En la actual situación, la cosecha de maíz puede rendir hasta 125.000 millones de litros de etanol, pero el uso no sube de 26.500 millones, contra los 568.000 millones de naftas. Así lo señalan los departamentos federales de agricultura, energía y combustibles. O sea, hay una “capacidad substitutiva ociosa” de 78,8%.
No obstante, el gobierno federal no exige el uso de etanol ni impone normas más estrictas sobre combustibles fósiles. Presionado por el “lobby” petrolero (quizá también por los negocios del clan Bush o Richard Cheney en Tejas), tampoco está dispuesto a elevar los impuestos a naftas. En otras palabras, no mueve un dedo a favor de los mismos combustibles alternativos cuyo empleo predica.
Algunos funcionarios tienen una cartilla “pour la gallérie”: sostienen que todo va bien y las propias fuerzas del mercado están difundiendo el etanol. En cuanto a la clave de los hidrocarburos, la industria automotriz, algunas empresas parecen dispuestas a doblar la fabricación de vehículos capaces de operar indistintamente con nafta o etanol. Pero William Clay Ford todavía no logra que su propio management de línea adhiera a ese tipo de proyectos: sigue aferrado a los utilitarios deportivos de alto consumo.
Curiosamente, Washington afirma que bastaría un poco de apoyo para que el etanol cubriese, hacia 2025, un tercio de la de demanda de combustibles, contra el insignificante 3% actual. Pero ese año está demasiado lejos y, en todo caso, entretanto seguirán agotándose las reservas de hidrocarburos en el mundo.
Pero hay un obstáculo formidable: las grandes petroleras, cuyos mandos son aun más conservadores que los gerentes de Ford Motor, manifiestan serias dudas sobre la viabilidad del etanol. Los legisladores que operan para ellas en nivel federal y estadual, también. Por otra parte, en realidad existen pocos incentivos para promover combustibles que compitan con los suyos, y no los habrá mientras Bush, Cheney o sus afines sigan en la Casa Blanca y el Capitolio.
A mediados de año, apenas 800 de las 170.000 estaciones de servicio en Estados Unidos ofrecían etanol. Esto no cambiará mientras no se obligue a sus operadores a incluir la alternativa (esto es, invertir en surtidores). Algunos, más sutiles, señalan que la cosecha norteamericana de maíz no es suficiente para una oferta considerable de etanol y, por tanto, el país acabaría importando combustible, cereal o ambos. Lo que no dicen es (a) es fácil promover mayor siembra de maíz y (b) las fuentes de hidrocarburos están terminándose en EE.UU., por lo cual su importación continuará ascendiendo.
Por supuesto, Brasil –principal productor de etanol, papel que Argentina no supo desempeñar a tiempo- sigue de cerca el asunto. En un contexto de libre intercambio, un auge de etanol en EE.UU. sería clave para los brasileños. Pero, como lo subrayan el colapso de la ronde Dohá y una OMC tambaleante, éste no es un mundo de libre comercio, pues Washington cobra 14 centavos de arancel por litro de etanol importado, más 2% de gravamen “ad valorem”. En otras palabras, protege un insumo que casi no produce.
Naturalmente, la combinación de dos fuertes influencias –el sector agrícola y el de hidrocarburos- impiden que ese absurdo cuadro arancelario se modifique. La derecha republicana y demócrata depende demasiado de votos campesinos y petroleros. En medio de esto, resulta irónico que las filiales brasileñas de Ford y General Motors hagan punta en materia de etanol, mientras sus competidoras orientales se retrasan. Además y a diferencia de Bush, Luiz Inácio da Silva impuso a Petrobrás –empresa estatal testigo- abastecer de etanol a sus estaciones de servicios. Es posible que esa misma compañía lo haga en Argentina y Uruguay, donde aún reina la pasividad. En el segundo caso, porque hay un operador de Texaco en el gabinete de Tabaré Vázquez.
