La economía global: dos visiones opuestas

Nunca tan acertado aquel viejo adagio -"cada uno habla de la feria según cómo le va en ella"- para explicar la diversidad de opiniones ¿controvertidas? sobre la marcha de la economía mundial, y una visión amenazante u optimista del futuro global.

1 agosto, 2017

Por ejemplo, en una reciente encuesta mundial de PwC, 70% de los CEO sostiene que la nube amenazante sobre la economía no se disuelve ni se aleja. Con suerte, dicen, durante estos doce meses estaremos igual que el año pasado. El FMI, a comienzos del año, recortó su pronóstico de crecimiento global en 0,2% para este año y el que viene (3,4 y 3,6%, respectivamente). Ni siquiera se percibió el inveterado optimismo del Foro de Davos, dedicado más a debatir sobre los alcances de la futura “cuarta revolución industrial”.
Esta visión oscura está respaldada en la caída de los mercados de productos básicos ?el petróleo en especial?, los colapsos bursátiles registrados durante 2015, las dudas sobre la capacidad de la economía china para cambiar de una economía centrada en las exportaciones a otra basada en el consumo interno.
Además, EE.UU. crece con timidez, Europa sigue en recesión y enfrentando el complejo problema de los refugiados a la vez, mientras que el BRICS (el pelotón exitoso de los emergentes) ha diluído su protagonismo entre crisis, devaluaciones y recesión.
En cuanto al cambio de paradigma industrial que suponen las vertiginosas modificaciones impuestas por la tecnología, según el Banco Mundial y la OCDE afectarán más a las economías emergentes que a las desarrolladas. La introducción masiva de robots amenaza 57% de los empleos en las grandes economías, pero 69% en India, y 77% en China.

Distinto destino

Esta es una manera de ver las cosas. Pero hay otros enfoques. Warren Buffett, el millonario inversor que acierta la más de las veces, pronostica que el estado de la economía estadounidense es bueno, y que sería ridículo apostar en su contra. Lo que sí reconoce, es que la percepción de la gente es que hay un destino divergente para las empresas y para los individuos. A las primeras les va muy bien, a los segundos, muy mal.
Dicho de otro modo, las ganancias de las empresas, como porcentaje del PBI, están en su punto más alto. Pero los salarios siguen estancados y si bien se ha detenido el alza del desempleo, la gente tiene miedo por su futuro en los próximos años y por el destino que aguarda a sus hijos.
Tal vez esta es la explicación del respaldo que parece indetenible a la candidatura de un personaje grotesco como Donald Trump, para sorpresa y pavor de su propio partido Republicano. Ello también puede explicar por qué latinos y negros vapuleados por el millonario, lo votarían o acompañan al “socialista” (una palabra impronunciable en Estados Unidos hasta hace poco) que enfrenta a Hillary Clinton por el partido Demócrata. Igual que las clases blanca medias y bajas. La culpa es de la globalización que hace ganar millones a las empresas en todo el mundo ?dinero que queda afuera, dicen? y perder empleos dentro de Estados Unidos.
Dicho de otro modo, mercados cambiantes, disrupción tecnológica y globalización es muy bueno para las empresas, pero no para la gente. Un fenómeno político que explica el creciente autoritarismo que acepta Estados Unidos y también Europa (ver Colofón, página 170 de esta edición).
No es para tomarlo a la ligera. Dos tercios de los estadounidenses comparten esta visión de lo que ocurre en su país. Y la indignación crece. A nadie le importa demasiado el Tratado Transpacífico firmado con los países ribereños del Océano Pacífico. Pasará tiempo antes que lo apruebe el propio Congreso estadounidense. Son noticia las escandalosas ganancias que se obtienen en Wall Street. Curiosamente, los expertos sostienen que la vida de las empresas es más fácil dentro de la Unión ?debido a la falta real de competencia? que en el exterior.
Pero hay otra visión que, nuevamente, contradice estas afirmaciones.

