Visión optimista del enorme déficit externo norteamericano

El retroceso del dólar, algo frenado estos días, presuntamente iba a restaurar el equilibrio comercial, abaratando exportaciones y encareciendo importaciones norteamericanas. Pero noviembre marcó otro déficit récord: US$ 60.300 millones.

10 febrero, 2005

En verdad, esa cifra no sorprendió a casi nadie, ni debiera desatar una ofensiva proteccionista. “Una parte amplia y creciente de ese rojo y el de pagos reflejan –sostiene un estudio del McKinsey Global Institute- los alcances globales de grandes empresas cuyas sedes se hallan en Estados Unidos.

Aproximadamente un tercio del déficit en cuenta corriente (balanza de pagos, no ya sólo comercio) deriva de subsidiarias de esas compañías en el exterior. Así, Ford importa coches de México y firmas de productos electrónicos fabrican en China o Taiwán. Estas actividades atienden clientes norteamericanos, crean valor agregado en las empresas y generan dividendos a los accionistas. Aunque engrosen los desequilibrios nacionales en pagos y comercio.

Pero probablemente no sean responsables de los vaivenes en paridades cambiarias. El intercambio entre “filiales externas” (así se llaman, según el estudio, las subsidiarias extraterritoriales u “off shore”), sus matrices y compradores norteamericanos pueden inflar o disminuir el rojo en cuenta corriente. Cuando General Motors fabrica vehículos en México, para vender en EE.UU., eleva las importaciones de este país.

Pero también vende parte de esa producción en México mismo, lo cual genera un flujo de fondos a la cuenta corriente norteamericana, pues emplea tecnología, insumos y componentes originados al norte de la frontera. Esta forma más compleja de maquila, pues, promueve exportaciones de EE.UU. a su vecino sur.

Todo impacto negativo en la balanza comercial y de pagos causado por filiales del exterior –cree este análisis- es más anomalía contable que motivo de preocupación económica. Los métodos para calcular la cuenta corriente datan de los 40, cuando escasas compañías operaban fuera de sus países de origen. Hoy, muchísimas han establecido subsidiarias para penetrar nuevos mercados o aprovechar ventajas tales como mano de obra barata o menor presión tributaria.

Pero las herramientas contables se han retrasado respecto de estos cambios: los bienes comprados a filiales extranjeras de firmas norteamericanas se asientan como importaciones en la cuenta corriente. Aunque los produzcan empresas estadounidenses.

Esta concepción, que postula espacios de intercambio continuos sin fronteras convencionales (como ocurre con los flujos financieros), sostiene que es incorrecto tomar los déficit récords en cuenta corriente y balanza comercial como síntomas de un desastre. Hacia 2002, las ventas en EE.UU. de filiales extranjeras acumulaban US$ 2,9 billones, casi tres veces el valor de las exportaciones norteamericanas. Ese total generó US$ 134.000 millones en ingresos a las matrices y añadió unos 3.000 millones a su capitalización bursátil.

Durante los próximos diez años, por lo menos, las inversiones de grupos multinacionales fuera de EE.UU. seguirán aumentado el déficit en cuenta corriente. El 2004, la inversión externa directa mundial llegó al récord de US$ 600.000 millones, Muchos de esos flujos fueron a mercados emergentes y periféricos, donde los costos laborales son un décimo de los prevalentes en EE.UU. Aun si el dólar reanudase su deterioro y lo mantuviera durante años, ello no afectaría las cosas.

Sin extrapolar el valor agregado externo ni el destino de las ganancias obtenidas afuera por el sector privado norteamericano, el estudio formula una recomendación: “en vez de leyes proteccionistas para ‘corregir’ desequilibrios, no tan relevantes como se presume, sería mejor actualizar los métodos estadísticos y contables. Ello implica una visión hacia dentro del intercambio”. Usando cifras de la Oficina de Análisis Económico, este trabajo aplica su concepción “internalizante” y reduce en 25% el déficit en cuenta corriente.

Como ese margen no llega a modificar el perfil hacia fuera de EE.UU., se propone encarar el resto del déficit mediante “acuerdos comerciales más justos para el país”. Esa política consistiría en que el resto del mundo abriese más sus mercados al comercio y las inversiones exógenas (norteamericanas, claro) y no mantuviera monedas artificialmente bajas. Por ejemplo, si fuera posible doblar a 30% de la cuenta corriente las exportaciones de servicios a la Unión Europea –igualándolas a las importaciones-, el déficit norteamericano desaparecería.

Esta propuesta señala que, a su vez, Washington debiera afrontar la parte de los desequilibrios económicos globales que está bajo su control. O sea, el déficit fiscal, cercano a los US$ 450.000 millones. Ello comportaría reconstruir el ahorro interno, que torna al país en dependiente del externo. Dejando de lado que el intercambio mundial en una suma cero, este análisis no tiene en cuenta otra contracara del déficit en cuenta corriente: el endeudamiento del público norteamericano, que en 2004 ha superado los siete billones de dólares.

