y quienes estén detrás de los proyectos se convierten en una especie de community managers de sí mismos. Josefina Jolly, por ejemplo, subió contenidos a todas sus redes. “Hice de todo. Desde subir fotos de los dibujos que iban a aparecer en el libro hasta inventar el falso secuestro y posterior asado de un conejo si no colaboraban con mí libro. La idea era estirar los límites para llamar la atención y viralizar el proyecto y así salir del círculo de mis amigos”, explica.
“Usamos mucho las redes sociales –reconoce Villanueva– tratamos de buscar manera de subir contenido a las redes para que los fans sepan cómo sigue el proyecto, lo qué significa para nosotros y si vamos llegando o no al objetivo. Pero también, al ser una banda que toca todo el tiempo en distintos lugares de Buenos Aires y el resto del país, usamos el final de los shows para contar sobre el proyecto y darle visibilidad más allá de Internet. No todo es redes sociales; hablamos con la mayor cantidad de gente posible después de los shows para engancharlos con el proyecto. En el fondo, para nosotros, se trata de conectarse con personas y pedirles, de humano a humano, que te ayuden”.
En Idea.me tratan de concientizar sobre la importancia del manejo de las nuevas herramientas 2.0 para obtener la viralidad óptima para concretar los proyectos. “En nuestros workshops capacitamos permanentemente sobre estas cuestiones; la importancia está, no solo en viralizar, sino también en poder resolver consultas en redes sociales. Apoyamos y también damos difusión en nuestras propias redes”, explica Di Lullo. Y sin embargo, hay que estar preparados para el fracaso: según el CEO de Idea.me solo 40% de los proyectos logran alcanzar su objetivo Una cifra frustrante para quienes pretenden seguir aquella formula que dejó en el recuerdo el ex ministro de Economía de Raúl Alfonsín, Juan Carlos Pugliese: “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”.
No todo es risas
Justamente es el corazón el problema. Más allá del entusiasmo, son todavía 60% los proyectos que no llegan a buen puerto. Lo vivió en carne propia Tomás Balmaceda, filósofo y periodista. ¿Su idea? Utilizar emojis para producir una versión moderna de Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga. En su nota “Idea.no” explica que calculó mal el entusiasmo que podría generar una edición limitada de su idea. “En mi cabeza calculé que 150 personas habían venido a mi último cumpleaños –amigos, familiares, gente a la que quiero– y pensé que cada uno compraría un ejemplar. Le sumé algunos conocidos y el plus de los que ayudarían con mi proyecto porque yo había colaborado con los suyos en el pasado. Me parecía una fórmula modesta, realizable, una meta que no iba a ser difícil de alcanzar. Me equivoqué”. Con todo el apoyo que recibió de sus colegas –que lo entrevistaron para radio, televisión y gráfica– recaudó poco más de 30% de los que necesita; solo 80 personas pusieron dinero contante y sonante.
Esto que le ocurrió a Balmaceda es moneda corriente en las plataformas de colaboración financiera. Que la comunidad de Internet apoye no significa que funcione como un todo; que solo por ser un proyecto nacido en las entrañas de Internet el sí esté asegurado. Como cualquier proyecto en el que se requiera dinero para despegar los artistas e innovadores están atravesados por el riesgo del “no”.
¿Qué hacer cuando todo fracasa? “En algunos casos les aconsejamos que vuelva a intentar pasado un tiempo. Otras veces les decimos que mejor no poner los estándares muy altos. Si se necesitan $100.000 para hacer un libro pero se puede hacer igual por $50.000, que mejor se arranque con eso”, comenta Di Lullo.
Si bien la frustración existe para el creador del proyecto, el aportante también puede ser sujeto de un fraude. La mayoría de los emprendimientos se concretan en base a ofrecer “recompensas” por los montos aportados. Pueden variar: desde el producto concreto hasta experiencias con los creadores. Dúo Microcentro, por ejemplo, ofrece conciertos privados y Jolly cuadros hechos a mano. A pesar de que no existen casos de fraude financieros registrados –si no se consigue el total, la plataforma se encarga de devolver el mismo dinero– sí los hay de buena fe.
Por ejemplo, hubo reclamos al comediante Alfredo Casero que financió su película Cha3DMubi mediante Idea.me. Esto fue en 2012 y todavía las recompensas no se cosecharon: es que la avant-premier de la película todavía no se concretó y, por lo tanto, los colaboradores no pudieron asistir. “Se sintió un poco la frustración de quienes apoyaron a Alfredo –reconoce Di Lullo– pero la clave es que la plataforma tome un rol activo en comunicar que está pasando. No somos responsables por las recompensas pero si hay alguna demora también está bien avisarlo. Hoy el tema se está resolviendo razonablemente; se estrena en diciembre”.
A pesar de estos percances el crowdfunding se proyecta como una manera fácil, conveniente y segura de aportar a proyectos colectivos en los que la comunidad online realmente cree; ser mecenas, por un rato, es posible.