Vecinos de la Argentina se preparan para frenar impacto

Los analistas temen que pueda afectar a los mercados financieros. El mayor riesgo es que el ‘contagio’ podría convertirse en una profecía que se cumple a sí misma.

13 diciembre, 2001

Por algún tiempo fue difícil encontrar análisis de las perspectivas de América del Sur que no mencionaran algún grado de preocupación o incertidumbre acerca de si la crisis de Argentina, cualquiera sea su desarrollo, sería ‘contagiosa’ y si afectaría a sus vecinos. En cierto sentido, ya hubo ‘contagio’, puesto que muchos atribuyeron la presión sobre la moneda brasileña, al menos en parte, a la crisis argentina y, por supuesto, Brasil pudo obtener US$ 15mil millones extras del FMI para amortiguar cualquier consecuencia de esa crisis.

Igualmente, el gobierno chileno ya ha tomado medidas preventivas: apartando US$ 2mil millones de sus reservas para defender el peso, apuntalando con otros US$ 2mil millones en IOUs denominados en dólar y emitiendo en forma preventiva US$ 650 millones en bonos soberanos (que mostró que los mercados, por ahora, hacen distinciones entre Chile y Argentina). También dio señales que emularía a Brasil y recurriría también al FMI -quizá incluso una facilidad de contingencia que hasta ahora el Fondo no ha convencido a nadie para que lo tome.

El mayor riesgo es que el ‘contagio’ podría convertirse en una profecía que se cumple a sí misma, como ha pasado con los ‘temores’ de incumplimiento o devaluación de Argentina que comenzaron a esparcirse a fines del año pasado, y que continúa siendo citado como cubriendo cualquiera de los planes lanzados por el gobierno de la Rúa.

Esta fue la principal fuerza detrás de la continua escalada de la ‘prima del riesgo país’, que terminó haciendo imposible la financiación externa del país y deterioró gravemente su capacidad de pago.

Otra fuerza, fue la concentración obsesiva en el déficit fiscal de Argentina, cuanto que la deuda como el déficit eran moderados para los estándares europeos.

Todo eso, combinado con la casi religiosa promesa de mantener el régimen de convertibilidad de Argentina, que desde 1991 ha mantenido el peso fijado 1:1 con el dólar de EE.UU y el monto de dinero en circulación limitado al monto de dólares en las arcas del banco central.

Ese sistema, una medida de emergencia que probó ser exitoso para su propósito original: detener la hiper-inflación, se volvió un chaleco de fuerza, al impedir que Argentina se adapte a las cambiantes circunstancias externas (como sí lo hizo Brasil con su devaluación en 1999 y el régimen de flotación), lo que trajo como resultado que los productos de exportación de Argentina tuvieran un alto valor y no fueran competitivos en el mercado externo.

Es posible que este régimen no haya sido la única causa de la recesión en que cayó Argentina desde hace tres años, pero sí fue el factor más importante que impidió que el país saliera de ella. La serie de intentos hechos para atacar el problema, recortando gastos públicos, trajo como resultado que se complicaran las cosas.

Irónicamente, en vez de comenzar a ‘temer’ que el año pasado la Argentina podría devaluar, los analistas deberían haber expresado temores de que no tendría la capacidad de hacerlo.

Tal como están las cosas ahora, Argentina se ha embarcado en un propósito de reestructuración de la deuda por medio de canje de bonos, esperando lograr un recorte en las tasas de interés a 7% y una extensión en los términos de vencimiento. Se inició con un valor de US$ 60mil millones en bonos (de un total de US$ 95mil millones), luego de una experiencia piloto doméstica que involucra a fondos de pensión y bancos.

La operación fue calificada en forma abierta como alternativa al incumplimiento (default), lo que significa que el riesgo es no recibir pagos si no da resultado. Si funciona como fue planeado, reducirá la carga del servicio de la deuda del año próximo en unos US$ 4 mil millones, que -si hay recuperación- debería ser manejable.

