Las mil formas del capitalismo

Hay algo de apocalíptico en la predicción que, seguramente, terminará siendo equivocada. Pero tiene una base de sustento: el discurso de Donald Trump, después del Brexit, alienta la idea de una profunda crisis del capitalismo y de su ?improbable? colapso. O tal vez de su reinvención.

4 mayo, 2017

Qué destino el de la palabra capitalismo. Vocablo que acepta distintas acepciones según quién la utiliza. Para una importante corriente de pensamiento durante las últimas décadas, una idea insistente es la de maridar al capitalismo con la democracia liberal. En verdad, hay capitalismo en la democracia, en la autocracia y en la misma dictadura, como es fácil de ejemplificar. Como dice el historiador Yuval Noah Harari, “el capitalismo es también una religión. Y la más exitosa de la historia. Es la única religión en la que creen casi todas las personas del mundo”.
La palabra se ha usado desde hace casi 300 años, aunque la tendencia es atribuirle su paternidad al ideólogo Karl Max. Su significado ha ido variando con el tiempo y las circunstancias. Siempre implicó la propiedad privada y el libre mercado para bienes y servicios.

Muchos ex comunistas vergonzantes, viven ahora bajo Gobiernos que denostaban ese sistema. En Alemania, después de la Segunda Guerra, los dirigentes que percibían una extendida oposición al capitalismo prefirieron hablar de economía social de mercado. Los populistas conservadores y los progresistas tampoco aceptan la vigencia del concepto, porque prefieren ser percibidos como anticapitalistas y antibancos.

Pero, el triunfo de Donald Trump ha reavivado la polémica y algunos analistas se atreven a decir que la nueva coalición de poder en Estados Unidos amenaza la idea de capitalismo como la hemos conocido, e incluso la vigencia de la democracia liberal. Ambos podrían ser reinventados, ya que es muy improbable que desaparezcan. Mientras tanto, la segunda potencia mundial, China, que podría convertirse en la primera en un par de décadas, tiene una economía capitalista regida por una autocracia, que a la vez se ha erigido en campeona mundial de la globalización. La realidad es cada vez más difícil de entender.

Distintas acepciones


Para muchos observadores, la nueva noción de capitalismo se nutre de personas y no de productos. La prosperidad en el futuro ?dicen? dependerá más de la creatividad y de la necesidad de compartir pericias y habilidades.

La tecnología a paso vertiginoso, la inteligencia artificial, la biotecnología, están abriendo paso al enfoque ético para guiar el desarrollo de máquinas y robots que deben compartir lo cotidiano con los seres humanos, sin desnaturalizarlos.

Hay una incipiente corriente de pensamiento, en donde destacan importantes dirigentes empresariales, que comienza a instalar la idea de “capitalismo consciente”. Creen en la libre empresa, pero además alientan el desarrollo de negocios que tienen otros propósitos loables, además de obtener utilidades.
La empresa sigue siendo la unidad económica básica, pero ahora busca también empoderar a los empleados e instalar una cultura de confianza y cuidado. Otros postulan el capitalismo con base en “la economía compartida”, donde aparece la confianza en las transacciones en las que se interactúa a través de las redes sociales.
Una personalidad conocida (Klaus Schwab, fundador del World Economic Forum), afirma que el “capitalismo” ha sido reemplazado por “el talentismo”. En la industria, se reemplaza velozmente la mano de obra especializada como la principal fuente de valor. Creatividad y capacidad de innovar son ahora los elementos sustantivos. Lo que no garantiza que los empleos perdidos en grandes cantidades puedan ser reemplazados por el “talentismo”.

No falta los que opinan que el futuro del capitalismo se vincula con la capacidad que demuestren las empresas en la resolución de problemas sociales. En particular, se enfoca a las empresas involucradas en proveer bienes vitales, como agua, educación y salud, cuando la relación es con los más carecen de recursos. 

Como se ve, todos estos ángulos de enfoque son menos radicales que la idea inicial en debate. No es que el capitalismo esté muerto. Se trata de reinventarlo, de recrearlo de distintas maneras.
El verdadero eje de la discusión pasa por otro meridiano. El mundo occidental ha pasado del triunfalismo de los años 90 a una profunda ansiedad sobre el futuro del capitalismo y de la democracia, una dupla que siempre parecía ir junta. Los países, con diferente grado y matiz, temen ahora que se esté acercando el fin de una época. Los éxitos del capitalismo autoritario ?como en China y Singapur? alientan los temores.

Gracias a las políticas e instituciones implementadas por muchos Gobiernos después de la Segunda Guerra Mundial, Europa y Japón pudieron resurgir, abrazar la democracia y gozar de libertad y prosperidad.

