TV por Internet y las futuras guerras culturales

    La población de habla castellana es la mayor y
    más expansiva minoría en Estados Unidos y su poder de compra
    anual supera los US$ 540.000 millones Por ende, las empresas se zambullen
    en ese mercado. Pero hay problemas. Por ejemplo, la segmentación
    por origen y grado de asimilación. Así quedó claro
    en un reciente semanario de la escuela Wharton.

    De acuerdo con Michael O’Shea (Telemundo),
    el censo nacional del 2000, al revelar que el segmento latinoamericano
    había aumentado 53% durante los ’90, produjo una explosión
    de marketing. “Muchas empresas descubrieron también una creciente
    influencia en cultura y entretenimiento. Artistas como Gloria Estefan,
    Ricky Martin o Celia Cruz encabezan las listas nacionales, no sólo
    las latinas. Hoy se venden más salsas que ketch up“.

    Dina Weitzman (Citigroup) estima que este
    segmento seguirá absorbiendo una corriente sostenida de inmigrantes,
    que no se agotará como las olas europeas del siglo XIX. “Los hispánicos
    continuarán afluyendo debido a dificultades económicas.
    Por tanto, los habrá de primera, segunda, tercera o cuarta generación”.

    Según señala Yolanda Angulo
    (Kraft Foods, de amplia presencia también en Latinoamérica),
    la empresa ha lanzado programas de marketing orientados a hispánicos.
    Sus investigadores instalaron cámaras en las cocinas, para ver
    cómo preparan comidas. Así, advirtieron que los latinos
    emplean una increíble gama de condimentos, pues encuentran sosos
    los productos locales.

    Entre los hispanos, los de origen mexicano
    constituyen 66,9%. Los siguen el bloque centro-sudamericano (muy heterogéneo),
    con 14,3%, los puertorriqueños (8,6%) y los cubanos (3,7%). “Es
    difícil segmentar. Sin embargo —apunta O’Shea—,
    el idioma actúa como un gran catalizador”.

    Louis Martin (McKinsey & Co.) sostiene:
    “El mercado hispano en Estados Unidos es tan grande que varios grupos
    latinoamericanos van irrumpiendo y consideran que no se limita a la América
    anglófona. Por el contrario, una compañía norteamericana
    que haya penetrado el mercado hispano no necesariamente tendrá
    igual éxito fuera de Estados Unidos-Canadá”.


    ¿Estados Unidos perderá liderazgo en I&D?

    Por más de 50 años,
    Estados Unidos ha estado al frente en inventar y explotar tecnologías.
    Hoy, no obstante, “su predominio vacila ante Asia oriental y meridional”,
    observa Adam Seagal, experto en el tema e integrante del Consejo de Relaciones
    Internacionales.

    Aumentando inversiones
    en investigación y desarrollo (I&D), esos países van
    asegurándose el aprovechamiento de sus futuras innovaciones. Por
    ejemplo, sube el porcentaje de patentes registradas en China, Singapur,
    Surcorea y Taiwán. India está convirtiéndose en segunda
    proveedora mundial de servicios y aplicaciones en materia de software,
    bases de datos, etc. Surcorea cierra la brecha con Estados Unidos en microprocesadores,
    pantallas y equipos de comunicaciones. China avanza en áreas como
    láser, biotecnología y materiales para chips.

    Si bien el predominio técnico norteamericano se
    ve sólido, la globalización en I&D presiona cada año
    más. Por supuesto, Estados Unidos nunca podrá impedir que
    sus rivales desarrollen tecnología y mantendrá liderazgo
    sólo innovando más rápido que ellos. Pero deberá
    promover mejor los emprendimientos tecnológicos locales. Sería
    prematuro, claro, declarar en crisis la competencia estadounidense en
    materia científica o tecnológica. En el 2004, el gasto total
    en I&D pasó los US$ 290.000 millones, más del doble
    que en Japón, segundo inversor del planeta en el rubro.

    Ello no comporta ignorar amenazas a largo plazo. Por
    ejemplo, el déficit fiscal récord en el último ejercicio
    (US$ 450.000 millones, octubre del 2003 a septiembre pasado) y el próximo
    ya deterioran el apoyo federal en I&D. Se han reducido fondos para
    investigación básica —ciencia pura, sin aplicaciones
    comerciales específicas—, clave para innovaciones futuras.

    Aunque las erogaciones en I&D se eleven a US$ 132.000
    millones en el ejercicio 2005 (octubre último a septiembre próximo)
    y a 137.500 millones hacia el 2009, la mayor parte irá a defensa
    y seguridad interior. El resto de los programas recibirá este año
    lo mismo que en el 2004 y, después, cada año menos. Mal
    camino, sin duda.


    ¿Cuatro años más de neoconservadurismo?

