Otro lobby dolarizador armado por Steve Hanke en Washington

Ex asesor rentado de Domingo F. Cavallo y hoy uno de los “nuevos halcones” de George W. Bush, el consultor Steven Hanke vuelve a plantear la dolarización. Ahora, vía un senador de la derecha y una campaña para frustrar el acuerdo FMI-Argentina.

30 junio, 2003

Esta vez, un ala de la operación adopta ropaje institucional y se presenta
como “informe bicameral del Congreso norteamericano”. En realidad, es
un trabajo destinado al comité económico conjunto y firmado por
su vicepresidente, el senador republicano James Sexton, incondicional de los recortes
tributarios y allegado al sector financiero de la costa atlántica. Sus
autores son en verdad Hanke y Kurt Schüler, apóstoles de la convertibilidad
y la dolarización a ultranza, dos instrumentos anacrónicos de política
monetaria. Su objeto: trabar las negociaciones entre el Fondo Monetario Internacional
y Argentina.

Naturalmente, el informe se centra en una “catástrofe”, que
el propio FMI asocia ahora a la gestión 1991-2001, dominada por el modelo
que Hanke mismo armó para Cavallo. Por supuesto, el trabajo es duro con
el Fondo y responde a la campaña de Washington contra la entidad. Aun
con este sesgo, la versión del estudio en Internet Red admite que la
crisis sistémica internacional iniciada en el sudeste asiático
(julio de 1997) y contagiada a Rusia, Brasil, Turquía y Nigeria, inició
en Argentina la recesión que haría crisis en 2001. Pero omite
el papel decisivo de la paridad cambiaria rígida que sobrevaluó
el peso ya desde el principio (12,5% en abril de1991).

Tras una larga serie de disquisiciones en una jerga econométrica “estilo
John Hopkins”, Schüler recomienda una nueva dolarización, con
baja de salarios reales, “estado chico” y priorización del
derecho de propiedad, en particular financiera. En este aspecto, la prédica
de Saxton, Hanke, Schüler y la secretaría de Hacienda se aparta
de la ultraderecha patriótica orientada por Robert Kagan y Richard Perle,
que privilegia la misión imperial sobre “los simples números”
(Proyecto para el Nuevo Siglo Norteamericano, 1997 y 2002).

El texto difundido denota un aporte argentino, ya que parte de 1810, aunque
con una visión “ultramonetarista” que recién surge en
el Consenso de Washington (1989).Así, la reseña sobre la fase
“patrón oro” pasa por alto el papel de la libra y, además,
habla de un “auge económico” a fines del siglo XIX. Justamente,
los años del cese de pagos y el rescate del máximo acreedor (Baring
Brothers) por parte del Banco de Inglaterra. Este trabajo tampoco se detiene
en la desastrosa política fiscal de Bush, la multiplicación exponencial
de los “déficits gemelos” y su papel en la licuación
final de aquel Consenso. Los autores hacen, sí, una concesión
que no carece de humor: dolarizar, pero no ya a un peso por dólar.

La otra ala de la ofensiva, también ligada a la ultraderecha republicana,
“sólo” busca impedir un nuevo crédito contingente (“stand
by”) por tres años. También trata de que Argentina no aplique
controles sobre flujos de capitales cortoplacistas, al estilo chileno. Pero
aquí hay un dato de la realidad: Thomas Dawson, vocero del FMI, apoyó
esa medida y, de inmediato, John Snow (Hacienda) la censuró. Simultáneamente,
en Buenos Aires medios y columnistas vinculados al sector financiero o bursátil
se alineaban con Snow. En una postura “tercerista”, John Taylor -subsecretario
en Hacienda- presentaba una lista de exigencias a la Argentina (achicamiento
de la banca, alzas de tarifas, replanteo de las relaciones con las provincias,
etc.) muy similar a la formulada por el Banco Mundial… en octubre de 1989.

Tanto Snow como Taylor no abrevan en la universidad John Hopkins, sino en otro
semillero ultraconservador, la Heritage Foundation. El subsecretario, por su
parte, consulta frecuentemente a Alan Meltzer y Adam Lerrick, por lo común
vía una allegada a todos ellos: Anne Krueger, segunda ejecutiva del FMI,
hoy en vísperas de dejar el cargo por sus críticas a los gastos
bélicos de EE.UU. La HF opera, en esta oportunidad, a través de
dos analistas económicos, Ana Eiras y Stephen Johnson. En forma colateral,
este grupo sostiene a Krueger y hasta la postula como sucesora de Horst Köhler,
actual director gerente del Fondo, de quien desconfían a raíz
de su “actitud blanda hacia Argentina”.

Pero todas estas movidas podrían tener otro desenlace. Sugestivamente.
un francés, el conservador Guy Sorman, nota que gente “tradicionalmente
hostil al estatismo, como Perle, Francis Fukuyama o Jean Kirkpatrick refunda
su ideología económica”. En un sentido, aceptar crecientes
déficit federales en aras de una guerra sin cuartel contra el terrorismo
islámico se parece al modelo generado por la derecha religiosa que controla
Israel. Sólo que el rojo de Tel Aviv lo solventa EE.UU., en tanto el
rojo norteamericano -otrora cubierto por la inversión exógena-
carece hoy de financiantes.

