<p>Por supuesto, Halliburton, Oaktree Capital Management y otros fondos de inversión son jugadores natos. El primero, además, fue hasta enero el <em>lobby</em> de negocios mejor conectado en el Pentágono. Lo dirigía hasta 2000 el luego vicepresidente Richard Cheney, que nunca dejó de conseguirle contratos tan leoninos como los de servicios petroleros en Irak. <br />
Como observaba el propio Barack Obama al declarase la bancarrota negociada de Chrysler (preludio del achicamiento y la alianza con Fiat), no parece correcto que universidades como Yale o Kentucky, fondos de pensión –por ejemplo el de Kraft Foods- o de beneficencia apuesten a deudas empresarias. <br />
Esos nombres y otros saltan a luz al ampararse la compañía en el titulo XI de la ley federal para convocatorias y quiebras. Su papel es poco simpático: integran un comité de veinte bonistas titulizados que rechazan la oferta de canje con quita. Vale decir, 67,4% de desagio (a US$ 2.250 millones) sobre los 6.900 millones nominales.<br />
Irritado por la intransigencia de ese sector, el departamento del Tesoro pedía al juez de la causa, Arturo González, que les reconozca a los bonistas el valor de la propuesta inicial, US$ 2.000 millones, o sea 29% del precio nominal. No es tan malo pues, al jueves 30, la cotización de mercado para los bonos no subía de 22%. <br />
“Un grupo de cien acreedores, entre ellos fondos de cobertura meramente especulativos, quieren un rescate oneroso e injustificable”. No lo dijeron Timothy Geithner ni, mucho menos, Benjamin Bernanke, titular de la Reserva Federal, sino el propio Obama.<br />
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El duro conflicto con los acreedores de Chrysler
Los peligrosos bonistas titulizados de la automotriz y Cerberus Capital Management- incluyen universidades, organizaciones benéficas, fondos jubilatorios y otras entidades que no debieran apostar en el casino financiero.