La resistencia del cuerpo humano a los antibióticos, que aumentó notablemente en la última década, es un tema preocupante. Significa que volvemos a quedar a merced de enfermedades que creíamos dominadas, como la tuberculosis y la malaria. Podría suponerse que los grandes laboratorios farmacéuticos trabajan día y noche para encontrar nuevos tratamientos. Al contrario, hace cuatro años que han abandonado el desarrollo de antibióticos y cerrado departamentos de microbiología. Según un informe publicado el año pasado en la revista Clinical Infectious Diseases, de las 506 nuevas drogas que las grandes farmoquímicas tienen en las últimas etapas de pruebas, sólo seis son antibióticos y ninguno está destinado a objetivos nuevos.
El autor del informe, Brad Spellbert, es un especialista en enfermedades infecciosas que cree que a menos que las cosas cambien pronto, la humanidad va a afrontar una grave crisis de salud.
Pero ocurre que los antibióticos no son rentables. La revista especializada Nature lo dijo sin ambages recientemente: “Los antibióticos son el peor tipo de producto farmacéutico porque curan la enfermedad”. Las ventas maravillosas provienen de medicamentos para desórdenes crónicos como el colesterol alto o la hipertensión, ésos que la gente debe tomar de por vida.
Los laboratorios buscan formas de hacer más conveniente el desarrollo de antibióticos. Una propuesta presentada por la Infectious Diseases Society of America es la de otorgar dos años de extensión de patente a la empresa que lleve un nuevo antibiótico al mercado. Otra, mucho más revolucionaria, plantea introducir en el escenario un participante nuevo “sin fines de lucro”, que trabaje con financiamiento de gobiernos e instituciones. Para proveerle de personal, se podría invitar a científicos y académicos que recurran al año sabático para trabajar en el nuevo cuerpo a cambio de exenciones impositivas.
La propuesta no está hecha en el aire; ya hay dos organizaciones similares dedicadas a desarrollar proyectos académicos para crear drogas que traten varias enfermedades tropicales de muy poca rentabilidad, como la malaria y la tuberculosis. Se trata de The Global Alliance for Tuberculosis Drug Development y Medicines for Malaria Venture, que toman ideas de científicos académicos y luego financian la investigación en universidades o grupos farmacéuticos.
Una organización sin fines de lucro haría investigación de otra manera y protegería su propiedad intelectual con patentes, pero también publicitando abiertamente su trabajo a fin de emitir licencias de la propiedad intelectual gratuitamente a cualquier empresa o agencia que se comprometa a producir y distribuir la droga para atender a las necesidades de los pacientes y la sociedad. Tal, la opinión vertida en Nature por el profesor Carl Nathan de la Universidad de Cornell.
La preocupación por encontrar nuevas formas de desarrollar drogas poco atractivas comercialmente fue originada por un informe de la Organización Mundial de la Salud publicado en noviembre de 2004.
La resistencia del cuerpo humano a los antibióticos, que aumentó notablemente en la última década, es un tema preocupante. Significa que volvemos a quedar a merced de enfermedades que creíamos dominadas, como la tuberculosis y la malaria. Podría suponerse que los grandes laboratorios farmacéuticos trabajan día y noche para encontrar nuevos tratamientos. Al contrario, hace cuatro años que han abandonado el desarrollo de antibióticos y cerrado departamentos de microbiología. Según un informe publicado el año pasado en la revista Clinical Infectious Diseases, de las 506 nuevas drogas que las grandes farmoquímicas tienen en las últimas etapas de pruebas, sólo seis son antibióticos y ninguno está destinado a objetivos nuevos.
El autor del informe, Brad Spellbert, es un especialista en enfermedades infecciosas que cree que a menos que las cosas cambien pronto, la humanidad va a afrontar una grave crisis de salud.
Pero ocurre que los antibióticos no son rentables. La revista especializada Nature lo dijo sin ambages recientemente: “Los antibióticos son el peor tipo de producto farmacéutico porque curan la enfermedad”. Las ventas maravillosas provienen de medicamentos para desórdenes crónicos como el colesterol alto o la hipertensión, ésos que la gente debe tomar de por vida.
Los laboratorios buscan formas de hacer más conveniente el desarrollo de antibióticos. Una propuesta presentada por la Infectious Diseases Society of America es la de otorgar dos años de extensión de patente a la empresa que lleve un nuevo antibiótico al mercado. Otra, mucho más revolucionaria, plantea introducir en el escenario un participante nuevo “sin fines de lucro”, que trabaje con financiamiento de gobiernos e instituciones. Para proveerle de personal, se podría invitar a científicos y académicos que recurran al año sabático para trabajar en el nuevo cuerpo a cambio de exenciones impositivas.
La propuesta no está hecha en el aire; ya hay dos organizaciones similares dedicadas a desarrollar proyectos académicos para crear drogas que traten varias enfermedades tropicales de muy poca rentabilidad, como la malaria y la tuberculosis. Se trata de The Global Alliance for Tuberculosis Drug Development y Medicines for Malaria Venture, que toman ideas de científicos académicos y luego financian la investigación en universidades o grupos farmacéuticos.
Una organización sin fines de lucro haría investigación de otra manera y protegería su propiedad intelectual con patentes, pero también publicitando abiertamente su trabajo a fin de emitir licencias de la propiedad intelectual gratuitamente a cualquier empresa o agencia que se comprometa a producir y distribuir la droga para atender a las necesidades de los pacientes y la sociedad. Tal, la opinión vertida en Nature por el profesor Carl Nathan de la Universidad de Cornell.
La preocupación por encontrar nuevas formas de desarrollar drogas poco atractivas comercialmente fue originada por un informe de la Organización Mundial de la Salud publicado en noviembre de 2004.