    “Esta vez, los cruzados de George W. Bush
    tendrán menores recursos y menos credibilidad. Llegaron en el 2001
    y, dos años después, pasmaron al mundo con una guerra preventiva,
    hoy sin desenlace a la vista. Entonces, ¿qué cabe esperar?”.
    Así empieza una reciente exposición de James Mann (“Rise
    of the Vulcans: a history of Bush’s war cabinet
    “, Viking, 2004)
    en la Universidad John Hopkins.

    “Los pesimistas temen nuevas aventuras
    militares, en Siria o Irán. Creen que la reelección aumentó
    la influencia de los halcones. Por el contrario, los escépticos
    sostienen que la política exterior será mucho más
    cauta, aunque no por voluntad del Gobierno”. Les guste o no a las huestes
    de Richard Cheney, Donald Rumsfeld y el predicador Karl Howe, “Washington
    afrontará constreñimientos militares, políticos y
    económicos si intenta nuevas intervenciones. Además —cree
    el analista—, el peso interno de los neoconservadores tiende a disminuir.”

    En el caso de Irak, por ejemplo, “Bush
    tendrá las manos atadas varios años por ese lío.
    No parece nada seguro que Estados Unidos pueda estabilizar el país,
    como para retirarse”. Por lo tanto, ¿de dónde saldrán
    fondos y tropas para otras aventuras? Además, “todo intento encontrará
    fuerte resistencia desde el estado mayor conjunto hasta la soldadesca”.

    Claro, los halcones recalcitrantes hablan
    de atacar centros nucleares iraníes desde el aire, sin comprometer
    tropas. Pero las consecuencias geopolíticas serían suficientes
    como para que el propio presidente desistiese de la idea.

    En realidad, recuerda Mann, “durante el
    primer mandato, los halcones dominaron la política concerniente
    a Irak. Pero, en cuanto a China, Rusia o Norcorea, se impuso el clásico
    pragmatismo legado por Henry Kissinger”. Por otro lado, el impacto del
    fracaso iraquí “redujo la influencia neoconservadora”. Esa guerra
    está durando mucho más de lo previsto por Rumsfeld o su
    agresivo segundo, Paul Wolfowitz. Paralelamente, resurge la oposición
    de los republicanos laicos.

    Management:
    las teorías tradicionales son historia

    Hoy en día, “las firmas operan
    en vastas redes mundiales, donde el concepto tradicional de empresa ya
    no es válido”. Así se afirmó durante un debate reciente
    realizado en la escuela de negocios Wharton. Identificando compañías
    con el conjunto de la economía, se habló de un “universo
    cuántico” —idea tomada del espinel especulativo global y sus
    instrumentos derivativos—, donde ya no funcionan los “átomos
    institucionales” de la vieja economía.

    Los teóricos que deliberaban en
    el Centro de Altos Estudios en Management creen que la empresa
    es la base de la economía, las finanzas, el marketing y la contabilidad.
    Partiendo de esa premisa —que excluye al sector público—
    llegaron a postular que ni siquiera Adam Smith tiene vigencia.

    Comparándose con John Maynard Keynes,
    a cuyo juicio “la gente suele estar atada a algún economista difunto”,
    Yoram Wind (director del Centro, profesor de marketing) declaró:
    “Las concepciones clásicas impiden que académicos y ejecutivos
    capten la verdadera naturaleza de los negocios actuales”.

    A criterio del expositor, las teorías
    liminares se han agotado. Desde la de Smith a fines del siglo XVIII hasta
    la de Alfred Marshall —un siglo después— o la de Paul
    Samuelson.

    Al respecto, Wind afirma que este premio
    Nobel se quedó en los años ’30 y ’40 del siglo
    pasado. Tampoco conservan validez las ideas conductistas de Herbert Simon
    u Oliver Williamson, el neoclasicismo de Milton Friedman, la teoría
    de expecativas racionales de Robert Lucas ni el neoestructuralismo de
    Joseph Stiglitz.

    “Pertenecen a otro mundo, muy diferente”,
    adhirió Paul Kleindorfer, experto en gestión de riesgos.
    “Los cambios vividos en 10 ó 12 años, impulsados por la
    cibernética, la tecnología informática, las comunicaciones
    y la irrupción de China e India, exigen replantear totalmente las
    teorías sobre la empresa y adaptarlas a las nuevas realidades”.

    El seminario no avanzó en la formulación
    de un corpus doctrinario. Algunos participantes esperan que eso ocurre
    en la próxima reunión, prevista para septiembre.

    TV por Internet y las
    futuras guerras culturales

    La banda ancha masiva posibilitará, sin duda,
    televisión comercial por Internet (TV-I) y esto plantea un interrogante:
    ¿será dominada por contenidos estadounidenses? Desde los años
    ’20, el espectáculo fue copado por Hollywood. El resto del
    mundo trató de proteger espacios pero, tras siete décadas
    de hacerlo, en el 2003 las 50 películas más taquilleras
    eran norteamericanas.

    La televisión de aire ayudó durante un
    tiempo al proteccionismo local, porque podía controlarse desde
    el Estado, directa o indirectamente. Pero eso terminó en los ’80
    y la nueva TV privada pronto rebosó de contenidos hollywoodenses.
    Ahora ¿qué pasará con la TV-I?

