¿Por qué
no es creíble la ética empresarial?
La responsabilidad social empresarial
nunca ha pesado tanto como hoy. No obstante, la gente cree —en grandes
economías occidentales— que el desempeño de directivos
y ejecutivos jamás ha sido peor ante la sociedad.
Paradójicamente, compañías
que exhiben programas sociales han sido las más criticadas. Así
le ocurre, por ejemplo, a la actual Shell Transport & Trading. ¿Por
qué? Porque los sectores presuntamente beneficiados por su compromiso
no lo son en realidad.
Por cierto, los únicos gananciosos
son consultores, asesores y expertos espléndidamente rentados.
Se gasta mucho más en publicitar buenas intenciones que en materializarlas.
El sector privado no entiende las expectativas
de la sociedad ni cómo cambian junto con la escala o las actividades
de una firma. El caso Wal-Mart es emblemático.
Su política agresiva y expansiva
lo ha hecho el mayor minorista y empleador en Estados Unidos. Pero ya
no alcanza con ofrecer productos y servicios a precios razonables —algo
a lo cual no puede renunciar—, pues hoy precisa mejorar su imagen
pública. Peor aún es la situación de la industria
farmoquímica a ambos lados del Atlántico norte.
¿Cómo debieran reaccionar
las empresas? Obviamente, no malgastando en equipos de responsabilidad
social caros e ineficaces. En vez de eso, a criterio de varias asociaciones
pro defensa del consumidor, el compromiso ético debe empezar en
el interior de las compañías. Sin duda, esto es más
fácil en grupos como Toyota, Procter&Gamble o Coca-Cola. Pero
a petroleras, farmoquímicas o contratristas del Estado (Boeing,
Halliburton) el camino se les hará cuesta arriba.
¿Se terminará la edad del
petróleo?
"La edad de piedra no se acabó
por falta de rocas y la del petróleo no lo hará por falta
de hidrocarburos", pronosticó hace muchos años el jeque
Ahmed Zaki Yamani, ministro saudita del ramo en los ’70. Viniendo
de él, no es una expresión de deseos. Pero, a 30 años
de la primera crisis, el mundo sigue adicto a los combustibles fósiles.
Entonces, ¿por qué Yamani
sigue teniendo vigencia? Porque se han producido cambios fundamentales
desde 1973-4. Tiene razón: finalmente, los adelantos tecnológicos
dan esperanzas a las grandes economías de diversificar fuentes
de energía y reducir la demanda de hidrocarburos.
Las células de hidrógeno
y otras formas de acumular o distribuir energía son ya realidad
potencial. Pasarse a nuevos métodos no será fácil
ni barato, especialmente en transporte pero, con políticas apropiadas,
puede ser económicamente factible. Lamentablemente, los países
ricos —en primer término Estados Unidos, máximo consumidor—
son remisos a adoptar medidas para acelerar el proceso. Tampoco las grandes
petroleras hacen gran cosa al respecto.
No obstante, la petro-adicción
tiene costos a veces enormes. Primero, la dependencia de la Opep, un riesgo
político. Segundo, el transporte y sus vulnerabilidades, que pueden
paralizar economías enteras. Tercero, pese a las inversiones en
nuevos yacimientos —Rusia y otros países—, la participación
de Arabia Saudita crecerá en los próximos 20 años
(no todos los analistas lo creen así, empero), porque tiene abundante
crudo barato.
Por ahora, dos tercios de las reservas
mundiales cubicadas se concentran en Arabia Saudita, Kuwait, Unión
de Emiratos, Omán e Irak. El clan Bin Laden lo sabe perfectamente
y, por eso, se trata de áreas por demás vulnerables. Eso
plantea otro tipo de costos que, como lo muestra Irak, no tienen techo.
Entretanto, según estimaciones del departamento federal de Energía,
el cartel de la Opep ha logrado absorber US$ 7 billones en fondos norteamericanos
durante los 30 años que mediaron de 1974 a 2003.
Los anticapitalistas
dentro del capitalismo
El tema es viejo. "El mayor peligro
para el capitalismo está en quienes se creen sus puntales: propietarios
o directores de compañías, políticos y gurúes
que se consideran pro empresa. Pero en esos grupos —sostenía
no hace mucho The Economist, adalid del mercantilismo histórico—
anida lo peor del capitalismo: la codicia".
La serie de escándalos empresariales
sufridos por Estados Unidos y otras economías industriales "reflejan
un marco abiertamente cómplice. Cualquier orden jurídico
sabe qué hacer con los delincuentes, pero los políticos
allegados al sector privado se comportan como anticapitalistas militantes
cuando dejan de poner en evidencia los delitos empresariales".
A criterio del anónimo editorialista
(muchos sospechan la mano de Eddie George, ex presidente del Banco de
Inglaterra), "el otro escándalo reside en gerentes y directores
acostumbrados a fijarse remuneraciones como si fuesen dueños, pero
sin afrontar más que a medias los riesgos de la propiedad. En tanto,
los accionistas los dejen hacer, claro". Los políticos pro
empresa que "consideran este vacío de control como un asunto
privado, perjudican al capitalismo, pues un sistema que dé patente
de corso a la codicia sin freno estará en grave peligro".
El liberalismo económico, como
el liberalismo político y, a diferencia del neoconservadurismo,
"asigna gran relevancia a controles, equilibrios y límites
al poder. Por ende —afirmaba el semanario ortodoxo, en otro editorial
un poco lírico— castiga los abusos de poder. En materia económica,
la competencia es el mejor freno a los excesos. Pero ejecutivos, accionistas
y políticos la detestan y prefieren, por el contrario, confabularse
para persuadir al público de que la competencia es una amenaza".
Por supuesto, esta escuela tradicional
de pensamiento identifica el libre comercio con la competencia. "Lejos
de engordar a empresarios desaprensivos, ese factor les pone coto a las
excesivas ganancias del proteccionismo, cortesía de políticos
pro empresa".
Management:
consejos algo heretodoxos
"Para proteger al accionista, deben
combinarse gestión de riesgos y planeamiento estratégico,
sin sobrerreaccionar ante medidas regulatorias. En verdad, muchos más
dividendos fueron víctimas (en 1999-2003) de mal management
que de escándalos."
Así parece indicar una reciente
encuesta de Booz Allen Hamilton sobre desempeño de 1.200 firmas
con capitalización bursátil superior a US$ 1.000 millones
en aquel lapso. Entre las 360 peores, 87% del valor perdido lo fue a causa
de errores estratégicos u operativos. Apenas 13% lo fue por incumplimiento
de normas contables.
Ocurre que, "pese a su fama de panacea
para el gobierno de las empresas, la ley Sarbanes-Oxley (S-O, septiembre
del 2001) es, en esencia, un cuerpo de controles basados en sistemas de
información contable. No sirve, pues, para evitar deslices estratégicos
ni operativos". A partir de esta idea, la consultora deduce —yéndose
al otro extremo— que el celo por cumplir la ley S-O tiende a frustrar
innovaciones y otros aspectos imprescindibles para asegurar a los accionistas
dividendos razonables.
El trabajo de BAH califica de excesivo
el empeño en acatar la ley, sin aclarar si sugiere —o no—
un incumplimiento selectivo.
En esta visión, lo principal es
"prosperar en el actual entorno de negocios" (pero lo mismo
pretendían quienes manejaron Enron, WorldCom, ImClone Systems,
Adelphia, etc.). Para lograr ese fin, es preciso ser más proactivo
y anticiparse a todo cuanto pueda afectar los negocios.
En resumen, "hay que insertar la
gestión de riesgos en el marco del planeamiento estratégico".
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