Lo que todos saben es que es una actividad económica de singular relevancia.
No solo genera conocimiento científico y productivo sino que también crea empleo calificado, y permite mejorar la calidad de vida de la población con nuevos productos y servicios de valor agregado.
Los avances en este campo implican además una verdadera convergencia tecnológica: desde la confluencia con las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) y la nanotecnología hasta los biosensores, o las aplicaciones para los smartphones para controlar enfermedades como la diabetes y la hipertensión.
En esta revolución que está comenzando, hay un punto de partida muy importante. En la práctica la biotecnología genera un impacto positivo en el sector agropecuario con la provisión de semillas para la producción de soja. Pero si vemos un poco más allá en el mundo, todo el sector de la salud está desarrollando un sinnúmero de productos biológicos y terapias que guardan relación con soluciones biotecnológicas.
Pero además, la biotecnología puede ayudar a desarrollar las industrias verticales que tienen mayor capacidad de impacto en el PBI del país. Desde la industria alimenticia, los biomateriales, hasta la salud en su lucha contra el cáncer o la búsqueda de la longevidad. Por sobre todo, la biotecnología tiene una gran capacidad para generar alto valor agregado.
El aumento de la demanda de alimentos en el plano global abre una gran oportunidad a países como la Argentina tanto para producir las proteínas que se necesitan, como para exportar las biotecnologías que se aplican en el sector agropecuario, y que se ha logrado desarrollar. La biotecnología es una clave estratégica ya que puede abordar las principales problemáticas que plantea el mundo globalizado, como inseguridad alimentara y energética o cambio climático.
La biotecnología es una presencia relevante en la vida cotidiana y hoy todas las industrias la usan, ya sea porque la emplean para fabricar sus productos o porque utilizan insumos generados por biotecnología. En todos estos campos tiene un protagonismo activo.
Industria farmacéutica: Medicamentos como insulina, hormona de crecimiento e interferón; vacunas, como la de la hepatitis B y COVID-19.
Industria alimenticia: Quesos, embutidos, yogures y probióticos; aditivos; vino, cerveza y otras bebidas alcohólicas; enzimas para producir pan, galletitas, jugos, etc.
Industria textil y de detergentes: Enzimas para ablandar, decorar telas y sacar manchas; tinturas.
Combustibles: Producción de biocombustibles como etanol, biogás y biodiesel.
Plásticos: Plásticos biodegradables producidos a partir de bacterias o de almidón.
Biorremediación: Bacterias y plantas que limpian suelos o aguas contaminadas.
Agroindustria: Cultivos mejorados para sobrevivir el ataque de enfermedades e insectos plaga; cultivos con mayor capacidad de sobreponerse a condiciones ambientales adversas, o que brindan alimentos más saludables; animales más eficientes para producir carne y mejor adaptados al ambiente.
El crecimiento de la población mundial es de 1,1 % anual. En 2030 llegaremos a ser 8 500 millones de habitantes en el planeta, unos 700 millones más que actualmente.
Además, el objetivo de incrementar los cultivos se encuentra fuertemente atravesado por factores ambientales y humanos, como los fenómenos meteorológicos extremos, los cambios en el uso del suelo y las dificultades para acceder al agua.
Es por eso por lo que no todos los abordajes para alcanzar la meta de mayor producción son favorables. La FAO alertó sobre que el aumento de las superficies cultivadas y el incremento de la frecuencia de las cosechas son estrategias poco alentadoras que tienden a agotarse.
¿Cómo resolver este dilema?
La opción más viable es aumentar los rendimientos de los cultivos. En ese sentido, la biotecnología aplicada a la producción agrícola parece ser el mejor camino para lograrlo.