Por Florencia Pulla
En el clímax de la Revolución Industrial, finalizando el siglo 19, brotaban de las calles de Europa y el Nuevo Mundo ejemplos de buena literatura. Impulsados por cierta ideología positivista los trabajos de escritores como Julio Verne o Sir Arthur Conan Doyle expresaban orgullo en el avance de la ciencia y la tecnología: el cielo era el límite. Nacía, aunque todavía sin nombre, la ciencia ficción que proponía, a las jóvenes mentes del momento, un mundo de viajes alrededor del globo y submarinos hiperequipados. La imaginación se adelantaba, quizás, a las potencialidades técnicas pero logró inspirar, también, a una nueva generación de inventores.
“Ther`s Plenty of Room at the Bottom” (“Hay mucho espacio en el fondo”) bien podría ser el título de una obra que encuadre en este género; un escrito olvidado de Douglas Adams, por ejemplo, burlándose de la sociedad moderna y a la vez proponiendo un futuro intergaláctico. Pero no. Fue el nombre que le dio Richard Feynmann a su discurso en el Instituto de Tecnología de California, el famoso CalTech, y la piedra fundacional de lo que hoy conocemos como nanotecnología.
Pasaron muchos años –lo dio en 1959– pero el concepto inicial todavía se mantiene. Lo dice así Roberto Salvarezza que, además de ser el actual presidente del Conicet, es un nanotecnólogo de raza. “Nano no es otra cosa que la ciencia, la investigación, en la escala del nanometro”. Feynmann lo describió con igual simplicidad entonces: un proceso por medio del cual se podría desarrollar la habilidad para manipular átomos y moléculas individuales, empleando herramientas de precisión para construir y operar otro conjunto de herramientas de menores proporciones hasta alcanzar la nanoescala.
Y sin embargo, la mente no puede sino pensar a lo grande. No es solamente ciencia a la escala del nanometro: es un microchip que permite la computadora personal y, por lo tanto, potencia una revolución en la comunicación como nunca antes; la posibilidad de poder tratar específicamente células enfermas sin afectar el resto de los tejidos, como ocurre con los actuales tratamientos contra el cáncer; la chance de que, potenciados por la movilidad, las cosas que nos rodean en nuestra vida cotidiana puedan comunicarse entre ellas y mejorar nuestra vida con Machine-to-Machine Technology. La idea de la heladera que se comunica con el supermercado sin nuestra supervisión, por ejemplo, puede no estar tan lejos, entre tantas otras innovaciones difíciles de imaginar.
La promesa, entonces, era inmensa. “Pasamos de la nanoeuforia al nanopánico”, explica el consultor español en estrategia y operaciones Marc Ramis Casteltort cuyo estudio se centra en la nanotecnología aplicada a la salud, en su segunda visita a la Argentina invitado por el programa NanoPyme del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación productiva.
Es que la luna de miel entre la nanotecnología y el público no resistió el paso del tiempo: la pasión inicial, que obligaba a Bill Clinton a serenarla en público como la gran tecnología disruptiva de cara al futuro, disminuyó y dio paso a una convivencia estable. Hoy millones de productos, desde lavarropas hasta pinturas fungicidas, desde microchips hasta collares de perros antiparásitos, tienen desarrollos de nano que aparece, esta vez, no como el protagonista indiscutido y puro, sino como un aliado en las sombras, haciendo el trabajo sin nada de la publicidad.
Muchos coinciden en que se sobrevendió la idea inicial; que nano podrá no ser la cura para el cáncer pero que su potencial para mejorar la vida diaria se mantiene intacto. Otros, apuntan al empresariado que, al tener estrategias de venta más conservadoras, no termina de entender el verdadero valor de invertir en tecnología para potenciar sus ventas. Quizás son pocas las voces que levantan la alarma de la poca regulación en ésta, una disciplina que ya lleva 20 años de pleno desarrollo.
Lo cierto es que, lejos de las tapas de los diarios, la tecnología avanza. Y en la Argentina, al menos, están haciendo mucho para llevarla a su lugar merecido y potenciar así la productividad y competitividad de empresas locales en el mundo.
Roberto Salvarezza
Invertir en tecnologías estratégicas
Salvarezza sonríe bastante cuando habla sobre nanotecnología en su despacho del Conicet, a pasos del Congreso. Su rol como investigador en la materia ya lo había potenciado al mundo en donde, en varias oportunidades, asistió como especialista a mesas redondas sobre el tema. Pero ahora, desde el organismo que dirige, tiene un rol más fundamental: sentar las bases para que los investigadores argentinos ya no reciban subsidios para responder preguntas “por la ciencia misma” sino, esta vez, ponerse al servicio de un sistema productivo que los necesita y mucho.
“El Estado ha hecho un esfuerzo en estos años –nuestro presupuesto creció hasta $3.800 millones desde 2003 a este año– para que la ciencia básica impacte en el desarrollo del país y mejore la calidad de vida de la población. Debemos cumplir con los objetivos que se piden porque, es cierto, filosóficamente, siempre hemos trabajado con la idea de que la pregunta la formula el investigador y que el Estado le da dinero para responderla. Esa ciencia basada en la curiosidad está muy bien pero también hay que dar espacio para la resolución de otras preguntas, como las que pueden hacer el Estado o el sector privado”, admite.