En la actual situación, la cosecha de maíz puede rendir hasta 125.000 millones de litros de etanol, pero el uso no sube de 26.500 millones, contra los 568.000 millones de naftas. Así lo señalan los departamentos federales de agricultura, energía y combustibles. O sea, hay una “capacidad substitutiva ociosa” de 78,8%.
No obstante, el gobierno federal no exige el uso de etanol ni impone normas más estrictas sobre combustibles fósiles. Presionado por el “lobby” petrolero (quizá también por los negocios del clan Bush o Richard Cheney en Tejas), tampoco está dispuesto a elevar los impuestos a naftas. En otras palabras, no mueve un dedo a favor de los mismos combustibles alternativos cuyo empleo predica.
Algunos funcionarios tienen una cartilla “pour la gallérie”: sostienen que todo va bien y las propias fuerzas del mercado están difundiendo el etanol. En cuanto a la clave de los hidrocarburos, la industria automotriz, algunas empresas parecen dispuestas a doblar la fabricación de vehículos capaces de operar indistintamente con nafta o etanol. Pero William Clay Ford todavía no logra que su propio management de línea adhiera a ese tipo de proyectos: sigue aferrado a los utilitarios deportivos de alto consumo.
Curiosamente, Washington afirma que bastaría un poco de apoyo para que el etanol cubriese, hacia 2025, un tercio de la de demanda de combustibles, contra el insignificante 3% actual. Pero ese año está demasiado lejos y, en todo caso, entretanto seguirán agotándose las reservas de hidrocarburos en el mundo.
Pero hay un obstáculo formidable: las grandes petroleras, cuyos mandos son aun más conservadores que los gerentes de Ford Motor, manifiestan serias dudas sobre la viabilidad del etanol. Los legisladores que operan para ellas en nivel federal y estadual, también. Por otra parte, en realidad existen pocos incentivos para promover combustibles que compitan con los suyos, y no los habrá mientras Bush, Cheney o sus afines sigan en la Casa Blanca y el Capitolio.
A mediados de año, apenas 800 de las 170.000 estaciones de servicio en Estados Unidos ofrecían etanol. Esto no cambiará mientras no se obligue a sus operadores a incluir la alternativa (esto es, invertir en surtidores). Algunos, más sutiles, señalan que la cosecha norteamericana de maíz no es suficiente para una oferta considerable de etanol y, por tanto, el país acabaría importando combustible, cereal o ambos. Lo que no dicen es (a) es fácil promover mayor siembra de maíz y (b) las fuentes de hidrocarburos están terminándose en EE.UU., por lo cual su importación continuará ascendiendo.
Por supuesto, Brasil –principal productor de etanol, papel que Argentina no supo desempeñar a tiempo- sigue de cerca el asunto. En un contexto de libre intercambio, un auge de etanol en EE.UU. sería clave para los brasileños. Pero, como lo subrayan el colapso de la ronde Dohá y una OMC tambaleante, éste no es un mundo de libre comercio, pues Washington cobra 14 centavos de arancel por litro de etanol importado, más 2% de gravamen “ad valorem”. En otras palabras, protege un insumo que casi no produce.
Naturalmente, la combinación de dos fuertes influencias –el sector agrícola y el de hidrocarburos- impiden que ese absurdo cuadro arancelario se modifique. La derecha republicana y demócrata depende demasiado de votos campesinos y petroleros. En medio de esto, resulta irónico que las filiales brasileñas de Ford y General Motors hagan punta en materia de etanol, mientras sus competidoras orientales se retrasan. Además y a diferencia de Bush, Luiz Inácio da Silva impuso a Petrobrás –empresa estatal testigo- abastecer de etanol a sus estaciones de servicios. Es posible que esa misma compañía lo haga en Argentina y Uruguay, donde aún reina la pasividad. En el segundo caso, porque hay un operador de Texaco en el gabinete de Tabaré Vázquez.