Las agencias de evaluación de riesgo han dicho que el canje equivalía a ‘incumplimiento selectivo’. Esto puede ser un problema, pues obscurece el hecho que la reestructuración haría que Argentina permanezca ‘abierta para los negocios’ y capaz de pagar. Esto podría dar como resultado que sigan las restricciones financieras observadas el año pasado.

La clave es el crecimiento

La gran advertencia con relación al efecto de la reestructuración es que su éxito depende de la reactivación de la economía de Argentina. El gobierno de la Rúa ha anunciado algunas tímidas medidas en esa dirección, pero ha rechazado por completo la fórmula citada como crucial por dos ex jefes economistas de bancos multilaterales (y algunos importantes economistas en EE.UU): librarse del dólar fijo y permitir la flotación del peso.

La devaluación podría, ser muy costosa para muchas firmas de Argentina que tienen fuertes deudas en dólares, pero muchas de ellas ya han comprado (con descuentos considerables) la porción en bonos de esa deuda. Un problema similar con deudas vinculadas al dólar dentro de Argentina puede ser solucionado con leyes.

El gobierno ha reafirmado que seguirá con el régimen de convertibilidad, que tendrá algo de flexibilidad sólo cuando el dólar y el euro alcancen paridad.

[Algunos de los asesores cercanos del Presidente de la Rúa, han divulgado la idea de que, si la actual reestructuración no puede despegar, la mejor alternativa sería la dolarización completa: caballo de batalla del ex Presidente Carlos Menem.]

Volviendo al ‘contagio’: en la economía real, la mayor parte del daño que la crisis de Argentina pudo hacer a sus vecinos inmediatos, ya está hecha, teniendo en cuenta la abrupta caída de la demanda de sus productos en Argentina. En Brasil y Chile esto a hecho menos mella en los resultados de sus exportaciones que la caída en los precios de sus materias primas. Brasil avanza este año de déficit comercial a superávit; Chile espera un superávit no muy diferente al del año pasado. Brasil y Chile han crecido este año y esperan mayor crecimiento en 2002.

Cualquier eventual ‘contagio’ tendría lugar en los mercados financieros. Considerando los recientes años pasados, no se puede discernir como actuarán.

© Latin American Newsletters

Por algún tiempo fue difícil encontrar análisis de las perspectivas de América del Sur que no mencionaran algún grado de preocupación o incertidumbre acerca de si la crisis de Argentina, cualquiera sea su desarrollo, sería ‘contagiosa’ y si afectaría a sus vecinos. En cierto sentido, ya hubo ‘contagio’, puesto que muchos atribuyeron la presión sobre la moneda brasileña, al menos en parte, a la crisis argentina y, por supuesto, Brasil pudo obtener US$ 15mil millones extras del FMI para amortiguar cualquier consecuencia de esa crisis.

Igualmente, el gobierno chileno ya ha tomado medidas preventivas: apartando US$ 2mil millones de sus reservas para defender el peso, apuntalando con otros US$ 2mil millones en IOUs denominados en dólar y emitiendo en forma preventiva US$ 650 millones en bonos soberanos (que mostró que los mercados, por ahora, hacen distinciones entre Chile y Argentina). También dio señales que emularía a Brasil y recurriría también al FMI -quizá incluso una facilidad de contingencia que hasta ahora el Fondo no ha convencido a nadie para que lo tome.

El mayor riesgo es que el ‘contagio’ podría convertirse en una profecía que se cumple a sí misma, como ha pasado con los ‘temores’ de incumplimiento o devaluación de Argentina que comenzaron a esparcirse a fines del año pasado, y que continúa siendo citado como cubriendo cualquiera de los planes lanzados por el gobierno de la Rúa.

Esta fue la principal fuerza detrás de la continua escalada de la ‘prima del riesgo país’, que terminó haciendo imposible la financiación externa del país y deterioró gravemente su capacidad de pago.

Otra fuerza, fue la concentración obsesiva en el déficit fiscal de Argentina, cuanto que la deuda como el déficit eran moderados para los estándares europeos.

