Tasas: el BCE sigue sin tener en claro qué hacer con ellas

La Unión Europea vive su peor crisis, pero el emisor de la Eurozona no atina a manejar los intereses referenciales. La entidad, virtual títere del Bundesbank alemán, no sale de la confusión y su presidente corre serio peligro político.

21 junio, 2005

En tanto la economía real de la Eurozona (los doce adherentes a la moneda común) languidece y se desploma el consenso político en la propia Unión Europea (los veintinco), Jean-Clade Trichet demuestra que tenían asidero los temores emergentes de su forzado nombramiento. El polémico banquero estaba involucrado en el mayor escándalo financiero europeo del momento (la privatización de Crédit Lyonnais, años 90) y Jacques Chirac obligó en 2003 a desprocesarlo para que París no perdiera la conducción del BCE.

El desinfle político de Chirac, a causa del NO al plebiscito, deja a Trichet sin paraguas. De pronto, entonces, medios galos por lo común remisos a tocar “gente importante” empiezan a sugerir la renuncia de Trichet, si no la reapertura de las causas que protagonizaba hasta hace dos o tres años.

El BCE, creado en 1996 al calor de dos tratados (Maastricht en 1994, luego el pacto de estabilidad fiscal hoy cuestionado por Francia, Alemania e Italia), sufre crecientes presiones para reducir tasas básicas, ahora en 3% anual. A la sazón, la incapacidad del pacto y de Trichet para contribuir a una reactivación económica, luego de salpicar a los propios gobiernos de la Eurozona, influyó mucho en el NO de Francia y Holanda. Por lógico contagio sociopolítico, el público se ha vuelto contra el propio euro.

No es difícil, pues, deducir que el congelamiento del proyecto constitucional y sus secuelas –ruptura anglofrancesa sobre presupuesto y subsidios agrícolas, cuestionamiento de futuros ingresos a la UE- han llevado a la profunda crisis desatada el jueves. Por consiguiente, el ya endeble BCE carece de sustento político para desarrollar políticas monetarias proactivas.

Dirigentes británicos, franceses, italianos, alemanes y escandinavos han salido a cuestionar abiertamente –por motivos distintos-, la validez de varias instituciones. En particular, la propia Comisión Europea (dominada por conservadores pro mercado) y el BCE, de similar cariz. En un extremo, dos componentes de la alianza italiana de derechas (Liga norte y la neofascista Acción nacional) piden la vuelta de la lira, atada al dólar, como “moneda cotidiana” en coexistencia con el euro. En el otro, un ente tan ortodoxo como la Organización de cooperación pro desarrollo económico (OCDE) sostiene que el BCE debiera abandonar reticencias y bajar tasas.

Entretanto, asoma en el horizonte otra clase de amenaza. Frustradas por crecientes versiones sobre postergación sin plazo de negociaciones para entrar en la UE, Rumania, Bulgaria y Turquía quizá se dejen tentar por Mefistófeles. Para el caso, discretos sondeos de Rusia para integrar una especie de “antieurozona”, que incluiría a Ucrania, las repúblicas caucásicas y Asia central. Sería el mayor bloque exportador-transportador de hidrocarburos en el mundo.

En tanto la economía real de la Eurozona (los doce adherentes a la moneda común) languidece y se desploma el consenso político en la propia Unión Europea (los veintinco), Jean-Clade Trichet demuestra que tenían asidero los temores emergentes de su forzado nombramiento. El polémico banquero estaba involucrado en el mayor escándalo financiero europeo del momento (la privatización de Crédit Lyonnais, años 90) y Jacques Chirac obligó en 2003 a desprocesarlo para que París no perdiera la conducción del BCE.

El desinfle político de Chirac, a causa del NO al plebiscito, deja a Trichet sin paraguas. De pronto, entonces, medios galos por lo común remisos a tocar “gente importante” empiezan a sugerir la renuncia de Trichet, si no la reapertura de las causas que protagonizaba hasta hace dos o tres años.

El BCE, creado en 1996 al calor de dos tratados (Maastricht en 1994, luego el pacto de estabilidad fiscal hoy cuestionado por Francia, Alemania e Italia), sufre crecientes presiones para reducir tasas básicas, ahora en 3% anual. A la sazón, la incapacidad del pacto y de Trichet para contribuir a una reactivación económica, luego de salpicar a los propios gobiernos de la Eurozona, influyó mucho en el NO de Francia y Holanda. Por lógico contagio sociopolítico, el público se ha vuelto contra el propio euro.

No es difícil, pues, deducir que el congelamiento del proyecto constitucional y sus secuelas –ruptura anglofrancesa sobre presupuesto y subsidios agrícolas, cuestionamiento de futuros ingresos a la UE- han llevado a la profunda crisis desatada el jueves. Por consiguiente, el ya endeble BCE carece de sustento político para desarrollar políticas monetarias proactivas.

Dirigentes británicos, franceses, italianos, alemanes y escandinavos han salido a cuestionar abiertamente –por motivos distintos-, la validez de varias instituciones. En particular, la propia Comisión Europea (dominada por conservadores pro mercado) y el BCE, de similar cariz. En un extremo, dos componentes de la alianza italiana de derechas (Liga norte y la neofascista Acción nacional) piden la vuelta de la lira, atada al dólar, como “moneda cotidiana” en coexistencia con el euro. En el otro, un ente tan ortodoxo como la Organización de cooperación pro desarrollo económico (OCDE) sostiene que el BCE debiera abandonar reticencias y bajar tasas.

Entretanto, asoma en el horizonte otra clase de amenaza. Frustradas por crecientes versiones sobre postergación sin plazo de negociaciones para entrar en la UE, Rumania, Bulgaria y Turquía quizá se dejen tentar por Mefistófeles. Para el caso, discretos sondeos de Rusia para integrar una especie de “antieurozona”, que incluiría a Ucrania, las repúblicas caucásicas y Asia central. Sería el mayor bloque exportador-transportador de hidrocarburos en el mundo.

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