Muchos se preocupan por el futuro del mundo occidental, dice un ensayo que William A. Galston, miembro de la Brookings Institution, tituló “The new challenge to market democracies”. A primera vista esa preocupación refleja la situación económica más que la política. Pero el bienestar económico siempre fue central para lo que durante largo tiempo se consideró el propósito de la política. Si peligra el crecimiento económico y el bienestar, peligran también los acuerdos políticos. 

La globalización no es la culpable

 

 

tro de los grandes debates recurrentes de nuestro tiempo es acerca del fin de la globalización. La idea es efectista, pero aún con las dificultades obvias con que tropieza este proceso, no parece ser verdadera. Tal vez hablar de crisis sería más acertado y más prudente.

¿Por qué estaría muerta la globalización? El ascenso del populismo y del proteccionismo, el surgimiento de movimientos de ultra derecha en varios países (donde amenazan convertirse en Gobierno), desindustrialización y desempleo en antiguas potencias industriales convergen para darle sustento al pronóstico.

Lo primero a recordar es que la globalización no fija un rumbo inexorable ni obliga a los Gobiernos a producir divisiones sociales en su país, a aumentar la inequidad y golpear las usuales vías de ascenso social. Son los Gobiernos los que adoptan medidas que tienen esos resultados. De eso, la globalización es inocente.

Sin duda, la globalización presenta serios desafíos a todos los Gobiernos. Pero no obliga a estos Gobiernos a tomar medidas divisivas, que alientan la desigualdad y conspiran contra el ascenso social. 

El populismo prefiere crear que esto es responsabilidad de políticas de libre mercado. Pero no se conocen muchos otros métodos como los mercados abiertos para generar bienestar y crear oportunidades. Para muchos observadores lo que hay es una crisis de distribución y de oportunidad. Si se mira a los logros recientes, la globalidad cumplió un rol importante en la reducción de la pobreza a escala mundial durante las últimas tres décadas.

Pero hay ganadores y perdedores, igual que ocurre con la disrupción tecnológica. Eso es lo que se percibe en casos como Estados Unidos y Gran Bretaña, donde no hubo medidas correctivas. Tampoco fue el proceso globalizador responsable de reducir el gasto social, debilitar a los sindicatos, y sobre todo, reducir los impuestos de los más ricos. Tal vez primero habría que revisar la calidad de la gestión gubernamental en esos casos, y también la codicia por ganancias y retribuciones de sus grandes empresas.

Esta no es la primera globalización que conoce el mundo. El proceso de interacción entre mercados a finales del siglo 19 y hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, fue la primera etapa. Después de la Segunda Guerra Mundial comenzó tímidamente la segunda globalización, que se fue acelerando velozmente durante las últimas tres décadas.

¿Resistirá los embates?
Hay varias razones por las cuales los analistas internacionales aseguran que la globalización seguirá en pie, pese a estos duros embates recientes. En primer lugar, ya no es más Occidente en soledad, quien tiene la capacidad de decidir un resultado. Baste recordar que, durante la misma semana que Donald Trump ratificó su voluntad aislacionista, nada menos que en Davos el presidente de China, Xi Jinping, con su discurso se convirtió en líder de la economía global y de su defensa. Un inesperado nuevo campeón de la libertad comercial.

En rigor, el balance reciente es que, así como las economías avanzadas sufrieron un claro deterioro en el bienestar social, los países emergentes vieron disminuir las tasas de extrema pobreza. Es decir, hay un balance antiglobalización en las economías desarrolladas. El mundo en desarrollo defiende sus logros y se opone con firmeza a los intentos proteccionistas. 
Por otra parte, es más que difícil para Estados Unidos o para cualquier otra economía menos importante, desandar el camino. La desglobalización no es una opción. Ya no es fácil detener los flujos comerciales con aranceles punitivos o erigiendo todo tipo de barreras. La nueva economía del conocimiento no se detiene ante los obstáculos tradicionales. Las trabas al libre comercio no bastarán para hacer más competitiva a la industria local.

Finalmente, la globalización no es responsable de los principales problemas de las economías desarrolladas. Así no se soluciona el problema de la mano de obra no calificada, ni del estancamiento en materia de oportunidades.

Del mismo modo que antes y luego de la Revolución Verde, la agricultura da empleo a millones y millones de personas con muy escaso personal, así también la industria seguirá produciendo más cada vez con menos operarios, reemplazados por la indetenible robótica.
Con o sin proteccionismo, los empleos perdidos no volverán. E incluso se seguirán perdiendo empleos. Nuevas fábricas no serán la solución. Tal vez ayude el crecimiento de empleos en el sector de los servicios.

No es que la globalización anule o suplante la autonomía de las naciones y de sus economías, aunque sea un argumento fácil al que muchos políticos y dirigentes quieren prestarle oídos. Los sectores rezagados de la población pueden ser ayudados con mejor redistribución del ingreso, educación y capacitación, regulaciones que impidan abusos de algunos actores del mercado, seguro de desempleo y de salud. Hay mucha autonomía nacional que todavía no se ha puesto en práctica.

 

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