Esta vez, un ala de la operación adopta ropaje institucional y se presenta
como “informe bicameral del Congreso norteamericano”. En realidad, es
un trabajo destinado al comité económico conjunto y firmado por
su vicepresidente, el senador republicano James Sexton, incondicional de los recortes
tributarios y allegado al sector financiero de la costa atlántica. Sus
autores son en verdad Hanke y Kurt Schüler, apóstoles de la convertibilidad
y la dolarización a ultranza, dos instrumentos anacrónicos de política
monetaria. Su objeto: trabar las negociaciones entre el Fondo Monetario Internacional
y Argentina.

Naturalmente, el informe se centra en una “catástrofe”, que
el propio FMI asocia ahora a la gestión 1991-2001, dominada por el modelo
que Hanke mismo armó para Cavallo. Por supuesto, el trabajo es duro con
el Fondo y responde a la campaña de Washington contra la entidad. Aun
con este sesgo, la versión del estudio en Internet Red admite que la
crisis sistémica internacional iniciada en el sudeste asiático
(julio de 1997) y contagiada a Rusia, Brasil, Turquía y Nigeria, inició
en Argentina la recesión que haría crisis en 2001. Pero omite
el papel decisivo de la paridad cambiaria rígida que sobrevaluó
el peso ya desde el principio (12,5% en abril de1991).

Tras una larga serie de disquisiciones en una jerga econométrica “estilo
John Hopkins”, Schüler recomienda una nueva dolarización, con
baja de salarios reales, “estado chico” y priorización del
derecho de propiedad, en particular financiera. En este aspecto, la prédica
de Saxton, Hanke, Schüler y la secretaría de Hacienda se aparta
de la ultraderecha patriótica orientada por Robert Kagan y Richard Perle,
que privilegia la misión imperial sobre “los simples números”
(Proyecto para el Nuevo Siglo Norteamericano, 1997 y 2002).

El texto difundido denota un aporte argentino, ya que parte de 1810, aunque
con una visión “ultramonetarista” que recién surge en
el Consenso de Washington (1989).Así, la reseña sobre la fase
“patrón oro” pasa por alto el papel de la libra y, además,
habla de un “auge económico” a fines del siglo XIX. Justamente,
los años del cese de pagos y el rescate del máximo acreedor (Baring
Brothers) por parte del Banco de Inglaterra. Este trabajo tampoco se detiene
en la desastrosa política fiscal de Bush, la multiplicación exponencial
de los “déficits gemelos” y su papel en la licuación
final de aquel Consenso. Los autores hacen, sí, una concesión
que no carece de humor: dolarizar, pero no ya a un peso por dólar.

La otra ala de la ofensiva, también ligada a la ultraderecha republicana,
“sólo” busca impedir un nuevo crédito contingente (“stand
by”) por tres años. También trata de que Argentina no aplique
controles sobre flujos de capitales cortoplacistas, al estilo chileno. Pero
aquí hay un dato de la realidad: Thomas Dawson, vocero del FMI, apoyó
esa medida y, de inmediato, John Snow (Hacienda) la censuró. Simultáneamente,
en Buenos Aires medios y columnistas vinculados al sector financiero o bursátil
se alineaban con Snow. En una postura “tercerista”, John Taylor -subsecretario
en Hacienda- presentaba una lista de exigencias a la Argentina (achicamiento
de la banca, alzas de tarifas, replanteo de las relaciones con las provincias,
etc.) muy similar a la formulada por el Banco Mundial… en octubre de 1989.

Tanto Snow como Taylor no abrevan en la universidad John Hopkins, sino en otro
semillero ultraconservador, la Heritage Foundation. El subsecretario, por su
parte, consulta frecuentemente a Alan Meltzer y Adam Lerrick, por lo común
vía una allegada a todos ellos: Anne Krueger, segunda ejecutiva del FMI,
hoy en vísperas de dejar el cargo por sus críticas a los gastos
bélicos de EE.UU. La HF opera, en esta oportunidad, a través de
dos analistas económicos, Ana Eiras y Stephen Johnson. En forma colateral,
este grupo sostiene a Krueger y hasta la postula como sucesora de Horst Köhler,
actual director gerente del Fondo, de quien desconfían a raíz
de su “actitud blanda hacia Argentina”.

Pero todas estas movidas podrían tener otro desenlace. Sugestivamente.
un francés, el conservador Guy Sorman, nota que gente “tradicionalmente
hostil al estatismo, como Perle, Francis Fukuyama o Jean Kirkpatrick refunda
su ideología económica”. En un sentido, aceptar crecientes
déficit federales en aras de una guerra sin cuartel contra el terrorismo
islámico se parece al modelo generado por la derecha religiosa que controla
Israel. Sólo que el rojo de Tel Aviv lo solventa EE.UU., en tanto el
rojo norteamericano -otrora cubierto por la inversión exógena-
carece hoy de financiantes.

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