Tasas: ¿Señales de anomalías sistémicas en economías centrales?

Nadie se sorpendió. La falta de ideas anticíclicas hizo que el Banco Central Europeo mantuviera en 2% el tipo básico de su zona. Como también se preveía, el Banco de Inglaterra deja en un astronómico 4,75% anual su propia tasa referencial.

14 enero, 2005

Amén de la desmedida brecha entre dos de los tres principales tipos (2% el del BCE, 2,25% el de la Reserva Federal) y el británico, existe también amplia diferencia entre éste y la libor –interbancaria anual a seis meses-, que roza 2,9%. Por el contrario, la tasa sobre letras de Tesorería a diez años (Estados Unidos) recién ahora pasa un poco de 4% anual.

En circunstancias normales, que parecen haber pasado a la historia desde la crisis sistémica global de 1997-8, esos diferenciales dentro de cada una de las plazas financieras dominantes, y entre ellas, habrían generado otra crisis como la de 1992. Hasta fines del siglo XX, en efecto, sólo los tipos japoneses –el básico sigue alrededor de 0,1% anual; o sea, no existe- podían ser anómalos sin desatar una reacción en cadena.

En general, los economistas serios, de neoclásicos a neokeinesianos, creen que el mercado financiero mundial es un “caso de estudios”. Por ejemplo, las relaciones entre tasas y otras variables (precios, inclusive) parecen más regulares en economías emergentes y periféricas que en las centrales. “En Gran Bretaña hay un ciclo de prosperidad en la economía, pero con precios muy altos y una burbuja inmobiliaria peligrosa. En la Eurozona –apunta Robert Kuttner-, los tipos exiguos coexisten con altos precios de bienes y servicios, más un euro sobrevaluado en relación con el dólar y, en la península ibérica, una burbuja inmobiliaria peor que la británica”.

En Estados Unidos, la aparente prosperidad de la clase media urbana no depende de las tasas, salvo las hipotecarias, sino del creciente endeudamiento del público (alrededor de US$7,5 billones a fines de 2004). “Esas anomalías reflejan la extrema adicción al endeudamiento público y privado, financiados desde el exterior. En tales condiciones, el dólar barato no promueve exportaciones ni frena importaciones; de ahí el nuevo récord en el déficit comercial: US$60.300 millones en noviembre”, explica un trabajo interno de… Chicago.

Las distorsiones generadas por “un euro prematuramente impuesto como moneda única en 12 países y la indisciplina fiscal de algunos, quiebran el nexo natural entre divisa cara y déficit bajo”. De hecho, Alemania, Francia e Italia, las mayores economías de la Eurozona, vienen desacatando el pacto de estabilidad fiscal (1996) desde 2001. Pero la escasa calidad política de la nueva Comisión Europea y la pasividad del BCE –extendidas al Bundesbank y la Banque de France, mientras el central italiano no pesa para nada en su propio gobierno- traba toda salida virtuosa. Por eso, casi nadie (ni siquiera el Parlamento Europeo, cifrado en una constitución que asegure bancas y altísimas dietas a los legisladores) pregunta en voz alta cuál será la suerte del euro en una UE de 25 miembros.

Primero, porque incluye economías relativamente subdesarrolladas (Polonia, Eslovaquia, Grecia) y países casi virtuales (Malta, Chipre). Segundo, porque se niegan a adoptar el euro economías tan avanzadas como Gran Bretaña –la segunda en la UE-, Suecia y Dinamarca. Tercero, porque Noruega (tercera exportadora mundial de petróleo), Islandia y Suiza ni siquieta figuran en la UE. En síntesis, como presume Michael Mussa (ex analista principal del Fondo Monetario), “las relaciones anómalas entre tasas y paridades cambiarias quizás estén manifestando fallas estructurales en la Unión Europea y en Estados Unidos”.

Amén de la desmedida brecha entre dos de los tres principales tipos (2% el del BCE, 2,25% el de la Reserva Federal) y el británico, existe también amplia diferencia entre éste y la libor –interbancaria anual a seis meses-, que roza 2,9%. Por el contrario, la tasa sobre letras de Tesorería a diez años (Estados Unidos) recién ahora pasa un poco de 4% anual.

En circunstancias normales, que parecen haber pasado a la historia desde la crisis sistémica global de 1997-8, esos diferenciales dentro de cada una de las plazas financieras dominantes, y entre ellas, habrían generado otra crisis como la de 1992. Hasta fines del siglo XX, en efecto, sólo los tipos japoneses –el básico sigue alrededor de 0,1% anual; o sea, no existe- podían ser anómalos sin desatar una reacción en cadena.

En general, los economistas serios, de neoclásicos a neokeinesianos, creen que el mercado financiero mundial es un “caso de estudios”. Por ejemplo, las relaciones entre tasas y otras variables (precios, inclusive) parecen más regulares en economías emergentes y periféricas que en las centrales. “En Gran Bretaña hay un ciclo de prosperidad en la economía, pero con precios muy altos y una burbuja inmobiliaria peligrosa. En la Eurozona –apunta Robert Kuttner-, los tipos exiguos coexisten con altos precios de bienes y servicios, más un euro sobrevaluado en relación con el dólar y, en la península ibérica, una burbuja inmobiliaria peor que la británica”.

En Estados Unidos, la aparente prosperidad de la clase media urbana no depende de las tasas, salvo las hipotecarias, sino del creciente endeudamiento del público (alrededor de US$7,5 billones a fines de 2004). “Esas anomalías reflejan la extrema adicción al endeudamiento público y privado, financiados desde el exterior. En tales condiciones, el dólar barato no promueve exportaciones ni frena importaciones; de ahí el nuevo récord en el déficit comercial: US$60.300 millones en noviembre”, explica un trabajo interno de… Chicago.

Las distorsiones generadas por “un euro prematuramente impuesto como moneda única en 12 países y la indisciplina fiscal de algunos, quiebran el nexo natural entre divisa cara y déficit bajo”. De hecho, Alemania, Francia e Italia, las mayores economías de la Eurozona, vienen desacatando el pacto de estabilidad fiscal (1996) desde 2001. Pero la escasa calidad política de la nueva Comisión Europea y la pasividad del BCE –extendidas al Bundesbank y la Banque de France, mientras el central italiano no pesa para nada en su propio gobierno- traba toda salida virtuosa. Por eso, casi nadie (ni siquiera el Parlamento Europeo, cifrado en una constitución que asegure bancas y altísimas dietas a los legisladores) pregunta en voz alta cuál será la suerte del euro en una UE de 25 miembros.

Primero, porque incluye economías relativamente subdesarrolladas (Polonia, Eslovaquia, Grecia) y países casi virtuales (Malta, Chipre). Segundo, porque se niegan a adoptar el euro economías tan avanzadas como Gran Bretaña –la segunda en la UE-, Suecia y Dinamarca. Tercero, porque Noruega (tercera exportadora mundial de petróleo), Islandia y Suiza ni siquieta figuran en la UE. En síntesis, como presume Michael Mussa (ex analista principal del Fondo Monetario), “las relaciones anómalas entre tasas y paridades cambiarias quizás estén manifestando fallas estructurales en la Unión Europea y en Estados Unidos”.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades