Nueva ruta de la sustentabilidad

Cayó como un balde de agua fría al empresariado que se sentía aventajado en la gestación de un modelo de negocios que conjuga lo económico, lo social y lo ambiental, la lapidaria encíclica del Papa, que denuesta a las multinacionales por desoír "el clamor de la Tierra y el de los pobres". Por Rubén Chorny

30 agosto, 2015

La rara alquimia entre rentabilidad, equilibrio social y ambiental afronta un escollo no menor en la acentuada desigualdad de fuerzas que caracteriza a las relaciones de poder entre bloques económicos, países y sociedades.

  En ningún discurso deja de estar presente la preocupación por los malos tratos a los que se somete al planeta, las emanaciones de gases, el recalentamiento global, la contaminación, las catástrofes que acompañan al cambio climático, el avance de la pobreza y la violación de derechos humanos fundamentales, como el libre acceso al agua, o la destrucción de los hábitats naturales. 

Pero a la hora de ceder algún cero en los balances, de tratar a seres humanos de inferior condición socioeconómica como semejantes, o de no perder el turno de orador en el foro político, suele campear la excusa que Poncio Pilatos instaló al comienzo de la era cristiana: el lavado de manos. 

Las Naciones Unidas ofician, en ese aspecto, de lavatorio desde la cumbre de Estocolmo 1972 en más y convierten a la política en la faceta más turbia de la sustentabilidad. Acumuló desde entonces más de 40 años la serie de los encuentros de las tierras, en las que los representantes de los países no hacen más que pasarse literalmente la pelota cuando se abordan los temas concretos de cuidado y preservación del medio ambiente. 

 

Vino Nairobi 1982, cinco años después se formalizó el concepto de “desarrollo sostenible” en el informe anual de la Comisión Brundtland, 1992 en Río, Conferencia de las Naciones Unidas para el Ambiente y el Desarrollo, Berlín 1995, Kioto 1997, Buenos Aires 1998, La Haya 2000, Marrakech 2001, Johanesburgo, 2002, Copenhague 2009, Río +20, y el prólogo del G7 en Alemania a la cumbre de diciembre en París. 

En ninguna se pudo hacer aprobar la declamada sustitución de combustibles fósiles por fuentes de energía renovables, pero recién en el último cónclave de los poderosos de la tierra el gran logro fue fijar como objetivo para antes de 2050 una reducción de las emisiones de CO2 entre 40% y 70% con respecto a 2010. Anfitriona del evento, la canciller alemana, Angela Merkel, terminó siendo brutalmente sincera: “es evidente que 40% no es suficiente”; pero “sabemos que el G?7 solo, aun cuando dejara de emitir CO2, no podría resolver el problema. Los países emergentes, como China, deberán contribuir al cambio climático”.

Lejos de aquel mundanal escenario, la coordinadora de Responsabilidad Social del CEADS, Ana Muro, le pasa el escáner empresarial a ese pronunciamiento político: “Es un mensaje muy fuerte a la comunidad internacional. Se vienen haciendo muchas cosas en cuanto a lo que tiene que ver con el cambio climático, la huella de carbono. Va a haber más presiones, por lo que las empresas van a tener que tomar más acciones de preservación y cuidado. Pero hay que reconocer que ya vienen trabajando bastante”.

Su jefe, el director ejecutivo del Consejo Empresarial Argentino para el Desarrollo Sostenible, Sebastián Bigorito, habla de una elevación en la vara del cumplimiento por parte de las empresas que excede a las leyes, mientras que el encargado del tema en PwC, Marcelo Iezzi, advierte que si bien hay regulaciones que no se aplican en el país, las empresas que exportan se ven obligadas a cumplirlas.

 

Reducir emanaciones

De cualquier forma, las compañías multinacionales ya vienen administrando desde hace 15 a 20 años cambios en su cultura productiva tendientes a reducir las emanaciones y la generación de desperdicios.

  No es que de golpe les haya picado el bicho de la filantropía ni que se volviesen ecologistas, sino que comenzaron a regir en Europa y EE.UU. regulaciones en materia de consumo energético, tratamiento de residuos, emisiones de gases de efecto invernadero y uso del agua.

Una avanzada de las corporaciones a escala global mutó la amenaza en oportunidad e incorporó las prácticas de Responsabilidad Social Empresaria, los voluntariados y las acciones comunitarias a los negocios.  Hasta el CEO de una de las empresas de mayor penetración en el planeta, Unilever, Paul Polman, se avino a profeta del ecologismo, con piezas oratorias que bien podrían habérsele atribuido al premio Nobel de la Paz africano Wangari Maathai.

Empezaron en el mundo a pulular plantas de reciclados de desperdicios, sistemas que mejoran la eficiencia energética y en el uso del agua, tecnologías que sustituyen la industria de la reposición por la de duración prolongada, inversiones todas de largo plazo que redundaron en ahorros de costos reflejados en sucesivos balances. 

 

El factor más dramático de cambio que podría inclinar aún más el fiel de la balanza hacia la sustentabilidad sería si las empresas ?las que cotizan en la Bolsa en todo el planeta? abandonasen la arraigada tradición de los balances trimestrales por cuyos resultados se juzga a los altos directivos.  Si la conducción debe vivir pendiente de estos resultados de corto plazo, nunca alentará programas de preservación y reciclado de agua, de protección de la salud y de mejora en la educación, todas inversiones de largo plazo, por definición.

El Papa ecológico

Sin embargo, para la encíclica ambiental que publicó recientemente el Vaticano, Laudato sí (Alabado seas), nada de esto es tomado en consideración: “la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas”, sentencia al vincular “el clamor de la Tierra con el clamor de los pobres”.

