Las finanzas no admiten emociones

La herramienta más poderosa que tenemos para minimizar nuestro gasto es prescindir de las emociones y los impulsos. La cuestión es aprender a hacerlo.

6 mayo, 2013

Por lo general, nos dominan las emociones. Reaccionamos a las diferentes situaciones con alegría, temor, enojo, júbilo, etc. Por otra parte, el dinero es lo menos emotivo que existe.  Es, simplemente, un método de cambio entre bienes y servicios.  El problema que encontramos la mayoría de nosotros en lo que a finanzas personales se refiere es que ponemos emociones en nuestras elecciones financieras. “
La gente gasta dinero en cosas que la hacen sentir bien. Cuando “queremos†algo sentimos una atracción emocional hacia una cosa. Y cuando sentimos esa atracción, damos la ventaja al vendedor. Es el vendedor el que tiene el poder de fijar el precio. La herramienta más poderosas que tenemos para reducir nuestros gastos es eliminar las emociones y nuestros primeros impulsos de la ecuación. 

Hay varias técnicas que se pueden usar para lograrlo.

Primero, ponernos limitaciones estrictas cuando entramos en una situación de gasto. Por ejemplo, tener una lista de pasos a seguir al pie de la letra. Al supermercado llevar una lista de lo que necesitamos y comprar exclusivamente lo que dice allí.  Si allí vemos algo que verdaderamente queremos, recordarlo más tarde para agregarlo a la próxima lista.  Lo más probable es que ese lapso de una semana desgasta ese deseo y produce una lista de compras que no incluye ese ítem innecesario. 

Cuando buscamos una casa habría que hacer lo mismo. Enumerar las características que queremos y buscar las que las tienen. Cuando elegimos una hacer una oferta razonable y no negociar.  Si los vendedores no tiran la pelota, buscar otra casa. 

En segundo lugar, cuando sentimos que asoman las emociones, enfocarnos exclusivamente en la tarea entre manos. No dejar que nos distraigan esos elementos emocionales.

Cuando pagamos cuentas, por ejemplo, no debemos enojarnos por su contenido. Si están correctas, las pagamos, luego nos apartamos de las emociones y las analizamos fríamente. Esto podría conducir a una discusión racional con nuestros cónyuge o a una decisión muy pensada de cambiar de proveedor de telefonía. Por el contrario, tomar decisiones al calor de un momento emocional nunca es suna buena idea. 

En último término, cuando queremos gastar espontáneamente, pongamos un tope a ese gasto antes de entrar en tal situación. Si salimos de compras con amigos, llevar una determinada cantidad de dinero. Así no nos permitimos gastar más de la cuenta. Pero ese dinero que llevamos se puede gastar libremente porque  de antemano ya hemos decidido que está bien gastarlo. 
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