¿Qué pasaría si la inflación norteamericana estuviese subestimada?

En Estados Unidos, algunos creen que el índice de precios al consumidor (IPC) y su componente inmobiliario subestiman la inflación real. Circulan teorías conspirativas. Una es que mantener baja esa estadística le ahorra dinero al estado.

12 junio, 2006

Pero, afirman otros, en verdad un componente importante del indicador puede haber sido subestimado en los últimos diez años: la vivienda. Desde 1983, el gobierno ha medido su precio no siguiendo los valores reales, sino lo que llama “renta imputada del propietario”. O sea, el alquiler potencial de la unidad. Este truco técnico hace que la vivienda constituya casi un cuarto de todo el IPC.

Al operarse ese cambio, el gobierno difundió estadísticas indicando que el nuevo cálculo no se diferenciaría mucho de los guarismos previos. Así ocurrió hasta 1996. Desde entonces, el índice del valor vivienda –compilado por una oficina supervisora federal- se ha doblado, pero la renta imputada lo ha hecho en menos de un tercio.

Si el gobierno hubiese computado el IPC empleando precios reales de vivienda desde 1996, el índice no habría ascendido 2,5% anual (como se sostiene), sino más de 4%. Por lo mismo, el índice básico –esa ficción estadigráfica que excluye alimentos, energía e hidrocarburos- sería hoy 4,2% anual, no 2,2%. Esta disparidad plantea una pregunta: ¿la Reserva Federal no debiera ajustar tasas referenciales a mucho mayor ritmo que los tímidos 25 puntos básicos actuales?

Pero ese mismo juego de números quizá refleje ahora el problema opuesto: si el auge de bienes raíces en verdad está cediendo, los alquileres debieran empezar a acercarse a los precios reales. Ergo, la inflación presunta sería superior a la real, sostienen quienes creen que los precios inmobiliarios deben medirse según sus valores de mercado.

En semejante desbarajuste aritmético, Benjamin Bernanke (Reserva Federal) quiere que el público norteamericano gaste y se endeude menos. El Fondo Monetario le recomienda los mismo al gobierno. Pero el banquero central pretende que el sector privado local y los consumidores del exterior se hagan cargo de la diferencia. En particular, los de Asia oriental, que tienen altos superávit comerciales. Eso debiera conllevar “mayor flexibilidad entre paridades cambiarias” (señala el emisor), pero no un fortalecimiento del dólar como ha ocurrido la última semana.

El tema inmobiliario no se restringe a Estados Unidos, claro. En varias economías centrales y algunas no tanto, los precios de bienes raíces han estado elevàndose en forma descontrolada. Por ejemplo, una publicación inglesa señala que el valor total de la propiedad en los países más ricos ha crecido 75% en el quinquenio 2001-5 y suma US$ 75 billones, es decir más que el ingreso nacional del mismo bloque. Por supuesto, ahí donde la vivienda se ha encarecido, propietarios e inversores en la actividad gastan más dinero en otros consumos.

A primera vista y como lo sostiene la misma fuente (el ortodoxo “Economist”), ese tipo de especulación sigue mostrando vigor y es positivo, al menos en una óptica mercantilista. Por ejemplo, los valores inmobiliarios treparon 12,5% en EE.UU. de abril de 2005 a marzo último; pese a síntomas sobre desinfle de una burbuja que data de 2001. A lo más, los analistas de mercado esperan un “aterrizaje suave”, como si este fenómeno estuviese aislados del resto de las franjas especulativas, hoy muy volátiles alrededor del mundo.

Pero, afirman otros, en verdad un componente importante del indicador puede haber sido subestimado en los últimos diez años: la vivienda. Desde 1983, el gobierno ha medido su precio no siguiendo los valores reales, sino lo que llama “renta imputada del propietario”. O sea, el alquiler potencial de la unidad. Este truco técnico hace que la vivienda constituya casi un cuarto de todo el IPC.

Al operarse ese cambio, el gobierno difundió estadísticas indicando que el nuevo cálculo no se diferenciaría mucho de los guarismos previos. Así ocurrió hasta 1996. Desde entonces, el índice del valor vivienda –compilado por una oficina supervisora federal- se ha doblado, pero la renta imputada lo ha hecho en menos de un tercio.

Si el gobierno hubiese computado el IPC empleando precios reales de vivienda desde 1996, el índice no habría ascendido 2,5% anual (como se sostiene), sino más de 4%. Por lo mismo, el índice básico –esa ficción estadigráfica que excluye alimentos, energía e hidrocarburos- sería hoy 4,2% anual, no 2,2%. Esta disparidad plantea una pregunta: ¿la Reserva Federal no debiera ajustar tasas referenciales a mucho mayor ritmo que los tímidos 25 puntos básicos actuales?

Pero ese mismo juego de números quizá refleje ahora el problema opuesto: si el auge de bienes raíces en verdad está cediendo, los alquileres debieran empezar a acercarse a los precios reales. Ergo, la inflación presunta sería superior a la real, sostienen quienes creen que los precios inmobiliarios deben medirse según sus valores de mercado.

En semejante desbarajuste aritmético, Benjamin Bernanke (Reserva Federal) quiere que el público norteamericano gaste y se endeude menos. El Fondo Monetario le recomienda los mismo al gobierno. Pero el banquero central pretende que el sector privado local y los consumidores del exterior se hagan cargo de la diferencia. En particular, los de Asia oriental, que tienen altos superávit comerciales. Eso debiera conllevar “mayor flexibilidad entre paridades cambiarias” (señala el emisor), pero no un fortalecimiento del dólar como ha ocurrido la última semana.

El tema inmobiliario no se restringe a Estados Unidos, claro. En varias economías centrales y algunas no tanto, los precios de bienes raíces han estado elevàndose en forma descontrolada. Por ejemplo, una publicación inglesa señala que el valor total de la propiedad en los países más ricos ha crecido 75% en el quinquenio 2001-5 y suma US$ 75 billones, es decir más que el ingreso nacional del mismo bloque. Por supuesto, ahí donde la vivienda se ha encarecido, propietarios e inversores en la actividad gastan más dinero en otros consumos.

A primera vista y como lo sostiene la misma fuente (el ortodoxo “Economist”), ese tipo de especulación sigue mostrando vigor y es positivo, al menos en una óptica mercantilista. Por ejemplo, los valores inmobiliarios treparon 12,5% en EE.UU. de abril de 2005 a marzo último; pese a síntomas sobre desinfle de una burbuja que data de 2001. A lo más, los analistas de mercado esperan un “aterrizaje suave”, como si este fenómeno estuviese aislados del resto de las franjas especulativas, hoy muy volátiles alrededor del mundo.

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