Francisco denuncia en un lenguaje simple y directo: “Los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad y el medio ambiente”. 

El ecologista Antonio Brailovsky rescata, además, de la encíclica que “no solo reclama por el derecho humano al agua (que fue negado hace unos meses por el Congreso al eliminar del Código Civil el artículo 241, que determinaba la responsabilidad del Estado para garantizar a todos los habitantes el acceso al agua potable, como se ha declarado necesario en la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas), sino que lo plantea como el primer derecho humano, porque es condición necesaria para el ejercicio de los demás”.

  Y destaca que “previsiblemente, condena el despilfarro energético, la industria del descarte, la agricultura basada en la saturación de plaguicidas y la gran minería que deja sin agua a los seres humanos. Es decir, las bases de nuestro actual sistema económico. También dice, contradiciendo las cifras optimistas de muchos gobiernos y también de Naciones Unidas, que los excluidos son la mayor parte de la población mundial”, traduce Brailovsky.

La encíclica sorprende al mundo reacomodando las economías luego del cimbronazo internacional que arrancó en la banca, atravesó transversalmente la producción y comercio y activó mecanismos de intercambio de capitales y de mercancías que transmitieran una reactivación modular del mapamundi. Lo social y ambiental marchan atrás. En un contexto de desigual distribución del ingreso debajo de cada puntito en más o en menos de PIB, había visto la luz el documento final de la Conferencia de las Naciones Unidas Río + 20, titulado “El futuro que queremos”, casi un códice compuesto por 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) acompañados de 169 metas, que integran los aspectos económicos, sociales y ambientales y reconocen los vínculos que existen entre ellos para lograr, de modo integrado e indivisible, las prioridades mundiales del desarrollo sostenible en todas sus dimensiones.

La condición para que se hagan realidad es que se conforme una alianza mundial para el desarrollo sostenible con participación activa de los Gobiernos, la sociedad civil, el sector privado y el sistema de las Naciones Unidas, más que un milagro actualmente, según la reprimenda papal: “El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos”, amonesta en uno de los seis capítulos en que se dividen las 187 páginas de la versión en español de Laudato si.

Pero de dónde mejor que desde la Santa Sede para presionar por el milagro de torcerle el destino a esta nueva Cumbre del Clima que se celebrará en París a fin de año y que la burocracia no le vuelva a ganar la partida a la Tierra, como ya sucediera en las antecesoras. 

La onda verde


Tampoco puede decirse que a las pioneras de mirar los negocios a través del cristal verde les esté yendo tan mal en algunas de las acciones de ese tono emprendidas. El de Unilever es un caso emblemático: con la reutilización de residuos y producción de abono ahorró US$ 10 millones en las 36 plantas de Latinoamérica. 

Otro: Acindar, Grupo ArcelorMittal, logró a escala global recuperar alrededor de 97% de los residuos generados en el proceso productivo, y la planta argentina se acercó a 10 puntos al haber aumentado la reutilización de desperdicios, informa Andrea Dal, gerenta de Ãrea Comunicación Externa y RSE. Inclusive, a través del Proyecto de Recuperación de Subproductos, se aprovechan laminillos, barros y escorias de acería como materia prima de la industria del cemento y en el mejorado de caminos.  También Ledesma, en su complejo agroindustrial de Jujuy, minimiza y gestiona de manera eficiente los residuos sólidos, líquidos y gaseosos de sus actividades incorporándolos al ciclo natural de transformación de las sustancias orgánicas e inorgánicas. Con los $4 millones que saca anualmente por venderlos, mantiene toda su área de medio ambiente.

Y además recicla todos los años en papel un recurso renovable como la caña de azúcar. Uno más sería el de Praxair Argentina, que desarrolla programas como “Menos carbón, más verde” que apuntan a ayudar a los clientes a aumentar la disponibilidad de energía y optimizar la eficiencia energética, al tiempo que reducen, por ejemplo, las emisiones de gas con efecto invernadero. Recientemente invirtió más de $300 millones en la construcción de dos plantas de gases del aire con tecnología de punta que aumentan la productividad y reducen el consumo de energía, según Mariana Chiariano, gerente de Comunicaciones y CRM.

  Destaca el programa “Desperdicio cero” que desvía de rellenos sanitarios 90% de los residuos generados cada mes en las plantas, con el propósito de economizar energía y reducir la contaminación en la fabricación, transporte y descarte de productos para conservar los recursos naturales; evita el uso del limitado espacio del relleno sanitario; y reduce la generación de pasivos futuros. “Para este año esperamos incorporarle 27 plantas más de Praxair en Sudamérica, totalizando 52”, estima. Dow ha creado su propio semillero de recursos humanos en la localidad de Ingeniero White, Bahía Blanca, donde se encuentra el complejo productivo más grande que tiene en Argentina. Mediante el Programa Buen Trabajo, que comenzó en 2007, capacita en oficios a jóvenes de entre 18 y 35 años desempleados de esa localidad y la ciudad cabecera de Bahía Blanca a fin de mejorarles la empleabilidad. Lleva capacitados unos 120 jóvenes por año desde esa fecha, con un alto porcentaje de inserción laboral.

Y así sucesivamente se acumulan pilas de comunicaciones de proyectos empresariales que se enrolan en una suerte de happytalismo, denominación con que se identifica a un modelo de hacer negocios que busca diferenciar y lograr competitividad explotando variables sociales, económicas, ambientales, de gobernabilidad.  De este modo, hay multinacionales que ya han certificado alguna de sus marcas (modelo de “paraguas” y “comerciales”) para constituirse en elites de líderes de negocios globales que privilegian las operaciones entre sí, un neocapitalismo minimalista que funciona en circuito cerrado.

 

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