Londres: el clásico broker está vivito y prospera

Lo creían muerto y enterrado, pero el típico agente bursátil londinense –intermediario entre compañías y sus mayores accionistas- sigue durando. En buena medida, gracias a la ola de escándalos empresarios y financieros.

13 noviembre, 2004

Este mismo año, varias grandes bancas de inversión norteamericanas han tratado de recomponer sus operaciones de intermediación. En abril, Morgan Stanley le sacó todo un equipo de agentes profesionales ingleses a Merrill Lynch. Hace poco, JP Morgan Chase unió fuerzas con Cazenove, el último agente independiente de Londres. Tiempo antes, bancas como UBS o Citigroup habían iniciado esta batalla para quedarse con los mejores clientes institucionales.

La intermediación profesional es algo específicamente británico, pues las normas bursátiles exigen que cada empresa retenga al menos un agente propio. Entretanto, las bancas de inversión vuelven a dar relevancia a relaciones estables y a largo plazo con los clientes.

Pero, claro, al derrumbarse el “mercado toro” de los 90, quedó en claro que algunas de las mayores bancas mundiales se habían pasado buena parte de esa década persiguiendo más comisiones y honorarios, no ya estableciendo relaciones transparentes con su clientela.

Sus analistas recomendaban papeles de firmas en las que no creían y sus expertos diseñaban turbios mecanismos para que compañías como Enron o WorldCom inflasen ingresos o utilidades. Por otro costado, esas bancas timoneaban emisiones de bonos para empresas que, como Parmalat, luego quedarían en evidencia como máquinas de fraudes y desfalcos.

Ahora, los propios banqueros recalcan la importancia de una buena reputación y la confianza de los clientes. En una actividad –no “industria”, como está de moda llamarla- donde la competencia es intensa y muchos servicios se ven ya como “insumos”, los nexos de largo plazo pueden dar a una banca ventajas sobre los rivales.

Por sí mismas, empero, esas relaciones no bastan. Como David Mayhew (Cazenave) admitía, “el agente profesional debe saber que, en ciertos casos, carece de la pericia para brindar ciertos tipos de asesoría en muy alto nivel. Si no lo hace, otras bancas se llevarán el negocio”.

Ello responde, en gran parte, a la globalización en los mercados de capital. Pero también subraya la declinante relevancia de las acciones como fuente básica de financiamiento. “En los últimos quince años, el valor de las compañías ha dejando de apoyarse en títulos de renta variable y ha pasado a títulos de renta mínima fija. O sea, bonos”, apunta Michael Klein, de Citigroup. “Por tanto, es preciso discutir esos temas con los clientes”. Ésa es la misión de los “brokers” clásicos.

Este mismo año, varias grandes bancas de inversión norteamericanas han tratado de recomponer sus operaciones de intermediación. En abril, Morgan Stanley le sacó todo un equipo de agentes profesionales ingleses a Merrill Lynch. Hace poco, JP Morgan Chase unió fuerzas con Cazenove, el último agente independiente de Londres. Tiempo antes, bancas como UBS o Citigroup habían iniciado esta batalla para quedarse con los mejores clientes institucionales.

La intermediación profesional es algo específicamente británico, pues las normas bursátiles exigen que cada empresa retenga al menos un agente propio. Entretanto, las bancas de inversión vuelven a dar relevancia a relaciones estables y a largo plazo con los clientes.

Pero, claro, al derrumbarse el “mercado toro” de los 90, quedó en claro que algunas de las mayores bancas mundiales se habían pasado buena parte de esa década persiguiendo más comisiones y honorarios, no ya estableciendo relaciones transparentes con su clientela.

Sus analistas recomendaban papeles de firmas en las que no creían y sus expertos diseñaban turbios mecanismos para que compañías como Enron o WorldCom inflasen ingresos o utilidades. Por otro costado, esas bancas timoneaban emisiones de bonos para empresas que, como Parmalat, luego quedarían en evidencia como máquinas de fraudes y desfalcos.

Ahora, los propios banqueros recalcan la importancia de una buena reputación y la confianza de los clientes. En una actividad –no “industria”, como está de moda llamarla- donde la competencia es intensa y muchos servicios se ven ya como “insumos”, los nexos de largo plazo pueden dar a una banca ventajas sobre los rivales.

Por sí mismas, empero, esas relaciones no bastan. Como David Mayhew (Cazenave) admitía, “el agente profesional debe saber que, en ciertos casos, carece de la pericia para brindar ciertos tipos de asesoría en muy alto nivel. Si no lo hace, otras bancas se llevarán el negocio”.

Ello responde, en gran parte, a la globalización en los mercados de capital. Pero también subraya la declinante relevancia de las acciones como fuente básica de financiamiento. “En los últimos quince años, el valor de las compañías ha dejando de apoyarse en títulos de renta variable y ha pasado a títulos de renta mínima fija. O sea, bonos”, apunta Michael Klein, de Citigroup. “Por tanto, es preciso discutir esos temas con los clientes”. Ésa es la misión de los “brokers” clásicos.

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