En verdad, esa cifra no sorprendió a casi nadie, ni debiera desatar una ofensiva proteccionista. “Una parte amplia y creciente de ese rojo y el de pagos reflejan –sostiene un estudio del McKinsey Global Institute- los alcances globales de grandes empresas cuyas sedes se hallan en Estados Unidos.

Aproximadamente un tercio del déficit en cuenta corriente (balanza de pagos, no ya sólo comercio) deriva de subsidiarias de esas compañías en el exterior. Así, Ford importa coches de México y firmas de productos electrónicos fabrican en China o Taiwán. Estas actividades atienden clientes norteamericanos, crean valor agregado en las empresas y generan dividendos a los accionistas. Aunque engrosen los desequilibrios nacionales en pagos y comercio.

Pero probablemente no sean responsables de los vaivenes en paridades cambiarias. El intercambio entre “filiales externas” (así se llaman, según el estudio, las subsidiarias extraterritoriales u “off shore”), sus matrices y compradores norteamericanos pueden inflar o disminuir el rojo en cuenta corriente. Cuando General Motors fabrica vehículos en México, para vender en EE.UU., eleva las importaciones de este país.

Pero también vende parte de esa producción en México mismo, lo cual genera un flujo de fondos a la cuenta corriente norteamericana, pues emplea tecnología, insumos y componentes originados al norte de la frontera. Esta forma más compleja de maquila, pues, promueve exportaciones de EE.UU. a su vecino sur.

Todo impacto negativo en la balanza comercial y de pagos causado por filiales del exterior –cree este análisis- es más anomalía contable que motivo de preocupación económica. Los métodos para calcular la cuenta corriente datan de los 40, cuando escasas compañías operaban fuera de sus países de origen. Hoy, muchísimas han establecido subsidiarias para penetrar nuevos mercados o aprovechar ventajas tales como mano de obra barata o menor presión tributaria.

Pero las herramientas contables se han retrasado respecto de estos cambios: los bienes comprados a filiales extranjeras de firmas norteamericanas se asientan como importaciones en la cuenta corriente. Aunque los produzcan empresas estadounidenses.

Esta concepción, que postula espacios de intercambio continuos sin fronteras convencionales (como ocurre con los flujos financieros), sostiene que es incorrecto tomar los déficit récords en cuenta corriente y balanza comercial como síntomas de un desastre. Hacia 2002, las ventas en EE.UU. de filiales extranjeras acumulaban US$ 2,9 billones, casi tres veces el valor de las exportaciones norteamericanas. Ese total generó US$ 134.000 millones en ingresos a las matrices y añadió unos 3.000 millones a su capitalización bursátil.

Durante los próximos diez años, por lo menos, las inversiones de grupos multinacionales fuera de EE.UU. seguirán aumentado el déficit en cuenta corriente. El 2004, la inversión externa directa mundial llegó al récord de US$ 600.000 millones, Muchos de esos flujos fueron a mercados emergentes y periféricos, donde los costos laborales son un décimo de los prevalentes en EE.UU. Aun si el dólar reanudase su deterioro y lo mantuviera durante años, ello no afectaría las cosas.

Sin extrapolar el valor agregado externo ni el destino de las ganancias obtenidas afuera por el sector privado norteamericano, el estudio formula una recomendación: “en vez de leyes proteccionistas para ‘corregir’ desequilibrios, no tan relevantes como se presume, sería mejor actualizar los métodos estadísticos y contables. Ello implica una visión hacia dentro del intercambio”. Usando cifras de la Oficina de Análisis Económico, este trabajo aplica su concepción “internalizante” y reduce en 25% el déficit en cuenta corriente.

Como ese margen no llega a modificar el perfil hacia fuera de EE.UU., se propone encarar el resto del déficit mediante “acuerdos comerciales más justos para el país”. Esa política consistiría en que el resto del mundo abriese más sus mercados al comercio y las inversiones exógenas (norteamericanas, claro) y no mantuviera monedas artificialmente bajas. Por ejemplo, si fuera posible doblar a 30% de la cuenta corriente las exportaciones de servicios a la Unión Europea –igualándolas a las importaciones-, el déficit norteamericano desaparecería.

Esta propuesta señala que, a su vez, Washington debiera afrontar la parte de los desequilibrios económicos globales que está bajo su control. O sea, el déficit fiscal, cercano a los US$ 450.000 millones. Ello comportaría reconstruir el ahorro interno, que torna al país en dependiente del externo. Dejando de lado que el intercambio mundial en una suma cero, este análisis no tiene en cuenta otra contracara del déficit en cuenta corriente: el endeudamiento del público norteamericano, que en 2004 ha superado los siete billones de dólares.

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