domingo, 20 de abril de 2025

Cobre: creciente demanda y geopolítica estilo petrolero

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La escasez de reservas conocidas no sólo mantiene caro el metal. También hace que las compañías mineras ingresen a países inestables, turbulentos e indiferentes a los derechos civiles más elementales. Sobre todo en el África subsahariana.

En otras palabras, la geopolítica del cobre va pareciéndose a la del petróleo o el gas e ingresa a terrenos riesgosos. Algunas empresas –o sus ejecutivos- apuntan ya a zonas violentas. Así ocurre con el yacimiento de Tenke Fungurume, que la canadiense Phelps Dodge contempla explotar en la república ¿democrática? del Congo.

Por de pronto, los domicilios del personal extranjero en Lumumbashi (Katanga) cuentan con sistemas de alarma y guardia las 24 horas. Eso no sucede en áreas tradicionales de la minería cuprífera como Estados Unidos, Canadá, Chile o Australia. Pero sus vetas están agotándose y, como en el caso petrolero, las empresas no tienen otra opción que marchar a territorios tan volátiles como los africanos o tan corruptos como los de Asia central.

El Banco international de reconstrucción y fomento (BIRF o Banco Mundial) define Congo –el país más grande de la región, una letal ensalada étnica inventada en 1884 para un reyezuelo belga- como el peor lugar del planeta para operar y hacer negocios. Ni siquiera lo igualan Irak, Afganistán, Somalía o Sudán.

No obstante, las firmas cobreras se han lanzado a ese gigante de 2.650.000 km2. Lo mismo hace el gobierno chino, para quien la corrupción sistémica y la violación de derechos civiles son moneda corriente, porque su demanda de cobre, níquel y aluminio se ha triplicado en el decenio 1997/2006. Entretanto, las inversiones mineras privadas no petroleras en el continente (inclusive proyectos nuevos) pasaban de US$ 1.900 millones anuales en 2001 a 8.000 millones en 2006.

El caso Tenke Fungurume puede ser emblemático. Cuando entre en operaciones, a fines de 2008, producirá casi 115 millones de toneladas anuales y habrá sumado inversiones por US$ 600 millones. Por supuesto, buena parte de la mano de obra se compondrá de chicos menores de catorce años, al igual que las guerrillas en países como Sierra Leona, Liberia, Nigeria o Angola.

Este yacimiento fue clave para que el fondo cerrado Freeport comprase Phelps Dodge por US$ 26 millones en marzo. La compañía opera también en Perú y Chile. Congo (Kinshasa) posee grandes depósitos de cobre, oro, estaño y otros minerales metalíferos. La actividad privada en el enorme territorio afronta problema de seguridad e inestabilidad pero, a cambio, no debe lidiar con sindicatos molestos. Eso sí, compite con miles de mineros informales que explotan vetas viejas, abandonadas o muy peligrosas.

Los nexos entre violencia, disputas locales y minería suelen llegar a extremos sangrientos. En 2004, la australiana Anvil Mining pasó momentos duros cuando soldados congoleses emplearon vehículos de la empresa para masacras civiles rebeldes en una aldea cercana. Hasta hoy, la empresa niega haber tenido que ver con ese ataque.

En otras palabras, la geopolítica del cobre va pareciéndose a la del petróleo o el gas e ingresa a terrenos riesgosos. Algunas empresas –o sus ejecutivos- apuntan ya a zonas violentas. Así ocurre con el yacimiento de Tenke Fungurume, que la canadiense Phelps Dodge contempla explotar en la república ¿democrática? del Congo.

Por de pronto, los domicilios del personal extranjero en Lumumbashi (Katanga) cuentan con sistemas de alarma y guardia las 24 horas. Eso no sucede en áreas tradicionales de la minería cuprífera como Estados Unidos, Canadá, Chile o Australia. Pero sus vetas están agotándose y, como en el caso petrolero, las empresas no tienen otra opción que marchar a territorios tan volátiles como los africanos o tan corruptos como los de Asia central.

El Banco international de reconstrucción y fomento (BIRF o Banco Mundial) define Congo –el país más grande de la región, una letal ensalada étnica inventada en 1884 para un reyezuelo belga- como el peor lugar del planeta para operar y hacer negocios. Ni siquiera lo igualan Irak, Afganistán, Somalía o Sudán.

No obstante, las firmas cobreras se han lanzado a ese gigante de 2.650.000 km2. Lo mismo hace el gobierno chino, para quien la corrupción sistémica y la violación de derechos civiles son moneda corriente, porque su demanda de cobre, níquel y aluminio se ha triplicado en el decenio 1997/2006. Entretanto, las inversiones mineras privadas no petroleras en el continente (inclusive proyectos nuevos) pasaban de US$ 1.900 millones anuales en 2001 a 8.000 millones en 2006.

El caso Tenke Fungurume puede ser emblemático. Cuando entre en operaciones, a fines de 2008, producirá casi 115 millones de toneladas anuales y habrá sumado inversiones por US$ 600 millones. Por supuesto, buena parte de la mano de obra se compondrá de chicos menores de catorce años, al igual que las guerrillas en países como Sierra Leona, Liberia, Nigeria o Angola.

Este yacimiento fue clave para que el fondo cerrado Freeport comprase Phelps Dodge por US$ 26 millones en marzo. La compañía opera también en Perú y Chile. Congo (Kinshasa) posee grandes depósitos de cobre, oro, estaño y otros minerales metalíferos. La actividad privada en el enorme territorio afronta problema de seguridad e inestabilidad pero, a cambio, no debe lidiar con sindicatos molestos. Eso sí, compite con miles de mineros informales que explotan vetas viejas, abandonadas o muy peligrosas.

Los nexos entre violencia, disputas locales y minería suelen llegar a extremos sangrientos. En 2004, la australiana Anvil Mining pasó momentos duros cuando soldados congoleses emplearon vehículos de la empresa para masacras civiles rebeldes en una aldea cercana. Hasta hoy, la empresa niega haber tenido que ver con ese ataque.

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