Es decir que, hasta ahora, “el sector privado y el académico iban en rutas paralelas. No siempre había voluntad de los investigadores de trabajar para privados y tampoco un entendimiento claro de los empresarios de cuáles eran las fronteras tecnológicas. En verdad muchas veces se acercaban a nosotros para que apaguemos un incendio particular. Eso atendía a un modelo de país en donde la industria, evidentemente, no era el sector que movía la aguja”.
Que la nanotecnología se encuentre hoy entre las tecnologías estratégicas en el Plan 2020 no es poca cosa. El Conicet se preparó para esto: no solo invirtió en recursos humanos ampliando la cantidad de becarios jóvenes que se dedican a investigar tecnologías sino que cambió la manera de calificarlos. Ahora son evaluados en el marco de los proyectos de Fonarsec Nano –Fondos Argentinos Sectoriales– y no a través de la elaboración de papers. “Así los investigadores que habían asumido compromisos con proyectos que se vinculaban con financiación importante tenían la posibilidad de trabajar tres años sin pensar en cuántos papers había que publicar”.
Ramis Casteltort coincide. “El científico pensaba que su manera de progresar eran las publicaciones y ese era su interés. Pero hoy hay muchos científicos que están interesados en la transferencia tecnológica y en poder crear productos para el mercado también. Lo que pasa es que, hasta ahora, no habían tenido muchos incentivos para hacerlo: su carrera dependía de poder publicar mucho y muy bien”.
Muchas veces se marca la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación productiva como una política de Estado que involucró la voluntad de varias fuerzas políticas (el Polo Tecnológico, por ejemplo, fue un buen ejemplo de cooperación entre la Nación y la Ciudad de Buenos Aires) pero lo cierto es que desde su elevación a ministerio varias cosas ocurrieron a la vez que potenciaron la investigación en nano: la creación de la Fundación de Nanotecnología Argentina (Fan), la posibilidad de establecer programas como NanoPyme y los recursos para formar empresas público-privadas como Y-Tec entre Conicet y la petrolera nacional YPF.
“La Fan tiene un rol bastante innovador -dice con Daniel Lupi, su presidente, por teléfono- porque tiene la función de unir la publicación, la tesis final, con un prototipo de laboratorio completo. Como no se puede llegar a la Pyme con un paper, nuestra tarea es invertir una cantidad de plata, $90.000, en proyectos interesantes para que, en un año, muestren que su prototipo funciona”.
Algunos de los 32 proyectos funcionaron, otros fracasaron. “Así funciona la ciencia”, admite Lupi. Lo importante es que la Fan se presenta como vínculo entre los investigadores de Salvarezza y las empresas que están interesadas en invertir. “Tratamos de identificar proyectos en base a la capacidad emprendedora de los científicos, también. El investigador muchas veces piensa que sus resultados van a ayudar a curar un mal tremendo y, seguramente, va a terminar descubriendo una aplicación mucho más terrenal pero también mucho más comercial”.
El problema de las empresas
Si hay más recursos que nunca para lograr la unión entre empresarios y académicos, ¿por qué no está el mercado inundado de nanotecnología? Salvarezza da en el clavo. “No veo que las empresas entiendan bien qué puede hacer nano por ellas. Cuando se empezó a trabajar en el proyecto NanoPyme el Estado llamó a empresas que quisieran participar y les prometió un fuerte financiamiento. Lo que percibí es que muchas fueron porque había un respaldo monetario y no porque percibían las ventajas de adoptar lo nano. No ven a otras empresas, globales quizás, que ya lo están utilizando y para quienes es un valor agregado. Los proyectos deberían estar orientados, también, a sentarse a hablar con las empresas, explicarles mejor de qué se trata nano y cómo podrían mejorar sus productos sector por sector, porque hoy estratégicamente no lo están viendo. Hay que trabajar todavía en sus ventajas económicas”.
El presidente de la Fan piensa en los mismos términos. “Al sector industrial le cuesta mucho adoptar estas novedades. Incluso entre las que sí lo hacen, muchas empresas no lo usan como gancho para vender. Plantean, entonces, un uso indirecto en el que casi hay que convencer al industrial de que nano es beneficioso, que también, además, puede ser una ventaja económica en términos de costos. Hay muchas aplicaciones de nano que la gente usa todos los días, pero que no sabe que tienen nano”.
Para Pablo Alberto Beibe, de NanoLatina –una organización que tiene como objetivo representar a empresas extranjeras que se especializan en nanomateriales y asesorar a Pyme locales sobre sus posibles aplicaciones– la cultura empresarial argentina tiene mucho que ver en el avance (o retraso) de este asunto. “El empresariado no conoce todavía lo que es la nanotecnologia, por más que el ministerio u otros organismos estén informando mucho. Las empresas no tienen idea de cómo podría facilitarles la vida u optimizar procesos o mejorar su logística. Lo que están haciendo es bueno pero no alcanza en velocidad para que el empresariado los conozca. Al empresario argentino le cuesta modificar; hace un tornillo durante mil años con su torno y cuando tiene que invertir en otra máquina, no quiere. En otras partes del mundo es más simple”.
