viernes, 25 de abril de 2025

Biocombustibles: una industria que evoluciona y apura estrategias

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“Miles de millones afluyen a los biocombustibles. Los altos precios de hidrocarburos deparan al sector márgenes saludables y recuperación de inversiones en lapsos bastante cortos. Entretanto, el crecimiento atrae inclusive a las petroleras.”

Así se abre un informe del “McKinsey quarterly”. Pero ¿satisfarán los biocombustibles las expectativas creadas? Eso depende de cómo marchen los precios petroleros –el viernes 13, estaban a un paso de los récords nominales absolutos-, más tres variables: costo y disponibilidad de insumos, regulaciones gubernamentales y técnicas de conversión. El primer factor varía enormemente de región en región y puede cambiar mucho en años venideros. A su vez, un país suele alterar normas para acompañar cambios en prioridades, clima, seguridad energética y desarrollo.

Por de pronto, ya hay marcadas diferencias entre biocombustibles según eficiencia, costos y potencial energético. Nuevas técnicas conversoras las acentuarán. Por otro lado, las decisiones sobre dónde producir y cómo distribuir tendrán implicancias en la factibilidad del negocio. Así pues, entre tantas incertidumbres ¿por qué entrar ya mismo? En muchos sectores básicos, suelen imponerse los que llegan al final, en el piso de la curva de costos, con tecnologías más avanzadas y eficaces. Pero esperar puede ser costoso, por el creciente valor de la tierra y otros recursos esenciales.

Quienes incursionen en biocombustibles deben considerar distintas formas de neutralizar riesgos y cada una entrañará disyuntivas propias. Diversificar geografías y técnicas puede complicar las cosas, pero ayuda a definir puntos de equilibrio. La integración vertical suele ser clave.

Hasta no hace mucho, la industria de biocombustibles era bastante simple. En general, los productores usaban técnicas probadas y apelaban a insumos locales para abastecer el mercado propio con sólo dos combustibles: etanol proveniente de almidón de maíz (Estados Unidos, México) o caña de azúcar (Brasil, Argentina) y biodiésel originado en aceite de colza (Unión Europea). Ahora aumenta la demanda global y las empresas se lanzan a producir o vender en una multiplicidad de regiones.

En una cantidad de segmentos, los factores fundamentales varían geográficamente, por lo cual las compañías combinan locaciones. En el caso de biocombustibles, se da una dinámica peculiar, a menudo interconexa y casi siempre incierta. Dos de esos factores –costo de insumos, normas gubernamentales- son críticos. Por su parte, las técnicas conversoras irán influyendo en los costos de producción a medida como procesos más complejos lleguen a la escala comercial.

Representan 50 a 80% de los costos totales, por lo cual sus precios tienen vastos efectos sobre las utilidades. Por ejemplo, en EE.UU. cada dólar de alza en el precio del maíz eleva 0,09 centavos por litro el costo del etanol y reduce 20% los márgenes de ganancia. Varios tipos de biomasa pueden emplearse como insumo y sus costos varían apreciablemente región por región. Así, el azúcar de caña brasileño fermentado cuesta menos de la mitad que el europeo, de remolacha.

En diversas zonas, el aumento de demanda amenaza tanto costos como disponibilidad de insumos. Entre 2003 y 2006, a la sazón, la proporción de maíz norteamericano dedicada a producir etanol pasó de 12 a 16%. Pero, en 2006, Washington ha fijado en 135 millones de metros cúbicos anuales la meta para uso de combustibles alternativos hacia 2017. Para cubrir sólo la mitad de ese volumen, será preciso desviar hacia el etanol 40% de la cosecha maicera prevista para entonces. Naturalmente, el precio del cereal pasó de US$ 0,67 el m3 en 2005 a 2,41 en 2006 y, este año, ha superado varias veces los cuatro dólares.

Otras eventuales secuelas no deseadas de tanta demanda pueden provocar violentas reacciones sociales, como la acaecida hace un tiempo en México, cuando el precio de las tortillas –integran la dieta popular- se fue por las nubes. ¿Por qué? Porque la producción de etanol (ahí y en EE.UU.) provocaba escasez y carestía de alimentos basados en el maíz. Al otro lado del Pacífico, en Indonesia, surgieron inquietudes ambientalistas –hace pocos meses- por la quema de bosques para dedicar tierras al cultivo de palmas cuyo aceite es insumo para biodiésel.

Subsidios, tarifas a la importación y otras normas regulatorias suelen promover tanto demanda como rentabilidad en el sector. Dado que las políticas gubernamentales respecto de biocombustibles recién han empezado a evolucionar, sus marcos son fluidos y fuente de incertidumbres. Bajar subsidios, verbigracia, puede reducir ganancias.

De ese modo, en Alemania un costo de producción de US$ 0,75 por litro de biodiésel más un subsidio de 0,47 permitían a los productores ganar US$ 0,11 en 2006. Tanta ventaja fue notada por Berlín, que lanzó un programa para eliminar gradualmente la prebenda entre 2007 y 2012.

En su lugar, habrá mezclas obligatorias. O sea, porcentajes de combustible convencional que los usuarios deberán reemplazar con biodiésel en el carburante final. Estas mezclas garanten a los productores determinado nivel de ventas. Pero la eliminación de subsidios y el hecho de que la oferta seguramente excederá la demanda obligatoria deprimirá márgenes en el corto plazo.

