Kerkorian: maniobras que podrían acabar en un desastre

Próximo a los 90, el magnate de las especulaciones hizo subir la acción de General Motors hasta 17% el miércoles. De paso, prolongó la enésima burbuja de aire que vive Wall Street este año. Algunos creen que ésos no son sus motivos reales.

5 mayo, 2005

Kirk Kerkorian es epítome del ejecutivo que, ya jubilado, insiste en no abandonar el candelero y buscar una sobrevida como especulador, intrigante, personaje mediático y hasta gurú vocacional. En los dos primeros papeles, parece haber empezado la batalla para elevar a 8,8% su participación en la mayor –y más tambaleante- automotriz del mundo.

Al parecer, la decisión de salir a comprar públicamente papeles de GM pretende acumular suficientes votos en la asamblea general para desplazar a Richard Wagoner como presidente de junta. Por supuesto, eso también le implicaría al CEO perder la dirección ejecutiva del grupo y su castigada división norteamericana. Años atrás, el financista hizo o intentó hacer lo mismo en Metro-Goldwyn-Mayer, Columbia Pictures, Chrysler y otras compañías importantes.

Plata le sobra. Su participación en la venta de Metro a Sony (ésta pagó US$ 2.940 millones más deuda por 2.000 millones) le redituó suculentas ganancias. Desde entonces (2003), el mundillo de las finazas se preguntaba dónde daría el siguiente golpe.

Ahora bien, sus escasos amigos personales creían que, en realidad, Kerkorian ve como derrotas los casos Columbia y Metro, pues no abandona la obsesión de ser un gran jugador sobre el paño de Hollywood. Pero lo de GM apunta en una de dos direcciones incompatibles entre sí: copar el gigante automotor o, simplemente, inflar su valor bursátil y sostener la burbuja en Wall Street.

En rigor, lo segundo entrañaría encarecer los papeles para poder venderlos bien antes de que la crisis de la compañían sea imparable. Vale decir, lo contrario de la meta ostensible (copar el control de GM). Sus antecedentes no excluyen virtualmente posiblidad alguna.

Así lo ponen de manifiesto sus aventuras con MGM. Desde 1970, Kerkorian compró o vendió su participación en la compañía seis veces. “Cabe preguntarse –comentaban Paul Krugman y Robert Kuttner- qué seriedad tiene ese conducta, bastante común entre millonarios propensos a la figuración. Por ejemplo, Edward Turner o Jean-Marie Messier”.

Tampo aclaran mucho las explicaciones de Tracinda Corporation, máscara usada por Kerkorian para lanzar la oferta de compra accionaria. “Se trata de una inversión pasiva”, afirma Terence Christensen, vocero de la sociedad. De paso, asegura que su patrón “tiene plena confianza en la estrategia administrativa de Wagoner”. Algo que no le cree nadie.

Por el momento, ningúan ejecutivo de GM abre la boca. Sea como fuere, el extremo clima especulativo generado por la movida de Kerkorian preocupa a analistas serios y entusiasma a los gurúes de Bloomberg’s o el “Wall Street Journal”. Pero no al punto de aceptar las rosadas explicaciones de Christensen.

Personas allegadas a la tormentosa interna de General Motors no descartar quela síbita aparición del megaespeculador obligue a Wagoner a encarar reformas mucho más drásticas que las hechas o en carpeta. “Si Tracinda en efecto acumulase suficientes votos, las presiones serían durísimas”, presume un informe de Institutional Shareholder’s Services. “En caso de que el equipo ejecutivo no le resulte fiable a Kerkorian, éste intentará arrasar con la presente conducción”. En otro plano, ciertos columnistas se preguntan si no es tiempo de “mandar a retiro esa docena de ancianos codiciosos cuyos caprichos provocan golpes especulativas o hunden empresas”.

Kirk Kerkorian es epítome del ejecutivo que, ya jubilado, insiste en no abandonar el candelero y buscar una sobrevida como especulador, intrigante, personaje mediático y hasta gurú vocacional. En los dos primeros papeles, parece haber empezado la batalla para elevar a 8,8% su participación en la mayor –y más tambaleante- automotriz del mundo.

Al parecer, la decisión de salir a comprar públicamente papeles de GM pretende acumular suficientes votos en la asamblea general para desplazar a Richard Wagoner como presidente de junta. Por supuesto, eso también le implicaría al CEO perder la dirección ejecutiva del grupo y su castigada división norteamericana. Años atrás, el financista hizo o intentó hacer lo mismo en Metro-Goldwyn-Mayer, Columbia Pictures, Chrysler y otras compañías importantes.

Plata le sobra. Su participación en la venta de Metro a Sony (ésta pagó US$ 2.940 millones más deuda por 2.000 millones) le redituó suculentas ganancias. Desde entonces (2003), el mundillo de las finazas se preguntaba dónde daría el siguiente golpe.

Ahora bien, sus escasos amigos personales creían que, en realidad, Kerkorian ve como derrotas los casos Columbia y Metro, pues no abandona la obsesión de ser un gran jugador sobre el paño de Hollywood. Pero lo de GM apunta en una de dos direcciones incompatibles entre sí: copar el gigante automotor o, simplemente, inflar su valor bursátil y sostener la burbuja en Wall Street.

En rigor, lo segundo entrañaría encarecer los papeles para poder venderlos bien antes de que la crisis de la compañían sea imparable. Vale decir, lo contrario de la meta ostensible (copar el control de GM). Sus antecedentes no excluyen virtualmente posiblidad alguna.

Así lo ponen de manifiesto sus aventuras con MGM. Desde 1970, Kerkorian compró o vendió su participación en la compañía seis veces. “Cabe preguntarse –comentaban Paul Krugman y Robert Kuttner- qué seriedad tiene ese conducta, bastante común entre millonarios propensos a la figuración. Por ejemplo, Edward Turner o Jean-Marie Messier”.

Tampo aclaran mucho las explicaciones de Tracinda Corporation, máscara usada por Kerkorian para lanzar la oferta de compra accionaria. “Se trata de una inversión pasiva”, afirma Terence Christensen, vocero de la sociedad. De paso, asegura que su patrón “tiene plena confianza en la estrategia administrativa de Wagoner”. Algo que no le cree nadie.

Por el momento, ningúan ejecutivo de GM abre la boca. Sea como fuere, el extremo clima especulativo generado por la movida de Kerkorian preocupa a analistas serios y entusiasma a los gurúes de Bloomberg’s o el “Wall Street Journal”. Pero no al punto de aceptar las rosadas explicaciones de Christensen.

Personas allegadas a la tormentosa interna de General Motors no descartar quela síbita aparición del megaespeculador obligue a Wagoner a encarar reformas mucho más drásticas que las hechas o en carpeta. “Si Tracinda en efecto acumulase suficientes votos, las presiones serían durísimas”, presume un informe de Institutional Shareholder’s Services. “En caso de que el equipo ejecutivo no le resulte fiable a Kerkorian, éste intentará arrasar con la presente conducción”. En otro plano, ciertos columnistas se preguntan si no es tiempo de “mandar a retiro esa docena de ancianos codiciosos cuyos caprichos provocan golpes especulativas o hunden empresas”.

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