Buenos alumnos
Una de las empresas que sí han entendido el beneficio de nano es, sorpresa, Nanotek. Horacio Tobias, su CEO, dice que son la primera empresa argentina en haber hecho nanotecnologia, que es la aplicación industrial de lo que llamamos nanociencia. Su modelo de negocios se centra en una fuerte inversión en investigación y desarrollo para crear soluciones en asociación con empresas industriales. Es decir, venden tecnología aplicada y son socios de las empresas.
“En la góndola hoy hay zapatillas, pinturas, estabilizadores de suelo, aires acondicionados… todo con nanotecnología nuestra. Pero nosotros no ponemos fábricas de pinturas sino que armamos sociedades con un fabricante que esté interesado en ponerle valor agregado a su producto. Siempre hemos priorizado no vender la nanopartícula porque no queremos seguir el ejemplo de la soja.”.
Apuestan, entonces, al mercado local y regional. Pero Tobias admite que las inquietudes empresariales a la hora de invertir en tecnologías como estas son muchas y legítimas. “Hoy hay miles de ideas e inquietudes pero todas se desarrollan con el apoyo del Estado. Eso al final tiene una carencia porque no genera fuentes de trabajo y no genera muchos productos. El que genera productos es el industrial que, por definición, no es muy innovador porque tiene miedo de no recuperar la inversión. La inestabilidad del país hace que el empresario no sea emprendedor porque se resiste “a comprar humo”, necesita ver el producto final”.
“La política de Lino Barañao (al frente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva) mejoró mucho esa relación porque antes los créditos iban a generar conocimiento; hoy no hay crédito si no hay vínculos con empresas, si no se arman consorcios público-privados. Con el tiempo eso genera una simbiosis pero que hoy está recién en los primeros pasos”.
Un buen ejemplo de lo que habla Tobias es la empresa Y-Tec, YPF Tecnología, una asociación entre YPF y Conicet que es casi 50-50: 51% son acciones de YPF, 49% de Conicet. “Cuando creamos Y-Tec con YPF la idea era crear una empresa de base tecnológica que les permita vender tecnología a todo el sector de energía. Tenemos investigadores dentro de la empresa trabajando codo a codo con gente de YPF de toda la vida”, explica Salvarezza.
Otro buen alumno quizás sea Unitec Blue, la empresa de Corporación América que tiene a Matías Gainza Eurnekian como su presidente y ha invertido, en su planta en Chascomús y en los primeros meses de producción, US$ 250 millones para la creación de microchips con inversiones a futuro que podrían llegar a los US$ 1000 millones para el año que viene. En una entrevista exclusiva a Mercado (mayo 2013) Gainza Eurnekian había dicho que su empresa, de base nanotecnológica, estaba centrada en “hacer de la tecnología más eficiente, más comprimida y más accesible para la utilización humana. Wikipedia puede decir otra cosa pero para mí el concepto de I+D está en esto: en hacer tecnología más aplicable, más económicamente realizable, para una mejora en la calidad de vida cotidiana ya sea en medicina, en comunicación, en gobierno…”.
Lo cierto es que tanto Unitec Blue como Nanotek son excepciones de empresas nanotecnológicas puras. La mayoría utiliza, sí, nano en sus productos pero lo hace a puertas cerradas: sin darle demasiado protagonismo.
Regular para avanzar más rápido
A escala global quizás el problema sea otro. No que se haya sobrevendido el potencial revolucionario de lo nano, no que las empresas se nieguen a invertir, sino que todavía no hay regulación para proteger el trabajo o al medio ambiente en su uso industrial. Algunas marcas, que solían ostentar la palabra nano en sus líneas de productos, han dado marcha atrás en la exposición pública de esta tecnología como gancho de ventas. Por eso es, como dice Salvarezza, el aliado en las sombras.
“Existen riesgos en la nanotecnología que explican por qué nano sigue todavía siendo la cara oculta de muchísimos productos. Hay toda una reacción en contra. En 2003 fui invitado a una mesa de trabajo sobre ética en la Unesco y las ONG nos decían que no hagamos con nano lo mismo que se hizo con los transgénicos. Hay muchos productos a los que se les ha bajado la palabra nano porque deben considerar que el riesgo es mucho y no lo quieren manejar”.
Habla, particularmente, de Silver Nano, la línea con nanotecnología de Samsung, que enfrentó problemas con la Agencia de Protección Medioambiental estadounidense en 2007. Entonces le retiraron productos del mercado ante potenciales problemas para la salud humana y para el medio ambiente de las partículas de nanoplata. Impulsando, quizás, el primer renglón en la regulación global en el campo nano. “Los cuestionamientos hoy son sobre los nanomateriales y los riesgos en el trabajo; qué precauciones se debe tener para su manipulación. Las empresas, para no enfrentar estas cuestiones que son importantes, usan nano pero no lo publican. Por eso digo que es un aliado en las sombras: juega en casi todos los productos pero sin nombrarse”.