    En medios electrónicos, la tecnología de
    transmisión define costos, contenidos y modelos de negocios. Como
    se sabe, por el momento los costos de la TV-I son 40 veces mayores que
    los del cable. Por ende, la variante sólo puede ser rentable como
    “segmento de lujo”. Así, se perfilan varias aplicaciones:

    1. Video a pedido (VoD en inglés), o sea entrega
    de filmes aun antes de pasar por el cine.

    2. Servicios a audiencias pequeñas, ricas y especializadas,
    ajenas a la TV sincrónica.

    3. Funciones interactivas o multimediáticas.

    Queda claro que, para el mundo normal, las variantes
    cable y fibra seguirán siendo mucho más baratas. La TV-I
    se reserva interactividad, asincronicidad, hipervínculos, etc.
    Todos, contenidos caros que exigen creatividad, muchos programadores,
    pruebas complejas de desempeño y versiones constantemente actualizadas.
    Sus economías de escala darán ventaja a grupos con altos
    presupuestos, riesgos diversificados, plataformas múltiples y capacidad
    de armar comunidades de usuarios.

    La receta es a medida de Estados Unidos,
    con su enorme universo en Internet y sus grandes productoras de contenidos,
    eficientes en distribución mundial. También pesa la ventaja
    del inglés. Por ende, la TV-I será muy estadounidense pero,
    antes, mediarán duras guerras comerciales y culturales
    _

    Detestar a Estados
    Unidos es un peligroso ejercicio

    La hostilidad a Estados Unidos está
    en el punto más alto desde la guerra de Corea (1950-3). Europa
    occidental lo detesta por su política exterior y su menosprecio
    cultural. Pero también lo hacen Turquía, Irán, el
    subcontinente indio, media África y casi toda Latinoamérica.

    Esta actitud, sostiene el analista árabe
    Farid Zakaria, “es peligrosa porque carece de encuadre ideológico”.
    Claro, la hegemonía estadounidense crea problemas, en especial
    con George W. Bush. El apoyo internacional a Washington se ha hecho pedazos
    desde su arribo. En el 2000, por ejemplo, 75% de indonesios se declaraba
    pronorteamericano. Hoy 80% es hostil.

    Desde Franklin D. Roosevelt, Estados Unidos
    prefirió la diplomacia y empleó la fuerza sólo en
    situaciones críticas y vía multilateral. Además,
    mostraba deferencia hacia países pequeños y dejó
    que la ONU crease docenas de microestados innecesarios. Al tirar todo
    eso por la borda, el gigante volvía al “garrote” de Theodore Roosevelt,
    invadiendo Irak como antes invadiera México.

    La otra pata del problema es el vacío
    ideológico generado en 1989-90. Francis Fukuyama cree que la licuación
    soviética congeló grandes debates doctrinarios. El triunfo
    de un capitalismo posmoderno priva al mundo de esquemas críticos,
    típicos de Occidente desde Maquiavelo, Friedrich Leibnitz, los
    enciclopedistas franceses, Edward Gibbon y Adam Smith. Como observaban
    Indro Montanelli y Eric Hobsbawn, “esta transición sólo
    tiene contraideologías”. A veces, tan desquiciadas como el fundamentalismo
    sunní en su forma más crasa (wajabismo, versión
    Al-Qaeda), guerrillas sin norte o foquismos neotrotskistas en la periferia.

    En lo económico, subsiste un debate
    dentro del capitalismo norteamericano: neoconservatismo (asociado a la
    ultraderecha religiosa cristiana y judía, vía teorías
    de tipo gerencial) versus el liberalismo estructuralista de Paul
    Samuelson, Joseph Stiglitz y Paul Krugman. Pero existe una notable salvedad
    que casi nadie tiene en cuenta: China y Vietnam
    _

    Trabajadores
    del mundo, ¿unidos?

    El gremialismo de
    las economías centrales imita a las transnacionales y se internacionaliza.
    Así se vio durante un encuentro en Tokio, donde se discutió
    la “globalización solidaria”. Su meta: frenar la walmartización,
    originada en la desmaterialización del trabajo y el capital.

    En realidad, se
    exagera. Pese al escaso progreso en Estados Unidos, la cadena minorista
    ha sido obligada a negociar, desde Canadá hasta China. Pero, en
    el “primer mundo”, los gremialistas aprenden tácticas de organizaciones
    no gubernamentales y actúan en conjunto con ellas cuando se trata
    de reclamar ante las empresas.

    El congreso era
    un síntoma. Fue convocado por la Confederación Internacional
    de Sindicatos Libres (CISL), con 250 adherentes en 152 países que
    representan un total de 148 millones de afiliados. Creada en 1949, pronto
    un grupo procomunista se separó y subsiste en forma residual. Durante
    las reuniones se inició el proceso de fusión entre la CISL
    y la Confederación Mundial del Trabajo (CMT), originalmente un
    grupo cristiano.