Todo eso, combinado con la casi religiosa promesa de mantener el régimen de convertibilidad de Argentina, que desde 1991 ha mantenido el peso fijado 1:1 con el dólar de EE.UU y el monto de dinero en circulación limitado al monto de dólares en las arcas del banco central.

Ese sistema, una medida de emergencia que probó ser exitoso para su propósito original: detener la hiper-inflación, se volvió un chaleco de fuerza, al impedir que Argentina se adapte a las cambiantes circunstancias externas (como sí lo hizo Brasil con su devaluación en 1999 y el régimen de flotación), lo que trajo como resultado que los productos de exportación de Argentina tuvieran un alto valor y no fueran competitivos en el mercado externo.

Es posible que este régimen no haya sido la única causa de la recesión en que cayó Argentina desde hace tres años, pero sí fue el factor más importante que impidió que el país saliera de ella. La serie de intentos hechos para atacar el problema, recortando gastos públicos, trajo como resultado que se complicaran las cosas.

Irónicamente, en vez de comenzar a ‘temer’ que el año pasado la Argentina podría devaluar, los analistas deberían haber expresado temores de que no tendría la capacidad de hacerlo.

Tal como están las cosas ahora, Argentina se ha embarcado en un propósito de reestructuración de la deuda por medio de canje de bonos, esperando lograr un recorte en las tasas de interés a 7% y una extensión en los términos de vencimiento. Se inició con un valor de US$ 60mil millones en bonos (de un total de US$ 95mil millones), luego de una experiencia piloto doméstica que involucra a fondos de pensión y bancos.

La operación fue calificada en forma abierta como alternativa al incumplimiento (default), lo que significa que el riesgo es no recibir pagos si no da resultado. Si funciona como fue planeado, reducirá la carga del servicio de la deuda del año próximo en unos US$ 4 mil millones, que -si hay recuperación- debería ser manejable.

Las agencias de evaluación de riesgo han dicho que el canje equivalía a ‘incumplimiento selectivo’. Esto puede ser un problema, pues obscurece el hecho que la reestructuración haría que Argentina permanezca ‘abierta para los negocios’ y capaz de pagar. Esto podría dar como resultado que sigan las restricciones financieras observadas el año pasado.

La clave es el crecimiento

La gran advertencia con relación al efecto de la reestructuración es que su éxito depende de la reactivación de la economía de Argentina. El gobierno de la Rúa ha anunciado algunas tímidas medidas en esa dirección, pero ha rechazado por completo la fórmula citada como crucial por dos ex jefes economistas de bancos multilaterales (y algunos importantes economistas en EE.UU): librarse del dólar fijo y permitir la flotación del peso.

La devaluación podría, ser muy costosa para muchas firmas de Argentina que tienen fuertes deudas en dólares, pero muchas de ellas ya han comprado (con descuentos considerables) la porción en bonos de esa deuda. Un problema similar con deudas vinculadas al dólar dentro de Argentina puede ser solucionado con leyes.

El gobierno ha reafirmado que seguirá con el régimen de convertibilidad, que tendrá algo de flexibilidad sólo cuando el dólar y el euro alcancen paridad.

[Algunos de los asesores cercanos del Presidente de la Rúa, han divulgado la idea de que, si la actual reestructuración no puede despegar, la mejor alternativa sería la dolarización completa: caballo de batalla del ex Presidente Carlos Menem.]

Volviendo al ‘contagio’: en la economía real, la mayor parte del daño que la crisis de Argentina pudo hacer a sus vecinos inmediatos, ya está hecha, teniendo en cuenta la abrupta caída de la demanda de sus productos en Argentina. En Brasil y Chile esto a hecho menos mella en los resultados de sus exportaciones que la caída en los precios de sus materias primas. Brasil avanza este año de déficit comercial a superávit; Chile espera un superávit no muy diferente al del año pasado. Brasil y Chile han crecido este año y esperan mayor crecimiento en 2002.

Cualquier eventual ‘contagio’ tendría lugar en los mercados financieros. Considerando los recientes años pasados, no se puede discernir como actuarán.

© Latin American Newsletters

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