Fin de la era de grandes ganancias

Según una investigación de McKinsey Global, una era de 30 años de crecimiento ininterrumpido de ganancias por partes de las empresas, parece estar llegando a su fin.
La competencia global es cada vez más intensa a medida que las compañías se hacen globales y que la tecnología ?y las firmas que facilitan la tecnología? avanzan con vertiginosa velocidad sobre nuevos sectores de la economía.
La estimación es que el actual nivel total de ganancias empresariales que ahora está en 10% del producto bruto mundial, puede reducirse a menos de 8% para una fecha tan cercana como 2025. Es decir, se perdería en una década el nivel de todas las ganancias obtenidas durante los últimos 30 años.
Hay una comparación fácil. Entre 1980 y 2013 crecieron enormemente los mercados mundiales, mientras que, simultáneamente, bajaban los costos impositivos, el costo de los préstamos financieros, los costos salariales, el de los equipos y el de la tecnología. Las ganancias totales de las empresas más grandes del mundo eran de US$ 2 billones (millones de millones) en 1980, y pasaron a US$ 7,2 billones en 2013, con lo que las utilidades pasaron de ser 7,6% del producto bruto mundial a 10%.
Todavía hoy, las grandes firmas de las economías más avanzadas del planeta obtienen dos tercios del total de utilidades, lo que las convierte en las más rentables. Las multinacionales se beneficiaron de mayor consumo e inversión industrial, la disponibilidad de mano de obra barata (entonces en China) y de la globalización de las cadenas de aprovisionamiento.
Pero las señales de cambio en el ambiente y en la propia naturaleza de la competición global, son abundantes y elocuentes. Si bien los ingresos globales pueden aumentar 40%, alcanzando US$ 185 mil millones para 2025, el nivel de ganancias se está erosionando. Lo que puede implicar que el total de las ganancias corporativas mundiales caigan del 5 al 1%, exactamente igual a como era en 1980, antes del boom.
Es que ahora hay nuevos actores. De un lado, grandes compañías originadas en las economías emergentes. Después de alcanzar tamaño gigantesco en sus mercados locales, comenzaron la expansión por el resto del planeta. Del otro, high tech firmas que están introduciendo nuevos modelos de negocios de crecimiento explosivo y que decretan la muerte de otras empresas tradicionales.
Hay un desplazamiento desde la industria pesada, a sectores centrados en ciencia y tecnología, marcas, algoritmos y software. El negocio financiero, medios digitales, productos de IT, empresas farmacéuticas y de biociencias. Los nuevos competidores vienen en bandadas, y son cada vez más numerosos y poderosos, porque además obtienen altos márgenes de rentabilidad.
¿Cómo salvar esta grieta? ¿Cómo se concilian ambas visiones?

Promesa incumplida de los “Unicornios” 

Cuando el siglo pasado agonizaba, un eficiente visionario, Lou Gerstner, que por entonces comandaba IBM, profetizaba que la mayoría de las compañías puras de Internet eran “mariposas antes de la tormenta”. Tal vez, decía, dos o tres de ellas resulten rentables. Pero los verdaderos campeones conductores del proceso de comercio online, serían gigantes de la industria como IBM, Ford o Wal Mart. 
Algo de razón tenía. Muchos nombres prometedores desaparecieron, pero otros como Amazon se convirtieron en gigantes que dejaron como enanos a los de la talla de IBM.
Una discusión parecida hay hoy en Silicon Valley en torno a los “unicornios”. Empresas que apenas son start ups con prometedores modelos de negocios, que tienen un valor de mercado superior a los US$ 1.000 millones, cuando en muchos casos todavía no han comenzado a operar.
Los fondos de los inversores comienzan a escasear, los inversionistas se vuelven más prudentes. Por cada Uber que irrumpe, arrolladora, hay docenas de iniciativas que perecen. Y otras más antiguas, como LinkedIn, tambalean.
Seguramente no habrá otra burbuja como la de algo más de una década atrás. Hay firmas muy sólidas en el sector de vanguardia, todas en la nube, y desarrollando inteligencia artificial, data analytics y big data.
Las antiguas y las nuevas se aprestan a la madre de todas las batallas; Internet de las Cosas.
Mientras tanto, sea en Davos como en otros foros internacionales, empresarios y dirigentes mundiales siguen hablando de la “cuarta revolución industrial” que se avecina: cambios masivos e intensos en los negocios, en la sociedad y en la conducta de la gente como consumidores y como ciudadanos. Cambios que resultarán de la fusión del mundo digital, físico, y de los entornos biológicos.
Un escenario donde se ve a los robots reemplazando a los trabajadores; órganos implantados gracias a la 3D, manifestaciones inimaginables de la inteligencia artificial que estará disponible.
Estas visiones del futuro cercano pueden alcanzarnos pronto. Pero la realidad es que la gran mayoría de los actores no está preparado para gestionar esa verdadera revolución que se avecina.
Las nuevas maneras de producir apuntan a creciente automatización y nuevos métodos y técnicas en la fabricación. La globalización parece girar en torno a una dirección más digital y totalmente diferente a lo conocido.
No habrá que fabricar una pieza y utilizar el transporte adecuado para llevarla dónde será usada. Será producida en el mismo lugar donde la pondrán a trabajar. No crecen los flujos financieros, de mercaderías o de servicios entre distintas partes del globo. Lo único que crece es el flujo de información digital en todos los países y continentes.
Entendamos este nuevo mundo.

 

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