ANÁLISIS | Escenario global
Por el contrario, Knowledge@Wharton insistía en una postura manifestada ya a mediados de marzo: “pueden seguir los altibajos, pero los valores se recompondrán y, a largo aliento, tornarán a subir”.
A criterio de Witold Henisz, “la propia volatilidad, exacerbada este mismo año, se combina con la ola de malestar árabe, sus efectos a veces demoledores o muy violentos –Túnez, Egipto, Siria, Bahrein, Yemen– comprometen la oferta de hidrocarburos e impiden que se asienten tendencias estabilizadoras. Por ende, los precios podrían fluctuar entre US$ 85 y 135 el barril promedio”.
Este experto esgrime un factor decisivo: “no existen ya muchas reservas excedentes y su agotamiento puede comenzar en la cuarta década, o sea de 2030 en adelante”. Pensando en ese futuro, su colega Bernard Baumohl no vacila en proyectar hasta US$ 200 el barril. En la vereda opuesta, otros imaginan pisos tan exagerados como US$ 30 ó 60.
Por supuesto, el equilibrio oferta-demanda es apenas un elemento de la ecuación. El miedo a aquel agotamiento o la inestabilidad geopolítica en el bloque musulmán –va desde Filipinas/Indonesia al este hasta Marruecos/Malí al oeste– puede llevar los valores a niveles absolutamente desorbitados.
Al margen de un retroceso forzado por los propios precios, como señala la AIEC (Agencia Internacional de Energía y Combustibles), los vaivenes de hidrocarburos son malas noticias para una economía tan frágil como Estados Unidos, que intenta salir de una recesión. A su vez, consecuencia de una crisis sistémica (2007/09) que, desde 2010, se contagia a la Eurozona en forma de crisis de endeudamiento soberano con un desenlace capaz de fragmentar el euro.
El efecto japonés
La recesión estadounidense, esperan los optimistas, no parece orientada por el momento a comportarse como una W. Sí podría en caso de que los crudos WTI pasaran los US$ 125 el barril y permanecieran en esas cumbres. Igual pasaría si surgiesen nuevas catástrofes naturales en países importadores o geopolíticas en países exportadores.
“Las consecuencias de los terremotos y tsunami japoneses sin duda agregó notable confusión a los mercados de hidrocarburos. Hoy –observa Henisz–, los precios son presionados desde dos extremos opuestos”.
Igual afirma Baumohl, autor de Secrets of Economic Indicators: Hidden Clues to Future Economic Trends and Investment Opportunities. El desastre nipón “baja precios porque los mercados anticipan menor crecimiento de la tercera economía mundial (y segunda importadora de crudos) en corto plazo y porque varias refinerías quedaron dañadas y dejaron de comprar crudos.
En otra dimensión, las acciones de Riyadh en el emirato insular de Bahrein, junto a otros estados del golfo Pérsico, tuvo una recidiva. Ni más ni menos, aumento del petróleo porque Saudiarabia está ahora rodeado de Gobiernos tan inestables como Bahrein, Yemen y Oman. Por ende, los dos analistas de Wharton sostienen que –a la larga– los crudos seguirán sobre US$ 100 y la nafta sobre US$ 1,05 el litro en EE.UU. hasta fin de 2011. No obstante, la AIEC –aun manteniendo esa misma perspectiva “minorista”– asegura que, en el mercado mayorista, el barril de crudo irá descendiendo hacia 90/105 por la resistencia de los estadounidenses a pagar más de un dólar por litro de nafta. Puesto que cada dólar de incremento del crudo se refleja en 2,5 centavos por litro de gasolina, queda en claro que Knowledge@Wharton y la AIEC militan en bandos opuestos. El primero se apoya en proyecciones de largo plazo y la segunda en estadísticas de corto aliento.
Aparece un tercero en discordia. Antes de los sismos japoneses, la oficina estadounidense de información energética (EIA en inglés) pronosticaba que el litro de nafta promediaría US$ 0,94 este año, con 25% de probabilidades de alcanzar 1,04 este verano boreal. Cada centavo de aumento en naftas le drena US$ 1.000 millones anuales a la economía estadounidense.
