Un apagón de bonos federales impulsa la tasa a más de 4,6%

En clima algo histérico, apagón mediante, los bonos de Tesorería volvieron a ceder y, por ende, su tasa de retorno llegó a 4,6% anual, pico en 12 meses. Los inversores en letras acumulan en cinco semanas las mayores pérdidas en 24 años.

15 agosto, 2003

Han bastado apenas tres sesiones para que una ola de indicadores económicos
positivos -junto con la emisión de deuda federal por US$ 104.000 millones,
hace una semana- demoliera las letras federales a dos, tres, cinco y, especialmente,
diez años.

Luego fueron las ventas minoristas (+1,5% en julio, como se informó el
miércoles) y, ahora, es el alza de precios mayoristas. Ambas contradicen
al Sistema de Reserva Federal y su diagnóstico de "inflación
descendente", formulado el martes.

"El SRF dista de haber ganado la batalla contra la inflación. Si la
T-10 alcanza pronto 5% anual, se precisarán algunos años para lograr
ese objeto", opina Wells Capital Management, una cartera de US$ 80.000 millones.

Este "futurible" es mal augurio para las ambiciones reelectorales de
George W. Bush.

El novedoso perfil del mercado explica, de paso, que los indicadores económicos
positivos no estimulen a Wall Street (ayer costó mucho que los principales
índices subieran un modesto 0,4 a 0,8%). ¿Por qué? Porque
los operadores temen que, justamente, un repunte de variables reales trace un
horizonte algo más inflacionario, con el consiguiente riesgo de que la
Reserva Federal eleve los tipos referenciales.

Técnicamente, la política de tasas bajas y el segundo paquete de
rebajas tributarias lanzado por la administración Bush pretenden estimular
una economía aún remolona vía consumo personal y gasto de
las empresas.

Pero, si los tipos largos continúan firmes, habrá menor propensión
a comprar, pues el público paga con tarjetas y sus costos pueden subir.
Por otra parte, si el desempleo no cede en forma sostenida, tarde o temprano la
demanda del público cederá. Con ella, las ventas.

Tradicionalmente, los bonos federales eran un seguro a prueba de balas. Hace varias
semanas que eso no ocurre. Tras rozar el piso de 45 años en junio (3,1%
anual) la tasa a 10 años -contraparte del precio corriente de esa letra-
empezó agosto a 4,59% y, estos días, ronda en 4,56/4,66%.

La volatilidad actual recuerda la de 1987, en plena crisis sistémica internacional
(con el Sudeste asiático, Surcorea, Rusia, Ucrania, Brasil y Argentina
a los tumbos). En aquel momento, las acciones se veían mucho más
castigadas que hoy, tal vez porque recién empiezan a abandonar un desinfle
que duró tres años.

Si continúan la baja de cotizaciones y el alza de retornos, los bonos pueden
darle el golpe de gracia a la tambaleante reputación de Alan Greenspan.
Tanto que, dicen algunos, el ex mago quizás opte por dejar el cargo antes
de vencer su cuarto mandato (mediados de 2004). Pese a que, hace meses, George
W. Bush le pidió permanecer hasta 2008.

Hasta julio los inversores minoristas se empapelaban con bonos T-10. Por ejemplo,
los fondos mutuales acumulaban US$ 208.000 millones, contra 88.000 millones dos
años antes (+136,4%).

Han bastado apenas tres sesiones para que una ola de indicadores económicos
positivos -junto con la emisión de deuda federal por US$ 104.000 millones,
hace una semana- demoliera las letras federales a dos, tres, cinco y, especialmente,
diez años.

Luego fueron las ventas minoristas (+1,5% en julio, como se informó el
miércoles) y, ahora, es el alza de precios mayoristas. Ambas contradicen
al Sistema de Reserva Federal y su diagnóstico de "inflación
descendente", formulado el martes.

"El SRF dista de haber ganado la batalla contra la inflación. Si la
T-10 alcanza pronto 5% anual, se precisarán algunos años para lograr
ese objeto", opina Wells Capital Management, una cartera de US$ 80.000 millones.

Este "futurible" es mal augurio para las ambiciones reelectorales de
George W. Bush.

El novedoso perfil del mercado explica, de paso, que los indicadores económicos
positivos no estimulen a Wall Street (ayer costó mucho que los principales
índices subieran un modesto 0,4 a 0,8%). ¿Por qué? Porque
los operadores temen que, justamente, un repunte de variables reales trace un
horizonte algo más inflacionario, con el consiguiente riesgo de que la
Reserva Federal eleve los tipos referenciales.

Técnicamente, la política de tasas bajas y el segundo paquete de
rebajas tributarias lanzado por la administración Bush pretenden estimular
una economía aún remolona vía consumo personal y gasto de
las empresas.

Pero, si los tipos largos continúan firmes, habrá menor propensión
a comprar, pues el público paga con tarjetas y sus costos pueden subir.
Por otra parte, si el desempleo no cede en forma sostenida, tarde o temprano la
demanda del público cederá. Con ella, las ventas.

Tradicionalmente, los bonos federales eran un seguro a prueba de balas. Hace varias
semanas que eso no ocurre. Tras rozar el piso de 45 años en junio (3,1%
anual) la tasa a 10 años -contraparte del precio corriente de esa letra-
empezó agosto a 4,59% y, estos días, ronda en 4,56/4,66%.

La volatilidad actual recuerda la de 1987, en plena crisis sistémica internacional
(con el Sudeste asiático, Surcorea, Rusia, Ucrania, Brasil y Argentina
a los tumbos). En aquel momento, las acciones se veían mucho más
castigadas que hoy, tal vez porque recién empiezan a abandonar un desinfle
que duró tres años.

Si continúan la baja de cotizaciones y el alza de retornos, los bonos pueden
darle el golpe de gracia a la tambaleante reputación de Alan Greenspan.
Tanto que, dicen algunos, el ex mago quizás opte por dejar el cargo antes
de vencer su cuarto mandato (mediados de 2004). Pese a que, hace meses, George
W. Bush le pidió permanecer hasta 2008.

Hasta julio los inversores minoristas se empapelaban con bonos T-10. Por ejemplo,
los fondos mutuales acumulaban US$ 208.000 millones, contra 88.000 millones dos
años antes (+136,4%).

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