Wall Street encara, tibiamente, otro lío con derivativos

En septiembre de 1998, la Reserva Federal convocó a Wall Street para rescatar a Long Term Capital Management. Su colapso golpeaba a dos creadores de esos instrumentos, por lo cual ganaron un Nobel en 1997. Ahora asoma una crisis peor.

21 febrero, 2006

“Esta abrupta y desordenada crisis es inaceptable para la economía y las finanzas norteamericanas”, sostuvo entonces Alan Greenspan, presidente de la RF. Paralelamente, el congreso celebraba audiencias públicas para tratar el escándado y el modo de sacarles las papas del fuego a los tenedores de bonos federales. Esta semana, siete años y medio después, el “clan de las catorce” vuelve a reunirse en la sede neoyoruina de la RF, ahora con la idea de prevenir otra crisis, no de afrontar una en marcha. Sólo que ni Washington ni los legisladores ni los medios se interesan por el asunto.

Olvidando que, en 1998, hasta el Banco de Inglaterra debió intervenir para salvar a LTCM, una máquina especulativa que no merecía tan buen trato, el actual jefe de la RF neoyorquina –Timothy Geithner- saluda este encuentro como “una intervención apta para evitar futuros desbordes”.

Muy bien ¿cuál es actual problema? El mismo de siempre, sólo que gestado en la franja de derivativos y derivados crediticios; en particular, algo llamado “pases de carteras en cese de pagos”. El instrumento del caso permite a bancos y otros operadores tomar seguros contra la eventual quiebra de un deudor. Esta nueva burbuja de aire caliente ha crecido tan rápido que ya desborda las infraestructuras jurídica, tecnológica y burocrática. El peligro es que, sin certezas acerca de quién debe cuánto a quién, cualquier sacudida pueda convertirse en un desastre con repercusiones en toda la economía, no ya sólo en los mercados de riesgo.

Instrumentos derivativos y contratos derivados facilitan a entidades financieras, firmas de valores e inversores transferir riesgos vía mecanismos similares a los empleados cuando se contratan seguros contra incendios. Esquemáticamente, una firma toma dinero a tasa flotante, o sea que acompaña las del mercado. Luego, subscribe un acuerdo con una banca de inversión, por el cual se compromete a cubrir la parte fija de los intereses, en tanto el banquero se hace cargo de la flotante.

La subespecie conocida como pase de carteras en cese de pagos permite a bancos que hayan prestado a una empresa X transferir el riesgo de cese a un inversor dispuesto a tomarlo… por una diferencia. Dado que esta franja ha ido atrayendo especuladores puros (ludópatas) y banqueros adversos a los riesgos, las apuestas ya no se hacen sobre firmas individuales, sino sobre “canastas de créditos”. Por ende, los riesgos se multiplican y complican exponencialmente. Es una bicicleta en perpetua aceleración: si para antes de tiempo, dejará un tendal.

Claro, podría suponerse que Wall Street hubiese computado peligros potenciales cuando ese mercado empezaba a remontar vuelo, hace pocos años. Pero eran y son operaciones hechas por teléfono o fax. Las confirmaciones documentales, claves para evitar complicados litigios después, no se llevan a cabo. En junio último, cierta compañía declaró 18.000 transacciones no registradas, varios miles de ellas languideciendo desde hacía meses en algún cajón. Esto es bastante común.

La cosa no termina ahí. Una parte en un acuerdo entre dos solía transferir obligaciones a una tercera sin comunicárselo a la primera. Es como prestarle plata al cuñado y, luego, descubrir que le ha pasado la deuda a un primo poco escrupuloso, sin siquiera mediar un e-mail. “Cuando advertí los alcances del fenómeno, me horroricé”, admitió Gerald Corrigan, jefe de la RF neoyorquina en 1998, hoy en Goldman Sachs. “Un segmento loco había sido reemplazado por uno aún más loco”.

En el caso LTCM, cada jugador conocía sólo las dimensiones de su exposición, Ninguno advertía el riesgo de terceros ni la fragilidad de la estrategia que esos premios Nobel aplicaban: cada dólar en activos reales sostenía cincuenta en activos virtuales, o sea aire. Las ecuaciones eran bellas, pero no reflejaban realidades contingentes.

En el caso de los derivativos crediticios, el problema es más grave: registros y documentos han sido tan inadecuados que ninguna firma puede estar segurra del riesgo tomado ni con quién está operando. Esto es muy embarazoso para un sector que ha resistido todo tipo de regulación sobre derivados, arguyendo que los grandes intermediarios se controlarían entre sí.

Geithner, el héroe de esta historia, viene denunciado todo ese lio desde octubre de 2004. “Los derivativos crediticios son un tren que marcha a 130 km por hora sobre vías que no aguantan más de sesenta. Si salta una sola junta, adiós”, sostenía el funcionario. En enero de 2005, indujo a Corrigan a reunir, como en 1998, aquel grupo de catorce operadores líderes que encaró el caso LTCM. En abril, Geithner exigió “un compromiso colectivo”. Pero Greenspan, olvidando opiniones de otros tiempos, sostuvo en mayo que “los derivativos crediticios son clave para la flexilidad de la economía nacional”. Igual, aceptó que “la falta de infraestructura adecuada es un problema serio”. Por lo visto, el actual jubilado no veía riesgos en la extrema ludopatía del segmento. Ademán, como en otros asuntos, no hizo nada al respecto.

