<p>“Por supuesto –advierte Khanna-, mi concepto no implica el neocolonialismo que nunca dejó de existir en África, Oceanía o el Caribe y se aferra a mapas artificiales desde la conferencia de Berlín (1885) hasta el presente. No opino que debamos repetir esas experiencias y por eso tenemos que recalcar lo de nuevo. Hablamos de agentes capaces de ejercer presiones discretas sobre gobiernos y mercados para conducirse o evolucionar más rápido de lo habitual.</p>
<p>Cuando se observa un país como Egipto, el más poblado de los árabes (85 millones de habitantes), “muy bien. Hosní Mubarak cayó y fue a juicio. Pero los militares continúan vigentes como estados en el estado. ¿Cuál será el mecanismo que evite esperar veinticinco años, como sucedió en Turquía- para ir apartando a los uniformados de las esferas política y económica? En Pakistán, por el contrario, los generales siguen colonizando y corrompiendo la economía en desmedro de la gente”.</p>
<p>Estos obstáculos son harto conocidos por propios y extraños; esencialmente por EE.UU. que, hasta la eliminación de Osama bin Laden, respaldaba al régimen. Nadie ignora estas cosas. Sin duda, el nuevo colonialismo es una fuerza capaz de acelerar cambios inevitables, necesarios y positivos.<br />
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<p>“Mi último trabajo –subraya Khanna- se terminó hace algo de un año. Pero, como el lector puede notarlo desde el principio, ahí sostengo que la generación Y, mal llamada del milenio, apelaría a medios sociales y sus tecnologías para poner nerviosos a autócratas como Muammar Ghaddafi, Bashar al-Asad o Ali Abdullá Saleh. Era un síntoma que venía observando durante años en mis viajes por la región. Hoy, esos medios, sus redes e instrumentos son claves de la primavera árabe”.</p><p>Ahora bien ¿donde encaja el nuevo colonialismo? El autor confiesa que, entonces, no se refería realmente a los países árabes hoy convulsionados, salvo en lo atinente a redibujar los mapas de ciertos territorios. “Naturalmente, podía imaginar que Libia no se mantendría bien en su presente geografía”. Como él y otros geógrafos políticos suelen decir, “las líneas rectas de un mapa siempre son sospechosas”.</p><p>Al mencionar estos temas en el libro, el autor más bien pensaba en África, Asia meridional y el mundo poscolonial íntegro. Gran parte de los casi doscientos estados admitidos en la ONU son de esa categoría y nacieron en olas descolonizadores desde 1947 en adelante. “Una cantidad importante de ellos son fallidos o van camino de serlo. Varios experimentan entropías asociadas con sobrepoblación (Bangladesh), pobre salud económica (Mozambique), masivo desempleo juvenil (Indonesia), corrupción sistémica (Nigeria) o todo eso junto (Congo-Kinshasa). En determinado momento, los regímenes menos viables entran en colapso”.</p><br />
<p>En realidad, son sus identidades laborales que les franquean ese acceso mediante las visas que sus empresas les tramitan. A eso Khanna llama “megadiplomacia”.</p><p>La identidad corporativa o laboral permite a los jóvenes el acceso a visas que las multinacionales les tramitan. Por ende, “megadiplomacia” o diplomacia empresaria implica la participación de diversos grupos de interés. Entre ellos, multinacionales, organizaciones no gubernamentales, gobiernos, entes multilaterales, cámaras empresarias, etc.</p><p>Por su parte, Kobrin se pregunta si, en ese mundo de factores multipolares y megadiplomacia, las multinacionales, sus papeles y responsabilidades debieran cambiar. “Usted mismo –recuerda Khanna- ha estado escribiendo sobre economía política y comercio internacional durante años. Ergo, sabe que ya desde los sesenta y setenta observábamos esa transformación en un sistema global que se aleja del estado-nación.”</p><p>En primer lugar, “es posible encarar el tema multinacionales inquiriendo qué poder financiero y control tienen sobre la cadenas de abastecimiento. Obviamente, la respuesta es tremendo y se aplica por ejemplo a compañías de energía y combustibles o bancos universales. También vale para empresas estatales, paraestatales o mixtas”</p><p>Un segundo punto de vista sobre multinacionales es, por supuesto, el país de origen. Sobre todo en el caso de multinacionales de países emergentes. Se trate de Brasil, India, México o Rusia. ¿Modifican escenarios? ¿se adaptan a determinados tipos de normas? ¿o actúan de modo estrictamente mercantil?</p><p>¿Otro colonialismo?</p><p>En este punto, surge otro asunto favorito del especialista: la necesidad de un “nuevo colonialismo”. Según lo ve Kobrin, la idea de soberanía territorial es “tan siglo XIX y XX que hace pensar en ir alterando el mapa, por ejemplo, de África o Medio Oriente. Esto se pone interesante en el contexto de la “primavera árabe” y sus sucesivos levantamientos populares.</p><br />
<p>Stephen Kobrin, de Knowledge@Wharton habló recientemente con el estratega sobre ese libro, la edad media posmoderna, diplomacia, Levante, sus actuales conflictos y sus paralelos de otra épocas. Justamente, en Cómo manejar el mundo, “usted postula –apunta Kobrin- el advenimiento de un medioevo posmoderno y alude a las nuevas complejidades diplomáticas.</p>
<p>Khanna pone en juego una analogía: el medioevo europeo fue un período de mil años, durante el cual Este y Oeste fueron poderosos en diversos lapsos. Así, el Califato islámico llegó a controlar desde la península ibérica hasta Asia central. Por entonces, Europa estaba dividida entre el imperio Bizantino y el sacro imperio Romano-Germánico, un caso de balcanización avant la lettre muy prolongada.</p>
<p>“El atributo esencial de esa edad media era –como hoy- un escenario multipolar. Así lo expuse en mi anterior libro, The second world, donde señalé que contextos similares se habían dado en la historia”. En aquellos tiempos no sólo estados terciaban, sino además ciudades, mercaderes, ejércitos mercenarios, monasterios y bandas bárbaras eran actores en la escena diplomática. Con las diferencias del caso, ciertas situaciones se repiten en el siglo XXI de la era común”.</p>
<p>En la actualidad, “tecnologías, dinero e identidad son factores que definen quién tiene poder e influencia. La verdad es que todavía nuestra comprensión de identidades es muy estática. Se aferra entonces a lo étnico (idioma inclusive), lo religioso, lo social o lo político; en suma, al pasaporte. No es una forma muy creativa de entender cómo la verdadera identidad toma cuerpo en un entorno tecnológico donde el dinero predomina en tan alto grado”.</p>
<p>Conversando con personas que trabajan en multinacionales, pero son ciudadanas de China, Rusia, Brasil, Turquía, México o India, el autor ve que notan un mismo fenómeno: sus pasaportes no les darán por años realmente libre acceso. Particularmente, a Occidente.</p>