Sin efectos notables
En este punto, afirma Henisz, “una hipotética alza de tarifas no tendría efectos perceptibles en la actividad. Pero si el litro de nafta comenzara a superar US$ 1,05, las presiones serán mayores”. Dicho de otro modo, se llegaría al escenario que la AIEC pintaba ya a mediados de mayo. Si, como teme el analista en K@W, “el nivel subiese a US$ 1,18 y se mantuviera dos meses ahí, el consumo de las familias sufriría y la recuperación económica quedaría severamente comprometida”. Una vez arribado a US$ 1,30 el litro, habrá 50% de probabilidades de recesión.
Extrapolando el cuadro estadounidense, de nuevo convergen desde dirección opuesta las proyecciones de la AIEC. Sin embargo, para los técnicos de Viena ese mismo incremento de precios obraría contra las cotizaciones petroleras, por lo menos este año. Para Jeremy Siegel, este futurible solo se daría si la ola de levantamientos populares involucrase a Saudiarabia.
“Teniendo en cuenta el volumen de importaciones estadounidenses, cada US$ 10 de alza en el precio equivale a 0,25% del Producto Bruto Interno”, cree Siegel, un cultor de estadísticas complicadas. “Esto no es bastante para quebrar a nuestra economía, de modo que, si el petróleo mantiene los actuales niveles, no habrá otra recesión”.
Casi terminando abril, el clima era otro. El WTI rozaba los U$S 112 por barril en Nueva York y el Brent nórdico alcanzaba a US$ 125 en Londres. Un factor psicológico pesaba: el mercado no cree que, aun si concluyen las hostilidades en Libia, bajarán los hidrocarburos. Eso proyectaba niveles a término entre US$ 127 y 130.
Mayo para abajo
Semanas después, en mayo, siempre aludiendo al corto plazo, hay muy poco que Washington pueda hacer para mitigar los efectos en la economía de precios petroleros potenciales en alza. Cuatro expertos de Wharton coinciden en que la presente situación no alcanza para apelar a la reserva estratégica, una masa de 727 millones de barriles acumulada en domos artificiales de salitre ubicados en Texas y Luisiana. No obstante, hace varias semanas un grupo bipartidista de legisladores presionaba sobre el Gobierno federal. Querían que se considerase liberar una parte, con objeto de emplearla en rebajar precios de naftas.
“Definitivamente, Washington no debiera hacer algo así, aunque el barril trepase a US$ 150”, afirma Franklin Allen. Esa reserva “fue concebida como masa de emergencia para casos de repentino colapso en el abastecimiento, no como forma de controlar precios. Sería válido emplearla, en cambio, si algo drástico sucediera en la península arábiga”.
También resulta espinoso combatir incrementos de precios petroleros con medidas de política monetaria. En un momento de marzo pasado, la Reserva Federal optó por no hacer nada en respuesta al avance de esos valores y lo calificó de transitorio. Exactamente, un razonamiento inverso pero complementario al de la AIE, solo que respecto de la baja internacional acaecida en mayo.
Gente inquieta
Las cotizaciones de productos primarios, señalaba el banco central en marzo, “han subido considerablemente desde mediados de 2010. Mientras tanto, preocupaciones sobre disponibilidad global de crudos contribuían a una corrida de precios en recientes semanas. Sin embargo, las expectativas inflacionarias a largo plazo permanecen estables”.
Fue una movida correcta, subraya Henisz. “Los años 70 nos enseñaron que intentar maniobrar con valores de hidrocarburos vía inflación sencillamente no sirve para nada y hasta puede conducir a estanflación. Si un cambio en precios de crudos es real o bien fundado, poco podremos hacer para neutralizarlo”, opina este monetarista.
A Siegel lo sorprendía, por el contrario, que “no se hayan ido más alto, dado el continuo aumento de demanda en economías emergentes. Durante la década 2001/10 la veloz expansión de Asia oriental, sudoriental y meridional venía haciendo crecer necesidades en todo tipo de materias primas e insumos. Desde cobre hasta plata y productos agrícolas. Todos han subido a mayor ritmo que los hidrocarburos. Podría decirse que estos fueron quedando atrás. No obstante, la demanda a largo plazo no parece que ceda”. Una vez que se larguen a calles y rutas 2.000 millones de automovilistas chinos, indios, vietnamitas e indonesios, generarán un espectacular impacto en los mercados, aunque consuman mucho menos combustibles que los occidentales.