En semejante mercado, las empresas generarán retornos atractivos recién cuando la curva de costos se torne abrupta y los productores baratos operen bajo el “paraguas de precios” abierto por los de costos mayores. Dado que el aceite vegetal, en sí un producto primario, representa 80% del costo total, su curva es más suave.

Así se abre un informe del “McKinsey quarterly”. Pero ¿satisfarán los biocombustibles las expectativas creadas? Eso depende de cómo marchen los precios petroleros –el viernes 13, estaban a un paso de los récords nominales absolutos-, más tres variables: costo y disponibilidad de insumos, regulaciones gubernamentales y técnicas de conversión. El primer factor varía enormemente de región en región y puede cambiar mucho en años venideros. A su vez, un país suele alterar normas para acompañar cambios en prioridades, clima, seguridad energética y desarrollo.

Por de pronto, ya hay marcadas diferencias entre biocombustibles según eficiencia, costos y potencial energético. Nuevas técnicas conversoras las acentuarán. Por otro lado, las decisiones sobre dónde producir y cómo distribuir tendrán implicancias en la factibilidad del negocio. Así pues, entre tantas incertidumbres ¿por qué entrar ya mismo? En muchos sectores básicos, suelen imponerse los que llegan al final, en el piso de la curva de costos, con tecnologías más avanzadas y eficaces. Pero esperar puede ser costoso, por el creciente valor de la tierra y otros recursos esenciales.

Quienes incursionen en biocombustibles deben considerar distintas formas de neutralizar riesgos y cada una entrañará disyuntivas propias. Diversificar geografías y técnicas puede complicar las cosas, pero ayuda a definir puntos de equilibrio. La integración vertical suele ser clave.

Hasta no hace mucho, la industria de biocombustibles era bastante simple. En general, los productores usaban técnicas probadas y apelaban a insumos locales para abastecer el mercado propio con sólo dos combustibles: etanol proveniente de almidón de maíz (Estados Unidos, México) o caña de azúcar (Brasil, Argentina) y biodiésel originado en aceite de colza (Unión Europea). Ahora aumenta la demanda global y las empresas se lanzan a producir o vender en una multiplicidad de regiones.

En una cantidad de segmentos, los factores fundamentales varían geográficamente, por lo cual las compañías combinan locaciones. En el caso de biocombustibles, se da una dinámica peculiar, a menudo interconexa y casi siempre incierta. Dos de esos factores –costo de insumos, normas gubernamentales- son críticos. Por su parte, las técnicas conversoras irán influyendo en los costos de producción a medida como procesos más complejos lleguen a la escala comercial.

Representan 50 a 80% de los costos totales, por lo cual sus precios tienen vastos efectos sobre las utilidades. Por ejemplo, en EE.UU. cada dólar de alza en el precio del maíz eleva 0,09 centavos por litro el costo del etanol y reduce 20% los márgenes de ganancia. Varios tipos de biomasa pueden emplearse como insumo y sus costos varían apreciablemente región por región. Así, el azúcar de caña brasileño fermentado cuesta menos de la mitad que el europeo, de remolacha.

En diversas zonas, el aumento de demanda amenaza tanto costos como disponibilidad de insumos. Entre 2003 y 2006, a la sazón, la proporción de maíz norteamericano dedicada a producir etanol pasó de 12 a 16%. Pero, en 2006, Washington ha fijado en 135 millones de metros cúbicos anuales la meta para uso de combustibles alternativos hacia 2017. Para cubrir sólo la mitad de ese volumen, será preciso desviar hacia el etanol 40% de la cosecha maicera prevista para entonces. Naturalmente, el precio del cereal pasó de US$ 0,67 el m3 en 2005 a 2,41 en 2006 y, este año, ha superado varias veces los cuatro dólares.

Otras eventuales secuelas no deseadas de tanta demanda pueden provocar violentas reacciones sociales, como la acaecida hace un tiempo en México, cuando el precio de las tortillas –integran la dieta popular- se fue por las nubes. ¿Por qué? Porque la producción de etanol (ahí y en EE.UU.) provocaba escasez y carestía de alimentos basados en el maíz. Al otro lado del Pacífico, en Indonesia, surgieron inquietudes ambientalistas –hace pocos meses- por la quema de bosques para dedicar tierras al cultivo de palmas cuyo aceite es insumo para biodiésel.

Subsidios, tarifas a la importación y otras normas regulatorias suelen promover tanto demanda como rentabilidad en el sector. Dado que las políticas gubernamentales respecto de biocombustibles recién han empezado a evolucionar, sus marcos son fluidos y fuente de incertidumbres. Bajar subsidios, verbigracia, puede reducir ganancias.

De ese modo, en Alemania un costo de producción de US$ 0,75 por litro de biodiésel más un subsidio de 0,47 permitían a los productores ganar US$ 0,11 en 2006. Tanta ventaja fue notada por Berlín, que lanzó un programa para eliminar gradualmente la prebenda entre 2007 y 2012.

En su lugar, habrá mezclas obligatorias. O sea, porcentajes de combustible convencional que los usuarios deberán reemplazar con biodiésel en el carburante final. Estas mezclas garanten a los productores determinado nivel de ventas. Pero la eliminación de subsidios y el hecho de que la oferta seguramente excederá la demanda obligatoria deprimirá márgenes en el corto plazo.

En semejante mercado, las empresas generarán retornos atractivos recién cuando la curva de costos se torne abrupta y los productores baratos operen bajo el “paraguas de precios” abierto por los de costos mayores. Dado que el aceite vegetal, en sí un producto primario, representa 80% del costo total, su curva es más suave.

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