En julio, el grupo de Corrigan produjo un voluminoso informe con 47 recomendaciones. En agosto, Geithner ivito a “los catorce” a una cumbre para el 15 de septiembre, donde la RF neoyorquina y otras instancias pidieron respuestas concretas. Las firmas produjeron algunos resultados y, ahora, revelan que –a fines de enero- 97.000 transacciones mal documentadas se habían reducido a 45.000. Parece muy poco.Olvidando que, en 1998, hasta el Banco de Inglaterra debió intervenir para salvar a LTCM, una máquina especulativa que no merecía tan buen trato, el actual jefe de la RF neoyorquina –Timothy Geithner- saluda este encuentro como “una intervención apta para evitar futuros desbordes”.

Muy bien ¿cuál es actual problema? El mismo de siempre, sólo que gestado en la franja de derivativos y derivados crediticios; en particular, algo llamado “pases de carteras en cese de pagos”. El instrumento del caso permite a bancos y otros operadores tomar seguros contra la eventual quiebra de un deudor. Esta nueva burbuja de aire caliente ha crecido tan rápido que ya desborda las infraestructuras jurídica, tecnológica y burocrática. El peligro es que, sin certezas acerca de quién debe cuánto a quién, cualquier sacudida pueda convertirse en un desastre con repercusiones en toda la economía, no ya sólo en los mercados de riesgo.

Instrumentos derivativos y contratos derivados facilitan a entidades financieras, firmas de valores e inversores transferir riesgos vía mecanismos similares a los empleados cuando se contratan seguros contra incendios. Esquemáticamente, una firma toma dinero a tasa flotante, o sea que acompaña las del mercado. Luego, subscribe un acuerdo con una banca de inversión, por el cual se compromete a cubrir la parte fija de los intereses, en tanto el banquero se hace cargo de la flotante.

La subespecie conocida como pase de carteras en cese de pagos permite a bancos que hayan prestado a una empresa X transferir el riesgo de cese a un inversor dispuesto a tomarlo… por una diferencia. Dado que esta franja ha ido atrayendo especuladores puros (ludópatas) y banqueros adversos a los riesgos, las apuestas ya no se hacen sobre firmas individuales, sino sobre “canastas de créditos”. Por ende, los riesgos se multiplican y complican exponencialmente. Es una bicicleta en perpetua aceleración: si para antes de tiempo, dejará un tendal.

Claro, podría suponerse que Wall Street hubiese computado peligros potenciales cuando ese mercado empezaba a remontar vuelo, hace pocos años. Pero eran y son operaciones hechas por teléfono o fax. Las confirmaciones documentales, claves para evitar complicados litigios después, no se llevan a cabo. En junio último, cierta compañía declaró 18.000 transacciones no registradas, varios miles de ellas languideciendo desde hacía meses en algún cajón. Esto es bastante común.

La cosa no termina ahí. Una parte en un acuerdo entre dos solía transferir obligaciones a una tercera sin comunicárselo a la primera. Es como prestarle plata al cuñado y, luego, descubrir que le ha pasado la deuda a un primo poco escrupuloso, sin siquiera mediar un e-mail. “Cuando advertí los alcances del fenómeno, me horroricé”, admitió Gerald Corrigan, jefe de la RF neoyorquina en 1998, hoy en Goldman Sachs. “Un segmento loco había sido reemplazado por uno aún más loco”.

En el caso LTCM, cada jugador conocía sólo las dimensiones de su exposición, Ninguno advertía el riesgo de terceros ni la fragilidad de la estrategia que esos premios Nobel aplicaban: cada dólar en activos reales sostenía cincuenta en activos virtuales, o sea aire. Las ecuaciones eran bellas, pero no reflejaban realidades contingentes.

En el caso de los derivativos crediticios, el problema es más grave: registros y documentos han sido tan inadecuados que ninguna firma puede estar segurra del riesgo tomado ni con quién está operando. Esto es muy embarazoso para un sector que ha resistido todo tipo de regulación sobre derivados, arguyendo que los grandes intermediarios se controlarían entre sí.

Geithner, el héroe de esta historia, viene denunciado todo ese lio desde octubre de 2004. “Los derivativos crediticios son un tren que marcha a 130 km por hora sobre vías que no aguantan más de sesenta. Si salta una sola junta, adiós”, sostenía el funcionario. En enero de 2005, indujo a Corrigan a reunir, como en 1998, aquel grupo de catorce operadores líderes que encaró el caso LTCM. En abril, Geithner exigió “un compromiso colectivo”. Pero Greenspan, olvidando opiniones de otros tiempos, sostuvo en mayo que “los derivativos crediticios son clave para la flexilidad de la economía nacional”. Igual, aceptó que “la falta de infraestructura adecuada es un problema serio”. Por lo visto, el actual jubilado no veía riesgos en la extrema ludopatía del segmento. Ademán, como en otros asuntos, no hizo nada al respecto.

En julio, el grupo de Corrigan produjo un voluminoso informe con 47 recomendaciones. En agosto, Geithner ivito a “los catorce” a una cumbre para el 15 de septiembre, donde la RF neoyorquina y otras instancias pidieron respuestas concretas. Las firmas produjeron algunos resultados y, ahora, revelan que –a fines de enero- 97.000 transacciones mal documentadas se habían reducido a 45.000. Parece muy poco.

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