Los cibercafés proliferan en el centro -pero no tanto en la ciudad vieja-,
barrios acomodados (Pocitos, Carrasco, Punta Gorda, Prado) o de clase media (Malvín
cerca de la rambla, Parque Rodó, Ejido) y en la zona universitaria. Según
"La república", de media docena en 2001 el número de cibercafés
pasaba de doscientos en abril último, sólo en Montevideo.
Para todo el país, se estima que funcionan ya unos 400. Las zonas urbanas
de Canelones contiguas a Montevideo comparten el liderazgo con Maldonado (Punta
del Este, claro) y centro de Colonia. Como ocurrió en Buenos Aires y aledaños,
algunos cibercafés surgieron como tales, pero otros eran bares y hasta
quioscos.
Consultas hechas por este sitio revelan una diferencia entre Argentina y Uruguay:
recién ahora aparecen algunos locutorios en Montevideo. El fenómeno
porteño es muy anterior -ha acabado con la mayoría de los cibercafés-
porque, desde los años 90, fueron multiplicándose los locutorios
telefónicos (en la otra orilla son raros) y éstos incorporaron Internet.
El negocio uruguayo, básicamente tan simple como el argentino, depende,
sin embargo, de tecnologías que no siempre operaron en tiempo y forma.
Con la aparición de Adinet, el sistema mejoró, los negocios prosperaron
y, si Antel -la telefónica oriental- se pone las pilas, pronto los locutorios
desplazarán a los cibercafés.
Actualmente, por el equivalente de 1,50 a tres argentinos, "los cibercafés
-explica el diario- permiten acceder a la Red en condiciones más ventajosas
que en casa o la oficina". Por supuesto, aún predomina el correo electrónico,
seguido por el chat y la búsqueda de información. Esto sugiere que
los mayores de 25 años todavía son minoría respecto de los
jóvenes. Como los locutorios argentinos, el menú abarca telefonía
internacional. En general, la gente acude "para evitarse el alto costo del
tiempo en Internet que cobra el servicio o eludir máquinas colkgadas. En
el cibercafé, cambiar de computadora no cuesta nada". En la composición
de la clientela uruguaya los estudiantes universitarios aparecen a la cabeza.
Las nuevas tecnologías se hacen notar. Originalmente, los cibercafés
facilitaban impresoras, algo menos frecuente en Argentina (entre otras cosas,
porque los jóvenes uruguayos leen más, fruto de una educación
primaria y media que no ha decaído como la local). Ahora, se piden otros
servicios; por ejemplo, bajar todo tipo de programas, música por MP3 o
juegos cibernéticos.
En este punto, surgen problemas típicos. Juegos y MP3 se cargan habitualmente
en una máquina para un mismo cliente; pero, se pregunta el periódico,
"¿qué ocurre si alguien los pasa a un CD y se lo lleva? ¿cómo
hacer para que los menores de 18 no visiten los sitios de pornografía?
¿cómo detener a los mitómanos empedernidos o a quienes
tratan de acceder a datos para robar archivos o planear asaltos?". Sin
ir más lejos, el e-mail gratuito más extendido a ambos lados del
Plata, Hotmail, inunda las casillas de "spams" con ofertas eróticas
explícitas y lenguaje cachondo. Cualquier chico, en casa, las encontrará
al loguearse y, si lee inglés…
Los cibercafés proliferan en el centro -pero no tanto en la ciudad vieja-,
barrios acomodados (Pocitos, Carrasco, Punta Gorda, Prado) o de clase media (Malvín
cerca de la rambla, Parque Rodó, Ejido) y en la zona universitaria. Según
"La república", de media docena en 2001 el número de cibercafés
pasaba de doscientos en abril último, sólo en Montevideo.
Para todo el país, se estima que funcionan ya unos 400. Las zonas urbanas
de Canelones contiguas a Montevideo comparten el liderazgo con Maldonado (Punta
del Este, claro) y centro de Colonia. Como ocurrió en Buenos Aires y aledaños,
algunos cibercafés surgieron como tales, pero otros eran bares y hasta
quioscos.
Consultas hechas por este sitio revelan una diferencia entre Argentina y Uruguay:
recién ahora aparecen algunos locutorios en Montevideo. El fenómeno
porteño es muy anterior -ha acabado con la mayoría de los cibercafés-
porque, desde los años 90, fueron multiplicándose los locutorios
telefónicos (en la otra orilla son raros) y éstos incorporaron Internet.
El negocio uruguayo, básicamente tan simple como el argentino, depende,
sin embargo, de tecnologías que no siempre operaron en tiempo y forma.
Con la aparición de Adinet, el sistema mejoró, los negocios prosperaron
y, si Antel -la telefónica oriental- se pone las pilas, pronto los locutorios
desplazarán a los cibercafés.
Actualmente, por el equivalente de 1,50 a tres argentinos, "los cibercafés
-explica el diario- permiten acceder a la Red en condiciones más ventajosas
que en casa o la oficina". Por supuesto, aún predomina el correo electrónico,
seguido por el chat y la búsqueda de información. Esto sugiere que
los mayores de 25 años todavía son minoría respecto de los
jóvenes. Como los locutorios argentinos, el menú abarca telefonía
internacional. En general, la gente acude "para evitarse el alto costo del
tiempo en Internet que cobra el servicio o eludir máquinas colkgadas. En
el cibercafé, cambiar de computadora no cuesta nada". En la composición
de la clientela uruguaya los estudiantes universitarios aparecen a la cabeza.
Las nuevas tecnologías se hacen notar. Originalmente, los cibercafés
facilitaban impresoras, algo menos frecuente en Argentina (entre otras cosas,
porque los jóvenes uruguayos leen más, fruto de una educación
primaria y media que no ha decaído como la local). Ahora, se piden otros
servicios; por ejemplo, bajar todo tipo de programas, música por MP3 o
juegos cibernéticos.
En este punto, surgen problemas típicos. Juegos y MP3 se cargan habitualmente
en una máquina para un mismo cliente; pero, se pregunta el periódico,
"¿qué ocurre si alguien los pasa a un CD y se lo lleva? ¿cómo
hacer para que los menores de 18 no visiten los sitios de pornografía?
¿cómo detener a los mitómanos empedernidos o a quienes
tratan de acceder a datos para robar archivos o planear asaltos?". Sin
ir más lejos, el e-mail gratuito más extendido a ambos lados del
Plata, Hotmail, inunda las casillas de "spams" con ofertas eróticas
explícitas y lenguaje cachondo. Cualquier chico, en casa, las encontrará
al loguearse y, si lee inglés…